Los relatos orales siempre cautivaron a su auditorio. Ya los hombres primitivos se reunían alrededor del fuego para contar sus historias de caza, así como las madres saben que no hay nada mejor para dormir a un hijo que un buen cuento. Precisamente de cuentos trata este clásico de la literatura arábiga, que ahora nos convoca, "Las Mil Noches y Una Noche" (según la traducción de Borges, más fiel al original), en versión de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler. Sí, porque de un musical estamos hablando. Y Pepe Cibrián siempre abrevó en clásicos para sus obras y acá se da el gusto de meterse con uno de los grandes monumentos literarios de todos los tiempos. Si bien la confección del libro se remonta a la Edad Media, más exactamente al año 850, contiene en sí varios relatos que se atribuyen a diferentes autores o a la tradición oral árabe. Algunos de esas narraciones son tan conocidas como la de Aladino y la lámpara maravillosa, Simbad el marino o Alí Babá y los 40 ladrones.
Esta versión nos sita en Turquía, en donde el Sultán Solimán se enamorará de la joven Elena, re bautizada Scherezade, quien le contará un relato distinto cada noche evitando ser ejecutada. Esa es la esencia de la historia, pero vayamos por partes. La obra comienza con un coro de bailarines/cantantes (los hombres rapados y las mujeres con rodete) en donde no hay obertura cantada sino musitada o tarareada; el eunuco Mustafá (Martín Selle) y la ex amante de Solimán, Leila (Karina Saez) se encargan, por iniciativa de Feyza (Luz Yacianci), madre de Solimán, de conseguir una amante distinta para cada noche para el Sultán Solimán (el eterno Juan Rodó, acá modulando un poco más su voz de bajo), ya que al terminar la noche, las manda a decapitar. Tanto el coro como los personajes principales lucen un maquillaje expresionista que da un refuerzo extra a sus expresiones faciales, y un vestuario majestuoso, ideado también por Cibrián, quien no sólo escribió el libro y las letras de las canciones, sino que se encargó como siempre de la magnífica iluminación a la que nos tiene acostumbrados, que dan una aire mágico a sus espectáculos, y de la coreografía, también magnífica. Esta vez Rodó tuvo que aprenderse varios momentos de danza. En la canción "La puja", Leila compra una esclava griega llamada Elena por 1.000.000 (no sabemos de qué moneda) ante las constantes ofertas de otra gente, para destinarla a amante de su jefe. Los tres primeros cuadros están integrados por los personajes principales más todo el coro, de cerca de veinte cantantes.
La Sultana, madre de Solimán es quien manda a decapitar a sus esclavas. Todo el coro le pide a Solimán que ría, pero él no puede hacerlo. Pero esa noche, ya con Elena en su posesión, Leila le aconseja que no lo enrede al Sultán con cuestiones intelectuales sino que se limite a ofrecerle su cuerpo. Pero ella le dice que le contará un cuento, y así cada noche para evitar ser ejecutada. La esclava Elena es cristiana, algo que Feyza no acepta.
Han pasado cien noches y Elena todavía no se ha entregado físicamente a Solimán, sólo lo tiene atrapado por la magia de sus relatos. Él le ruega hacerla suya, pero ella se rehúsa, aduciendo que el amor es algo más potente que lo carnal. Y Solimán acepta porque ya está perdidamente enamorado. Ella, en un intenso "Deseo su cuerpo", da cuenta de sus ansias de ser poseída por el Sultán, en un aria de bravura que canta en medio de una maraña de cuerpos humanos semidesnudos (los bailarines) tirados en el suelo, creando un clima onírico de deseo y confusión magníficamente resuelto. Solimán pretende casarse con Elena, a la que bautiza Scherezade y ésto hace tambalear el mundo de la Sultana madre, ya que no puede haber dos Sultanas en el reino y ella deberá retirarse y desaparecer. Aparte tiene una relación de amor con su hijo que roza el incesto, ya que lo quiere sólo para ella, y sus bailes son muy apasionados y encimados uno con otro. La continuidad de cuadros musicales se sucede sin interrupciones, bien hilvanados los unos con los otros. Este es el musical menos filosófico escrito por Cibrián Campoy, sin embargo. Carece de esa virtud y deja que los hechos se sucedan.
En el segundo acto, Rodó interpreta "Qué no daría por ella" un solo en dónde muestra toda su capacidad vocal y su plasticidad que, va adaptándose, ya más bien distanciada de la monocorde voz en "Drácula", "El Jorobado de París" o "Dorian Gray. El retrato". Su madre odia a la nueva Sultana, quien ya está esperando un hijo de su marido, y le hace confesar si en verdad llegó virgen al matrimonio. Ella le declara que sí, que sólo tuvo una historia de amor a los 6 años de edad con un chico de la misma edad, y que ahora lo ha reencontrado en palacio, es un embajador. Feyza entonces urde la conspiración: va a hacerle creer a Solimán que Scherezade lo engaña y que ese hijo que lleva en el vientre no es en realidad de él. Solimán no le cree y abofetea a su madre, pero se rinde a ver la prueba definitoria. Feyza lo hace acompañarlo al cuarto de Scherezade, en dónde ambos encuentran a ésta con el embajador (previamente convencido por Feyza), besándole la mano. Allí Solimán cae en la cuenta de su desengaño y a instancias de su madre pide la pena capital para su esposa. Están por ajusticiarla con la horca, pero en el momento en que ésta desciende de los cielos y Solimán va a colocarla en el cuello de su amada, se echa atrás y suspende la ejecución. Su madre entra en un estado de locura por lo cual manda arrestar al hijo. Scherezade, a su vez, al verse privada de su marido se suicida, siguiéndola éste en su proceder. Scherezade le había enseñado lo que era el amor y sobre todo, con ella, había aprendido a reír. Scherezade era una campanita feliz que reía todo el día y con cada nueva ocurrencia. Los amantes se reencuentran en el Más Allá.
Como siempre, la orquestación y músicalización de Mahler es ampulosa (esta vez más que nunca) y tiene muy buenas armonías y coloraturas, pero cae en la repetición, su estilo no está del todo agotado pero ya es predecible. De todos modos los temas son llevaderos y pegadizos, salvo aquellos en los que debería haber habido un texto hablado y al que se musicalizó, creando efectos un tanto discordantes. Las letras de Cibrián, como ya dijimos son ingeniosas y no caen en la rutina pero son esta vez, menos agudas que en otras ocasiones.
Hablemos ahora de las voces del cuarteto principal. Rodó, ya está dicho, está transformándose en un cantante con matices, Georgina Reynaldi sale muy bien parada de su papel, tiene agudos interesantes y una voz fuerte y melodiosa a la vez. Karina Saez también demuestra que es una buena cantante. Pero la disonancia aparece ahora en Luz Yacianci, quien tiene una voz grave con buenos agudos, pero eternamente monocorde, y sus chillidos de dolor o de angustia (a los que nos tiene acostumbrados Cibrián) son verdaderamente insoportables. Un desperdicio para un papel que lo exigía todo, dureza, sensualidad, firmeza y convicción.
La escenografía (inexistente) se ve muy bien reemplazada por motivos ingeniosos en la utilización de velos, telas, el infaltable mar hecho de un lienzo y transparencias y paños que bajan del cielo adecuadamente. La realización (llevada a cabo en el 2004 y restaurada por Teatrix), está llevada a cabo en un teatro relativamente pequeño (comparándolo con el gran Luna Park de sus primeras obras) y la compañía se las arregla muy bien para moverse en ese espacio. La duración de esta puesta dura dos horas veintiseis minutos. Altamente recomendable para todos los amantes de este tipo de teatro, que, como vemos, ya tiene cada vez, más adeptos y ya se ha transformado en un clásico en nuestro país.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Leyendo el comentario no pude dejar de pensar en Scheherazade de Rimsky Korsakov,obra sublime.
ResponderEliminarGracias