Este mes tuvimos tres estrenos de Teatrix, sumado a los de "Todas las canciones de amor" y "Casados sin hijos (Somos childfree)", llega ahora una buena comedia de Alicia Muñoz: "Mamá decía". Esta autora debe tener algún vínculo cercano con la muerte, ya que de las dos obras que vi suyas ambas hablan del tema. Es la autora de "Justo en lo mejor de mi vida", que protagonizara Luis Brandoni y luego Miguel Ángel Rodríguez, bajo la dirección del primero, obra que habla de la muerte del padre de familia (que está presente en la obra, después de muerto, viendo todo) y como reaccionan sus seres queridos. En la que nos convoca hoy habla de la relación de dos hermanos ante la muerte de sus progenitores, con seis meses de diferencia. Lo bueno de esta prolífica autora es que lo realiza todo bajo la sabia lente del humor, haciendo llevaderos y menos trágicos los temas.
"Mamá decía" está interpretada por Diego Pérez (Mauri) y Marcelo Mazzarello (Chiqui) bajo la hábil dirección de Gullermo Ghío. Un defecto que tiene la pieza y que conviene remarcar es la poca decodificación de lo que se habla, ya que ambos intérpretes tienen un problema de dicción que hace difícil de comprender el texto. Salvado este inconveniente, y el hecho de que se trata de una comedia ligera (fue presentada en Mar del Plata como comedia "veraniega", aunque con un poco de mayor vuelo que los esperpentos preparados para el verano). Mauri y Chiqui vienen del velorio de la madre de ambos, la cual estuvo con su hijo Chiqui hasta la muerte porque el otro decidió irse con su padre siendo muy joven y abandonar juntos el hogar. Es por eso que ambos se criaron con la falta de un progenitor y del hermano, que, reconocen, tanto les hizo falta. La madre tenía un muy mal concepto de su marido, pero éste era emprendedor, soñador, no se conformaba con la vida rural a que estaban confinados y quiso irse a la ciudad a fundar empresas. Fundó y fundió catorce empresas, se ve que muy buen olfato para los negocios no tenía... Lo cierto es que Chiqui se quedó con su madre y se aquerenció con el campo, trayendo todas las costumbres provincianas (su vestimenta habla de ello) muy en contraste con la vida urbana de Mauri, quien se dedicó a manejar las empresas del padre. Las diferencias entre ambos no pueden ser mayores. Chiqui no comprende cómo puede ser que Mauri no se haya casado, que tenga una novia (Florencia) y una ex pareja (Antonella) con quienes se comunica a todas horas, y entre las cuales, Chiqui le arma un bodrio terrible, porque no saben nada la una de la otra, y en un momento en que Mauri se está bañando, Chiqui atiende el teléfono celular y el de línea a la vez y las pone casi al habla.
Mientras tanto, Chiqui ha reparado en la vendedora de helados que está bajo el departamento de su hermano y piensa que es el amor de su vida, y va a declarársele... Ella lo acepta y pasan el mes que los hermanos viven juntos, de pleno romance (sin tocar la cuestión sexual, por supuesto, "para eso está el matrimonio", sentencia el campesino). El título de la obra procede de las constantes referencias que hace Chiqui a los dichos y entredichos de su madre, a la cual consideraba casi como una sabia. "No hay que llorarla, para que no se le mojen las alitas", "ahora vive en la casita del cielo", dice con total seriedad el hermano "inculto" (que resulta tener más sentido común que el urbano). Chiqui es un compendio de sinceridad, inocencia y simpleza frente a la vida alocada que presenta su hermano.
Para colmo de males, un día llega Mauri buscando una carpeta de la D.G.I. porque le han allanado la fábrica. Su hermano le dirá que ahora se trata de la AFIP, y se dan cuenta que el padre, que era quien llevaba todo el control de la fábrica (de cepillos, para ser más exactos), lo ha dejado en banda y que ahora no tiene cómo hacer frente a las demandas del Estado. Lo que era previsible ocurre, los obreros toman la fábrica, la AFIP le pone la faja de clausura, y hasta le prenden fuego. Mauri cae en una desesperación y una depresión tal por haberlo perdido todo que se pasa 15 días durmiendo, sin salir de su departamento ni bañarse. Será Chiqui quien le infunda ánimos para seguir adelante, en parte con los dichos de su madre, en parte con reflexiones de cosecha propia. Por suerte, antes de que todo estalle, llega el seguro que su padre le había dejado en vida y ahora tiene plata para regalar. Los conflictos con sus dos mujeres no se han solucionado, y Florencia decide abandonarlo yéndose al Caribe con su contador. Una nueva bomba para Mauri.
Chiqui le hace recordar que cuando estuvo realmente enamorado fue de Teresita Camaño, una chica del pueblo que dejó sin despedirse y quien tuvo un hijo de soltera y nunca se casó. Luego nos enteraremos lo que "mamá decía": que ese hijo era de Mauri, y por el cual el volverá al pueblo buscando su amor verdadero. Los espíritus de los padres se hacen presentes, igual que en la otra obra, cobrando vida sobre las cosas materiales (pueden cortar la luz, voltear las fotografías de ambos, tirar un cuadro, encender y apagar un velador) y por fin dan su aprobación a las actitudes de ambos.
La comedia fue llevada con no poco ingenio y resulta cómica en más de una situación (lástima que no se les pueda entender del todo lo que dicen). Las actuaciones son buenas (es lo que se puede esperar de una comedia costumbrista veraniega), siendo bastante buena la performance de Mazzarello como ese hermano de hablar campero y con buenas intenciones que no siempre son tomadas como tales y la siempre eficaz solvencia de Pérez para encarar personajes cómicos y tiernos a la vez, acá complejizado con la neurosis que impone la vida en la ciudad, algo que no logra entender el otro, más acostumbrado al sonido de los grillos. Decir que se sacan chispas entre ambos no sería exagerado ya que consiguieron un muy buen ensamble y logran transmitir complicidad, carcajadas y ternura a ese público ansioso por reírse (un día tendríamos que hacer un estudio sociológico sobre qué es lo que busca el público "vacacionante" en un teatro -no olvidar que Alfredo Alcón tuvo que bajar de cartel su "Los caminos de Federico" una temporada en Mar del Plata-).
No estaremos frente a una gran obra argentina, pero merece ser vista para reírse un rato y poder apreciar el oficio de dos comediantes, que, sin golpes bajos (esto hay que señalarlo), logran llegar al público y divertir sanamente. Que no es poco.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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