Por fin se estrenó en Buenos Aires la tan demorada puesta de la obra de Andrew Lloyd Webber basada en la película de Billy Wilder de 1950 (acá se llamó "El ocaso de una vida"), protagonizada por Gloria Swanson en el rol de Norma Desmond, William Holden en el de Joe Gillis y el prestigioso director Erich von Stroheim en el de Max, el mayordomo. En Broadway la estelarizó por un montón de años la extraordinaria Glenn Close, haciendo una caracterización de Gloria Swanson que quitaba el habla, y con una voz envidiable (que tienen los actores norteamericanos, que saben actuar, cantar y bailar, todo con el mismo rigor). Acá la protagoniza nuestra querida y experta en musicales Valeria Lynch, con otro gran soporte como es el extraordinario Mariano Chiesa (se come el papel de Joe, aunque no es ninguna revelación, pues ya se había destacado en "Casi normales" y en "Los Monstruos") y el papel de Max von Mayerling lo encarna otro peso pesado, el histórico de los musicales Rodolfo Valss (rapado al acero y sin su característico bigote). El papel de Betty Schaeffer, otro puntal en la historia lo protagoniza Carla del Huerto.
Pero ¿el musical es una revisión de la película ideada por Wilder? No, de ninguna manera. Es una creación hecha y derecha que tiene el toque del inconfundible Lloyd Webber (entre cuyas obras musicales se encuentran las hiperfamosas e hiperrepresentadas "Jesucristo Superstar", "Cats", "Evita", "El Fantasma de la Ópera" y "El amor nunca muere", secuela de la anterior), de dificultosa, minuciosa y compleja partitura, que sin embargo depara un disfrute tras otro en el oyente. Cada "canción" de las interpretadas a lo largo de la obra crea un hit que puede ser tarareado por el espectador mientras se va del teatro. Así de pegadiza es la música que, al decir de Wagner de sus propias obras, forma "ríos de música", caudales, torbellinos, remolinos, un sonido que parece no extinguirse nunca, que acompañará la vida de esa desdichada Norma Desmond hasta la eternidad. Porque esto es lo que ha hecho Sir Andrew Lloyd Webber: una obra para la eternidad, que puede competir con las más inolvidables óperas.
Todo conspira para que la obra sea un éxito: el magnífico diseño de escenografía es de Jorge Ferrari, el de vestuario (que reproduce la puesta de Broadway) es de Renata Schussheim y la coreografía, de Elizabeth de Chapeaurouge. La dirección musical es de otro grande, Gerardo Gardelín. Y me dejo para el final la frutilla del postre, la dirección, de Claudio Tolcachir, un director no especializado en puestas musicales, pero que acá supo sacar lustre a su nombre, conduciendo con mano firme y segura a un puñado de actores, cantantes y bailarines que dieron lo mejor de sí. Un espectáculo que engalana la cartelera porteña y que ningún amante de los musicales debe perderse. Acá Valeria Lynch no apuesta por la imitación de la Swanson, sino por un producto marca Valeria: le da al público lo que espera de ella, aunque construye un personaje, que tiene aristas difíciles y riesgosas de caer en la "machietta" a cada paso, sabe cruzar el río con soltura. Para todos los detractores que la escucharon en la publicidad y dijeron que eran unos chirridos espantosos (su voz), que la esforzaba más allá de lo soportable, les tengo que decir que se guarden sus comentarios allí donde les quepan, Valeria está asombrosa, es como Gardel, cada día canta mejor, no hay gritos en su tesitura y todo es armonioso y acorde con el personaje que le toca transitar, tiene una voz espléndida y sabe usarla, al igual que todos sus compañeros de elenco. Hasta Rodolfo Valss trabaja un tono de bajo impensado en su carrera y en su coloratura, que conviene remarcarlo. Chiesa deslumbra, por cierto, en un papel hecho a su medida, al que agrega toques de humor, y Carla del Huerto resulta encantadora e hipnótica en esa Betty que logra enamorarnos.
La historia central se basa en una vieja celebridad de Hollywood (estrella de la Paramount para más datos) que ha sido descartada cuando el cine mudo dio paso al sonoro (un ejemplo de esto en tono de comedia es "Cantando bajo la lluvia") y ha sido olvidada por los miles de fans que morían por verla a la salida de los grandes estudios. Conoce casi por azar a un escritor joven, Gillis, a quien le encarga reescribir el guión que ella ha pergeñado para su vuelta al set, este acepta a regañadientes un trabajo imposible, agitado por la falta de trabajo en la industria de sueños y ella, en un afán por vencer el paso del tiempo, termina enamorándose de él. Este se ve llevado a no defraudarla, ya que Norma es depresiva y ha tenido varios intentos de suicidio, y se mete a la cama con ella, pero a la vez se enamora de Betty, novia de su amigo Artie y co-guionista de un cuento de aquél. Cuando el guión de Norma es rechazado por el prestigioso director Cecil B. De Mille, Max, fiel consejero y encargado de escribir las cartas de miles de fanáticos que llegan a ella todavía, le oculta el fracaso. Luego nos enteramos que Norma ha sido una belleza a sus 16 años, cuando empezó a filmar, y que Max ha sido su primer esposo. Cuando Betty descubre que Joe es un gigoló, lo deja, y éste se marcha de la casa de Norma, en donde vivía. Pero Norma no permitirá ser abandonada, le descerraja tres tiros y lo deja flotando en la piscina (que es donde empieza la película y el musical) y ella entra en un estado de locura del que no volverá a salir.
El tema del paso del tiempo, de la decadencia, la no aceptación de la vejez y el ansia por reverdecer es el eje de la obra. Pero también los sueños de todos los que piden sus deseos en la noche de año nuevo: dejar de ser actores de reparto y brillar algún día. El ascenso y la caída parecen marcar el film y el musical. Norma/Valeria se mueve con los gestos de las películas mudas, una gesticulación que vuelve ridículo y patético a la vez al personaje, sostenido desde el imposible de lo irreal. Tratamientos de belleza, la llegada a los estudios en un Rolls-Royce (sí, aparece el auto en escena, en el pequeño escenario del Maipo, que parece agrandarse por la sabia mano de su director), y la conquista de un galán joven, serán los remedios con que enfrenta la Desmond a su presunta desaparición. Ya ha desaparecido, porque la han borrado de las pantallas, y el cine era su vida, así que es una muerta en vida, una especie de zombie. El entierro de su compañero, un chimpancé, al comienzo de la obra, da cuenta del grado de alienación que porta Norma al tener por referente al animal más similar al humano, pero un animal al fin y al cabo.
Hablar de éxitos musicales en este exponente del género sería redundante, pero "Rendirse", "Sin hablar" y "Como si nunca hubiese dicho adiós", en la voz de Valeria se convierten en oro en polvo, así como el lucimiento de Chiesa en el tema central "Sunset Boulevard", o "No me va a importar", junto a Carla del Huerto, constituyen nuevos hitos. "Los deseos de año nuevo" trae el clima festivo a la obra, cantado por todo el grupo de amigos fracasados de Joe. En suma, que ver "Sunset Blvd." constituye una experiencia revitalizadora y un regalo para el corazón. Aunque la entrada es cara, ya lo sé, se puede sacar con un gran descuento en Tickets. Y apúrense porque quedan 8 semanas en cartel para este portento. Después no me digan que no les avisé.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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