Este es otro hallazgo de Teatrix, el estreno de esta obra que (para mí) pasó desapercibida en la cartelera porteña y sin embargo fue registrada en mayo del 2018 y que es una verdadera joyita. Es una obra difícil de aprehender, por lo acotada de su síntesis (dura tan sólo 50 minutos) y su discurso abundante, casi abrumador. Podemos situarla en el tiempo, un 9 de julio de 2007, el día en que nevó en Buenos Aires, como metáfora de lo extraordinario, de lo raro, lo imposible. Así como es de imposible la búsqueda de ese padre por parte del hijo guacho que lo reconoce en un antipático escritor que se cree merecedor del Premio Nóbel. Así como es de imposible conciliar las dos visiones de la vida contrapuestas que tienen estos dos seres que, sin embargo, se aman. Así como también es imposible la forma de hablar del escritor, con la puntillosidad y la estructura de la Enciclopedia Británica.
Los intérpretes de esta obra de Alberto Drago, inteligente y tragicómica, son dos: Luis (Julio Ordano) el escritor añoso y Paul (Ulises Puiggros) el joven ansioso por conocer su verdad. Y la verdad es que Luis vive encerrado en su burbuja de cristal odiando todo lo popular ("el poulacho") como el tango, Gardel, Borges, el Abasto, el Riachuelo, al presidente y su traza descamisada, y hasta los certámenes en donde se "baila por un sueño" y los jurados parecen extraídos de los bajofondos con peleas de conventillo. También odia todos los concursos en donde se vota unánimemente. Es el "poeta del buen humor aristocrático", aquel que añora el dominio del poder por sobre su democracia. Y así adscribe al recuerdo nunca vivido de "el" (siempre en singular) desfile militar que los partidos gobernantes le han censurado, las fuerzas armadas, la marina, la aeronáutica, en fin lo pinta como un "facho" hecho y derecho que no tiene miedo de exponerse. En cambio su "hijo" (su madre recuerda haber estado con ese hombre y el ADN demuestra que es el verdadero padre), es socialista de Alfredo Bravo, y reclama por la causa de los más humildes, de los trabajadores y de los pobres. Pero aún así rozan una pizca de entendimiento, aquella que los va a hacer estrecharse en un abrazo paternofilial. Y en un beso apasionado en la boca del hijo al padre, que lo descolocará, con toda su carga de admiración e incestuosa, acusándolo de sodomita y enjuagándose profundamente la boca ante tan repugnante actitud.
El lugar de encuentro es una selecta confitería, en donde sirven el mejor té inglés para el caballero y el más delicioso café, para el joven, ambos habitués de la casa, el uno siempre a solas con sus rumiares filosóficos y el otro en compañía de alguna chica (no siempre la misma) a quien invita a cenar. Pero esa tarde de nevada están los dos solos en el interior de la confitería pues todos los "sirvientes" para el primero y los "empleados gastronómicos" para el segundo han salido a ver el espectáculo de la nieve y han dejado por un rato de servir a los comensales.
Las fotos de la madre se acumulan encima de la mesa, mientras Luis niega todo contacto con esa mujer y su hijo asegura que él es su padre. Simplemente no lo quiere reconocer: hay hombres que se han hecho para procrear y otros para crear arte, dar al mundo belleza. Él se encuentra ubicado entre estos últimos. Un hombre que casi nunca sintió excitación sexual (sí la sintió en el momento del beso de su hijo) y que en su vida sólo pudo eyacular tres veces: una con la madre del muchacho, otra cuando espiaba a su madre desnuda y la tercera cuando espiaba los vestuarios de los musculosos oficiales británicos. O sea un hombre seco, que no tiene el poder del gozo ni para procrear, como él mismo se lo autoimputa ni por el gozo mismo. Un onanista, según palabras de su hijo, que sólo supo complacerse a sí mismo.
El hombre se cree importante, cuando en realidad su ex mujer furtiva declaró que ese hombre es "roñoso y asqueroso, hizo de su vida una mierda" y le pidió al hijo, antes de morir, que no lo buscara. Ese hombre cree que todavía puede aspirar al Nóbel y que es un poeta fino y educado para las elites, para ser disfrutado por unos pocos (así como en su vida sexual). El hijo está allí para desmitificarlo, para decirle que sólo escribe frases sin sentido y lugares comunes, que su prosa es engolosinada y vacua, así como su propia existencia. La madre ha muerto hace tres meses y le pide que no lo busque, que se olvide de él, pero el hijo, como buen gato al que lo mató la curiosidad, busca conocer sus orígenes. Finalmente se despiden sin otra luz de volver a encontrarse, siguiendo cada uno con su miserable vida. Todo queda en un abrazo cerrado que sellará la unión padre-hijo.
Lo imposible parece ser el rumbo que marcará y definirá esa relación, como el hecho de ver nevar en Buenos Aires: rápido, efímero, sutil, que se derrite al mismo tiempo que cae sobre el suelo. Mientras el padre queda en su grandeza: "Ésto no es una nevada, nieve es lo que cae en Nueva York en Navidad, o la nieve azulada de NIza. Nevar nieva en París, en Londres, en Madrid, en Münich, pero no en Buenos Aires". Y sus últimos versos serán los del tango de Gardel a quien tanto odia, y que se escucha en off: "contemplo la nieve que cae blandamente..."
En fin, una pieza compleja que se mueve como pieza de relojería, en donde cada parlamento parece caer en el lugar exacto, y que el director Eduardo Lamoglia ennoblece con su oficio. Una obra que rueda entre lo cómico y lo patético y que puede dar mucho material sobre el que discutir y discurrir. Y no se olviden que los que me leen en el blog tienen la oportunidad de ver la obra completa cliqueando sobre el "Ver Obra".
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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