Teatrix tuvo la oportuna ocurrencia de estrenar esta verdadera joya del teatro hispano, de Lope de Vega para ser más precisos, en una brillante versión de Santiago Doria que arrasó con los premios ACE del año pasado incluyendo el de Oro. La comedia es del año 1604, y parece tan actual, pícara y atrevida que bien podría haber sido escrita ayer mismo. Se trata de una clásica comedia de enredos, lo que nos da la idea de que ya en esos años se explotaban este tipo de situaciones graciosas.
Lope de Vega (1562-1635) fue uno de los grandes representantes del siglo de oro español, junto a otros dramaturgos como Tirso de Molina y Calderón de la Barca, y hace un estilo de teatro que coincide con el barroco, justo en el momento en que el teatro comenzaba a ser un fenómeno de masas. Es autor de varios cientos de comedias, varias novelas y obras narrativas largas en prosa y en verso. La pieza que nos convoca es una obra hablada estrictamente en versos heptasílabos y tiene gran potencia reidera, si bien se debe de haber actualizado un poco para esta puesta. El elenco está compuesto por siete actores grandiosos: Irene Almus (Belisa), Ana Yovino (Fenisa), Mónica D'Agostino (Gerarda), Mariano Mazzei (Lucindo), Pablo Di Felice (Hernando), Francisco Pesqueira (Doristeo) y Gabriel Virtuoso (Bernardo). La música original, con dos canciones y un aire español que transita toda la obra, salió de la sólida pluma de Gaby Goldman, y el registro de la obra pertenece a marzo del 2018 en el Centro Cultural de la Cooperación.
Contar acá la obra sería inútil y bastante tedioso, ya que está llena de tramas y subtramas para construir los enredos. Digamos que es una pieza de amores equivocados y contrariados, de equívocos y de seducción por parte de mujeres y hombres. Las parejas se arman como se desarman, y así la pareja original, que era la de Lucindo y Gerarda se ve reemplazada por éste con Fenisa (la hermosa Ana Yovino). A la vez, Belisa, madre de Fenisa, está inquieta porque el padre de Lucindo, el Capitán Bernardo irá a proponer matrimonio. Ella, que es una dama respetable, que enseña a su hija a no levantar la vista del suelo y que en su juventud iba a ser monja, tiembla de ardor de cabeza a los pies ante la propuesta de matrimonio del hombre de edad. Pero pronto sabremos que el casamentero viene en busca de su hija, la cual se promete a él con el objetivo de poder casarse con su hijo. Lucindo vive con el corazón destrozado por el desengaño con Gerarda, pero no bien se siente amado por Fenisa, cambia su corazón de una mujer a otra. A la vez tiene un fiel criado en la presencia de Hernando, que será cómplice de sus correrías. La pareja se encuentra a escondidas en el balcón y Fenisa le sugiere a Lucindo que diga que se va a casar con su madre, ya que de otra manera el padre lo mandará a Portugal. La promesa queda hecha y los esponsales se fijan para dentro de muy poco. Es gracioso ver a esa mujer madura sentirse avispada por el amor del joven. A la vez Fenisa y Lucindo piensan escapar juntos para casarse lejos de allí. Pero Gerarda se siente devorada por los celos y piensa arruinarle la boda a su ex novio y llega a la casa de ésta a sembrar intrigas. Después de momentos de desazón para ambos amantes todo se resuelve bien y finalmente quedan conformadas las parejas de Fenisa y Lucindo, como la de Belisa y Bernardo y la de Gerarda con Doristeo, su nuevo amor. Todo termina en buenos términos (si fueran principios tendrían que ir al comienzo), con abrazos, besos y canciones.
Lo que nos hace reflexionar esta comedia son los débiles que pueden ser los lazos del amor cuando hay varias parejas en juego, y cómo la seducción de una mujer joven puede más que la más férrea decisión de amar a otra (bueno, en realidad el amor no se decide, sino que sucede). A pesar de ser una obra concentrada en la forma de lenguaje y expresión (en verso), hay mucho movimiento en la versión, y la única escenografía, dos bancos que ofician también de balcones se desplaza contínuamente creando la ilusión del devenir constante de la acción.
Llama poderosamente la atención que una obra tan antigua tenga plena vigencia hoy en día, demostrándonos que hace cuatrocientos años se reían de las mismas cosas con que nos reímos hoy: la vieja fórmula shakeasperana, en el teatro ya estaba todo inventado. Pueden cambiar los modismos o las convenciones, pero en lo más profundo, el hombre se ha reído siempre con los mismos sucesos. Esta bien podría ser un vaudeville moderno, una comedia de puertas, como da en llamarse hoy a las comedias de enredos, que bien lograría su cometido igualmente. Las mujeres parecen haber sido por siempre quienes tomaran el mando de las situaciones amorosas, provocando, dando celos y otorgando o negando sus "sí", y los hombres, unos esclavos del sexo y del amor sin remedio. Así como los mandatos paternos y maternos se obedecían, también se saltaba por encima de ellos siendo los jóvenes los que decidían el futuro de los más viejos. Acá, todos contentos con el cambio de parejas, que hace que las personas maduras se merezcan entre ellos y los jóvenes a su vez. También aparecen acá los duelos a capa y espada por el honor mancillado (el personaje de Doristeo cree que Lucindo está saliendo con su hermana y a la vez con Fenisa y decide vengarla) y los trabajos silenciosos de crear celos e intrigas entre aquellos que se quieren bien.
La obra está tan vigente que se la sigue representando en el mundo de habla hispana hasta nuestros días y se han hecho versiones para la televisión española. Es notable el buen ojo que tuvo el director Santiago Doria en tomar esta comedia para plasmarla en escena y ganando así cuanto premio había por ahí. El tratamiento de los personajes ha sido parejo. Se nota la frescura y la belleza, así como el temperamento de esa Fenisa que le confiere Ana Yovino, la locura pasional y el arrepentimiento de Gerarda dado por D'Agostino y la ambivalencia amorosa de la madre por esa otra gran actriz que es Irene Almus. Entre los hombres el rendimiento también alcanza cotas satisfactorias. El lucimiento de Lucindo, con falso bigote y notable resolución y enamoramiento que le otorga Mariano Mazzei, como el gran partenaire cómico que resulta del Hernando de Di Felice, o la gallardía que le impone al personaje de Doristeo el buen comediante que es Pesqueira. Y por último hablamos de la solvencia cómica y donjuanesca que maneja Virtuoso en el papel de Bernardo, que no cae en el consabido "viejo verde casado con chica joven". Todos trabajan en equipo, sabiendo que deben sostenerse los unos a los otros y que ningún papel está por encima del de los demás. Esto se ve y se agradece. Recomiendo profundamente ver esta obra y no se olviden que quienes me leen en el blog pueden visualizar la pieza completa haciendo click en el "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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