Fui con todas mis expectativas a ver esta nueva puesta de "El Vestidor", la prestigiosa y emblemática pieza de Ronald Harwood, esta vez con puesta de Corina Fiorillo, lo que me incentivaba al encuentro. Primero debo decir que recuerdo con mucha estima la escenificación que hicieron hace más de diez años en la misma sala del Paseo La Plaza Julio Chávez y Federico Luppi y es imposible no caer en comparaciones. El trabajo que en esta hacía Chávez conquistó todos los elogios por la minuciosidad y entrega de su trabajo, una labor impecable y plagada de sutilezas. No era tan potente el desempeño de Luppi entonces, ya que, hay que decirlo, Luppi fue un gran actor de cine pero en el teatro no encontró su modo de expresión. Acá sucede todo lo contrario. Están Arturo Puig haciendo el papel de Norman (el vestidor que encarnó Chávez) y Marrale en el rol de "Su Excelencia", el gran actor shakespeareano que lucha contra su locura. Y digo que se invirtieron los papeles porque el que brilla en esta ocasión es Marrale, opacando la labor de Puig. Arturo Puig es un gran actor, que desempeñó brillantes actuaciones en "Cristales rotos", "¿Quién le teme a Virginia Woolf?", "El Precio" y "Nuestras mujeres", pero acá no encuentra el tono exacto de su Norman, lo hace demasiado normal, correctito digamos. No sé por qué razón Fiorillo decidió dejar de lado el carácter gay y la fisonomía contrahecha del personaje, lo cual era un símbolo de muchas cosas para el texto y la capacidad de brillo para el actor que lo encarne. Además la obra está adaptada, se omiten importantes escenas y textos (es también de imprescindible visión la puesta cinematográfica de Albert Finney y Tom Courteney), cercenando mucho de los mejores disfrutes, tal vez para abreviar su duración.
Pero es así, acá la personalidad de "Su Excelencia" lo convierte en protagonista a él y en secundario a Norman, es tal la actuación de Marrale que deja muy por debajo a su compañero. Las tres mujeres que componen el elenco femenino están muy bien, son ellas; Gaby Ferrero, como "Su Señoría", Ana Padilla en el rol de "Margarita" (perfecta, la asistente de dirección y eterna enamorada de "Su Excelencia") y por último, pero no en último lugar la hermosa y talentosa Belén Brito ("Irene", la actriz jovencita, deslumbrada también por el actor, actriz de impresionante carrera profesional en el exterior de nuestro país y en el propio).
La obra transcurre enteramente en el camarín de un teatro de provincias inglés, en donde el eminente actor sin nombre y cabeza de compañía representa un Shakespeare distinto cada noche, en compañía de su esposa, también actriz y un elenco de mala muerte, y cuenta la relación del actor con su fiel vestidor, Norman. El actor shakespeareano está pasando por un agotamiento nervioso con síntomas de demencia senil, está realmente al borde todo el tiempo y empieza por olvidarse la letra hasta confundir los parlamentos de otras obras. Esa noche toca "Rey Lear" y él se pinta la cara de negro como para representar "Othello". Mientras se desata la batalla de alteraciones físicas en el camarín, el exterior es asediado por los bombardeos nazis, ya que estamos en el marco de plena Segunda Guerra. Pero la lucha externa viene a simbolizar la propia lucha que el actor está llevando contra sí mismo y su decadencia, una decadencia que finalmente lo lleva a la muerte. Son muchas las veces que él exclama: "No puedo más, quiero irme a mi casa, no quiero estar acá".
A la vez la relación que entabla con su servidor es una de total entrega por parte de este con quien considera su mentor y benefactor en el mundo, no sólo debe ponerlo en pie para conducirlo a escena, también debe salvarlo, salvarlo de sí mismo y de su ira, y de su locura y de su lucha interna y externa. Se rinde a sus pies, le prepara la ropa para la función con esmero y pulcritud, se encarga de alejar cualquier influencia maligna que venga desde las mujeres del exterior, hasta sacrifica su barra de chocolate por él. Norman se ha mimetizado con su amo, se ha vuelto su sombra, no sólo le repite una y otra vez sus parlamentos sino que lo maquilla, lo viste y desviste, le sirve en todo lo humanamente posible. Lo que esta versión no deja entrevere es que Norman está enamorado de "Su Excelencia" y por eso trata de apartarlo de todas las mujeres que pueden significar competencia. ¿Y cómo se devuelve toda esa gratitud? Con ingratitud. Cuando "Su Excelencia" empieza a escribir sus memorias, dedica el libro a todos los que ha conocido en su carrera... menos a Norman. ¿Un error involuntario? Puede ser, porque ya está preso de la locura, pero lo cual es tomado por Norman como un acto de vanidad y agrega de puño y letra su propio nombre.
Son significativas también las escenas de seducción del viejo actor con la jovencísima actriz que lo secunda. Ahí se demuestra cuánto quiere "Su Excelencia" revertir su senilidad, sus años y volver a florearse con la juventud, volver a retomar ese camino perdido. Aunque no puede concretar su juego sexual con la chica porque su decrepitud no se lo permite y lo vuelve a colocar en el lugar del que nunca debió haber salido. Su amor con su esposa es igual de intenso, pero más en busca de protección y de un antídoto contra la muerte que otra cosa. Entre ellos dos quedan las complicidades de los años, de los escenarios recorridos, de la intimidad que los cobija y de un profundo amor que puede volverse rencor en cualquier momento. También Margarita cae bajo su influencia, y le reconoce haber estado enamorado de ella y esta asume que siempre lo estuvo de él (pese a su esperpéntico aspecto de mujer seria y frígida), es así que él le regala un anillo que perteneció a otro gran actor y a él.
La obra en sí habla de las grandes desgracias de la vida: un mundo en guerra, con aviones que acechan, bombas que caen por todos lados y refugios antiatómicos, mientras que en el interior del teatro se sucede otra batalla similar, la del hombre enfrentado a su propio destino, que no son sólo las tragedias de Shakespeare, sino las de la locura y la fatalidad (no en vano se está representando "Rey Lear", esa gran obra shakespeareana que habla sobre la demencia y la soledad del poder). Pero habla también de valores humanos que engrandecen cualquier acto de salvajismo, los de la solidaridad, la compasión, el amor, la pasión por la tarea compartida y la felicidad de poder servir al otro.
Es una gran obra, lástima que esta versión no alcance a deslumbrar (lo que sí consigue Marrale, eficaz como siempre, y las escenas con Belén Brito), ya lo dije, en comparación esta puesta sale perdiendo con la anterior, pero no todo es negativo, lo que pierde por un lado lo gana por el otro... Igualmente la recomiendo para quien no haya visto la otra ni la película, es una buena oportunidad de acercarse a "El Vestidor", un texto que nos hace más grandes después de haber asistido a él.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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