Ayer, con una tarde de invierno más bien desapacible, me fui a ver el "bio-musical científico" de y con Belén Pasqualini, "Christiane". Impecable, puedo decir, además de perfecto, emotivo y emocionante, la narración de una vida ejemplar, los intrincados laberintos de una mujer que supo ser científica e investigadora recién llegada de Canadá para trabajar nada más y nada menos que a la par del Premio Nobel Bernardo Houssay. Belén llega despojada de brillo y oropeles, luciendo sólo un overoll amarronado, con una belleza serena de sus 32 años (ya me está gustando para novia), dirige, escribe, actúa, toca el piano a la perfección y canta maravillosamente bien. Todo esto para contar la historia de su abuela paterna, en un merecido homenaje en vida (Christiane tiene en la actualidad 98 años): Christiane Dosne Pasqualini, nacida en Francia, se mudó a los 15 años a Canadá para llegar a los 22 a la Argentina para colaborar con Houssay y se dedicó con pasión a buscar la causa del cáncer en "sus" ratones de laboratorio. Según aclara el programa: "Fue a su vez, la primera de su género en ocupar un asiento en la Academia Nacional de Medicina. Christiane es mujer, es esposa, es madre y es científica. A través de esta pieza, nos adentramos en la vida de un ser aventurero y vanguardista..."
No se trata de hacer lo que se quiere, sino de querer lo que se hace, es la máxima sartreana que signó la vida de esta maravillosa doctora, que justamente da título a su libro "Quise lo que hice", que acompaña desde el piano a su nieta. Sólo con un piano y dos atriles con dibujos hechos con una técnica que experimenta con ilustraciones en miniatura hechos a base de tinta en varias capas, que se aplasta y expande entre paredes de filmina transparente, según nos ilustra el programa de mano. Estas pequeñeces fueron luego atravesadas por la luz del proyector y reveladas por el foco de Angelo Bendrame y así se descubren entre velos de sangre los recuerdos de Christiane. Christiane, una mujer signada por la sangre, de quien es su amiga, experimentó en ratones de laboratorio inyectándoles substancias, sacándoles la sangre y volviéndoselas a poner, las causas de la leucemia y las razones por las cuales se producen tumores. Belén habla un español afrancesado cuando se incorpora a su abuela, y lo hace con las palabras con que se dirigiría ésta a su auditorio. Cuenta su noviazgo con un tal Fritz durante la guerra, un hombre que la dejó para ir a luchar al frente y que cuando lo reencontró ya había formado otra familia. Nos relata su amor, ya en Argentina, por otro médico, Rodolfo Pasqualini, quien terminaría siendo su esposo, y con el que discutió sobre preservar su apellido de soltera uniéndolo al de casada. Habla de un parto fracasado ya que el bebé logró sobrevivir tres días, y de su experiencia de criar seis hijos más, cuatro varones y dos gemelas. Ser madre. Ser esposa y ser científica. Fueron las tres profesiones que abrazó con amor durante su vida. Y cuando se hizo mayor y ya sus piernas no le respondían, el dolor de tener que abandonar las aulas de la facultad ante las miradas despreciativas de quienes no querían que permaneciera en ella. Y del abandono a su esposo por parte del gobierno y de sus amigos al triunfar la Revolución Libertadora del 55. Una vida signada por el estudio, el respeto a la vida, el afán por encontrar respuestas y por el amor a sus semejantes. Christiane Dosne Pasqualini, una médica y luchadora ejemplar.
¿Y qué podemos decir de Belén? Que se le notan los años de formación en actuación, piano, canto y danza y que en buena hora se ha largado a escribir y dirigir sus propios textos. Es autora además de las canciones que interpreta, las cuales son muy ricas en conceptos poéticos y melódicos (dedicándole una a "sus" ratones), y de la música toda que engalana el espectáculo. Pasqualini actúa en tres frentes: el piano, desde donde toca y canta las canciones y la música incidental; el frente, en el cual se dirige al público en primera persona componiendo a su abuela en su juventud o vejez y por último, desde los dos atriles, que portan las ya mencionadas pinturas que ilustran la vida de la investigadora y sus relaciones. Y lo hace todo excelentemente bien, con desenvoltura, con naturalidad, de pronto es un torbellino que arranca de la manera más furiosa y cuando se sienta al piano puede desgranar las melodías más sutiles o furibundas en su composición. Belén es sensible, canchera, parece buena mina, habla de sus amigos que inundan la sala: algunos perdurables y otros conocidos ayer en una pizzería o la amiga canadiense que no entiende el idioma. Siempre está atenta a lo que pasa en el público, es capaz de interrumpir uno de sus monólogos para decir "salud" a un inesperado estornudo en la platea, la comunicación con el público fluye como fluye la vida de la abuela en el escenario. Y es profundamente agradecida, por haber ido a verla, por compartir el secreto que es para ella una función de teatro, un momento único e irrepetible que se transfiere de artista a espectador y que da la vuelta. Yo recuerdo haberla visto en el teatro musical -su cuna de formación-, sobre todo en "Sweeney Todd" justo a Julio Chávez y a Karina K. y más recientemente en "Lord" en compañía de Pepito Cibrián. En todo lo que hace destaca, por su presencia, su buena voz, su belleza y sus condiciones de actriz.
Acá es capaz de pasar desde los horrores de la guerra hasta los del parto -esa guerra personal-, desde su ensimismamiento por la labor de investigación hasta la sorpresa de su madre al verla jugando con "sus" ratones en su cuarto. Belén es aguerrida, inquieta, frontal, una luchadora de armas tomar. Y como directora del espectáculo lo fue de igual manera, sin medias tintas, entregando el todo por el todo a la hora de poner toda la carne al asador: se entrega por completo. Y eso constituye en gran medida el secreto para que el espectáculo sea también de gran emotividad, sacude a las lágrimas en no pocas ocasiones. Es un espectáculo sensitivo -dado para los sentidos- y para la sensibilidad, tanto de ella como artista completa, como para nosotros, público incompleto. Si bien en muchos momentos recurre a la explicación científica de sus experimentos, con lo cual los menos entendidos en medicina nos quedamos afuera, es también capaz de entregarle el corazón a ese hombre, Rodolfo, que la conquistó por su seriedad y su sapiencia. Es un espectáculo para todas las edades y para todas las personas de buen corazón -ayer había alumnos de un colegio en la función, quienes guardaron un respetuoso silencio-, o sea un musical para disfrutar en familia, para salir y debatir, y halagar, y discutir sobre las virtudes de esa mujer que nos colmó el intelecto y el corazón a todos. Gracias Belén. Sencillamente un acto de amor.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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