sábado, 31 de agosto de 2019

Mi crítica de "La Enamorada" (Teatro-Unipersonal-Musical)

Ayer fuimos con mi amiga Amalia a ver este excelente espectáculo de la dupla Santiago Loza-Guillermo Cacace y salimos sumamente felices. Sí, sépanlo desde ya. Amo a Julieta Venegas desde hace mucho tiempo y seguiré amándola. Julieta es co-creativa de este espectáculo, tanto en las letras y música de las canciones como en la idea de su realización. Era un proyecto acariciado desde hace mucho tiempo por ella, cuando leyó, en una antología de Loza, el cuento "La Enamorada" y pensó que se podía hacer algo con esto. Habló con Loza, éste la conectó con Cacace y se fue armando este espectáculo, en donde ella nunca se pensó como intérprete, y menos en el rol de actriz. Pero la vemos sobre el escenario convertida en una actriz hecha y derecha, solvente y muy suelta. Ha pasado la prueba. Julieta aparece hermosa, radiante, con un vestido simple de color rosa y sin ningún atuendo que distraiga la atención, sólo munida con su cuatro (instrumento de cuatro cuerdas con forma de guitarra de origen venezolano), con el que entonará dos de las siete canciones que conforman la pieza. Se descalza, en el comienzo porque "total estamos en la intimidad" y descargará un discurso sobre los pies limpios antes de acostarse que recuerda desde su niñez.
El espectáculo habla de cosas simples, minimalista, sencillo en su exposición, pero adquiere carácter universal. Empieza con la exhibición de una serie de fotografías de París, la Plaza de San Pedro y Pisa, para que luego diga el personaje de Julieta (un personaje sin nombre alguno) que las puso para "darse dique" de cosmopolita, pero que nunca ha estado en Europa, es más, desconfía de que exista Europa. Admira las fotos bien sacadas que expresen el haber recorrido algunos sitios, pero confiesa que nunca ha sacado una foto en su vida. Ah, sí, recuerda, una vez sacó la foto del muro al que daba su casa y se la mostró a su madre, ante lo cual preguntó: "¿y que significa esto?". "Nada. Es el muro". La simpleza para escribir de Santiago Loza convierte las cosas cotidianas en las más maravillosas del mundo, por esa especie de re descubrimiento de lo común, lo que tenemos ante nuestros ojos y no percibimos, es un viaje de re fundación. Venegas habla y habla, decretando que en esa noche no existirá la democracia sino la dictadura, la dictadura de la palabra, y la exclusividad de ser la única que la use, ya que se muere de ganas de contarnos... Y nos mete en el mundo fascinante de su niñez. "Éramos una familia 'delicada'", insiste, "de aquellas que comían poniendo los cubiertos al costado del plato, que no hablábamos en la mesa, que teníamos sirvienta, que los chicos no contestaban a los mayores y nos persignábamos antes de comer". Por supuesto, va a dedicar una canción a todas estas costumbres. Va a recordar muy especialmente a su hermanito japonés (un niño con síndrome de down), aquel a quien tanto amó, un amor que no volviera a experimentar hacia nadie. Y se sorprende de que a su hermanito le dijeran down, ya que esa palabra significa "bajo" en inglés, y él no tenía nada de bajo, siempre estaba volando a grandes alturas, siempre en las nubes. Claro, el hermanito japonés no sobrevivió a la niñez.
Julieta se define como la menor de catorce hermanos, y cree a pies juntillas que la tuvieron para no quedarse en el fatídico número trece. Cuando su madre la tuvo ya no disponía de más leche para amamantarla (lo que será influido por el título del capítulo "La lactancia infantil"), sus pechos se habían secado de tanto dar la teta a sus hermanos mayores, y en especial al japonesito, que la tomó hasta los tres años, convencidos de que se iba a transformar en un maestro zen, en un sabio japonés o en un samurai... pero claro, no llegó a revelarse como tal porque no accedió a la adultez. A ella la amamantó una nodriza, "Mary", quien le hablaba de irse a vivir con ella, ya que la consideraba como una hija y jugaban juntas. Esto llegó a oídos de su madre quien las citó a las dos e hizo la pregunta fatídica: "¿Te querés ir a vivir con ella?" Julieta no contestó lo que significó, a sus cuatro años la gran frustración de su vida: ¿qué hubiera pasado si en vez de callar hubiese dicho "sí"? Por supuesto, a partir de ese día y gritos por medio de su madre, no volvió a ver nunca más a Mary, hasta que supo por alguien que había muerto.
Ella nunca amó a nadie con pasión, no es que nunca hubiera tenido enamorados, pero nunca sintió ese cosquilleo en las entrañas, así que está dispuesta a darnos su amor incondicional a todos por igual, hombres y mujeres, perros y caballos, sólo pide que llenemos las solicitudes que luego ella evaluará y puede que lleguemos a algo... El espectáculo no es en sí una obra de amor, a pesar de su título, si es que puede llamarse amor al mismo acto del enamoramiento, pero sí de un amor infinito hacia todos los recuerdos de su vida. "La enamorada" se refiere a la hiedra que trepaba amablemente por el muro de su jardín y que se secó de pronto el día en que su madre empezó a morir, y fue ella quien tuvo que darle la cruda noticia: "la enamorada se secó", y se le hizo un nudo en la garganta al ver a su mamá como una sombra de lo que fuera en sus años de juventud, una sombra pronta a desaparecer. "No creo en el más allá", sentencia, "ni en la vida eterna, así como no creo en Dios, o mejor es él el que no cree en mi vida... ¡así me va como me va!", declara con soltura y desenfado. Todo en este personaje son palabras de sabiduría casera que guarda como el secreto de la mermelada de peras, esa mermelada que sueña que prepara para el japonesito y que viene a comerla y deja el tarro abierto. Pero claro, el niño ya no está, sólo quedan sus emotivos recuerdos, recuerdos que transmite sin nostalgia, con la alegría que su inocencia de chica de pueblo le permite.
Así recuerda cómo quiso disfrazarse para el carnaval, ante la negativa de su madre quien postulaba que esas "son cosas de negros". "Sólo te disfrazarás si vas de reina", le dijo su progenitora, y así fue. Le cosió el vestido con total dedicación y ella pasó días y días haciéndose los bucles en el pelo. Pero todo se vio aguado, literalmente, por un balde de agua inoportuno que la bañó de arriba abajo y que dejó ver sus pequeños atributos corporales ya que iba desnuda debajo del traje.
Las transparencias que podemos ver detrás de ella, en esa especie de pantalla, son más que sugerentes, así la vemos sumergirse en un momento en un mar de agua, que se va tiñendo con tinta roja que asemeja sangre, o colocar en un plato de comida una liebre rodeada por múltiples insectos, mientras afirma que eran gente "delicada". Toda la concepción del espectáculo, sin escenografía alguna, sólo la pantalla y la presencia de Julieta y su instrumento, está maravillosamente pergeñada, ya que la iluminación hace milagros y la música resulta conmovedora. La voz de Venegas suena como nunca, despojada, clara, bien afinada y afiatada, emotiva y emociona. Conmueven sus canciones porque están hechas desde un lugar particular del corazón, cada una para ilustrar algún momento de su historia personal (la de su personaje). La dirección de Cacace también hace prodigios, extrae de Julieta las fibras más íntimas de la emoción comprometida, la simpatía, el desenfado o la presencia de una chica volando por las alturas de la palabra.
Un párrafo especial voy a dedicar al público. Nunca vi un espectador peor predispuesto: toses constantes y repetidas, movimientos constantes, hasta algunos que se sonaban la nariz impúdicamente sin conciencia del ruido que producían. Se notaba que no eran público de teatro sino más bien habían ido a ver a su estrella como a un recital más. Inconcebible e irritante. No deberían dejar entrar gente resfriada o engripada a una sala teatral.
En resumen, un espectáculo de apenas 65 minutos que se pasaron como 5, un deleite para los ojos, los oídos y el corazón difícil de repetir en un escenario y difícil de olvidar. Entre lo mejor del año teatral. Para recomendar ampliamente.
Y gracias por haberme leído nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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