En esta nueva modalidad de pandemia, de ver teatro de archivo desde nuestra casa, pude ver esta maravillosa puesta de la última obra de Federico García Lorca, realizada por Vivi Tellas con un elenco extraordinario, montada en el San Martín. El principal inconveniente que tiene esta filmación es la cámara en plano general (bastante alejada) y fija, con lo cual nos priva de ver los rostros de las actrices y su gestualidad, así como de primeros planos o planos detalle. Conozco el reparto por lo que he leído, pero me es imposible identificar a cada una con su papel. De todas formas es un elenco de lujo para tan prestigiosa obra, algunas de ellas eran todavía muy jovencitas. Bernarda Alba está interpretada por la gran Elena Tasisto, en un rol que le calza justo. Poncia, su sierva y confidente es otra grande: Mirta Busnelli. Las hijas son: Magdalena (Muriel Santa Ana), Angustias (María Onetto), Adela (Moro Anghilieri), Martirio (Carolina Fal) y Amelia (Andrea Garrote). La abuela es un gran trabajo de Lucrecia Capello, así como la criada es Mausi Martínez y Prudencia esa actriz gloriosa y desaprovechada que fue Nya Quesada. Ya está planteado el equipo, vamos ahora al partido.
La escenografía, despojada al extremo, sólo con una mesa, sillas y camas con colchones sobre los elásticos, así como unas paredes flexibles de las que se puede salir y entrar con permeabilidad son obra del gran artista plástico argentino Guillermo Kutica. La obra está fechada en el 2002, así que cuenta con varios años ya en el haber de todas estas prestigiosas actrices (algunas ya muertas incluso). Como versión, debo confesar que me gustó más la de Muscari (¡oh, sacrílego!), pero no sé si será por la música envolvente de Michael Nyman (el colaborador de Peter Greenaway), o por la adaptación del propio Muscari que decidió suprimir personajes en pos de la dramaturgia encerrada en esas ocho mujeres, lo cierto es que me conmovió mucho más que esta despojada puesta.
El tema de la obra es bien conocido. Con la muerte de Antonio María Bermúdez, marido de Bernarda da comienzo la acción y acudimos al día del sepelio, con la opresiva presencia de la madre ante unas hijas que quieren romper el duelo. La férrea mano tiránica de Bernarda venía a representar la dictadura de Franco, algo que iba a llevar a la muerte al propio Lorca, allá por el 38, como tantos poetas más (Machado, Miguel Hernández). El luto impone que todas vistan de riguroso negro, pero el luto que cargan en su vida, víctimas como son de esa madre dictatorial, las hace que el negro sea el color presente en todas sus vidas. Sólo la más joven de ellas, Adela (gran trabajo de Moro Anghilieri, que rezuma sensualidad por todos sus poros, como en la vida real) se anima a ponerse un vestido verde, lo que provoca el escándalo entre sus hermanas y su criada Poncia. La más "vieja" de las niñas, Angustias (quien porta 39 años, contra los 20 de Adela), está pro casarse con Pepe el Romano, un buen candidato, según parece, ya que todas las hermanas sueñan con él. Aunque, dicen las malas lenguas (en la lengua viperina de Poncia) que éste sólo se casa por la herencia, que al ser la mayor de las chicas la ha heredado casi toda del padre. En otras palabras, que Angustias, debido a su edad ya no resulta deseable para hombre alguno y debe sentirse bien conforme de su próxima boda. Las chicas se entretienen bordando encajes para las sábanas de la próxima novia y se disputan con pequeñas bromas y chicanas que se hacen entre ellas. Pero todo se ensombrece cada vez que aparece la siniestra sombra de Bernarda por los alrededores, que, en su reciente viudez, ha prohibido las risas y las juergas entre sus hijas. La única que escapa a toda esa pesadilla es la abuela, que está loca, y deambula por allí cuando logra escaparse de su reclusión, pidiendo un novio y diciendo a las niñas que se casen, que escapen del yugo de la tiranía antes de que se sequen sus carnes. La abuela significa la cordura entre tanta sinrazón y se presenta como una bocanada de aire fresco ante tanta negrura. Incluso, sobre el final de la obra, Lucrecia Capello no sólo pone la voz sino el cuerpo al servicio del personaje al salir completamente desnuda clamando por libertad. Esta es una transgresión que sólo Vivi Tellas podía hacerse cargo.
Pero la gran protagonista de la obra es Martirio (Fal, en una excelente composición), la "fea" de las hermanas, jorobada y enclenque de salud que pone blanco sobre negro a la hora de la verdad, y es quien se anima a patear el tablero enfrentándose a su propia madre. No permitirá que le pegue más ni la castigue, toma las riendas de la situación e incluso es la voz delatora de Adela, la más joven quien tiene amoríos secretos con Pepe el Romano, el novio de su hermana. Es lógico, Pepe la desea a ella, y es con ella con quien se divierte para sus juegos sexuales, los que no estarían permitidos con alguien como Angustias. Adela es quien disfruta de su despertar sexual más que sus reprimidas hermanas, y lo hace sin culpa. En realidad todas, cada cual a su modo ponen coto a las represalias de su madre, aunque ésta siga mandando y ordenando que se tapien los ventanales de la casa y se viva a oscuras, como "buenas mujeres decentes". El humor no abunda (es un drama hecho y derecho), pero hay pinceladas que lo dejan trasuntar. En la puesta de Muscari se hacía más hincapié en el recurso humorístico de las situaciones.
Poncia es la única que sabe del deseo de Adela de casarse con Pepe el Romano, y se lo advierte a ésta que se está metiendo en un juego sin retorno. Le dice con maldad que deje que se case con su hermana, que es de caderas chicas y vieja, que no resistirá al primer parto, y luego de muerta Pepe buscará refugio en alguien más joven, como ella. Claro, esto no deja de estar cargado de maldad y de humor, así de franca es Poncia. Y así también advierte a Bernarda que tenga abiertos los ojos sobre lo que ocurre a su alrededor, que muy pronto se desatará la tormenta. Bernarda está muy segura de su mano de hierro y no hace caso a las habladurías de su criada. La otra en saberlo es Martirio, y es quien despierta a todos cuando Adela salga al establo a "refrescarse" con su amante. Se arma gran jaleo y confusión. Bernarda acude presta y es martirio quien la alcanza la escopeta para que mate al Romano. Bernarda sale y dispara. Adela, creyéndolo muerto, entra a su cuarto y se suicida colgándose de una cuerda. Pero Pepe ha escapado... La fatalidad, sin embargo se ha derramado sobre la casa de Bernarda Alba, quien grita, desbocada que vistan de blanco a su hija, que ha muerto virgen. "¡Guárdense las lágrimas! No deben llorar. A la muerte hay que mirarla de frente" son las últimas palabras conmovedoras de esa mujer fuerte y despótica que arrastró a la desgracia a sus hijas con su dura presencia. Todo es griterío y locura en la casa de Bernarda Alba porque la menor de sus hijas ha muerto, y eso sus hermanas no lo soportan. Cae el telón y el público aplaude agradecido ante esta lección de teatro.
Admirables son todas las interpretaciones aunque aquí sólo pueda inferirlo por la impostación vocal y las manifestaciones corporales, debido al mal uso de la cámara. Bueno hubiese sido ver los rostros jóvenes de tantas buenas actrices de una camada muy significativa para el teatro argentino. Pueden verla en la página del TGSM. No se la pierdan porque es una obra clave del genio y la poesía lorquiana.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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