"Cuando tu sonríes (todo el mundo sonríe contigo)" decía una vieja canción. Y eso es lo que logra Norma Aleandro encima de un escenario despojado. Ella sola y su alma (por momentos con un guitarrista). No necesita de nada más para provocar la magia del encuentro. La magia del teatro. Cuando el talento se junta con la calidad, cuando ésta se une con el humorismo, cuando éste se alía con la falta de groserías, cuando ésta se liga a la sutileza y a la delicadeza, estamos frente a un combo irresistible. Y Norma Aleandro muestra durante una hora y cuarto que es la mejor actriz argentina, y lo demuestra con creces. Y el material que ha elegido para hacernos reír es inmejorable, desde Lope de Vega a Tirso de Molina, desde Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa, todos son autores probados e irreprochables.
"Sobre el amor y otros cuentos sobre el amor" es el título que Norma ha elegido para este espectáculo, y lo explica, medio en broma, que porque todo comienza y termina con el amor y en el medio hay muchos cuentos, y medio enserio, porque era un título capicúa y dicen que trae suerte. Pero Norma no necesita de la suerte, tiene talento, y eso basta para hacer grata la función. Y además de talento tiene la gracia necesaria para encarar cada uno de los poemas o los relatos, una gracia mitad estudiada y mitad natural. Y tiene la suficiente sensibilidad como para no caer en la chabacanería en que otros caen para hacer reír, ella se basta del buen gusto y de la sana expresión. De esto deberían aprender tantos monologuistas que andan por ahí (y que no me convencieron sus trabajos), como Dalia Gutman, Diego Reinhold, Verónica Llinás, Fernando Peña o Sergio Gonal, por citar algunos que me vienen a la mente. No sólo no son graciosos sino que apelan a lo más bajo de la condición humana para sacar una sonrisa. Norma, en cambio, recurre a la inteligencia y a una forma de adentrarse en cada personaje que lo vuelve único, le da vida, le otorga todo su talento de actriz para conformar una creación en cada texto que encara. Y lo hace bien desde el humor, bien desde la sensibilidad. Así recurre a sus dos musas: Sherezade por un lado, como la gran contadora de cuentos que fue, y la abuelita por el otro, su propia abuela, que para cada cosa tenía un refrán, una anécdota o una respuesta ágil; lo sabía todo, lo había visto todo y todo había pasado en su pueblo. Y esto lo cuenta Aleandro con gran despliegue de recursos teatrales y con infinita gracia. Y eligió el tema del amor porque nadie puede disentir sobre tan encumbrado tema. Dígase lo que se diga nadie puede refutar unas declaraciones tan oportunas. Siempre hay gente discutidora para cada tema, pero sobre el amor hay como una unanimidad: "Lo hizo todo por amor", "Vivió por amor", "Se mató por amor", "Mirá a dónde llegó por amor", son afirmaciones ante las que nadie puede disentir.
Y vamos a los dos temas del espectáculo: los amores que tienen prestigio y los que no. Entre los primeros se encuentra el amor de un hombre por una mujer, o viceversa, y lo pasa a ilustrar de la mejor manera posible. Con un poema de Lope de Vega sobre el amor. Lope era fraile, pero sabía mucho sobre el tema, era la época en que los frailes practicaban. Y no se queda corto con el excelente poema. Claro, la gracia está justamente en la gracia que pone Norma para decirlo. Y sigue con otra poesía sobre Baltazar de Alcázar e Inés, quien a fuer de ser maliciosa, encima le cobraba por amor, pero logró cautivarlo sirviéndole berenjenas con queso, lo que trajo beneficios para la digestión de don Baltazar, uniendo su estómago a su corazón. Otro relato en verso: Magdalena era la amante de don Mendo, pero lo despreció. Entonces este se alejó y se transformó (bhá, se dejó la barbita y se hizo trovador) y andaba de aquí a allá con su mandolina. Acá Aleandro hace un parate. Como hay escasez de elenco va a tener que representar ella a Magdalena y a don Mendo: para diferenciarlos hará que Magdalena menee un abanico y don Mendo... no. Para eso va a recurrir a la imaginación del público, los va a hacer trabajar. Y como la imaginación es la gran aliada de los actores... ¡a la obra se ha dicho! Y pone toda su eficacia en asumir los dos personajes en verso que tratan las aventuras de Magdalena y don Mendo. Magdalena se ha hecho amante del rey, y encuentra seductor a Mendo debajo de su disfraz (su barbita) irreconocible, y tratará de seducirlo. Seducción va y seducción viene que entretejen los más jugosos diálogos y hacen reír a toda la platea.
Luego, Norma se va a atrever a cantar una copla: "La Tarara", con guitarrista invitado, y la verdad es que todo el empeño encuentra su justo resultado. Ahora vienen los amores que no tienen prestigio. El amor al fútbol es el primero, el amor por ciertas músicas (uno puede decir que le gusta Bach, Mozart... pero ¡Wagner! con lo largas que son sus óperas y encima todas cantadas en alemán... no da prestigio). Luego menciona a su maestra de música de primaria a la que le daba por componer himnos, con la mala suerte de que ya estaban todos compuestos... Hasta que se declaró el Día del Árbol y pudo conseguir su sueño: componer un himno al árbol. Por supuesto que todo el pasaje está contado con infinita sutileza y simpatía, provocando las más sonoras carcajadas. Viene luego el amor por ciertos animalitos: uno puede amar a un perro o a aun caballo, está bien visto, pero no a un gato... y ahí se instala la grieta entre los que aman a los gatos y a los que les da picazón, urticaria, escozor, acercarse a un felino. Y por último, el amor a la pesca, está muy mal visto no como el amor a la caza, al que dedicará dos poemas y un cuento, de lo más efectivos.
Luego canta un cuplé: "La carta", en donde resulta airosa. Y llega el cuento de Gabo, que no sé si se llamará "El ahogado" o "Esteban". Este cuento no tiene nada de gracioso, pero sí hace referencia al amor, y narra las desventuras de un pueblo que recibió a un ahogado en sus costas, dicho muerto era tan grande, tan largo y bien parecido que enseguida todas las mujeres se enamoraron de él desdeñando a sus maridos. Conclusión, que no hay lugar donde enterrar a semejante muerto, tan estirado, que deben devolverlo a las aguas. En el proceso todo el pueblo se hace un poco mejor, tanto hombres como mujeres, en honor al difunto, que los engrandece con su presencia y los ilumina. Norma sabe relatar el cuento con las mismas palabras de García Márquez, y se nota que allí hay hechura de poesía. Todo en la narración es pintoresco, bello, armónico, poético, inspirador. Un gran aplauso corona la extensión del relato.
Y se viene el gran final: el monólogo de "La Señorita de Tacna" en dónde Vargas Llosa refleja toda su humanidad. Aleandro no necesita de caracterización, es una gran actriz, la más grande, y sólo utiliza un mantón para encarnar a esa anciana nonagenaria con pecados por confesar con total compenetración en el personaje. Pero cuando se descorre el velo es la misma persona, pero una jovencita de 20 años con total frescura y verdor, y pasa de una a otra composición con la distancia de un segundo. Ahí Norma nos da una clase de teatro, de sensibilidad, de humanidad, de nobleza de actriz, todo puesto en los dedos sarmientosos de esa anciana a la que le cuesta hablar y mantenerse erguida para convertirse en la lozana muchacha que fuera hace setenta años atrás.
Estoy seguro de que tenemos la mejor reserva de actores del mundo, reíte de las "master class" que vinieron a dar Pacino o Malkovich. Norma Aleandro es una actriz inmensa y mi visión de la obra se convirtió en el más puro placer orgiástico de acceder al mejor teatro. Lo pueden encontrar en youtube buscando: maipo norma ríe. No se lo pierdan porque vale la pena. Y uno puede reírse con ganas sin necesidad de trucos de humo. Hay una gran diferencia entre divertirse, que significa apartarse de lo importante, y pasarlo bien. Yo la pasé muy bien.
Y en el palco avancen estaba María Luisa Robledo, madre de Norma, quien se ganó un gran aplauso también. ¡Vivan las grandes!
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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