Alejándome un poco del mundanal ruido, mientras escucho la 9° de Mahler, excelente y exquisita sinfonía, dejo de lado por un rato los cuestionamientos sobre por qué no cuidaron mejor a Dieguito Armando, por qué tuvo que venir a morírsenos Dios y los desmanes cometidos en la Casa de Gobierno, como si los barrabravas se fueran a detener por tratarse de un velorio y en la mismísima Casa Rosada. En fin, todo a lo que nos tiene acostumbrados el circo de la Argentina. Y me encuentro con esta película, "Pies de acero", de un ignoto David Gow, de quien sólo conseguí saber que filmó esta única película como director (2006) y que su actuación más destacada fue en "Las Invasiones Bárbaras" -como actor, lo que en definitiva es- además de aparecer en 46 películas más, la mayoría de ellas para TV. La película que nos ocupa es muy rústica, casi, artesanal, esto se puede ver ya desde la tipografía que utiliza para los créditos, un film "indie" si queremos darle más prestigio. Los materiales con que cuenta este film son muy limitados, un guión del que hablaré más adelante, una escenografía compuesta por una celda en donde se desarrolla casi toda la acción y dos actores bastante talentosos: David Strathaim y Andrew W. Welker, entre los cuales se mantiene un "duelo actoral", o eso quieren hacernos creer.
sábado, 28 de noviembre de 2020
Mi crítica de "Pies de Acero" (Cine)
El guión de "Pies de Acero" se limita a un ejercicio teatral de primer año del conservatorio, la dialéctica entre el amo y el esclavo, uno que manda y el otro que tiene que obedecer, un montaje de psicodrama bastante convencional, con ribetes de ideología nazi en su contexto. No hay más que eso. Un juego con sombras en la cara de Mike (Walker) en un momento, como para que digamos "qué sutil es este director, cómo quiere hacernos ver las luces y las sombras de este personaje" y unas cuantas malas palabras bien sazonadas como para darnos la impresión de "de contenido adulto". La primera escena, la de las patadas al trabajador pakistaní que le provocarán la muerte y a Mike la cárcel, está filmada ¡en ralenti! y nos da verguenza ajena (recuerdo la descarga de patadas de Alex en "La Naranja Mecánica", de Kubrick, al compás de la Sinfonía Coral de Beethoven o de la obertura de "Guillermo Tell"). De ahí, el joven skinhead pasa a prisión y se le asigna un abogado... judío: Danny Dunkelman (Strathaim), quien en su primera entrevista consigue sacarle que estaba alcoholizado por whisky y cervezas cuando cometió el acto reprobable y que llevaba puestas botas militares con puntera de acero. Y que lo pateó 38 veces. Su víctima sobrevivió tres semanas, como para describir sus dolores físicos y la pérdida de un ojo, y la disculpa que hacía a su agresor. Todo entre crudo e idílico, vea señora.
Mike no quiere que se lo juzgue como un skinhead, ya que no quiere que se enjuicie a su movimiento sino a su persona. El abogado es judío y se lo hace saber, para ver la reacción de su defendido, y le pregunta si está de acuerdo. Mike dice que en un mundo ideal haría lo posible para que lo eliminaran, pero que en ese momento lo necesita. Dunkelman recibió las enseñanzas de su padre, un judío sabio y conciliador, quien le decía que hay que cuidar incluso a aquellos que lo quieren ver muerto. Tal vez por esas palabras es que ahora decide tomar el caso y jugarse por él, aún a riesgo de perder a su esposa (¡!), como si él se obsesionara tanto con el caso que olvidara sus deberes conyugales, cosa que no ocurre. En la lectura de los cargos se presenta toda la banda de amigos skinheads haciendo sonar sus botas, lo que descoloca a Dunkelman porque lo hacen poner en ridículo haciendo parecer el crimen como una cuestión racial -que en el fondo es lo que era-. Mike se queja de que están perdiendo Montreal a manos de los inmigrantes judíos y negros.
En otra visita a la celda, el abogado le lleva a Mike una foja de papeles con sus cargos para que los lea y prepare su propia defensa. Le presta el portafolios de cuero que le regalara su padre. Mientras, Mike utiliza su tiempo inútil en la celda para tatuarse en un brazo con un punzón un símbolo nazi. Destruye su celda debido a su impotencia para enfrentar su crimen, descarga su violencia luchando con su sombra. Dany vivista a Mike en su celda y éste le reprocha que no le haya devuelto una llamada. El abogado aprovecha para preguntarle si tiene alguna idea con respecto a lo que leyó. Mike no tiene. Dany le reprocha por sus amigos skinheads que quieren matar por deporte a todos los descendientes del Holocausto. Mike entonces lo hace enfurecer y le reta a pegarle, a lo que Danny se niega. Finalmente le dice que si empezara a pegarle no podría parar. Esto le da una idea al acusado para empezar a preparar su defensa.
En otra visita a la única escenografía, están ensayando una expresión del juicio. Danny le pide que hable de forma concisa y corta, a lo que Mike se arrepiente de haber cometido el crimen. Dunkelman lo hace tentar para que se enoje, le pregunta si se siente basura blanca, a lo que éste responde que no. Y prepárensese porque se viene la parte del "circo-drama". Danny le pide que explique su crimen, su defendido dice que es porque no les dan trabajos valiosos a los hombres blancos, todos se los asignan a los inmigrantes o a los judíos. Dany se enoja (¡uy, que miedo!), quiere que diga por qué mató al hombre, se descontrola. Mike se reconoce como un soldado blanco ario que está siendo controlado y torturado por los judíos, mientras hace el saludo nazi. Eso sí, todo con mucho grito, mucha furia y mucha "convicción". Grita a viva voz que los judíos son escoria que hay que eliminar. Entonces Danny le pide que lea la declaración de su víctima, ahora que está en pleno trance traumático. Mike se niega, pero finalmente Danny lo obliga a hacerlo. Como era lógico de esperar (¿lógico, ante semejante infrahumano?), se quiebra al leer el perdón que le dedicó su víctima. Termina "destruido". Danny quiere que lea el documento nuevamente, quiere que sea la hebra que pasa por el ojo de una aguja, según la tradición judía. Mientras, Danny debe soportar que su esposa abandone la casa.
Lo que vemos del juicio concreto es poco y nada, sólo un Mike pidiéndole a las autoridades que hagan algo respecto a su problema, con eso concluye su alegato. Es reporteado por la televisión y se define como alguien que tomó el camino equivocado. (¿Cómo, se desdijo de todo lo que sentía en lo más profundo de su ser o será por conveniencia?). Su condena fue aliviada gracias a la buena actuación de su abogado, mientras éste goza de su cabaña y su yate aunque subsista el dolor por la partida de su mujer. Lo han ascendido. Nos enteramos que estuvo en cama durante dos meses, se entrevista con su cliente, quien va a visitarlo a su morada. Danny continúa odiando a Mike por su antisemitismo, sin embargo le regala el portafolios que heredara de su padre. El abogado Dunkelman termina la película comparando la tela sagrada con la cual su padre leía la Torá, con el universo...
Qué bueno que todo se haya arreglado por el buen proceder el abogado, esas aves de rapiña que deben hacer que sus defendidos tengan la menor pena posible, aún cuando hayan cometido un crimen aberrante y, en el fondo sigan pensando de la misma manera. ¡Ah, no, cierto que en el último instante cambió y vio todo con otros ojos!! Entonces, ¡qué lindo es tener la conciencia en paz, tranquila y sin mácula! Una película que el señor Gow podría no haber filmado y que nadie lo hubiera sentido...
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente)
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