sábado, 30 de junio de 2018

Mi crítica de "Contemplo la Nieve que Cae Blandamente" (Teatro)


Este es otro hallazgo de Teatrix, el estreno de esta obra que (para mí) pasó desapercibida en la cartelera porteña y sin embargo fue registrada en mayo del 2018 y que es una verdadera joyita. Es una obra difícil de aprehender, por lo acotada de su síntesis (dura tan sólo 50 minutos) y su discurso abundante, casi abrumador. Podemos situarla en el tiempo, un 9 de julio de 2007, el día en que nevó en Buenos Aires, como metáfora de lo extraordinario, de lo raro, lo imposible. Así como es de imposible la búsqueda de ese padre por parte del hijo guacho que lo reconoce en un antipático escritor que se cree merecedor del Premio Nóbel. Así como es de imposible conciliar las dos visiones de la vida contrapuestas que tienen estos dos seres que, sin embargo, se aman. Así como también es imposible la forma de hablar del escritor, con la puntillosidad y la estructura de la Enciclopedia Británica.
Los intérpretes de esta obra de Alberto Drago, inteligente y tragicómica, son dos: Luis (Julio Ordano) el escritor añoso y Paul (Ulises Puiggros) el joven ansioso por conocer su verdad. Y la verdad es que Luis vive encerrado en su burbuja de cristal odiando todo lo popular ("el poulacho") como el tango, Gardel, Borges, el Abasto, el Riachuelo, al presidente y su traza descamisada, y hasta los certámenes en donde se "baila por un sueño" y los jurados parecen extraídos de los bajofondos con peleas de conventillo. También odia todos los concursos en donde se vota unánimemente. Es el "poeta del buen humor aristocrático", aquel que añora el dominio del poder por sobre su democracia. Y así adscribe al recuerdo nunca vivido de "el" (siempre en singular) desfile militar que los partidos gobernantes le han censurado, las fuerzas armadas, la marina, la aeronáutica, en fin lo pinta como un "facho" hecho y derecho que no tiene miedo de exponerse. En cambio su "hijo" (su madre recuerda haber estado con ese hombre y el ADN demuestra que es el verdadero padre), es socialista de Alfredo Bravo, y reclama por la causa de los más humildes, de los trabajadores y de los pobres. Pero aún así rozan una pizca de entendimiento, aquella que los va a hacer estrecharse en un abrazo paternofilial. Y en un beso apasionado en la boca del hijo al padre, que lo descolocará, con toda su carga de admiración e incestuosa, acusándolo de sodomita y enjuagándose profundamente la boca ante tan repugnante actitud.
El lugar de encuentro es una selecta confitería, en donde sirven el mejor té inglés para el caballero y el más delicioso café, para el joven, ambos habitués de la casa, el uno siempre a solas con sus rumiares filosóficos y el otro en compañía de alguna chica (no siempre la misma) a quien invita a cenar. Pero esa tarde de nevada están los dos solos en el interior de la confitería pues todos los "sirvientes" para el primero y los "empleados gastronómicos" para el segundo han salido a ver el espectáculo de la nieve y han dejado por un rato de servir a los comensales.
Las fotos de la madre se acumulan encima de la mesa, mientras Luis niega todo contacto con esa mujer y su hijo asegura que él es su padre. Simplemente no lo quiere reconocer: hay hombres que se han hecho para procrear y otros para crear arte, dar al mundo belleza. Él se encuentra ubicado entre estos últimos. Un hombre que casi nunca sintió excitación sexual (sí la sintió en el momento del beso de su hijo) y que en su vida sólo pudo eyacular tres veces: una con la madre del muchacho, otra cuando espiaba a su madre desnuda y la tercera cuando espiaba los vestuarios de los musculosos oficiales británicos. O sea un hombre seco, que no tiene el poder del gozo ni para procrear, como él mismo se lo autoimputa ni por el gozo mismo. Un onanista, según palabras de su hijo, que sólo supo complacerse a sí mismo.
El hombre se cree importante, cuando en realidad su ex mujer furtiva declaró que ese hombre es "roñoso y asqueroso, hizo de su vida una mierda" y le pidió al hijo, antes de morir, que no lo buscara. Ese hombre cree que todavía puede aspirar al Nóbel y que es un poeta fino y educado para las elites, para ser disfrutado por unos pocos (así como en su vida sexual). El hijo está allí para desmitificarlo, para decirle que sólo escribe frases sin sentido y lugares comunes, que su prosa es engolosinada y vacua, así como su propia existencia. La madre ha muerto hace tres meses y le pide que no lo busque, que se olvide de él, pero el hijo, como buen gato al que lo mató la curiosidad, busca conocer sus orígenes. Finalmente se despiden sin otra luz de volver a encontrarse, siguiendo cada uno con su miserable vida. Todo queda en un abrazo cerrado que sellará la unión padre-hijo.
Lo imposible parece ser el rumbo que marcará y definirá esa relación, como el hecho de ver nevar en Buenos Aires: rápido, efímero, sutil, que se derrite al mismo tiempo que cae sobre el suelo. Mientras el padre queda en su grandeza: "Ésto no es una nevada, nieve es lo que cae en Nueva York en Navidad, o la nieve azulada de NIza. Nevar nieva en París, en Londres, en Madrid, en Münich, pero no en Buenos Aires". Y sus últimos versos serán los del tango de Gardel a quien tanto odia, y que se escucha en off: "contemplo la nieve que cae blandamente..."
En fin, una pieza compleja que se mueve como pieza de relojería, en donde cada parlamento parece caer en el lugar exacto, y que el director Eduardo Lamoglia ennoblece con su oficio. Una obra que rueda entre lo cómico y lo patético y que puede dar mucho material sobre el que discutir y discurrir. Y no se olviden que los que me leen en el blog tienen la oportunidad de ver la obra completa cliqueando sobre el "Ver Obra".
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 29 de junio de 2018

Mi crítica de "¿Qué Hacemos con Walter?" (Teatro)

¿Qué hacemos con la crítica?
Ayer fui a ver esta prestigiosa obra que me gustó y me decepcionó al mismo tiempo. Empiezo por lo último. Me decepcionó porque los comentarios eran que se trataba de un mar de risas, una obra para reírse sin parar del principio hasta el fin. Nada más errado. Es una obra que bajo la pátina de la comedia esconde una tragedia: la muerte de un ser humano por traiciones, enconos, prejuicios y otros etcéteras. Eso no puede dar nunca una obra para reírse de principio a fin. Es una pieza profunda en su esencia que habla del doble discurso argentino, la hipocresía, la xenofobia, la carencia de respeto por el prójimo, los prejuicios, la solidaridad, la doble moral, la entrega, el ridículo, las familias o su carencia, la discapacidad, la locura y un montón de cosas más. ¿Cómo reírse de todo ésto? La respuesta es: de la sabia mano de Juan José Campanella, un artífice de lo imposible. Claro que también cae en sus pozos, sus bajones argumentales y hace insostenible una obra de dos horas de duración. Cuando Campanella se pone a escribir le salen cosas muy largas (en teatro, no así en cine), ya teníamos la experiencia de las dos horas y cuarto de "Parque Lezama", pero aquella era una obra más fresca, ésta es más claustrofóbica, a mí me generó una gran angustia más allá de las sonrisas.
Y digo que me gustó precisamente por aquello, por la gran cantidad de temas "importantes" que toca y como lo hace codeándose con el humorismo. Además tiene un plantel de actores imbatible. Principalmente está Miguel Ángel Rodríguez (que nunca fue santo de mi devoción, especialmente por esa imitación de su fallecido e insoportable suegro, Minguito Tinguitella, un destructor del lenguaje y del buen decir como pocos), pero que acá se muestra muy humano y grande en el sentido más amplio de la palabra; está Campi, que construye a la perfección un personaje odiable y querible (odiable porque es una miseria humana y querible por la imposibilidad de recursos de que se ve provisto -no como personaje sino como persona-), que maneja con impecable destreza; la querida Karina K (que está caracterizada como mi directora de teatro Elsa Orrea, no solo en lo fisonómico sino en la voz, en la presencia y en la manera de actuar el escenario, imitación involuntaria, aclaramos), que presenta una mujer execrable desde todo punto de vista, una "comunicadora" con doble cara en todo momento. Completan el elenco la siempre admirable revelación de "Espejos Circulares", Vicky Almeida, hermosa y extraordinaria como siempre; Fabio Aste, en el doble papel de Walter, el encargado del edificio, querible y sincero, y el de su hermana, Mercedes, una misionera (de Misiones), payuca pero digna que se enfrenta ante lo imprevisto. Completan el elenco Federico Ottone, perfecto en su estudiante de derecho psicobolche, y descendiente de una de las mujeres más ricas del país y la callada pero no por eso menos admirable Araceli Dvoskin (la inolvidable abuela de "La omisión de la Familia Coleman"), en una lisiada y ausente de la realidad que sólo abre la boca para emitir sus comentarios xenófobos. Cartón lleno. No se puede pretender más. 
La gente reacciona de diferentes maneras. Están los que se ríen de todo, porque "es una comedia y para reírnos pagamos la entrada", están los más reflexivos que se ríen moderadamente, la única escena donde todo el teatro estalla en carcajadas y aplausos continuos es aquella en que tratan de subir el cajón fúnebre al ascensor, que siempre para más arriba del piso y no pueden, mientras el administrador toca el botón desde arriba, con lo cual el aparato sube, quedando medio cajón afuera y se traba, ante el imposible esfuerzo de los que tratan de introducirlo. Escena que a mí, el amargado de siempre, no me causó ninguna gracia, ya que mientras todo el teatro se reía yo me preguntaba: "¿de qué nos estamos riendo?"
El resumen de la obra es complejo, por eso trataré de ser breve. Hay una reunión de consorcio en el palier del edificio, la órden del día es: ¿qué hacemos con Walter? Walter es el portero (perdón, encargado del edificio), que parece que no cumple demasiado bien con sus tareas y la propuesta es echarlo, ya que ha cumplido 65 años y está en edad de jubilarse. A la reunión concurren sólo cinco vecinos: Héctor Escudero (Rodríguez), un farmacéutico trabajador y soltero que defiende a Walter, Nelly (Karina K), la comunicadora social porque trabaja en un canal de cable, que quiere la cabeza de Walter, Ana (Almeida), una joven chica separada y con un hijo, que pone a su ex esposo Federico a escuchar toda la reunión por celular y que también está a favor de despedir a Walter; Martín (Ottone), estudiante de derecho con dos materias aprobadas y que defiende de manera lo más "trosko" posible los derechos de los trabajadores, y por último Noemí (Dvoskin), una discapacitada en silla de ruedas que está más cerca de la pérdida de la razón que de encontrarla, pero que quiere despedir a Walter porque "es paraguayo" (es misionero en realidad). Entre todos ellos se arma el toletole de ver qué se hace, se somete a votación y ganan los que quieren despedir al encargado. Y le dejan al bueno de Héctor la responsabilidad de darle la noticia. Por supuesto que cuando todos lo dejan solo y se enfrenta a Walter, quien empatiza con él, éste no puede pronunciar palabra. Llega Jáuregui (Campi), el administrador, quien también está en la mira de ser echado y deciden que sea él quien le dé la noticia. Una vez sentado enfrente (Campanella tuvo la discreción de ponerlo de espaldas al público, para que no se vea su muerte), cuando le dicen que debe jubilarse y dejar el edificio, le da un paro cardíaco y muere.
El intervalo es lo más gracioso, varias figuras del espectáculo (Marcos Mundstock, Graciela Borges, Natalia Oreiro, Suar, Francella) dan consejos sobre cómo deben tratarse loso vecinos en las reuniones de consorcio. Cuando llega el turno de los insultos que no deben pronunciarse suena la chicharra censora cada vez que uno de ellos dice una mala palabra, pero cuando habla Mundstock y se descarga, la chicharra es constante, se ve que un hombre tan bien educado y cauto como lo conocemos dijo todas las que sabía en su repertorio. Ahí grandes carcajadas y aplausos del público.
En la segunda parte están velando a Walter en el mismo palier y ahí aparecen las hipocresías más grandes de cada uno, todos los que quisieron despedirlo lo lloran y se despiden de él con respeto. En eso llega la hermana, que viene desde Misiones a vivir con su hermano y que, por supuesto, no está enterada de nada. Y ahí empieza la tragedia griega. Es imposible no conmoverse ante los llantos desgarradores de esta pobre mujer sin hermano, sin casa y sin salud, quien debe adaptase a la pérdida del último referente que le quedaba en el mundo. Por supuesto que Jáuregui sacará a relucir todo su costado más bajo como ser humano y alguno que otro, como Martín tratará de aprovecharse de la mujer para hacerle un juicio a los consorcistas, que los "reventará". El final de la obra parece estirarse demasiado, como no encontrando el rumbo y la concisión que un final adecuado merecía. Por último todo se arregla, se despide a Jáuregui, llegando a las manos Héctor con él y dándole aquél una ayuda que resultará benéfica para todos a la pobre mujer.
La obra, que fue escrita por Campanella junto con Emanuel Diez parece llegar a buen puerto, luego de dos fatigosas horas en donde es imposible sostener la risa. Como director, Campanella se luce sacando lo mejor de su sexteto de actores, si bien hubieran sido más atinados algunos recortes en el argumento vueltero. Pero no puedo decir que me haya aburrido ni pasádola mal. Es una obra exitosa que se mantendrá mucho tiempo en cartel y que el boca a oído (ya que no boca a boca) la ha prestigiado aún mucho más.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 24 de junio de 2018

Mi crítica de "Christiane" (Teatro-Unipersonal musical)

Ayer, con una tarde de invierno más bien desapacible, me fui a ver el "bio-musical científico" de y con Belén Pasqualini, "Christiane". Impecable, puedo decir, además de perfecto, emotivo y emocionante, la narración de una vida ejemplar, los intrincados laberintos de una mujer que supo ser científica e investigadora recién llegada de Canadá para trabajar nada más y nada menos que a la par del Premio Nobel Bernardo  Houssay. Belén llega despojada de brillo y oropeles, luciendo sólo un overoll amarronado, con una belleza serena de sus 32 años (ya me está gustando para novia), dirige, escribe, actúa, toca el piano a la perfección y canta maravillosamente bien. Todo esto para contar la historia de su abuela paterna, en un merecido homenaje en vida (Christiane tiene en la actualidad 98 años): Christiane Dosne Pasqualini, nacida en Francia, se mudó a los 15 años a Canadá para llegar a los 22 a la Argentina para colaborar con Houssay y se dedicó con pasión a buscar la causa del cáncer en "sus" ratones de laboratorio. Según aclara el programa: "Fue a su vez, la primera de su género en ocupar un asiento en la Academia Nacional de Medicina. Christiane es mujer, es esposa, es madre y es científica. A través de esta pieza, nos adentramos en la vida de un ser aventurero y vanguardista..."
No se trata de hacer lo que se quiere, sino de querer lo que se hace, es la máxima sartreana que signó la vida de esta maravillosa doctora, que justamente da título a su libro "Quise lo que hice", que acompaña desde el piano a su nieta. Sólo con un piano y dos atriles con dibujos hechos con una técnica que experimenta con ilustraciones en miniatura hechos a base de tinta en varias capas, que se aplasta y expande entre paredes de filmina transparente, según nos ilustra el programa de mano. Estas pequeñeces fueron luego atravesadas por la luz del proyector y reveladas por el foco de Angelo Bendrame y así se descubren entre velos de sangre los recuerdos de Christiane. Christiane, una mujer signada por la sangre, de quien es su amiga, experimentó en ratones de laboratorio inyectándoles substancias, sacándoles la sangre y volviéndoselas a poner, las causas de la leucemia y las razones por las cuales se producen tumores. Belén habla un español afrancesado cuando se incorpora a su abuela, y lo hace con las palabras con que se dirigiría ésta a su auditorio. Cuenta su noviazgo con un tal Fritz durante la guerra, un hombre que la dejó para ir a luchar al frente y que cuando lo reencontró ya había formado otra familia. Nos relata su amor, ya en Argentina, por otro médico, Rodolfo Pasqualini, quien terminaría siendo su esposo, y con el que discutió sobre preservar su apellido de soltera uniéndolo al de casada. Habla de un parto fracasado ya que el bebé logró sobrevivir tres días, y de su experiencia de criar seis hijos más, cuatro varones y dos gemelas. Ser madre. Ser esposa y ser científica. Fueron las tres profesiones que abrazó con amor durante su vida. Y cuando se hizo mayor y ya sus piernas no le respondían, el dolor de tener que abandonar las aulas de la facultad ante las miradas despreciativas de quienes no querían que permaneciera en ella. Y del abandono a su esposo por parte del gobierno y de sus amigos al triunfar la Revolución Libertadora del 55. Una vida signada por el estudio, el respeto a la vida, el afán por encontrar respuestas y por el amor a sus semejantes. Christiane Dosne Pasqualini, una médica y luchadora ejemplar.
¿Y qué podemos decir de Belén? Que se le notan los años de formación en actuación, piano, canto y danza y que en buena hora se ha largado a escribir y dirigir sus propios textos. Es autora además de las canciones que interpreta, las cuales son muy ricas en conceptos poéticos y melódicos (dedicándole una a  "sus" ratones), y de la música toda que engalana el espectáculo. Pasqualini actúa en tres frentes: el piano, desde donde toca y canta las canciones y la música incidental; el frente, en el cual se dirige al público en primera persona componiendo a su abuela en su juventud o vejez y por último, desde los dos atriles, que portan las ya mencionadas pinturas que ilustran la vida de la investigadora y sus relaciones. Y lo hace todo excelentemente bien, con desenvoltura, con naturalidad, de pronto es un torbellino que arranca de la manera más furiosa y cuando se sienta al piano puede desgranar las melodías más sutiles o furibundas en su composición. Belén es sensible, canchera, parece buena mina, habla de sus amigos que inundan la sala: algunos perdurables y otros conocidos ayer en una pizzería o la amiga canadiense que no entiende el idioma. Siempre está atenta a lo que pasa en el público, es capaz de interrumpir uno de sus monólogos para decir "salud" a un inesperado estornudo en la platea, la comunicación con el público fluye como fluye la vida de la abuela en el escenario. Y es profundamente agradecida, por haber ido a verla, por compartir el secreto que es para ella una función de teatro, un momento único e irrepetible que se transfiere de artista a espectador y que da la vuelta. Yo recuerdo haberla visto en el teatro musical -su cuna de formación-, sobre todo en "Sweeney Todd" justo a Julio Chávez y a Karina K. y más recientemente en "Lord" en compañía de Pepito Cibrián. En todo lo que hace destaca, por su presencia, su buena voz, su belleza y sus condiciones de actriz.
Acá es capaz de pasar desde los horrores de la guerra hasta los del parto -esa guerra personal-, desde su ensimismamiento por la labor de investigación hasta la sorpresa de su madre al verla jugando con "sus" ratones en su cuarto. Belén es aguerrida, inquieta, frontal, una luchadora de armas tomar. Y como directora del espectáculo lo fue de igual manera, sin medias tintas, entregando el todo por el todo a la hora de poner toda la carne al asador: se entrega por completo. Y eso constituye en gran medida el secreto para que el espectáculo sea también de gran emotividad, sacude a las lágrimas en no pocas ocasiones. Es un espectáculo sensitivo -dado para los sentidos- y para la sensibilidad, tanto de ella como artista completa, como para nosotros, público incompleto. Si bien en muchos momentos recurre a la explicación científica de sus experimentos, con lo cual los menos entendidos en medicina nos quedamos afuera, es también capaz de entregarle el corazón a ese hombre, Rodolfo, que la conquistó por su seriedad y su sapiencia. Es un espectáculo para todas las edades y para todas las personas de buen corazón -ayer había alumnos de un colegio en la función, quienes guardaron un respetuoso silencio-, o sea un musical para disfrutar en familia, para salir y debatir, y halagar, y discutir sobre las virtudes de esa mujer que nos colmó el intelecto y el corazón a todos. Gracias Belén. Sencillamente un acto de amor.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 23 de junio de 2018

Mi crítica de "El Vestidor" (Teatro)

Fui con todas mis expectativas a ver esta nueva puesta de "El Vestidor", la prestigiosa y emblemática pieza de Ronald Harwood, esta vez con puesta de Corina Fiorillo, lo que me incentivaba al encuentro. Primero debo decir que recuerdo con mucha estima la escenificación que hicieron hace más de diez años en la misma sala del Paseo La Plaza Julio Chávez y Federico Luppi y es imposible no caer en comparaciones. El trabajo que en esta hacía Chávez conquistó todos los elogios por la minuciosidad y entrega de su trabajo, una labor impecable y plagada de sutilezas. No era tan potente el desempeño de Luppi entonces, ya que, hay que decirlo, Luppi fue un gran actor de cine pero en el teatro no encontró su modo de expresión. Acá sucede todo lo contrario. Están Arturo Puig haciendo el papel de Norman (el vestidor que encarnó Chávez) y Marrale en el rol de "Su Excelencia", el gran actor shakespeareano que lucha contra su locura. Y digo que se invirtieron los papeles porque el que brilla en esta ocasión es Marrale, opacando la labor de Puig. Arturo Puig es un gran actor, que desempeñó brillantes actuaciones en "Cristales rotos", "¿Quién le teme a Virginia Woolf?", "El Precio" y "Nuestras mujeres", pero acá no encuentra el tono exacto de su Norman, lo hace demasiado normal, correctito digamos. No sé por qué razón Fiorillo decidió dejar de lado el carácter gay y la fisonomía contrahecha del personaje, lo cual era un símbolo de muchas cosas para el texto y la capacidad de brillo para el actor que lo encarne. Además la obra está adaptada, se omiten importantes escenas y textos (es también de imprescindible visión la puesta cinematográfica de Albert Finney y Tom Courteney), cercenando mucho de los mejores disfrutes, tal vez para abreviar su duración.
Pero es así, acá la personalidad de "Su Excelencia" lo convierte en protagonista a él y en secundario a Norman, es tal la actuación de Marrale que deja muy por debajo a su compañero. Las tres mujeres que componen el elenco femenino están muy bien, son ellas; Gaby Ferrero, como "Su Señoría", Ana Padilla en el rol de "Margarita" (perfecta, la asistente de dirección y eterna enamorada de "Su Excelencia") y por último, pero no en último lugar la hermosa y talentosa Belén Brito ("Irene", la actriz jovencita, deslumbrada también por el actor, actriz de impresionante carrera profesional en el exterior de nuestro país y en el propio).
La obra transcurre enteramente en el camarín de un teatro de provincias inglés, en donde el eminente actor sin nombre y cabeza de compañía representa un Shakespeare distinto cada noche, en compañía de su esposa, también actriz y un elenco de mala muerte, y cuenta la relación del actor con su fiel vestidor, Norman. El actor shakespeareano está pasando por un agotamiento nervioso con síntomas de demencia senil, está realmente al borde todo el tiempo y empieza por olvidarse la letra hasta confundir los parlamentos de otras obras. Esa noche toca "Rey Lear" y él se pinta la cara de negro como para representar "Othello". Mientras se desata la batalla de alteraciones físicas en el camarín, el exterior es asediado por los bombardeos nazis, ya que estamos en el marco de plena Segunda Guerra. Pero la lucha externa viene a simbolizar la propia lucha que el actor está llevando contra sí mismo y su decadencia, una decadencia que finalmente lo lleva a la muerte. Son muchas las veces que él exclama: "No puedo más, quiero irme a mi casa, no quiero estar acá".
A la vez la relación que entabla con su servidor es una de total entrega por parte de este con quien considera su mentor y benefactor en el mundo, no sólo debe ponerlo en pie para conducirlo a escena, también debe salvarlo, salvarlo de sí mismo y de su ira, y de su locura y de su lucha interna y externa. Se rinde a sus pies, le prepara la ropa para la función con esmero y pulcritud, se encarga de alejar cualquier influencia maligna que venga desde las mujeres del exterior, hasta sacrifica su barra de chocolate por él. Norman se ha mimetizado con su amo, se ha vuelto su sombra, no sólo le repite una y otra vez sus parlamentos sino que lo maquilla, lo viste y desviste, le sirve en todo lo humanamente posible. Lo que esta versión no deja entrevere es que Norman está enamorado de "Su Excelencia" y por eso trata de apartarlo de todas las mujeres que pueden significar competencia. ¿Y cómo se devuelve toda esa gratitud? Con ingratitud. Cuando "Su Excelencia" empieza a escribir sus memorias, dedica el libro a todos los que ha conocido en su carrera... menos a Norman. ¿Un error involuntario? Puede ser, porque ya está preso de la locura, pero lo cual es tomado por Norman como un acto de vanidad y agrega de puño y letra su propio nombre.
Son significativas también las escenas de seducción del viejo actor con la jovencísima actriz que lo secunda. Ahí se demuestra cuánto quiere "Su Excelencia" revertir su senilidad, sus años y volver a florearse con la juventud, volver a retomar ese camino perdido. Aunque no puede concretar su juego sexual con la chica porque su decrepitud no se lo permite y lo vuelve a colocar en el lugar del que nunca debió haber salido. Su amor con su esposa es igual de intenso, pero más en busca de protección y de un antídoto contra la muerte que otra cosa. Entre ellos dos quedan las complicidades de los años, de los escenarios recorridos, de la intimidad que los cobija y de un profundo amor que puede volverse rencor en cualquier momento. También Margarita cae bajo su influencia, y le reconoce haber estado enamorado de ella y esta asume que siempre lo estuvo de él (pese a su esperpéntico aspecto de mujer seria y frígida), es así que él le regala un anillo que perteneció a otro gran actor y a él.
La obra en sí habla de las grandes desgracias de la vida: un mundo en guerra, con aviones que acechan, bombas que caen por todos lados y refugios antiatómicos, mientras que en el interior del teatro se sucede otra batalla similar, la del hombre enfrentado a su propio destino, que no son sólo las tragedias de Shakespeare, sino las de la locura y la fatalidad (no en vano se está representando "Rey Lear", esa gran obra shakespeareana que habla sobre la demencia y la soledad del poder). Pero habla también de valores humanos que engrandecen cualquier acto de salvajismo, los de la solidaridad, la compasión, el amor, la pasión por la tarea compartida y la felicidad de poder servir al otro.
Es una gran obra, lástima que esta versión no alcance a deslumbrar (lo que sí consigue Marrale, eficaz como siempre, y las escenas con Belén Brito), ya lo dije, en comparación esta puesta sale perdiendo con la anterior, pero no todo es negativo, lo que pierde por un lado lo gana por el otro... Igualmente la recomiendo para quien no haya visto la otra ni la película, es una buena oportunidad de acercarse a "El Vestidor", un texto que nos hace más grandes después de haber asistido a él.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 20 de junio de 2018

Mi crítica de "Asesinato para Dos" (Teatro Musical)

Ayer aproveché el veranito para despedir el otoño y me escapé de nuevo para el teatro. "Inenarrable", calificó un espectador a la salida a esta obra, y creo que es el término más exacto que se puede utilizar. Porque no hay forma de describir el milagro escénico que sucede en el escenario del Metropólitan Sura,  con palabras para explicárselo a quien no haya estado allí. "Vértigo" es la otra palabra que se me ocurre para adjetivar ese constante movimiento y cambio de personajes que realizan los dos magníficos pianistas-cantantes-actores y bailarines que son Harnán Matorra y muy especialmente Santiago Otero Ramos. Sucede que estos dos eximios pianistas (conocidos por tal oficio en el medio artístico), han devenido actores, y lo hacen con las mejores armas de cualquier actor profesional, es más, superando las posibilidades de muchos de ellos. Y es que la comedia que acá se transita es una de crímenes, es una parodia a aquellas novelas, obras de teatro o filmes de Ágatha Christie en donde un detective (casi siempre el inefable y excéntrico Hércules Poirot) se ve envuelto en una o más muertes con decenas de sospechosos a analizar. Y acá el detective no es tal, sino un simple oficial de un pequeño pueblo, llamado Marcus Moscowicz (el oficial, no el pueblo), asumido por Hernán Matorra, que es llamado para ocuparse del asesinato del escritor de novelas policíacas Arthur Whitney, muerto cuando arribaba a su fiesta de cumpleaños de un tiro en la frente. Pero el caso excepcional es el de Santiago Otero Ramos, que deberá personificar a los doce sospechosos. Y lo hace casi sin atuendo especial (un par de anteojos para la esposa del difunto, un pañuelo para la bailarina, y pará de contar), corporizándose en cada uno de ellos sin que prologue una transición, cambiando de voces, posturas y actitudes, muy definidas y personales todas que hacen reconocible al personaje de que se trate aunque no se lo presente. Es un prodigio de actuación, histrionismo y capacidad camaleónica para transformarse. Y lo hace con hombres y mujeres, tornando creíbles a cada uno de ellos. A la vez tocan el piano, mientras hablan, a dos o cuatro manos o alternándose en el teclado sin parar de tocar, haciendo un humor musical divertido, fino e irónico que bien podemos asociar con Les Luthiers. Pero además cantan, y lo hacen con voces tiernas y bien templadas, estudiadas, rítmicas y acompasadas, como los acordes que brotan de sus maravillosos dedos. Y además bailan, y lo hacen de manera suelta, libre de prejuicios, creando climas de perfección cómica. Son dos verdaderos humoristas los que han tomado la conducción de esta obra.
Claro que  nada de esto podría ser posible sin la sabia formación del director: Gonzalo Castagnino, quien se luce en sus intérpretes y en su puesta en escena. La dirección musical, otro pilar, corre por cuenta del siempre sorprendente y ya, amigo de la casa, Gabriel Goldman. El diseño de escenografía (sí, porque también la hay, y es muy sugerente e imaginativa) es de otro artífice, René Diviú, así como la traducción y adaptación de  Joe Kinosian (libro y música) y Kellen Blair (libro y letras), corre por cuenta de Marcelo Kotliar. La iluminación (perfecta) es de Gabriel Ascorti y la coreografía de Joli Maglio. No podemos dejar de nombrar la producción de Juan Iacoponi.
Acá hay doce sospechosos, aunque, como en toda buena obra de Ágatha Christie el culpable será el menos imaginado, el más periférico o aquel que lleve el mayor protagonismo, según los casos (no olvidemos aquella novela donde el criminal era el investigador), si bien dista mucho Marcus de Poirot, este es despistado, no posee un don de observación perspicaz como aquel, ni un método preestablecido de deducción. Sí será apuntalado por la joven Susy, una licenciada en criminalística, sobrina del difunto, a quien le falta hacer su tesis, y cuyas preguntas insidiosas pondrán los pelos de punta a Marcus, pero quien se irá enamorando de ella al transcurso de la pieza, olvidando su fascinación por Barrette Lewis, la famosa bailarina, exquisita y sensual, a la sazón amante del finado y principal sospechosa del crimen. Pero también la autora puede ser la esposa renga del occiso Dahlia Whitney, quien siempre quiso brillar en el canto y el baile y fue opacada por la fuerte personalidad de su marido, el brillante escritor de novelas. Cada una de éstas hablaba de alguno de los doce sospechosos en particular (siendo un pueblo chico, se conocían las vidas, miserias y pecados de cada uno), haciéndoles partícipes de otros tantos crímenes. Hasta el psiquiatra del lugar, también invitado a la fiesta, el Dr. Griff, que conoce vida y obra de cada uno que, no por casualidad también son sus pacientes (hasta el mismo oficial Marcus es su paciente). Hay otros sospechosos como la pareja "discutidora" donde el marido, hosco y grosero acusa a su mujer de haber sido la culpable, o los mismos niños del coro, pequeños hampones en potencia, sin tener en cuenta al bombero del lugar que permaneció en el baño durante toda la velada o al propio Lou, acompañante del policía. Como vemos, las pistas no faltan y quien sea el asesino irá por cuenta de Marcus, pero eso es lo de menos porque el nombre podemos olvidarlo a la salida del teatro.
Lo interesante no es el punto de llegada sino el viaje que se hace para llegar a ese destino. Y el viaje es atrapante. Pleno de humor, que despertará carcajadas, llega incluso a acudir a un hombre de la platea para que materialice al Dr. Griff en su agonía mientras uno lo sostiene y el otro toca el piano (evidentemente, hacía falta un tercer personaje), lo cual es aplaudido de buena gana por el público. Las ovaciones son enormes cada vez que terminan un número musical, con todo el despliegue de humor, talento, buen oído musical y audacia que tienen los dos intérpretes. Se nota acá un gran trabajo de equipo, donde cada uno sostiene al compañero de la mejor manera, aunque haya lucimientos personales, cada uno le da el tiempo al otro para brillar, y luego asumir su propio brillo. La concepción de la obra es de por sí brillante, y requería dos expertos en varias lides para llevarla a cabo, y encontró en Hernán Matorra y Santiago Otero Ramos (sí, los menciono otra vez porque son dignos de aplausos de pie) los intérpretes exclusivos. Sería muy difícil imaginarse a estos personajes en otro cuerpo y otras voces que las tan adecuadas de estos dos.
Como les dije antes, la cartelera porteña tiene obras de muy alto valor estético en este momento, y no hay que dejarlas pasar porque sería una verdadera lástima. Hay que aprovechar la variedad de opciones porque son muchas y de muy alta calidad varias de ellas. Por lo tanto recomiendo (ya no fervorosamente) sino rabiosamente que vayan al Metropólitan Sura un martes a las 20.30 (no sé por cuánto tiempo más estará en cartelera) y se saquen una entrada para ver a estos dos auténticos genios (hoy palabra muy vapuleada, pero que en este caso corresponde con creces) y desde acá todo mi apoyo para que la obra continúe por mucho tiempo más. Los necesitamos, muchachos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 16 de junio de 2018

Mi crítica de "Crisis en Seis Escenas" (Mini serie en seis capítulos- W. Allen)

Vi la tan mentada y malograda miniserie que Woody Allen escribió, dirigió y protagonizó para la cadena Amazon de Norteamérica, y a pesar de las pésimas críticas que obtuvo fue una grata sorpresa para mí. Digamos para empezar que voy a evaluarla como un film completo de dos horas veinte en vez de seis capítulos de 23 o 24 minutos, para hacer más completo su análisis. En primer lugar es un placer ver actuando de nuevo al viejo Woody, a sus 80 años de edad (la serie es del 2016) y acudir a su arsenal de frases ingeniosas y situaciones desopilantes nuevamente. Definitivamente, Woody es el mejor humorista de tiempos pasados y presentes que cuenta Estados Unidos, frente a la estupidez, escatología y mal gusto de los cómicastros de la Nueva Comedia Americana (NCA), Woody sigue siendo fino, intelectual y sagaz como sólo él sabe hacerlo. Vuelve a sacar de la manga los mejores "one-liners" desde mucho antes de caer en el drama de "Match Point" (2005) y sus sucedáneos. Y son agudezas brillantes, aunque no todas de la misma efectividad, pero la mayoría cumplen, y podemos rastrear el último destello de su sentido del humor en un film como "Un misterioso asesinato en Manhattan" (1993), película a la que esta serie le debe mucho, tanto en su estructura como en su temática y en sus humoradas, que tuvo un gran éxito en todo el mundo.
Aquí estamos en una Norteamérica convulsionada en la década del 60 (buena reconstrucción de época), con sus luchas interraciales y su tremenda situación de la guerra de Vietnam. Allí, el matrimonio formado por  Sidney Muntzinger (Woody) y Kay (Elaine May), un escritor de pésimas novelas sin ningún brillo ni éxito y una consejera matrimonial comparten su lujosa casa de las afueras de California. Hospedan a un joven, de nombre Allen (siempre las mismas autorreferencias) que está de novio con una preciosa chica, Ellie, que estudia abogacía a a quién sus padres han dejado en custodia del matrimonio. Parece ser un "freak" que encaja muy bien con la personalidad de Sidney (para qué describirlo, un personaje con todas las fobias, manías e hipocondría de Woody). Viven una clara vida de familia de clase media acomodada sin que los preocupe demasiado la guerra ni las protestas civiles. Pero una noche se presenta Lenny Dale (Miley Cyrus, brillante), una ex convicta que reclama por los derechos y tiene toda la mentalidad de una "radical" (allá los radicales son los comunistas) aunque sin serlo, para no estar atada a encasillamientos burgueses. Toma por asalto la mansión de Sidney y Kay y estos la reconocen como la chica buscada por el FBI, impartiendo enseguida la paranoia y el miedo en Sidney y la compasión en Kay (quien tuvo a la vez una historia con la familia de Lenny). Ella está muerta de hambre pues hace dos días se esconde de la policía y lo primero que hace es vaciarle la heladera a un Sidney más preocupado por su comida que por darle refugio a la prófuga. Kay le prepara un cuarto, ropa limpia y un baño de espuma, mientras ella acota con respecto a Sidney: "Y este quién es, el vigilante?" Sencillamente no puede creer que una mujer brillante como Kay esté casada con un viejo "próximo al Alzhaimer". Luego se peleará con él a todas horas no dejando de criticarle su posición burguesa y explotadora de la sociedad. Sidney lo único que quiere es que se vaya, por no quedar pegados ante la Ley, de tan nociva influencia. Ella constituye un múltiple peligro para la gente bienpensante, ya que no sólo es activista política sino que además es mujer, de clase media, linda y terrorista. Todo el combo completo para volver loco al recto Sidney.
Kay, además de ser consejera matrimonial y atender a parejas (casi todas judías) que están al borde del divorcio, tiene un club de lectura frecuentado por mujeres ancianas o casi, que se reúnen todos los jueves en su casa. Claro, ahora lo principal es ocultar a Lenny de las miradas ajenas. Ella pronto hace buena amistad con Allen (el joven) y éste, seducido por su belleza, va empezando a dejarse influir por su ideología. Pronto le estará recomendando libros de Mao y otros célebres comunistas para que amplíe sus horizontes. Los libros también serán recomendados para Kay y su club de lectoras. Pronto las viejitas se convertirán en unas terroristas en potencia, que no sólo saben discutir y citar a Mao sino que hasta aprenden a fabricar bombas caseras y aconsejar sobre el mejor modo de asesinar sin dejar rastro. Hasta acá el único problema que plantea Allen (el director) es decantarse mucho por las palabras y olvidarse que el cine es ante todo acción, y utiliza torpes movimientos para definir sus conductas, resultando un poco esquemático en lo cinemático o cinético. El guión, si bien con altibajos, sigue siendo brillante y estando a la altura de sus más sagaces réplicas. El enfrentamiento con Lenny es total y la intrusa que ha colgado un póster del "Che" Guevara en su pieza no decide irse nunca. Planea un viaje a Cuba, en donde podrá ofender a los Estados Unidos de la mano de Fidel Castro. Cada vez Allen (el joven aspirante a abogado) va acercándose más a ella y descuidando a su novia preciosa.
Pero la estática de las imágenes pronto se vuelven acción cuando Sandy y Kay deban entregar un maletín a un desconocido de parte de Lenny y tengan que huir de la policía subiendo escaleras, corriendo por terrazas y saltando entre techos. Por supuesto la entrega (que le correspondía hacer a Sidney) sale mal y el maletín con 10.000 $ cubanos acaba en manos de la policía. El tiempo se acaba para Lenny ya que está siendo cercada y deberá huir por un aeropuerto. El último episodio encontramos a un Woody Allen en su salsa, acumulando visitas a su casa, timbre tras timbre, cada cual más conflictiva que la anterior. No sólo le ha explotado una bomba a Allen (el joven) que lo ha dejado todo vendado y que insisten en decir que fue por un escape de gas, sino que llegan a visitarlo los padres de éste y él denuncia que todo fue culpa de armar una bomba casera y le reprocha a su padre millonario la forma de hacer dinero y su necesidad de huir a Cuba con su nueva chica. Encima llegan los padres de la novia, quienes se desayunan de la noticia con no poco asombro. Se le suman tres clientes de Kay uno de ellos posible suicida ya que su esposa está ofreciéndose por dinero en la autopista. A todo esto llegan las "chicas" del club de lectura hablando a grandes voces de Mao, Lenin y la revolución. Aparece Lenny en escena y se dividen entre quienes quieren denunciarla y otros, adorarla. Suena el timbre nuevamente y Woody se luce: "Voy a ver quién es, estoy esperando al coro mormón". Es Ellie, la novia de Allen (el joven), que dice estar embarazada. Nueva discusión entre los padres. Llegan dos afroamericanos que vienen a programar la huída de Lenny, y a estos se suman dos operarios de la compañía de gas por una presunta explosión. Como se pueden imaginar el desfile de personas en un reducido espacio hace recordar a la escena del camarote del tren de los Hnos. Marx en "Una noche en la ópera", contrasentidos, discusiones, adhesiones, reproches, venganzas, y toda la pimienta que Woody sabe poner a estas situaciones (no se veía una así desde su debut como guionista en 1965 en "¿Qué hay de nuevo, Pussycat?"). El delirio y el humor total. Eso sí, todo con elegancia, sin recurrir a groserías ni a chistes bajos.
Es por más de una razón que "Crisis en seis escenas" me parece un Woody Allen auténtico, digno de ser visto y dejar de lado tanta negatividad que vino desde el gran país del norte que desestimó el humor de este ejemplar sujeto. Claro, es que ahora ellos están acostumbrados a otras cosas...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 8 de junio de 2018

Mi crítica de "La Discreta Enamorada" (Teatro)


Teatrix tuvo la oportuna ocurrencia de estrenar esta verdadera joya del teatro hispano, de Lope de Vega para ser más precisos, en una brillante versión de Santiago Doria que arrasó con los premios ACE del año pasado incluyendo el de Oro. La comedia es del año 1604, y parece tan actual, pícara y atrevida que bien podría haber sido escrita ayer mismo. Se trata de una clásica comedia de enredos, lo que nos da la idea de que ya en esos años se explotaban este tipo de situaciones graciosas.
Lope de Vega (1562-1635) fue uno de los grandes representantes del siglo de oro español, junto a otros dramaturgos como Tirso de Molina y Calderón de la Barca, y hace un estilo de teatro que coincide con el barroco, justo en el momento en que el teatro comenzaba a ser un fenómeno de masas. Es autor de varios cientos de comedias, varias novelas y obras narrativas largas en prosa y en verso. La pieza que nos convoca es una obra hablada estrictamente en versos heptasílabos y tiene gran potencia reidera, si bien se debe de haber actualizado un poco para esta puesta. El elenco está compuesto por siete actores grandiosos: Irene Almus (Belisa), Ana Yovino (Fenisa), Mónica D'Agostino (Gerarda), Mariano Mazzei (Lucindo), Pablo Di Felice (Hernando), Francisco Pesqueira (Doristeo) y Gabriel Virtuoso (Bernardo). La música original, con dos canciones y un aire español que transita toda la obra, salió de la sólida pluma de Gaby Goldman, y el registro de la obra pertenece a marzo del 2018 en el Centro Cultural de la Cooperación.
Contar acá la obra sería inútil y bastante tedioso, ya que está llena de tramas y subtramas para construir los enredos. Digamos que es una pieza de amores equivocados y contrariados, de equívocos y de seducción por parte de mujeres y hombres. Las parejas se arman como se desarman, y así la pareja original, que era la de Lucindo y Gerarda se ve reemplazada por éste con Fenisa (la hermosa Ana Yovino). A la vez, Belisa, madre de Fenisa, está inquieta porque el padre de Lucindo, el Capitán Bernardo irá a proponer matrimonio. Ella, que es una dama respetable, que enseña a su hija a no levantar la vista del suelo y que en su juventud iba a ser monja, tiembla de ardor de cabeza a los pies ante la propuesta de matrimonio del hombre de edad. Pero pronto sabremos que el casamentero viene en busca de su hija, la cual se promete a él con el objetivo de poder casarse con su hijo. Lucindo vive con el corazón destrozado por el desengaño con Gerarda, pero no bien se siente amado por Fenisa, cambia su corazón de una mujer a otra. A la vez tiene un fiel criado en la presencia de Hernando, que será cómplice de sus correrías. La pareja se encuentra a escondidas en el balcón y Fenisa le sugiere a Lucindo que diga que se va a casar con su madre, ya que de otra manera el padre lo mandará a Portugal. La promesa queda hecha y los esponsales se fijan para dentro de muy poco. Es gracioso ver a esa mujer madura sentirse avispada por el amor del joven. A la vez Fenisa y Lucindo piensan escapar juntos para casarse lejos de allí. Pero Gerarda se siente devorada por los celos y piensa arruinarle la boda a su ex novio y llega a la casa de ésta a sembrar intrigas. Después de momentos de desazón para ambos amantes todo se resuelve bien y finalmente quedan conformadas las parejas de Fenisa y Lucindo, como la de Belisa y Bernardo y la de Gerarda con Doristeo, su nuevo amor. Todo termina en buenos términos (si fueran principios tendrían que ir al comienzo), con abrazos, besos y canciones.
Lo que nos hace reflexionar esta comedia son los débiles que pueden ser los lazos del amor cuando hay varias parejas en juego, y cómo la seducción de una mujer joven puede más que la más férrea decisión de amar a otra (bueno, en realidad el amor no se decide, sino que sucede). A pesar de ser una obra concentrada en la forma de lenguaje y expresión (en verso), hay mucho movimiento en la versión, y la única escenografía, dos bancos que ofician también de balcones se desplaza contínuamente creando la ilusión del devenir constante de la acción.
Llama poderosamente la atención que una obra tan antigua tenga plena vigencia hoy en día, demostrándonos que hace cuatrocientos años se reían de las mismas cosas con que nos reímos hoy: la vieja fórmula shakeasperana, en el teatro ya estaba todo inventado. Pueden cambiar los modismos o las convenciones, pero en lo más profundo, el hombre se ha reído siempre con los mismos sucesos. Esta bien podría ser un vaudeville moderno, una comedia de puertas, como da en llamarse hoy a las comedias de enredos, que bien lograría su cometido igualmente. Las mujeres parecen haber sido por siempre quienes tomaran el mando de las situaciones amorosas, provocando, dando celos y otorgando o negando sus "sí", y los hombres, unos esclavos del sexo y del amor sin remedio. Así como los mandatos paternos y maternos se obedecían, también se saltaba por encima de ellos siendo los jóvenes los que decidían el futuro de los más viejos. Acá, todos contentos con el cambio de parejas, que hace que las personas maduras se merezcan entre ellos y los jóvenes a su vez. También aparecen acá los duelos a capa y espada por el honor mancillado (el personaje de Doristeo cree que Lucindo está saliendo con su hermana y a la vez con Fenisa y decide vengarla) y los trabajos silenciosos de crear celos e intrigas entre aquellos que se quieren bien.
La obra está tan vigente que se la sigue representando en el mundo de habla hispana hasta nuestros días y se han hecho versiones para la televisión española. Es notable el buen ojo que tuvo el director Santiago Doria en tomar esta comedia para plasmarla en escena y ganando así cuanto premio había por ahí. El tratamiento de los personajes ha sido parejo. Se nota la frescura y la belleza, así como el temperamento de esa Fenisa que le confiere Ana Yovino, la locura pasional y el arrepentimiento de Gerarda dado por D'Agostino y la ambivalencia amorosa de la madre por esa otra gran actriz que es Irene Almus. Entre los hombres el rendimiento también alcanza cotas satisfactorias. El lucimiento de Lucindo, con falso bigote y notable resolución y enamoramiento que le otorga Mariano Mazzei, como el gran partenaire cómico que resulta del Hernando de Di Felice, o la gallardía que le impone al personaje de Doristeo el buen comediante que es Pesqueira. Y por último hablamos de la solvencia cómica y donjuanesca que maneja Virtuoso en el papel de Bernardo, que no cae en el consabido "viejo verde casado con chica joven". Todos trabajan en equipo, sabiendo que deben sostenerse los unos a los otros y que ningún papel está por encima del de los demás. Esto se ve y se agradece. Recomiendo profundamente ver esta obra y no se olviden que quienes me leen en el blog pueden visualizar la pieza completa haciendo click en el "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



jueves, 7 de junio de 2018

Mi crítica de "Sunset Blvd." (Teatro Musical)

Por fin se estrenó en Buenos Aires la tan demorada puesta de la obra de Andrew Lloyd Webber basada en la película de Billy Wilder de 1950 (acá se llamó "El ocaso de una vida"), protagonizada por Gloria Swanson en el rol de Norma Desmond, William Holden en el de Joe Gillis y el prestigioso director Erich von Stroheim en el de Max, el mayordomo. En Broadway la estelarizó por un montón de años la extraordinaria Glenn Close, haciendo una caracterización de Gloria Swanson que quitaba el habla, y con una voz envidiable (que tienen los actores norteamericanos, que saben actuar, cantar y bailar, todo con el mismo rigor). Acá la protagoniza nuestra querida y experta en musicales Valeria Lynch, con otro gran soporte como es el extraordinario Mariano Chiesa (se come el papel de Joe, aunque no es ninguna revelación, pues ya se había destacado en "Casi normales" y en "Los Monstruos") y el papel de Max von Mayerling lo encarna otro peso pesado, el histórico de los musicales Rodolfo Valss (rapado al acero y sin su característico bigote). El papel de Betty Schaeffer, otro puntal en la historia lo protagoniza Carla del Huerto.
Pero ¿el musical es una revisión de la película ideada por Wilder? No, de ninguna manera. Es una creación hecha y derecha que tiene el toque del inconfundible Lloyd Webber (entre cuyas obras musicales se encuentran las hiperfamosas e hiperrepresentadas "Jesucristo Superstar", "Cats", "Evita", "El Fantasma de la Ópera" y "El amor nunca muere", secuela de la anterior), de dificultosa, minuciosa y compleja partitura, que sin embargo depara un disfrute tras otro en el oyente. Cada "canción" de las interpretadas a lo largo de la obra crea un hit que puede ser tarareado por el espectador mientras se va del teatro. Así de pegadiza es la música que, al decir de Wagner de sus propias obras, forma "ríos de música", caudales, torbellinos, remolinos, un sonido que parece no extinguirse nunca, que acompañará la vida de esa desdichada Norma Desmond hasta la eternidad. Porque esto es lo que ha hecho Sir Andrew Lloyd Webber: una obra para la eternidad, que puede competir con las más inolvidables óperas.
Todo conspira para que la obra sea un éxito: el magnífico diseño de escenografía es de Jorge Ferrari, el de vestuario (que reproduce la puesta de Broadway) es de Renata Schussheim y la coreografía, de Elizabeth de Chapeaurouge. La dirección musical es de otro grande, Gerardo Gardelín. Y me dejo para el final la frutilla del postre, la dirección, de Claudio Tolcachir, un director no especializado en puestas musicales, pero que acá supo sacar lustre a su nombre, conduciendo con mano firme y segura a un puñado de actores, cantantes y bailarines que dieron lo mejor de sí. Un espectáculo que engalana la cartelera porteña y que ningún amante de los musicales debe perderse. Acá Valeria Lynch no apuesta por la imitación de la Swanson, sino por un producto marca Valeria: le da al público lo que espera de ella, aunque construye un personaje, que tiene aristas difíciles y riesgosas de caer en la "machietta" a cada paso, sabe cruzar el río con soltura. Para todos los detractores que la escucharon en la publicidad y dijeron que eran unos chirridos espantosos (su voz), que la esforzaba más allá de lo soportable, les tengo que decir que se guarden sus comentarios allí donde les quepan, Valeria está asombrosa, es como Gardel, cada día canta mejor, no hay gritos en su tesitura y todo es armonioso y acorde con el personaje que le toca transitar, tiene una voz espléndida y sabe usarla, al igual que todos sus compañeros de elenco. Hasta Rodolfo Valss trabaja un tono de bajo impensado en su carrera y en su coloratura, que conviene remarcarlo. Chiesa deslumbra, por cierto, en un papel hecho a su medida, al que agrega toques de humor, y Carla del Huerto resulta encantadora e hipnótica en esa Betty que logra enamorarnos.
La historia central se basa en una vieja celebridad de Hollywood (estrella de la Paramount para más datos) que ha sido descartada cuando el cine mudo dio paso al sonoro (un ejemplo de esto en tono de comedia es "Cantando bajo la lluvia") y ha sido olvidada por los miles de fans que morían por verla a la salida de los grandes estudios. Conoce casi por azar a un escritor joven, Gillis, a quien le encarga reescribir el guión que ella ha pergeñado para su vuelta al set, este acepta a regañadientes un trabajo imposible,  agitado por la falta de trabajo en la industria de sueños y ella, en un afán por vencer el paso del tiempo, termina enamorándose de él. Este se ve llevado a no defraudarla, ya que Norma es depresiva y ha tenido varios intentos de suicidio, y se mete a la cama con ella, pero a la vez se enamora de Betty, novia de su amigo Artie y co-guionista de un cuento de aquél. Cuando el guión de Norma es rechazado por el prestigioso director Cecil B. De Mille, Max, fiel consejero y encargado de escribir las cartas de miles de fanáticos que llegan a ella todavía, le oculta el fracaso. Luego nos enteramos que Norma ha sido una belleza a sus 16 años, cuando empezó a filmar, y que Max ha sido su primer esposo. Cuando Betty descubre que Joe es un gigoló, lo deja, y éste se marcha de la casa de Norma, en donde vivía. Pero Norma no permitirá ser abandonada, le descerraja tres tiros y lo deja flotando en la piscina (que es donde empieza la película y el musical) y ella entra en un estado de locura del que no volverá a salir.
El tema del paso del tiempo, de la decadencia, la no aceptación de la vejez y el ansia por reverdecer es el eje de la obra. Pero también los sueños de todos los que piden sus deseos en la noche de año nuevo: dejar de ser actores de reparto y brillar algún día. El ascenso y la caída parecen marcar el film y el musical. Norma/Valeria se mueve con los gestos de las películas mudas, una gesticulación que vuelve ridículo y patético a la vez al personaje, sostenido desde el imposible de lo irreal. Tratamientos de belleza, la llegada a los estudios en un Rolls-Royce (sí, aparece el auto en escena, en el pequeño escenario del Maipo, que parece agrandarse por la sabia mano de su director), y la conquista de un galán joven, serán los remedios con que enfrenta la Desmond a su presunta desaparición. Ya ha desaparecido, porque la han borrado de las pantallas, y el cine era su vida, así que es una muerta en vida, una especie de zombie. El entierro de su compañero, un chimpancé, al comienzo de la obra, da cuenta del grado de alienación que porta Norma al tener por referente al animal más similar al humano, pero un animal al fin y al cabo.
Hablar de éxitos musicales en este exponente del género sería redundante, pero "Rendirse", "Sin hablar" y "Como si nunca hubiese dicho adiós", en la voz de Valeria se convierten en oro en polvo, así como el lucimiento de Chiesa en el tema central "Sunset Boulevard", o "No me va a importar", junto a Carla del Huerto, constituyen nuevos hitos. "Los deseos de año nuevo" trae el clima festivo a la obra, cantado por todo el grupo de amigos fracasados de Joe. En suma, que ver "Sunset Blvd." constituye una experiencia revitalizadora y un regalo para el corazón. Aunque la entrada es cara, ya lo sé, se puede sacar con un gran descuento en Tickets. Y apúrense porque quedan 8 semanas en cartel para este portento. Después no me digan que no les avisé. 
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).