Ayer vi una película maravillosa, "Aquarius", protagonizada por esa gran actriz (es más grande ahora que está grande que de jovencita) que es Sonia Braga. La dirigió un tal Kleber Mendonca Filho, la película es brasileña y nos gana a todos por el carácter de esa mujer que es el centro de un relato coral. Es un film donde abunda el amor, el amor por los hijos, por los nietos, por las nueras, sobrinos, la música por sobre todas las cosas y por ese departamento que defenderá como una fiera.
El argumento es así, Clara (Sonia Braga, que está vieja y fea, pero que al término de las dos horas y media de la película la veremos como joven y hermosa, por la fuerza magistral de su interpretación) vive en un edificio llamado Aquarius, al que una empresa constructora quiere derrumbar y por eso ha ido comprando todos los departamentos, menos el de Clara, su hogar, su lugar en el mundo, el que se niega a vender ni por toda la plata del mundo. Clara ha padecido cáncer a sus 30 años, y como consecuencia de eso le han extirpado un pecho (lo vemos en una escena de desnudez), así como batalló con el cáncer hasta sobrevivirlo, ahora a sus 65 años, luchará para defender su postura en la Tierra. Tiene tres hijos, Ana Paula, separada y con un chico; Martín, de novio con una chica preciosa y Rodrigo, gay a punto de presentar su novio a su madre (y ella muy orgullosa por ello), que la apoyan en todo. Una mucama de su edad, Ladjane, con quien se tutea y es como su hermana, y tiene un hermano menor que ella. Este le ha proporcionado sobrinos y novias de ellos a los que aconseja en sus gustos musicales. Clara es escritora y periodista, se supone que crítica musical, porque ama la música y tiene su preciada colección de discos de vinilo en su biblioteca. A ella le gusta todo, desde Queen hasta John Lennon, desde María Bethania hasta Héctor Villa-Lobos y disfruta escuchando sus discos, bailando o viendo sus videos.
La película se divide en tres capítulos que poco tienen que ver con el título: 1-"El cabello de Clara", 2-"El amor de Clara" y 3- "El cáncer de Clara". Lo que podemos decir es que el primero empieza en 1980, donde Clara tenía 35 años y el pelo muy corto debido a los tratamientos que tuvo que sufrir. En el cumpleaños 70 de su tía Lucía, su marido expone muy bien toda la batalla que tuvieron que padecer los dos para ganarle a la maldita enfermedad. Pero así como abunda el amor, también lo hace el odio y la dureza de esta mujer cuando se enfrenta a los de la constructora (abuelo y nieto que la persiguen noche y día para comprarle el departamento y poder iniciar su negocio). Pero el departamento es aquello que la contiene, que la salvó de la enfermedad, y así como el título parece traído de los pelos, ese "Aquarius" que es el edificio también contribuye a que por momentos veamos a los personajes enmarcados como dentro de una pecera de acuario. En "El amor de Clara", Clara va a bailar con sus amigas a un club y cree haber encontrado al amor (su marido ya lleva 17 años de muerto), un hombre sesentón como ella, que, cuando la empieza a besar en su auto e intenta tocarle los pechos, ella lo detiene diciéndole "tuve una cirugía", "¿de mama?", pregunta él, y será la última vez que lo veamos. Y en "El cáncer de Clara" ella dispone que si ha podido ganarle al cáncer no se dejará vencer por una empresa, y prefiere repartir cáncer que padecerlo, cuando le desparrama las maderas con las termitas que ellos han metido en sus departamentos contiguos, encima de la mesa de los empresarios.
La batalla por el departamento empieza de manera soterrada, pero luego se hace más virulenta. Una noche ve invadido su edificio por jóvenes que van a hacer una orgía. Ella va hasta el departamento superior, los espía y como se muere de ganas tiene que llamar un taxi-boy para que sacie su sed de sexo. Después de la orgía quedarán manchas de excremento en las escaleras como símbolo de que la agresión es contra ella. Otro día aparece un pastor de una secta religiosa con cientos de seguidores por las escaleras que alaban a Dios y cantan y rezan frente al departamento de ella. Los enfrentamientos con nieto y abuelo de la constructora son cada vez más feroces, y es allí donde Sonia Braga demuestra todo su carácter de actriz de raza, encolerizada, a lo Medea, verdaderamente furiosa pero controlada, nunca dice una palabra de más de lo que hay que decir. Tiene un cabello largo, luminoso, que utiliza a modo de fetiche. Baila, canta, su vida para ella es una fiesta y bebe de todos los néctares aunque a menudo se enoje.
El director supo darle brío a una película que, por su extensión, podría haber resultado tediosa, pero que gracias a su mano de titiritero y a los buenos oficios de una Sonia Braga que está para el Oscar, la hacen no sólo potable sino disfrutable del principio al fin. El cáncer no sólo es un mal recuerdo para Clara, es lo que le da vida, lo que la mantiene como esa loba que cuida de sus cachorros a diente y espada. Todos sus recuerdos están en ese departamento, su vida misma, su convivencia con su esposo al que tanto amó, su ver crecer a los hijos, a los nietos, a los sobrinos (a uno de ellos, al presentar novia le recomienda que le haga escuchar a María Bethania para demostrarle cuán apasionado es), su convivencia con su mucama, su pasión por la música, el vino y el sexo. Todo, en resumen, se da la mano en ese hogar. Es una película sin concesiones, sin medias tintas, que apuesta a la fortaleza y a no bajar los brazos. Por eso la recomiendo denodadamente. Tal vez todavía esté en alguna sala de cine, ya que no tiene mucho de estrenada (es del 2016) y sino la pueden bajar de alguno de los sitios de la Internet.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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