Teatrix nos acerca, en calidad de estreno, este magnífico espectáculo musical de la dupla Pepe Cibrián Campoy-Ángel Mahler. Siguiendo por su recorrido por lo siniestro nos introducen ahora en la atormentada alma de ese Dorian Grey que vende su espíritu en cambio de la eterna juventud. Para quienes no conozcan la obra que pergeñó Oscar Wilde, Dorian Grey es retratado en un óleo, el cuál, con el correr de los años empieza a mostrar su imagen más y más envejecida, mientras él se mantiene lozano y fresco. Pero Dorian se corrompe y empieza a asesinar prostitutas (y pintores) sin que se altere su espíritu. Va haciéndose cada vez más sádico hasta que se ve redimido por una prostituta virgen y joven (¡!) por la cual se desvive, Sibil Bayle, por quien es temido en un principio. Hay que ver lo bien diseñado que está el personaje, ya que ella parece inmaculada, sin mancha, frente a las otras prostitutas, a pesar de que todas visten de igual modo, debe ser el peinado, o la visión aniñada del rostro de ella lo que le confieren esa lejanía. Consigue enamorarla y justo antes del casamiento es persuadido por su amigo y mentor, Lord Henry, de que suspenda esa boda. Esto destruye a Sibil, quien ve descender su vida nuevamente en ese pozo de degradación que son las casas de citas. Ella esperaba ser salvada por su príncipe, como lo dice en una canción. Dorian Grey acaba suicidándose, para que el cuadro reponga inmediatamente su fisonomía de juventud. Sibil queda totalmente consternada junto al cadáver de su futuro esposo cantando "Escrito está el final", el bellísimo tema con letra de Cibrián y música de Mahler compuesto tanto para él como para ella.
Pero acá empiezan los problemas. La obra está tomada en el 2013, cuando Juan Rodó (Dorian Grey) no había hecho todavía ese cambio para mejor que noté en "Jekyll & Hyde", sigue siendo un tenor casi bajo, con esa voz grave y monocorde que vuelve monótono todo espectáculo. Y como éste está escrito para su lucimiento... ya saben lo que les espera. Una hora tres cuartos de gravedad. Para colmo, el actor que encarna a Lord Henry (no se consignan los nombres de los actores en esta emisión) también tiene una voz de bajo, así que compiten a ver cuál de los dos monopoliza más el canto. Por suerte en Sibil está Luna Pérez Lening, que hace mágico cualquier papel, con su excelente voz, su belleza y su capacidad actoral. Esta vez, el elenco se ciñó a 12 personas, pero que parecen un ejército. Hay buenas y buenas composiciones en el resto. El cantante que trabaja a Basil, el pintor, también es bueno y por suerte tiene una voz más aguda, que rompe con tanta monotonía.
Es acá imperioso citar la broma de Les Luthiers que le decían a Jorge Maronna "El Retrato de Doris Day" porque no envejecía nunca (ya no debe aplicarse tal chiste, porque está viejo igual que el resto).
Pero siguiendo con la obra, es de lamentar que esta versión no incluya la magnífica "Obertura", que era todo un hallazgo de canto grupal y resaltaba mucho la obra. Acá se pasa a escuchar directamente el grito de Dorian Grey y a que Lord Henry entone "Gritos". Se destacan como siempre las canciones corales ("Den"; "Tus compañeras de antro", son ejemplo de esto), así como las arias (ya dije que podía llamarlas así) para una o dos voces ("Escrito está el final" es una de ellas, repetida varias veces; "Ese cuadro soy"). Está muy bien también la preparación del cuadro, que muestra el envejecimiento progresivo de ese Dorian que en realidad no es él. En estos tiempos de deshumanización y consumo está muy bien recordar que no siempre la belleza física es lo importante, que también existe un interior, y que si ese interior puede llegar a ser noble y generoso, es más importante lo uno que el otro. Dorian es un bicho repelente (no confundir con repelente para los bichos), su dependencia de la lozanía física le ha corrompido de tal modo que hasta comete crímenes y no duda en dejar a quien tanto deseó y admiró por su pureza, una pureza que faltaba en él.
El regente del prostíbulo es todo un personaje y está muy bien logrado, poniendo la cuota de humor dentro de tanto horror gótico, con su eterno peluquín que se le cae, sus ojos y cachetes ultrapintados y su panza descomunal. También la figura de Dorian está muy inteligentemente construida, con esos cabellos leoninos y su saco hasta el suelo le dan un aire siniestro muy propio de la situación.
Esta vez no hay escenografía, tan sólo dos escaleras a los costados, cercando a la orquesta, que ocupa el escenario, y el cuadro, como una estampa religiosa, siendo partícipe de las acciones que se juegan y que con muy buen tino no está presente todo el tiempo, sólo el necesario. La orquesta, dirigida por Ángel Mahler, como siempre, suena muy bien. Es una pena que no hayan incluido los créditos para hacer justicia con los distintos rubros.
Es, en definitiva una muy buena manera de acercarse al universo tenebroso de Oscar Wilde y de apreciar su obra. Y ésta, es totalmente disfrutable, a pesar de los contratiempos que acá marqué. Recomendable para toda la familia, en especial para quienes gusten de los musicales (acá no hay diálogos hablados, todo se canta).
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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