sábado, 25 de febrero de 2017

Mi crítica de "Cleo, de 5 a 7" (Cine-1962)

Hay distintos tipos de tratamiento del tiempo en el cine. Existe el tiempo histórico, que es el que nos narra la vida entera de una persona. Carlo, en "La Familia" (Ettore Scola, 1987) comienza naciendo en el inicio de la película y termina cumpliendo sus 80 años, todo en dos horas de película. Existe el tiempo subjetivo, que es aquel que transcurre sin una duración específica y está compuesto de flashbacks o flashfowards. "8 y 1/2" (Federico Fellini, 1963) es un buen ejemplo de eso. Y existe el tiempo real, el que transcurre al igual que avanza el film. El hundimiento del Titánic en "Titánic" (James Cameron, 1997) transcurre en las dos horas de ese tiempo real, y lo mismo podríamos decir de la historia de "Antes del atardecer" (Richard Linklater, 2004). "Cleo de 5 a 7" está en esta última línea, y en realidad es una falacia, ya que la película dura una hora y media y la historia se cuenta (con el anuncio de los minutos en pantalla) de 17 a 18.30 hs. Es el periplo que sufre Cleo, hasta que se haga la hora de ver a su médico que le confirme si tiene cáncer en el vientre, mientras le suceden varias cosas y cuenta el tiempo que le falta para la cruel verificación.
"El zoom es una cuestión de moral", afirmaba Godard en sus años mozos. Y esto se convirtió en un paradigma de la "Nouvelle Vague", a la que pertenece esta película de la excelente realizadora Agnés Varda. Cuestión de moral porque el que decide poner un zoom para filmar es poco menos que un cobarde, según el parecer del cineasta francés. Él instalaba la cámara en plena calle, a la vista de todos los viandantes, y así es como la instala Varda, con la gente que se sorprende al salir en una filmación y mira a cámara descaradamente (por suerte nadie saluda), modificando la actitud de los transeúntes y modificando a la vez la de los actores y la del propio camarógrafo o director. Hay muchas cosas que cambió la "Nouvelle Vague" (Nueva Ola), como el hecho de salir a filmar a la calle y utilizar escenarios reales, ya desprendidos de los estudios, un poco como lo hacía en Italia el "Neorrealismo", a la luz del cual nació la ola francesa.
Cleo (Corinne Marchand) es supersticiosa al máximo, y empieza la película haciéndose tirar las cartas del tarot, las cuales no le son favorables ("Tiene cáncer. Va a morir." le dice la tarotista a un hombre sentado detrás de una puerta cuando Cleo sale de la habitación). Y rehúsa leerle la mano a Cleo tras ver un futuro funesto. Pero a la salida la espera Angéle (Dominique Davrey), quien es más supersticiosa que la propia Cleo (comprarse ropa nueva un jueves es mala señal, así como llevarla en la mano, descarta un taxi por el número de su patente y Cleo tiembla cuando se le rompe un espejito de cartera). Angéle es la empleada de Cleo, servidora, vestidora, confesora y todos los "ora" que se les ocurra, y se tutean la una con la otra. Entran a una confitería, en dónde Cleo se pone a llorar desconsoladamente por su incierto futuro y porque ya siente "el cáncer dentro". Por supuesto que no le cobran el café que toma y todos, dueño y mozos, se desviven porque lo pase bien. Enseguida entran a una sombrerería donde Cleo, en un acto por alejar la muerte, entra a probarse compulsivamente sombreros, uno tras otro sin solución de continuidad y adquiriendo uno para el frío (siendo que es el día que empieza el verano) como un manotazo de ahogado, una esperanza de que durará hasta los primeras heladas. Sombrero que después se lo regala a una amiga, convencida de que ya no hay futuro para ella.
Ya en su casa cambia su modelo de moda por una bata y unas chinelas que la hacen parecer a madame de Pompadour recibiendo a su amante recostada en su cama, rodeada por sus gatos, y luego a los músicos que vienen a proponerle un nuevo hit. Cleo es cantante recién comenzada su carrera (solamente ha grabado tres singles) y odia los temas que canta (son músicas totalmente bobas, salvo una, que le ofrecen sus músicos, -el pianista es el propio Michel Legrand- "Sin tí", que habla de los temores de la desaparición y la muerte, y la conmueve de tal forma que la hacen abandonar el recinto. Sale sin rumbo fijo y se mete en una confitería en dónde coloca en la máquina de música uno de sus temas sin que nadie le preste atención. En la confitería está lleno de cuadros surrealistas que la confunden aún más y aumentan su desesperación. Llega hasta el estudio de unos escultores donde una modelo posa desnuda. Se siente la fascinación que tiene la directora por el culo de la modelo, al que toma desde todos sus ángulos. La chica resulta ser amiga de ella y parten juntas en el auto del novio ya que es su primer día de conductora y se lo ha dado para que lo pruebe. Los mensajes de muerte son varios, el novio de la chica es un proyectorista de cine que está exhibiendo un corto cómico en donde la protagonista muere y es subida a un coche fúnebre. Cuando viaja en tranvía, éste para repetidas veces en pompas fúnebres. Ve en su deambular sin sentido por la calle a un hombre que se traga ranas vivas y a otro que se perfora el brazo con una aguja, todas imágenes que la conectan con el dolor y el deceso.
Finalmente llega a un parque con cascadas, en dónde se cruza con un soldado de la guerra con Argelia que trata de seducirla. Ella, reticente, pronto entra en su juego y le cuenta de su terror a que le diagnostiquen un cáncer. Él se ofrece a acompañarla a ver al médico si ella hace lo mismo con él de acompañarlo hasta la estación de tren porque parte esa misma tarde. "Tienes respuestas para todo", le dice ella, "yo sólo tengo preguntas". Y debe ser así la angustia de la muerte, de ver cercano el final. Con preguntas nos deja también Agnés Varda al final de la proyección de "Cleo, de 5 a 7", ya que nada es seguro. El médico le dice que su caso puede tratarse con rayos por dos meses y saldrá adelante, pero no sabemos si le está diciendo la verdad o es una mentira piadosa. No sabemos si Cleo vivirá, todos esperamos que sí, pues su belleza no es fácil de apagar ni desvanecerse en el aire así como así.
La cámara de la directora, siempre inquieta, juega con los rostros de la gente, con los espacios a los que hace flotar y aprovecha la sorpresa de los "filmados sin previo aviso". Una obra maestra que nos hace revalorizar a ese gran movimiento ya perdido que fue la "Nouvelle Vague". Gracias Agnés. Gracias Cleo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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