Vuelvo a comentar cine, y en este caso la última de ese gran contador de historias que es el veterano Clint Eastwood, y ésta, su última película hasta ahora (es del 2016). Clint Eastwood pertenece a la generación de los que hacen un cine clásico, a pesar de que en esta haya muchas idas y vueltas de guión, retomando una y otra vez el tema a narrar, como si dijera: "ah, me olvidé de contarles tal cosa", y vuelva diez minutos atrás. La película toda es un largo flashback y casi no nos deja tiempo para respirar, tal es la velocidad con que se cuenta.
Acá el argumento es un hecho que sucedió en el 2009 (más exactamente, el 15 de enero, pleno invierno) y que en Estados Unidos es archi conocido, tal vez no tanto aquí. Es la tragedia (con final feliz) que le sucedió a un avión que salió de Nueva York y que al corto tiempo de vuelo, una bandada de pájaros le inutilizó las dos turbinas. Sin tiempo para volver al aeropuerto de LaGuardia, de donde había salido, ni de llegar al de Teterboro, que también estaba cerca, su diestro capitán, Sully Sullenberger, decide hacerlo amerizar en el río Hudson, salvando al pasaje completo. Tal vez por ser tan conocida la historia (allá) no haya suspenso en llegar a su final. Pero el sabio viejo Clint sabe tratarla de tal modo que el suspenso se cuele en todos sus poros y se viva con tensión la hora y media de duración.
Eastwood nos ha dado decenas de obras claves dentro de la infanto-adolescente cinematografía norteamericana, con una mirada adulta sobre sus temas. ¿Quién puede olvidar el embeleso que provocó "Los Puentes de Madison"? ¿O la desgarradora historia de la joven boxeadora en "Millon Dollar Baby"? Películas inolvidables como "Poder absoluto", "Los Imperdonables", "Medianoche en el Jardín del Bien y del Mal", los cuatro veteranos audaces de "Jinetes del espacio", la terrible sordidez de "Río Místico", el enigma infinito de "El sustituto" o la desconfianza y la entrega en "Gran Torino", la presencia de Mandela y su equipo de rugby en "Invictus" por no recordar sino las últimas como "J. Edgar", el musical "Jersey Boys" o "Francotirador".
Acá el Capitán Sully Sullenberger es el grandioso Tom Hanks, que se acerca mucho a los premios con esta sabia interpretación. Está con el pelo y bigote blanco en canas, con su andar fatigado pero rápido en reacciones y una serie de visajes que hacen que su personaje adquiera esa tridimensionalidad que necesitaba. Está bien acompañado por Aaron Eckhart como Jeff, el copiloto y su esposa Lorrie es la siempre eficaz Laura Linney. La película empieza con un sueño de Sully: él está piloteando un avión que no puede controlar y va a volar de manera rasante por la ciudad y terminar estrellándose en un edificio (la memoria de las Torres Gemelas está muy fresca todavía). Se despierta angustiado y asustado, en medio de sudoraciones frías. Luego sabremos que es un sueño posterior al accidente. El film sigue con las audiencias que le hace la NTSB, corporación a la que no le conviene que el accidente haya salido indemne, y menos a la compañía de seguros. Fueron 155 almas que se salvaron de una muerte segura. Parece que aterrizar en el agua es muy difícil y casi imposible sin perder vidas humanas. Sully, frente a la decisión de volver al aeropuerto o amerizar, escoge esta última, con total pericia. Los de la compañía lo llevarán a una audiencia en donde se va a comprobar si él obró bien o no. Ese es el nudo argumental de la película y sobra el cuál esta gira.
Como complemento necesario tenemos el accidente y nos adentra Eastwood a inmiscuirnos en la vida de varios de los pasajeros, además de la del capitán, para hacernos cobrar empatía con el siniestro. Nos hace conocer a esas gentes que realizan un vuelo más en sus vidas y que se verán enfrentadas de cara a la muerte. Y lo cuenta desde todos los ángulos posibles, y no sólo una sino dos veces, repitiendo datos que ya conocemos pero que se resignifican con la repetición. Y al final, mientras pasan los títulos de la película podemos acceder a ver a los verdaderos pasajeros junto al auténtico Sullenberger en agradecimiento y desatando todo un festival de emociones encontradas (las que no se habían perdido).
Los mandamás de la compañía aérea piensan someter a simulaciones de vuelo el caso de Sully, y ver si en realidad no tuvo la oportunidad de llegar a alguno de los dos aeropuertos o si sólo fue un capricho que puso en riesgo de muerte 155 vidas. Tampoco creen que una de las turbinas haya sido completamente destruida sino sólo parcialmente, pero los resultados le dan la razón, así como los simuladores de vuelo. Sully es tomado por un héroe nacional y paseado por cuanto programa de televisión haya y adorado por todos los que lo reconozcan en la calle. Es el gran salvador, un tipo valiente que tuvo lo que hay que tener para tomar una decisión rápida y justa que no exponga a su pasaje.
La cámara de Clint Eastwood está siempre ubicada en el lugar correcto, y logra proezas, como la de mostrar ese amerizaje del avión con el consiguiente sacudón e inundación de la aeronave, la evacuación de los pasajeros y el posterior rescate por helicópteros, ferrys o barcos que pasasen por el lugar, con una temperatura del agua de dos grados y una de veinte bajo cero en el ambiente. La película, como nos tiene acostumbrados Eastwood con sus 87 años, es toda una muestra de elegancia narrativa y visual, sin ocultarnos ningún dato ni exponernos información que sobre. Por eso, a quien quiera ver este film, que tal vez se ha perdido, se lo recomiendo muy enfáticamente y con total seguridad que será de su gusto. Aunque ya no está en los cines se puede descargar por Internet.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario