Algo malo debe haber ocurrido en la función de ayer de "La Herencia de Eszter" para que la obra sonara tan deslucida. Tal vez fue el calor (el termómetro marcaba 36° a la hora de la función) y el aire acondicionado de la sala no funcionaba. Ellos, vestidos con sus pesados trajes de época tal vez estuviesen aplastados bajo el calor. O tal vez algo más grave. Lo cierto es que la obra, basada en una novela de Sándor Márai y adaptada por María de las Mercedes Hernando y dirigida por Oscar Barney Finn nos dejó un sabor a nada en la boca. Y mirá que la esperamos, porque habíamos ido a verla en agosto y justo Thelma Biral había sufrido la fractura del fémur en un accidente doméstico y la repusieron ahora en enero (ella con bastón y casi toda la obra sentada) y elegimos uno de los peores días del verano para ir.
Pero todo fallaba en la pieza. La voz de Thelma Biral estaba muy baja y apagada, como si no se sintiera bien (ah, pero eso de llorar qué bien que le sale, es la más llorona de las actrices argentino-uruguayas). Víctor Laplace, con un papel a medida para él, luce opaco y cansado, no se motivan el uno al otro. Y todo el resto del elenco (de quienes no tengo los nombres porque el programa de mano es el que se imprimió para agosto, y de esa fecha a acá cambiaron algunos integrantes) hace lo que puede dentro de un clima de sopor general. Estaban todos como con miedo a que se les fuera a desparramar Thelmita... En resumen, una obra sin bríos (no importa que casi no tenga acciones) y de un aburrimiento total. Recuerdo otra adaptación de Márai: "El último encuentro", con Duilio Marzio, Hilda Bernard y Fernando Heredia, sobre una novela escrita en primera persona, que se constituía en un extenso monólogo de Duilio Marzio de casi hora y media, con esporádicas intervenciones de los otros dos. Fue brillante. No se precisaban acciones para darle carnadura a un texto sabio y sabiamente escrito y con actuación memorable (actuó ese papel hasta el día de su muerte, llevándolo por los cuatro rincones de la Argentina, ya que no quería que nadie se perdiera de ese texto genial). Acá la anécdota no es muy original ni tampoco muy movilizadora.
Tiene algo de la Rosita lorquiana: una mujer que se ha privado del placer de amar esperando veinte años el regreso de su novio, quien se casó con su hermana. Muchos años después de la muerte de ésta, viene Lajos a visitar a Eszter, con su hija Eva. En realidad viene a llevarse todo lo que le queda a Eszter, su casa con un eterno jardín (como el de Lorca), porque es un embaucador, un mentiroso de siete suelas que ha despojado, en el pasado, a todos sus amigos, de cuanto pudo. Pero no el ladrón de guante blanco, sino el aprovechador, el que necesita dinero para pagarle al cochero, al sastre, el que se queda con un reloj, etc. Ahora vuelve con el ala caída a hacerle a Eszter el cuento de la fuerza de los complementarios. Los que nacieron para estar juntos, y que nada, ni el tiempo ni la vejez pueden ni podrán separarlos.Eszter le cree porque aún lo ama, y sabe que es un mentiroso, pero quiere entregar todo por amor. Y Lajos viene a obligarle a que venda su casa (lo último que le queda) y para eso cuando anuncia su llegada hace ir a un notario, el viejo Enre, amigo de la familia y de Eszter particularmente. Y él le recomienda, le implora que no firme el documento de la venta. Pero el amor es más fuerte, pero el amor es más fuerte... ¿les suena? Sí, igual que en la historia de Tanguito, acá Eszter sucumbe por un beso y un abrazo... y firma. Con la condición de que Lajos la llevará a vivir con él... Bueno, en realidad no con él porque no tiene espacio en su casa, pero sí en una residencia para damas solas que queda muy cerca de su casa, y en donde acabará sus días con Nunú, su vieja criada de siempre. También está Lachi (Edgardo Moreira), que es el hermano de Eszter, vive de su librería (como puede) y llora como todos la pérdida de la casa.
Hay un enigma con unas cartas (no del todo bien resuelto) que según Lajos le envió a Eszter cuando estaba casado con Vilma, su hermana, y que ella nunca recibió, tal vez secuestradas por su hermana. Pero las cartas están en poder de Lajos, o sea que sabe a ciencia cierta que nunca fueron recibidas, no se entiende a qué viene a llorar ahora sobre la leche derramada. En todo caso estaban guardadas en una cajita de palo de rosa que Eva viene a regalarle ahora. Ella lee las cartas y las estruja con furia.
Por supuesto que el reencuentro está signado de reproches. Los de Eva, hacia una tía que los abandonó en su desgracia después de haber perdido a su madre (parece que Eszter vivía con ellos), los de la propia Eszter hacia el único hombre que amó en su vida y que fue a casarse con su hermana, y finalmente, los más duros (y cínicos) los de Lajos, diciéndole a Eszter que fue una cobarde, que no amó como una mujer que se precie debe amar, y que, en definitiva, ella es la causa de todos sus males. Y con un reproche aún mayor: que él siempre fue débil de carácter moral y que ella podía haberle inyectado la moral que le faltaba. Ser SU moral. Todo esto es mucho para Eszter, tal vez por eso firma el documento de venta. O lo firma sólo por amor. Sabe que está poniendo la cabeza en la boca del león, porque lo sabe y porque todos se lo advierten, pero igual se inmola. Sí, tiene algo de inmolación esto, de un complejo por deber muchas cosas en la vida, cuando la vida fue la que se las debió a ella. Eran personajes escritos a propósito para Thelma Biral y Víctor Laplace, que tan buen jugo le hubieran sacado. Pero no sé qué les pasó. No los supieron aprovechar. Thelma había comprado los derechos de la obra y por eso a pesar de su accidente estaba empecinada en actuarla ella, que estaba tan cerca de su universo lorquiano. Una lástima.
El peor pecado en que puede incurrir una obra (teatral, literaria, musical, operística, lo que sea) es aburrir. Y esta lleva ese precepto al máximo extremo. Un enorme pecado, porque con esos elementos podría haber sido mejor el material. Barney Finn construye una pieza melancólica, triste, monótona, con la luz, la música, el vestuario y la dirección de actores. Esperamos ver mejores logros.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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