Hola, de nuevo al teatro... Ayer fui a ver "Lord", el nuevo musical de Pepe Cibrián Campoy con dirección suya junto con Valeria Ambrosio y protagonizada por él mismo y Georgina Barabarossa. El libro y las letras le pertenecen y la música original, dirección musical y arreglos corales son de (¡!) Santiago Rosso (¿Se separó la dupla Cibrián-Mahler?). Bueno, lo cierto es que la música suena renovada, nuevos vientos (y cuerdas) soplan en dirección Cibrián. Otra de las sorpresas es que la escenografía, en este caso es concreta y es siempre la misma: grandes paredes con relojes estampados, muchos relojes, como advirtiéndonos que el tiempo pasa, que en la vida el tiempo es corto, que todo es efímero... La decoración se completa con sillas, muchas sillas, que resultan innecesarias porque acaso las usarán los personajes para construirse un puentecito y una chaise-long en la que nunca se acostará.
Hasta ahora todo muy lindo, pero esta vez no la pegó Cibrián con la historia. La narración está casi calcada de la novela "Cuento de Navidad" (o "Canción de Navidad") de Charles Dickens y si ya la novela del gran escritor inglés era tediosa, la transposición a un musical de dos horas (habría que darle algunos tijeretazos al libro) lo es más. Y aburre además porque Pepe trabaja en un solo registro, su personaje no tiene cambios, salvo al final, y la juega de viejo avaro, muy, muy, muy avaro que odia la Navidad y cualquier tipo de celebración que implique gastos, y de esa tonalidad no sale. Y es raro, porque ver a Pepe Cibrián en escena se parece a estar ante un prócer del musical, y acá eso se diluye, además de no salir ni un segundo de la escena, hace monótono el espectáculo. Lo salva la ductilidad y los matices de la Barbarossa, que hace un raid de humor tanto en su personificación de La Parca como en el de Matilde, la difunta esposa de Lord (¿no tiene nombre Lord, que todos lo llaman así?). Se luce de veras con su vis cómica y su cambio de tonalidades de voz, desde ser una gata seductora hasta la más arrabalera de las muertes. Y en Matilde brilla con el acento español y bailando flamenco y con todas sus gracias "gallegas". La verdad es que Georgina salva la plata, que no es poca, ya que la entrada está en 700 $ (yo la pude ver por 430 $ porque la saqué por Tickets). Los secundarios también están correctos aunque no haya ninguno que se destaque por sobre los demás. Sucede que cada uno tiene su momento de lucimiento (y una canción como mínimo) y luego desaparece. El ensamble con todos, ya sea como compañía de circo mortuorio o de flamenco está muy bien y son muy ágiles esos cuadros.
Pero vayamos a la comparación con el original. En el libro de Dickens (que acá no se menciona como germen ni como nada) un hombre avaro, Mr. Scrooge, trabajaba y trabajaba para ganar dinero y guardarlo y se convertía en un avaro que odiaba la Navidad y sus fiestas. Llegaba al colmo de la avaricia. La noche de Nochebuena, en pleno sueño, es visitado por los fantasmas de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras y, conmovido por lo que ve, decide cambiar su vida. Acá es casi idéntico lo que pasa, salvo que este hombre ha tenido esposa y una hija, que perdió (a ambas) en un accidente y su hija le ha dejado un yerno y una nieta a la que nunca quiso conocer, es más quiere negar su existencia. Su hija se le presenta en sueños, así como su esposa, y también todo ocurre la noche de la Nochebuena. Se le va a presentar su socio en el comercio, Jonás, quien le pide dos horas de franco para estar con su familia, y Lord, a regañadientes se las otorga pero le dice que las va a descontar de su sueldo; Patrick, un socio que murió y a quien él le dedicó un entierro de miseria, su yerno, que lo reclama en su mesa navideña para que conozca a su nieta, una madame adivinadora del futuro (componente del circo de la muerte), y el que fuera él mismo en su niñez, que está dentro de él y a quien ya tiene olvidado. Y finalmente Vera, esa nieta reticente, que termina conquistándolo por su parecido a su madre y por la extrema suavidad y armonía en su tratamiento, una chica que debe rondar los 16 o 17 años (nos preguntamos, ¿y cuándo su madre vivía tampoco la quiso conocer?) .
La obra resulta aburrida porque no hay nada que la empuje hacia adelante, a avanzar, siempre rondamos la imagen de su avaricia (hay humor, sí, pero la mayoría de los chistes suenan flojos, no hay humor negro ni corrosivo como el que lucen las obras de hoy en día) y la idea de una muerte inmediata y de que se va a ir al infierno, mientras su esposa e hija están en el cielo. Y porque es una obra en la que sabemos todo lo que va a pasar porque ya es archiconocida la "Canción de Navidad" (el cine ha hecho innumerables versiones de ella; hasta Mickey Mouse tiene una propia). Cae casi de maduro (perdonando la mala palabra) compararla con ese gran exitazo que fue "Drácula". Si bien "Drácula" también era una historia donde todo el mundo conocía el final, y era mucho más difundida que la "Canción de Navidad", esa tenía el sabor de lo nuevo, del pan recién horneado, del futuro que renovaba el teatro musical en la Argentina para siempre. Ésta no. No pasa lo mismo porque es más de lo ya visto (ojo, la música y las letras son muy buenas, no hay que desmerecer todo, y la coreografía también, así como el vestuario), porque acá el personaje de él no genera empatía por derecho ganado, es un personaje el que no nos genera tristeza que termine sus días en el infierno y porque el mismo Cibrián se ve deslucido por su presencia (con un eterno camisón blanco y sus pelos largos al viento de la ignominia). En resumen, una obra que recomiendo sólo para aquellos fanáticos del musical, que no tengan miedo de aburrirse con una obra de 2 hs sobre temas ya conocidos y poco atractivos. Eso sí, el público aplaudió de pie. Y entre ese público estaba Zulma Faiad en la función a la que fui yo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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