Tal vez sea el oficio de crítico lo que nos vuelve más serios (por fijarnos más allá de lo aparente), el caso es que no me reí tanto con "Un cuento chino", como sí le pasa a mi amiga Amalia que se despatarra de la risa cada vez que la reve. No sé si es porque no me hicieron gracia las puteadas de Darín (hay gente que sabe putear y gente que no: Pinti sabe putear como Dios manda, la Morán sabe putear, Darín no sabe) o que le presentí un trasfondo más dramático desde el comienzo (el final me dio la razón), lo cierto es que "Un cuento chino" me amargó bastante.
Todo empieza en un tranquilo lago de China, en un bote, en dónde está Yun (Ignacio Huang), protagonista de la historia y su novia a quien va a entregarle los anillos de compromiso en el momento en que... una vaca cae del cielo y destroza el bote, llevándose a la novia de Yun con ella. Pasamos sin solución de continuidad a la ferretería de Roberto De Cesare (Darín), donde está contando una y mil veces los clavos que vienen en la caja y siempre tiene entre diez y cinco clavos de menos (Roberto es un obsesivo de libro), haciendo el correspondiente reclamo. Le contestarán siempre lo mismo, que la máquina a veces se equivoca. Pero se equivoca a favor de ella, contesta Roberto. Éste tiene que apagar la luz para dormirse siempre exactamente cuando el reloj cambia las 22.59 por 23 hs. Así como le regala una miniatura de cristal a la foto de su madre muerta cuando él nació (que conserva en una vitrina) para cada cumpleaños e ir con tres claveles a la tumba de sus padres en Chacarita cada sábado, sin faltar ninguno, eh. Y así es como recorta de los viejos diarios que le trae un amigo cuanta noticia insólita o irónica lee. Así es como también viene de visita la cuñada de su amigo, quien está enamorada de él y éste le responderá con indiferencia por enésima vez a sus pedidos de amor (la hermosa Muriel Santa Ana, demasiado dedicada a componer mujeres solas en los últimos tiempos).
Y así es como una tarde en que Roberto descansa mirando aviones en el aeropuerto (recordemos que el director, Sebastián Borensztein es fanático de los aviones y él mismo es piloto) que su vida se cruza con la de Yun, que ha venido a parar a la Argentina en busca de un tío (tapu, le dicen ellos) sin saber el idioma y sin dinero. Para ser breves, Roberto termina llevándoselo a su casa a convivir, le depara un cuartucho en donde lo encierra para que no le robe nada y lo deja así hasta el día siguiente. El primer paso es llevarlo a una comisaría para ver si lo pueden ayudar a buscar a su tío, pero en cuanto el oficial dice de ponerlo en un calabozo, Roberto se revela y el empleado lo ofende y le pide que le pida perdón. Roberto no sólo no se lo pide sino que le da un cabezazo en la nariz que lo deja fuera de combate y lo obliga a salir corriendo con su amigo oriental. Es curioso como el chino pasa a cosificarse por el hecho de pertenecer a otra cultura y no hablar el idioma, pasa a convertirse en un objeto ("Traelo", "ponelo ahí", "metelo", sacalo") y a ser esclavizado y pasar a hacer tareas ingratas (lo hace que le limpie el fondo, siendo que está lleno de porquerías y finalmente le hará que le rasquetée la pared y se la pinte. Todo esto, por supuesto, por lenguaje de señas ya que ninguno de los dos comprende al otro; están en una relación especular, sólo que es Roberto quien se aprovecha ya que él no está perdido ni indefenso. Por un momento alguien se pone en el lugar de él. Es Mary (Muriel): "Me preguntaba qué haría yo perdida en China, sin plata, sin entender el idioma, sin un lugar a dónde ir... Por suerte lo tengo a Roberto..."
Irán a la Embajada China, donde dejan sus datos y la esperanza de una posible conexión, hasta habrá el contacto con un hombre ciego de La Plata, que dice ser el tío pero finalmente no lo es. Recorrerán el barrio chino, en Belgrano, pidiendo informes, pero nada... Mientras tanto Yun va aprendiendo algunos hábitos de Roberto, como hacer el desayuno o comerse la miga del pan. Los más amables con él son los parientes del amigo de Roberto, quienes los invitan a cenar y lo tratan con suma delicadeza, mientras el ferretero es duro con él. Pero cuando le mande a desalojar la pieza en donde vive de cachivaches y transportando trastos le rompa la vitrina de la madre, será el acabose, lo sube a un taxi y le dice al tachero que lo lleve al barrio chino y lo deje ahí. Pero pronto se cruzan por la calle Roberto y el policía que lo maltrató y al que él fajó y se la cobra (y aquí es donde interviene el inverosímil, más inverosímil de que una vaca caiga del cielo) dándole flor de paliza en un baldío. Por suerte Yun los ve, desde su desprotección en el barrio chino, y sale en defensa de su amigo, rompiéndole un cacharro en la pelada al cana. Vuelve a casa de Roberto.
Un día en que el "patrón" quiere conocer la suerte de Yun, invita a comer al repartidor de comida china para que oficie de traductor. Así logran entenderse y lo qué quiere saber el chino es por qué recorta diarios y pega noticias Roberto. Éste le contesta que pega las noticias que parecen increíbles, y le cuenta que el álbum lo inauguró su padre quien había venido huyendo de la guerra en Italia y recibía semanalmente un diario italiano. En ese diario figuraba la noticia de que Argentina había entrado en guerra con Inglaterra, pero lo que más lo inquietaba es que en ese recorte estaba la foto en primer plano de su hijo con un fusil en las Islas. Eso lo conmovió tanto que ahí nomás murió. Roberto estuvo confinado a las Malvinas hasta el rendimiento y volvió para ver que la ferretería estaba cerrada, y ahí comprendió todo: a los 19 años se había quedado huérfano. Sigue leyendo noticias hasta dar con una del país de Yun, y es que una vaca caída del cielo hundió un barco pesquero. Ahí Yun se ensombrece y dice "Ese soy yo". Y cuenta la historia (real, por cierto) de que unos ladrones de ganado iban en un avión y que las vacas empezaron a ponerse nerviosas y hubo que deshacerse de ellas tirándolas al vacío, con tan mala suerte que una de ellas cayó sobre el bote en el que estaban los novios.
Finalmente llega una llamada desde Mendoza diciendo ser el tío de Yun y hacia allá parte él. La película termina felizmente cuando Roberto se dirige al campo en donde vive Mary para encontrarse con ella.
La dirección de la película es excelente, nunca decae ni pierde el rumbo ni el interés, proveniente de una historia verídica como esta y hace pie en las diferencias, como nos limitan, incentivan la desconfianza y generan odios y rencores. El guión es perfecto, tomando cada escena por su doblez gracioso o dramático, según se lo quiera ver, y las actuaciones son impecables. Por fin Darín componiendo a un no-Darín, un ferretero obsesivo, huraño, gruñón, malhumorado pero de un gran corazón. El chino Ignacio Huang está muy bien también, luchando contra esa cara de nada que tienen los chinos (recuerdo que Dolina decía que los chinos no ven, sino que sospechan) y hace querible a su personaje. Así como Muriel Santa Ana, siempre simpática y con una sonrisa en los labios para conquistar a ese Quijote hosco. Lo mejor son los efectos especiales, que hacen que una vaca caiga del cielo quebrando por la mitad a el barquichuelo en donde estaban los querubines. Una película para sacarle mucho jugo en su debate, y para agradar aún a aquellos que recelan del cine nacional. Ah, es una coproducción con España (¿?).
Y gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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