domingo, 22 de marzo de 2020

Mi crítica de "El Último Traje" (Cine)

Ahora, con la cuarentena, obligado a quedarme en casa, estoy aprovechando para ver mucho cine en DVD, así que hoy pude ver esta producción nacional que venía atesorando desde hace más de tres meses y no había podido ver. Además, quiero decir que si hubo alguien que se adelantó a todo el trastorno que causa una gran infección en masa y su contagio, fue el genial José Saramago, y recomiendo leer su "Ensayo sobre la ceguera". Es un libro preclaro donde anticipa todo el pandemonium que se manifiesta en una nación amenazada por el contagio, no sólo a nivel de salud sino en el de escasez de provisiones, de fármacos, a nivel institucional y de las simples medidas como son las de no tener agua, gas y luz. Lean este libro que abre los ojos frente a lo que pueda pasar en caso de que colapse el sistema.
Pero vamos a la película que nos reúne. Ágil, emotiva, humorística, diáfana, entretenida, sin golpes bajos, son algunos de los calificativos que se me ocurren para esta magnífica obra de Pablo Solarz. Abrahm Burstein es un anciano de 90 años, judío polaco, sobreviviente de los campos de exterminio nazis que vive en la Argentina. Está maravillosamente interpretado por ese actor con mayúsculas que es Miguel Ángel Solá, sin duda uno de los grandes de su generación y uno de los mejores actores argentinos. Tiene que lidiar con un maquillaje que lo avejenta una punta de años, con un acento que no es el propio, hasta aprenderse algunos parlamentos en yddish, y con una pierna que arrastra y a la que están a punto de amputársela. Todo un desafío para cualquier actor. Y él sale airoso sin más. Le ofrece al personaje una mirada activa, juvenil, no de adormecimiento que denota que la gente de esa edad puede ser lúcida aunque arrastre años. Miren la mirada de Mirtha Legrand sino, y van a ver una clara muestra de lo que expongo. Además le ofrece algo de viejo galán, algo seductor con su pañuelo al cuello y su buen traje, y un decir que no cae en la "machietta" de lo que sería un "viejo" de 90 años. Un desempeño extraordinario, que bien le valió el premio al mejor actor otorgado por el Instituto de Cine en el 2018.
Bueno, resulta que Abraham tiene unas hijas muy cariñosas que han decidido vender su casa e instalarlo en un geriátrico, por lo que la noche anterior al traslado, el hombre pone pies en polvorosa. Y se va con su valija y un traje a buscar a un amigo en Varsovia. El trayecto de la Argentina a Polonia será el argumento de la película, con sus debidas interrupciones forzadas y los personajes que irá encontrando en su camino, que dan color local a cada ciudad que toque. El viaje será de Argentina a España, pasando por París, Alemania y finalmente Varsovia. Si bien podría considerársela una "road-movie", es más bien el derrotero por el corazón y los sentimientos de un hombre lo que nos lleva en ese viaje de rutas, más que un simple deambular por caminos, además los trayectos se hacen aquí en avión y en tren, así que no entraría dentro de esa calificación.
Abraham es un viejo pícaro, que como buen judío trata de sacar el precio más bajo en sus transacciones, acentuando la carga humorística en ese slogan de las personas de esa condición, casi como un lugar común, pero son muy cómicos los pequeños engaños que hace para sacar tajada. Claro, el humor irá dando paso a la emoción a medida que avance el relato, sin caer en la sensiblería ni en el soborno emotivo. Alguien dijo que un buen actor es el que no llora, y acá Solá nos da ese gusto, pese a llevar en su alma historias tristes no derrama una lágrima en todo el trayecto. El vuelo de Argentina a España se realiza sin contratiempos, en el avión conoce a Leo (Martín Piroyansky), un joven músico, pianista él, al que luego necesitará. Abraham también es generoso con Leo, en el aeropuerto de España le piden que declare sus ahorros, y él no tiene un peso y debe ver a su esposa y a su pequeña hija, Abraham se conmueve y le presta su plata a cambio que se la devuelva. Enseguida ubica un hotel para pernoctar hasta su traslado en el tren a París, y allí conoce a la Sra. González (una ya hace tiempo envejecida Ángela Molina), una agria mujer que luego se transformará en una cordial anfitriona, la dueña del hotel, que lo invita a escucharla cantar en un bar a la noche. Allí es posible ver un cameo del director Pablo Solarz cantando la "Canción de las Simples Cosas". En ese bar ella le contará su desafortunada historia de tres matrimonios fracasados y descubrirán, a la vuelta al hotel que le han robado lo que el viejo llevaba ahorrado para el viaje. Debe ponerse en contacto pues, con Claudia, la única de sus hijas que vive allí, y con quien está peleado de larga data por un gesto de sinceridad mal interpretado que tuvo ella para con él. Claudia, interpretada por la argentina radicada en España Natalia Verbeke, lo recibe fríamente, sin hacerlo pasar siquiera a su casa ni presentarle a su hijita, a pesar de que el padre viene a pedirle perdón (y plata). Aquí hay un error de concepto en el film, ya que la hija ostenta en su brazo los números impuestos por el campo de concentración, igual que su padre, pero por la edad nunca pudo haber estado recluida allí. Finalmente le presta los mil dólares que Abraham necesita para llegar a Polonia (no dice el nombre de su país porque él no dice malas palabras). Y asunto concluido. Toma el tren a París despedido en la estación con emoción por Leo y la Sra. González de quienes se ha ganado el cariño (no así de su hija).
Llegado a la capital francesa lucha por hacerse entender en la ventanilla de embarque, de que quiere llegar a Polonia pero sin pisar suelo alemán, a quienes todavía odia como si estuviese a la vuelta de la esquina el abuso cometido por ese país hacia él. No logra que lo entiendan en su español, inglés o yddish, pero si es socorrido por Ingrid, una antropóloga alemana que sabe hablar el idioma hebreo por haberlo estudiado en la universidad. Pero él, al enterarse su nacionalidad no quiere saber nada con ella. Viajan en el mismo tren, y poco a poco se irán conociendo y ella se confesará arrepentida, como todo el pueblo alemán de hoy en día de los crímenes perpetrados en el pasado. Aún así no logra disculparla, pero el lazo se irá estrechando entre ellos, e Ingrid ideará una forma muy poética para que no pise suelo alemán. Claro, el viejo recapacitará y luego aceptará posar las plantas de sus pies sobre ese piso tan odiado.
Siguen los inconvenientes y en el tren que lo lleva a Varsovia se desmaya al alucinar que viaja con el ejército nazi, de resultas de lo cual será ingresado en un hospital de su ciudad natal. Allí contará con la ayuda de una joven y bella enfermera para llevar su entrega: el traje que le prometió al amigo que le dio asilo cuando él fue liberado del campo de concentración. Ese será el último traje que fabricará en su vida, y debe llegar sano y salvo a manos de ese hermano al que no ve desde 1945 pero que sabe que lo espera. 
Una película tan cálida como emotiva y apacible. Un ejemplo de cine bien hecho, que conmueve sin dejar por ello de divertir y de abrir caminos de entendimiento para una situación del pasado de la humanidad que es casi imposible de superar. Puro cine. Para no dejar pasar, aunque ya haga un par de años que se estrenó.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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