Ayer pude ver, en la opción nueva de "Teatro en casa" debido a la cuarentena que tenemos que disfrutar de la mejor manera posible, la versión del "Hamlet" inmortal de William Shakespeare que realizó Rubén Szuchmacher para el Teatro San Martín. Y debo decir con gran pesar que no hay nada memorable en esta puesta, ni el trabajo "consagratorio" de Joaquín Furriel, ni la adaptación a tiempos modernos, con un vestuario que no se explica en la versión clásica del bardo inglés, ni los demás trabajos, salvo el de Marcelo Subiotto como un cómico Polonio. Pero me detengo un momento. No puedo hablar, en verdad, ya que no vi la obra completa. Vi hasta el final del segundo acto (cuando se decide enviar al enloquecido Hamlet a Inglaterra), ya que me reservaba para ver el tercero hoy, y misteriosamente, la obra desapareció de la plataforma de libre acceso al Teatro San Martín. Así que me quedé con las ganas de ver cómo se trataba el desenlace. Ya que la obra me es conocida, no lo lamenté demasiado, pero quería ver el trabajo de los actores. Todos conocemos en líneas básicas la historia de "Hamlet, príncipe de Dinamarca": Claudio, el tío de Hamlet mata al padre de éste, su hermano, para quedarse con el trono del país y casarse con la reina, Gertudis. Hamlet habla con el fantasma de su padre, quien le dice todo, que fue asesinado arteramente y que ahora su lugar en la corona lo ocupa un traidor. Así como su amante esposa también fue cómplice y obviamente, también lo traicionó. Hamlet decide develar todo el entramado haciéndose pasar por loco y monta un tablado teatral (ayudado por una compañía de actores que ha llegado al reino) en el cual se representa ante el nuevo rey un drama exactamente igual del cual él participó, para hacerlo declarar su crimen.
Pero la interpretación de Furriel es más sosa de lo que se puede esperar para un personaje de tanta trascendencia en la historia del teatro sajón, tal vez la obra más famosa y más representada en el mundo. Furriel sabe darle un aire cómico cuando el director se lo impone, y sale airoso de estas lides, pero en su aspecto dramático, no alcanza el clima. Tal vez debió haber aprendido algo de su gran amigo Alfredo Alcón, a quien se lo puede criticar en sus actuaciones de los contemporáneos, pero en los clásicos no había con qué darle. Se extraña mucho la voz dramática de Alcón en un texto tan maltratado aquí, al que se ha convertido de un drama, en una comedia. Sí, porque ese es el clima que Szuchmacher eligió para esta puesta, algo liviano para darle aun público tan ansioso de ver comedias en el teatro, y que le huye al drama como al coronavirus. Las agachadas son festejadas con grandes risas por parte del espectador poco entrenado, y un personaje como el Polonio de Subiotto para a ser el preferido por todos. A Furriel, vuelvo a decir, le sale mejor hacerse el cómico que un texto como el famoso "Ser o no ser", el que recita con una impavidez tal como si fuera la lista del mercado. Tal vez debería recordar al Maestro Alcón en esa dicción, o haber mirado atentamente al programa de Tato Bores durante la época de la dictadura, quien difundía este monólogo desde su lugar de humorista crítico de la sociedad.
Otra cosa es la adaptación a la vida moderna, con un vestuario que así lo marca, ¿por qué? ¿cuál es el sentido? Tal vez me perdí la clave al no ver el final, pero sospecho que no, que todo fue un acto de transgresión/inspiración de un director que tenía muy poco que contar. Así como la presencia del fantasma del padre. Está muy bien colgarlo del techo para que aparezca levitando, pero la voz de ese espectro.... es algo que uno nunca hubiese esperado oír de un ser de ultra tumba, es absolutamente farsesca y aflalutada. La actuación de Luis Ziembrowski en su Claudio está correcta, sin grandes aspiraciones, como así la de Eugenia Alonso en su Gertrudis. Belén Blanco compone una Ofelia con gracia pero sin sensualidad, algo elemental para hacer deseable su papel, aunque es de lo más digno de la obra, como todo lo que hace esta chica. Rosencratz y Guildestern tampoco tienen el brillo que hizo un nombre recordable de esos dos personajes. En fin, que no hay profundidad dramática en una obra que lo merece y lo acredita. La traducción respeta el original, pero la adaptación la desvaloriza al transformarlo en una farsa (quizá haya colaborado más el público que lo que el director impuso), pero sea como fuere, soy de la opinión de que no es necesario "aggiornar" los clásicos, como se hace con tantas óperas, que adaptan a un tiempo diferente para el que fueron escritas una acción y una dramaturgia que así lo requiere. No obstante, en el caso de la música operística, algunas salen airosas.
En definitiva, un desperdicio de tiempo y esfuerzo en una puesta que no trasciende lo límites de lo comercial. Tal vez el hombre-masa que va al teatro necesite de un alivio al enfrentarse con una obra capital del teatro para no sentirse tan oprimido ni necesitado de alivio. Pero como dije antes: una lástima.
Y lamento igualmente no haberla visto completa para poder opinar con más autoridad.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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