Larga, pesada, insoportable, insufrible, mal actuada, floja, estúpida, comercial, lo peor, son algunos de los calificativos que se me ocurren para este nuevo estreno de Teatrix. Es una pena porque esta plataforma viene estrenando cosas de calidad, pero acá se desbarrancó totalmente. Esta es una típica producción veraniega para Mar del Plata, con elenco flojo, una dirección que hicieron bien en omitir en los créditos y un argumento pasado de moda. Nada importa que sea la obra de Raffy Shart estrenada en Francia en 1997 y que haya sido representada con éxito en más de 40 países: los resultados saltan a la vista. Con un elenco integrado por figuras taquilleras de la TV o del teatro de revistas más barato: Diego Përez, Alejandro Müler (los únicos dos que valen algo), la insoportable Adriana Brodsky, las inexpertas Kitty Locane y Micaela Mancini y los infernales Matías Alé y Matías Santoiani. Con eso creo que no hace falta agregar nada más, está todo dicho. Actores que nunca en su vida pisaron un escenario, flojos, "cancheros" en el peor sentido, dubitativos, de esos que se "tientan" en medio de una escena para contagiar al público a que se ría de sus risas. Un seleccionado de cuarta para una obra idem. Diego Pérez y Alejandro Müler habían hecho cosas que valían la pena, entre ellas la dupla hizo una buena labor en "No sé por qué las queremos tanto", con libro y dirección de Daniel Dátola, un espectáculo digno, pero acá se han rebajado al chiste fácil y a la comedia súper liviana de vacaciones.
El argumento plantea la existencia de un matrimonio, George y Marion Odefair, que tiene problemas conyugales por la falta de trabajo de él y por su falta de atención hacia su esposa (Pérez y Brodsky, que no aprendió a actuar una pizca desde los tiempos en que era la "bebota"). Por lo tanto él tiene una amante, Catherine (Locane), que amenaza con ir a su departamento y decirle todo a su esposa. Por suerte ella ha salido para su galería de arte. En eso llega un miembro de "Ayuda fraternal", una congregación dispuesta a solucionar los problemas de todos los miembros de la comunidad, a pedir un bolso de ropa. El tipo se llama Maurice Leppen (Müller) y es por demás cargoso y molesto. George está esperando que de un momento a otro se aparezca su amante para hablar con su esposa, a la que piensa esperar hasta que vuelva. Él le dice que su cónyuge es enferma psiquiátrica y tiene ataques de canibalismo, pero esto no la amedrenta. Entonces no tiene mejor idea que tomar la ayuda que Maurice le ofrece y hacerlo pasar por su esposa, para que Catherine se descargue con él y obture así su visión de la verdadera mujer. Lo hace vestirse de mujer, lo cual resulta un grotesco total teniendo en cuenta la pinta de Müller. Ya saben lo que opino de las comedias de travestidos (mi crítica a "Casa Valentina" fue más que explícita), no puedo creer que todavía funcione como chiste ver a un hombre vestido de mujer, cuál es la broma, cómo puede funcionar en el público. Ya pasaron 40 años de "Tootsie", que sin embargo estaba muy bien y es un ejemplo de cómo abordar el travestismo y su creación física y psicológica, pero todo lo que vino después no hizo sino empacar ese empeño fructífero. La transformación de Maurice en Marion es tan falsa que se ve a la legua que es un hombre disfrazado de mujer, no se esfuerza ni por afinar la voz, se nota que es un trabajo hecho sin ganas y de apuro, que sólo los personajes parecen no darse cuenta de la transmutación. Llega Catherine y se enfrenta a la falsa Marion con la "sorpresa" de ella de sentirse engañada. En seguida las mujeres hacen buenas migas y deciden ayudarse, con la mala suerte que al ver sangre, Catherine se desmaya. Desmayo del cual no volverá en sí hasta el final de la obra (sospechoso, ¿no?).
Ojo, no me estoy quejando de la duración de la obra sino de la calidad. Para una obra de arte no importa la extensión. La película "La Flor", de Mariano Llinás dura 14 horas y es muy buena, y "Sopa de Ganso", dura apenas 67 minutos y es otra obra artística. Ya ven, no depende de la duración, sino de lo que la obra se esmere por acaparar la atención. Acá sucede todo lo contrario, los 103 minutos que dura me parecieron eternos, la tuve que interrumpir varias veces y aún así me sentí incómodo y me pareció insufrible. Pero sigamos con el "argumento". En eso llama por teléfono Roger, el marido boxeador de Catherine y atiende Maurice, a quien le da la dirección y le dice que su mujer está con su amante disfrutando de los placeres carnales. Él promete ir allí y destrozar a George. Tocan el timbre y es una pareja que viene a ver el departamento, que está en venta. Son ellos Alphons (Alé) y Malala (Mancini), pero Maurice los toma por el esposo de la amante y se produce un desencuentro "cómico". Hay que ver cómo el público se ríe y festeja cada "chiste" y ocurrencia de los personajes, y cómo los aplaude de pie al final de la obra, lo que habla muy mal del espectador de vacaciones, que sólo quiere embobarse la vida con propuestas tontas y de baja calidad y por ahí rechaza espectáculos de mayor prestigio. (Aún recuerdo cuando Alfredo Alcón tuvo que bajar de cartel en Mardel su "Los Caminos de Federico" por inexistencia de espectadores). Pero bueno, así los hemos criado, dándoles a comer bosta, y se acostumbraron. Un éxito como "La verdad", que tuve la fortuna de ver cuatro veces, es inusual en estos lares, y tiene muy bien merecido la afluencia de público que colma el teatro noche a noche.
Bueno, al fin se aclara que los visitantes sólo vinieron por el departamento y no tienen nada que ver con la pareja de tortolitos. Pero cuando Roger (Santoiani) toca el timbre y es Alphonse quien va a abrir la puerta le asesta un golpe de puño en plena cara creando otro desencuentro, cree que él es el amante de su esposa. Tarda tiempo en enterarse, la caracterización del boxeador es patética, con la mandíbula salida en prognatismo, la frente chata y los ojos vizcos le dan toda la pinta de un mongoloide. Ya a solas con la falsa Marion, tratará de seducirla y "atracarla" pero Maurice se resiste. Luego aparece George, también travestido como la hermana de Marion y se crea un ambiente de seducción por parte del púgil que quiere aprovecharse de las dos "mujeres". Cuando Catherine recobra la conciencia todo vuelve a su cauce natural y el hombre trata de desfigurar a George, donde se produce el típico enredo de puertas típico del vaudeville. Finalmente Maurice se saca el disfraz y confiesa que no es Marion sino que es Maurice, el novio de George. Esto provoca el estupor general y para confirmarlo le estampa un beso en plena boca. Beso que se repetirá cuando vuelva la verdadera Marion y los sorprenda in fraganti. Deja a George prometiéndole que lo llevará a juicio y que va a deportarlo a una cárcel de Estambul. Finalmente los dos hombres se quedan juntos aceptando una vida en común. Traído de los pelos este final absurdo y muy de acuerdo con la "actualidad" y el matrimonio igualitario y la aceptación general de las parejas gay. Claro que esto 23 años atrás debió haber sido una innovación, pero hoy no sorprende a nadie, y hasta conforma a las mentalidades "progres".
Así pasan las casi dos horas de una comedia que no me hizo esbozar la más mínima sonrisa, que me llevó al tedio y al sopor y que me hizo lamentar haber perdido mi tiempo tan absurdamente. Lo único que agradezco es que no tuve que pagar una entrada para verla. (Tampoco lo hubiera hecho).
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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