El amor a primera vista puede ser una feliz realidad o una fantasía que deslumbra como un rayo escondido inmediatamente después de oscuros nubarrones. Jerry, un escritor televisivo que sueña con escalar posiciones en el muy conflictivo mundo del espectáculo, sabe muy bien que el inmediato deslumbramiento que tuvo hacia Amanda ya se está convirtiendo en una pesada carga cotidiana, ya que ella es tan rebelde y tan frívola, y él debe cargar con los caprichos de ella en medio de una batalla por crear libretos originales y una novela en la que desea volcar todo su apasionamiento literario.
Para Jerry Amanda es inmadura e incapaz de amar de verdad; para su novia, el escritor es un pusilánime que no desea contraer compromisos serios ni aceptar la realidad tal cual es. Este amor a primera vista, pues, está a punto de fracasar. Pero Jerry posee un cable a tierra en David Dobel, un escritor que, como él, está buscando el éxito y la popularidad. Ambos conversan sin trabas acerca de las problemáticas existenciales, tratan de hurgar en los vericuetos de la pasión amatoria y de las dificultades que impone su trabajo y escudriñan esos laberintos que trascienden la mera filosofía para insertarse en lo que ellos consideran la verdad sin cortapisas.
David es para Jerry una especie de gurú que lo marca en cada uno de sus pasos. Sin embargo, las dudas de Jerry son muchas y no siempre cederá ante una mente como la de su amigo, tan reveladora de inquietantes respuestas y de situaciones ubicadas al borde del disparate. En manos de otro director "La Vida y Todo lo Demás" se hubiese transformado en una comedia más dentro de una filmografía norteamericana. Pero Woody Allen, el David del relato, saca de contexto la historia para modificarla a su libre albedrío. Y dentro de ella se impone ese hombrecillo delgado e indócil que acá vuelve a reflexionar acerca de sus mayores obsesiones: la cultura, el sexo, el amor, la vida, la muerte, el psicoanálisis, el judaísmo, los snobs norteamericanos y Nueva York (mejor dicho, Manhattan), un lugar que fue y es el eje de todos sus relatos. El David de Woody Allen es tan brillante como tierno e inteligente en sus frases como agudo en sus pensamientos. Cada palabra de él impone la sonrisa -y a veces hasta la risa más estruendosa- y obliga a la reflexión, que siempre toma el camino de la audacia y la locura convertidas en piedad y en comprensión. Posiblemente "La Vida y Todo lo Demás" sea un calco de sus anteriores films. No habrá quien piense, y con cierto grado de sensatez, que Woody Allen es acá igual a todos sus personajes anteriores. Él siempre será fiel a sí mismo, sus problemas son tan suyos como del resto de los hombres y su talento no se desmerece frente a la repetición.
Detrás de los relatos que poseen el sello de este artista, sin duda uno de los mayores creadores del cine contemporáneo, está la existencia llevada a extremos de neurosis y de ardor pasional, de risa incontenida y de pensamientos sabios y contemplativos. "La Vida y Todo lo Demás" es Woody Allen al desnudo, como él siempre quiso que fueran cada una de sus películas. Como director sabe que todo es posible, y moldea la arcilla de sus entramados con aguda visión del montaje y con excelentes rubros técnicos y artísticos. Esta vez reúne a Jason Biggs, catapultado al éxito en 1999 con "American Pie", a Christina Ricci, una de las actrices más respetadas de su generación y al siempre eficaz Danny De Vito, de los que extrae lo más cálido e inteligente de sus personalidades para ponerlas al servicio de este micromundo en el que destellan los celos, las insatisfacciones y los entretelones del arte en un cóctel tan sabroso como delirante. Ver "La Vida..." es volver a disfrutar del talento de ese Woody que nos toma otra vez con fuerza de la mano para hacernos ingresar en las complejidades de la existencia cotidiana.
De pesimismo está cargada "La Vida y Todo lo Demás" con su sentido del humor que es más hiriente que gracioso, "Annie Hall" pero filmada sin una mirada de esperanza o reconciliación sobre la pareja. Hacía casi 30 años la historia con Diane Keaton tenía su costado creativo. La de Christina Ricci hoy es sólo destructiva, un débil sustituto para su mediocridad e insatisfacción personal. Pero la negrura no es sólo sobre las mujeres. El protagonista, Jason Bigss tiene el lastre de un psicoanalista y un agente que son tan nefastos como su novia.
La película contrapone dos miradas que en verdad son la misma, pero separadas por la edad y por las experiencias vividas por cada uno: está el mundo de BIgss y el de Woody Allen. El más joven intenta integrarse y todavía tiene esperanzas de que las cosas mejoren (por eso, por ejemplo, va al psicólogo). Con bastantes años más, el personaje de Allen descree de todo contacto. Ve en Bigss a la persona que una vez fue y lo alienta a cortar con todo lo que lo ata a una vida miserable, en donde todos abusan de su persona. Una forma de no enfrentarse a sí mismo y a sus propios miedos. "Forgotten men/hombres olvidados" es la expresión que usaban en "La Porfiada Irene" de Gregory La Cava para llamar a los linyeras. Bigss es otro hombre olvidado que no logra encontrar su propia voz. Allen es su simétrico, un personaje con una opinión terminante sobre todo lo que pasa a su alrededor. Lleno de violencia recubierta con tranquilidad, con una locura que parece del todo racional. La coherencia con que expone sus ideas deja abierta la duda sobre si es un loco, o si tiene razón en creer que existe una especie de complot cósmico contra su persona.
Cada uno junta algo que no le sirve. Biggs junta novias que lo abandonan, Ricci junta novios a quienes abandonar, Allen junta paranoia que se trasluce en explosiones de violencia. Los tres van hacia el mismo aislamiento, como si todos los caminos fueran en verdad sólo uno.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario