Muchos nos preguntamos qué habría sido de la vida de Nora Hellmer después de dar ese portazo final en la obra emblemática de Henrik Ibsen "Casa de Muñecas". Aquí está la respuesta. Lo que sucede con los clásicos es que todas sus adaptaciones, o segundas partes, o continuaciones, parecen conspirar contra la obra original. Esto pasa acá de a ratos, en un texto que no está enteramente logrado, con muchas parrafadas superfluas, pero que vienen a constituir el "corpus" de esta segunda parte de la maravillosa obra feminista por antonomasia del siglo XIX. Esta nueva pieza esgrime por igual, sino mucho más, las banderas del feminismo, y propone un modelo de sociedad casi revolucionaria aún para los tiempos que corren.
Es teatro de texto, casi dos horas sin parar de largos parlamentos -aligerados por una saludable cuota de humor- y con casi nada de escenografía: tan sólo dos sillas en un escenario circular (que cruje incómodamente). El resto es una clase magistral de actuación, llevada a cabo por cuatro actores impecables y con una solvencia impecable: Paola Krum (Nora), Jorge Suárez (Torvald), Julia Calvo (Anne Marie, la niñera) y Laura Grandinetti (Emmy, la hija, toda una revelación). Este cuarteto levanta la obra hasta en sus momentos más áridos y logra lo imposible, convertir este espectáculo en una obra recomendable y llevadera, defendida en su lucha por la autoproclamación de la mujer por otro gran orfebre, Javier Daulte, su director, quien se luce. Tal vez el único pecado de Daulte fue confiar demasiado en las manos "explicativas" de los intérpretes, demasiada gestualidad puesta en las manos, que, al cabo de la obra molestaban un poco la verosimilitud. El resto es puro disfrute escénico, dentro y fuera de la obra, porque se nota que los actores disfrutan con lo que están haciendo. Es un tour de force para cualquier actor, ya que pasan por todos los estados anímicos, desde la euforia hasta la bronca, pasando por las risas y las grandes lágrimas. El trabajo de los cuatro es impecable, pero hay que subrayar el de Paola Krum,, que está en escena todo el tiempo y lleva sobre sus lánguidos hombros todo el peso de la obra. Hay público sentado en el escenario, lo cual da ocasión de colocar a los actores sentados entre ellos antes de comenzar la función y durante el transcurso de esta.
¿Pero qué fue de la vida de Nora, se preguntarán? Así como se fue dando un portazo, hace quince años, regresa ahora, en pleno éxito profesional, ya que se ha convertido en una escritora de grandes ventas, en las manos de todas las mujeres, a las que aconseja sobre sus vidas matrimoniales. Y Nora está llevando a cabo una lucha por desterrar el casamiento, en liberar a la mujer de ser una posesión del marido, de estar atada a un solo ser para toda su vida, se la insta a separarse, a tener aventuras, a juntar amantes, a ser libres, a decidir y a pensar por sí mismas. La promesa de ser fiel a una sola persona hasta "que la muerte los separe", quedó perimida. Como dijera Gabriela Acher: "¿pero es que me tengo que morir para separarme de este infeliz?" Nora sostiene que las mujeres y hombres del futuro se burlarán de ellos viendo la forma tan básica de vivir, en la consagración del matrimonio. Planea una ucronía en donde las mujeres ya no tengan que depender del yugo del marido para sostenerse ni para ser quienes realmente quieren ser. "Cuánto vale ser fiel a una misma", plantea el slogan de la obra. Pero esa fidelidad le traerá problemas a la protagonista. Porque se ha topado con un juez despechado a quien su mujer ha abandonado tras leer el libro, que descubre que Nora está en realidad casada, ya que nunca se hizo efectivo su divorcio. Y eso es lo que ahora viene a reclamarle a Torvald: los papeles definitivos. Y su marido se los niega porque todavía la ama, tiene siempre la esperanza de que ella vuelva a su lado. Fue muy dura su huida, no sólo dejó a su marido sino a tres criaturas pequeñas que fueron criadas por su niñera y ama de llaves, Anne Marie, a quien, Nora, en su euforia por el regreso, se olvida de agradecérselo. Los niños se criaron sin madre, ¿pero no hay, acaso, niños que se crían sin padre? sostiene ella.
La reunión con Anne Marie al comienzo de la obra será todo lo cálida que puede ser entre una mujer y su criada, con Torvald será más conflictiva, éste no para de temblar y no comprende la exacta dimensión de su regreso, y con su hija será todo un lecho de rosas. Pero en los tres casos, los parlamentos utilizados sirven para resaltar una cosa: la fidelidad a sus convicciones y la moralidad que sostiene ante cometer actos que vayan en contra de la ley. Porque el argumento es sólo uno: cómo hacer para obtener el divorcio definitivo. Y Anna Marie le ofrece soluciones que no serán válidas ni aceptadas por Nora sin mancharse a sí misma; Torvald le niega la separación sin más. Y su hija le explica que ella, al desaparecer, fue dada por muerta con el tiempo, y que ella puede falsificar el certificado de defunción para que su matrimonio no tenga ya validez y que pueda seguir viviendo con el seudónimo que se inventó para escribir. Pero Nora niega esta postura por no coincidir con su ética: ella quiere hacer las cosas bien y no herir a nadie, quiere seguir el curso de la ley, un divorcio en pleno orden y que deje satisfechas a las dos partes. Pero en su conversación con Emmy se plantea el otro lado de la situación. Ella está comprometida, se va a casar, porque quiere pertenecer, Quiere una vida feliz siendo parte de algo, tener un hogar a donde recurrir, el cariño de un hombre que la ame, y no vivir una vida vacía corriendo de amante en amante sin encontrar su verdadero ser y su verdadera razón de estar en el mundo. Por supuesto que esto no conmueve a su madre ni le hace cambiar un palmo su forma de pensar, es más, Nora trata de convencer a Emmy que no se case, que se lo va a agradecer. Pero este diálogo sirve para ver las dos caras de la misma moneda.
La obra, que empieza con un aire distendido, casi burlón, un poco cómico, va adquiriendo ribetes trágicos a medida que avanza el reloj, cuando Torvald se niega rotundamente a darla la separación, o cuando se desata el mar de lágrimas entre las dos mujeres adultas. De más está decir que cuando el marido compra el libro escrito por Nora y se ve retratado en el personaje masculino, y denostado, tratado casi con crudeza, siente una profunda bronca, casi impotencia, ya que piensa cómo será recordado después de su muerte. Y sin haber hecho gran cosa en la vida, su recuerdo pasará a ser el de ese ser despótico, altivo e indiferente que describe Nora en su escrito. Por fin Torvald consigue el papel de la separación, tras lograr vencer toda clase de trabas del empleado, que aseguraba que Nora estaba muerta, y que no se podía divorciar de una difunta. Allí también sucede otro episodio importante para esta nueva "Casa de Muñecas": la caída de todas las máscaras que Torvald tuvo que imponerse para conformar a la sociedad, las mentiras, las trampas, las traiciones, para no decir simplemente que su esposa lo había abandonado... Cuál será el destino de esos papeles de divorcio quedan para el espectador que vaya a ver la obra.
Baste decir que el trabajo de todos es excelente, y que Laura Grandinetti se consagra como una de las revelaciones de este año. Yo la había visto, con unos años menos, en "Yo no Duermo la Siesta", la interesante obra de María Marull, donde cumple un rol también descollante. Es una gran promesa, de importante presencia escénica y pronunciación. A los demás ya los conocemos lo suficiente, huelgan decir elogios de ellos.
Cumplida la labor de "Después de Casa de Muñecas", puedo decir que es una gran obra, recomendada para toda la familia. Y terminan todos con el brazo en alto, reforzando su obra por la lucha de la independencia femenina.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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