Fuimos el viernes al San Martín a ver esta puesta de Fedra, impulsado e invitado por mi amigo Arauco Yepes, el timbalista de la obra. Tenía curiosidad de enfrentarme al texto de Eurípides, traspasado por la letra de Racine, adaptado por el autor español Juan Mayorga. Lo primero a lo que me enfrenté es a una sala muy grande con muy pocas butacas (más bien sillas de plástico), lo que me hace pensar en el despropósito de presentar una obra tan importante para tan poco público. Lo segundo fue reparar que mi silla era bastante incómoda, vencida, que se ladeaba hacia un costado y que tendría que soportarla durante las dos horas del espectáculo. Esto fue lo que primó durante toda la función, ya que terminé todo contracturado y, al decir de Atahualpa Yupanqui, me dolían "los hígados y el riñón". Esto es de destacar, ya que un teatro tan importante como el San Martín, no puede ni debe ofrecer a sus espectadores tan incómoda situación, es realmente para que lo revea el Gobierno de la Ciudad.
Pero vamos a la obra. Me vi ante una obra de texto, de aquellas en las cuales casi no hay acciones (sólo el enfrentamiento cuerpo a cuerpo de Hipólito con su padre Teseo), todas las demás son escaramuzas para agilizar un texto de por sí arduo, como el traslado de la gran cama en donde suceden casi todas las acciones con Fedra, el movimiento de un espejo muy mal colocado que hacía que me diera una luz constantemente sobre los ojos, el desplazamiento de armas, los refrescos que los jóvenes cazadores se daban en el gran fuentón lateral con agua de verdad, etc. Lo mejor de la obra, y casi me da vergüenza confesarlo, ante tamaña puesta, es el redoble de los timbales de Arauco, que subrayan todas las escenas, creando ese clima ominoso y desenfrenado de locura que propone la protagonista en su deseo por su hijastro. Los parches de mi amigo sonaban como toda la orquesta del Colón ubicada tras bambalinas, sobrecogían y al mismo tiempo proporcionaban un hermoso marco sonoro a cada personaje. Las actuaciones son muy desparejas, culpa del director Adrián Blanco, de muy destacada labor como director e intérprete en los escenarios nacionales. Fedra (Marcela Ferradás) e Hipólito (Francisco Prim) no me gustaron, actúan en un registro que empieza muy arriba desde el comienzo y lo mantienen durante toda la ejecución, provocando una sobrecarga de intensidades a un personaje que necesitaba de matices expresivos para dar carnadura y credibilidad a las escenas y, por otra parte, para no abrumar al espectador. En cambio la soberbia Enone de Horacio Peña, dama de compañía de Fedra, da la solvencia de un actor con experiencia y brinda los mejores momentos del espectáculo, sobre todo al ser el papel de una mujer encarnado por un hombre. La elección de ese rol no es por casualidad, sino que los dobleces de su alma, la estrategia del engaño y la brutalidad con que es tratada por Teseo, hacen plenamente justificable que sea encarnada por un hombre. Seguimos con el reparto: tanto Teseo (Marcelo D'Andrea) como Terámenes (Gastón Biagini), el amigo de Hipólito, son mesurados, presentan una muy buena dicción y componen con matices y subterfugios sus personajes, equilibrando los tantos de la representación. En cuanto a Acamante (Emilio Spaventa), el hijo de Fedra y Teseo, es un joven inexperto cuya actuación es mejor olvidar.
Complementando todo esto, es muy buena la puesta de Blanco, con un diseño de escenografía de Marcelo Valiente que es de destacar, agilizan los textos y parlamentos y dan verdadero realce a la palabra dicha, con mínimos elementos, que empiezan con un conjunto de "Jedis" y sus espadas golpeándolas contra el suelo, lo que nos hacen prologar lo peor, pero después adquieren gran espíritu de la obra al conformar una puesta inteligente, minimalista, que responde al aura de la obra.
En rasgos generales, el argumento es el siguiente. Teseo, marido de Fedra en segundas "náuseas" (hubiera dicho mi papá), ha partido para enfrentarse con seres monstrusos y hacer la guerra (ya ha pasado el momento de el laberinto del Minotauro y ha sido rescatado de él por el hilo de Ariadna, otro mito griego), En casa ha quedado Fedra, tendida en su cama, demacrada y temblorosa porque vive atormentada por el amor a Hipólito, hijo de Teseo e hijastro de ella, un amor que ya de por sí está juzgado por los dioses como imposible de concretar. Por momentos pareciera que estamos viendo "Poderosa Afrodita", de Woody Allen, donde en tono de comedia, el coro griego le indicaba a Lenny: "por favor, no sigas los designios de tu corazón" o "veo tormentas, ciclones, catástrofes... abogados". Pero siguiendo a pesar de esta disgresión, Fedra confiesa su amor prohibido a Enone, su dama de compañía y nodriza, quien primero la reprueba, pero después le dice que hará todo lo posible por traer a Hipólito a su lecho. Enone es el típico arma de doble filo que suele habitar las tragedias griegas y cumple el papel de bisagra en la acción. Va y le cuenta toda la verdad a Hipólito, quien siente una verdadera repugnancia por las mujeres y profesa que es "el peor ser que ha pisado la tierra, ¡qué bien estaríamos sin ellas!", lo cual lo convierte en el primer conflicto de género de la historia escrita, casi. Su andar un poco afeminado lo hace sospechosamente gay en un personaje que luego prestará su nobleza a no denunciar las inclinaciones de Fedra. Bueno, finalmente Hipólito llega ante el tálamo de Fedra y la rechaza abiertamente, mientras ésta se le ofrece, se le echa en brazos y besa sus pies prometiéndole eterna fidelidad si ella accede a sus requerimientos. Pero Hipólito huye de su lado.
Ahora está por llegar Teseo, y Fedra se enferma porque sabe que Hipólito va a hablar y le espera la muerte segura a manos de su marido. Pero la intrigante Enone le sugiere que sea ella quien aseste el primer golpe y le diga a Teseo que Hipólito estaba enamorado de ella y quiso abusar de su virtud. Fedra acepta esta solución, y cuando el amoroso y ardiente Teseo vuelve a su lado, ella lo rechaza y le escupe la verdad (o mejor dicho, la mentira), a la cara, poniendo en evidencia a su hijastro. Entonces Teseo brama, monta en cólera, se ve enceguecido por la furia y se lanza al bosque a buscar a su hijo. Lo encuentra y le asedia con ansias de matarlo, diciéndole lo ruin que ha sido, lo vil y bajo de su accionar y cómo se ha atrevido a querer violar a su madrastra. Hipólito se defiende diciendo que nada de eso es cierto, pero no habla de las intenciones de Fedra hacia él. Se arrastra, pide perdón, y el padre le dice que sean los dioses quienes lo juzguen. Al poco tiempo Terámenes, el joven amigo de Hipólito trae su cuerpo destrozado, desfalleciente diciendo que se ha arrojado al mar y que las rocas laceraron su cuerpo. Finalmente se sabe toda la verdad, Teseo se revuelca, quiere morir con su hijo, pero ya es tarde. El cuerpo moribundo de Hipólito yace en la cama de Fedra, quien le dice que allí donde vaya él ella lo acompañará y serán amantes por toda la eternidad. Fedra lo degüella y se suicida con el mismo puñal. Los timbales resuenan, Todo ha acabado para la trágica vida de Fedra, Hipólito y Teseo, tres seres signados, como en toda buena tragedia griega por el destino.
Como les dije, muy despareja es la parte actoral de esta puesta que podría haber lucido más. Impecable el trabajo del timbalista y los enunciados más arriba. Una tragedia que tiene vasos comunicantes con la platea y con quienes sufrimos la vorágine de esas dos horas de padecimiento. ¡Hasta pronto Fedra, será hasta una mejor versión!
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
Ohhh ,lamento la incomodidad !!
ResponderEliminarSiempre es un placer leer tus agudas críticas.
Así que vuelvo a tu blog luego de unas vacaciones.
Abrazo grande