sábado, 27 de julio de 2019

Mi crítica de "Extraños en el Tren" (Cine-Alfred Hitchcock-1951)

¡Cuatro fracasos comerciales seguidos! Hitchcock nunca había conocido algo así, ni siquiera en los peores momentos de su período inglés. En los comienzos de los años 50 es uno de los directores más ricos de Hollywood, pero, si quiere seguir siéndolo, deberá encontrar los favores de su público.
Después de "Pánico en la Escena" está seguro de una cosa: no volverá a filmar un policial humorístico. Necesita un tema serio. Lo encontrará leyendo "Extraños en el Tren", una novela firmada por una joven desconocida en ese entonces: Patricia Highsmith. Tan desconocida que Hitchcock logrará comprar los derechos por sólo 73.000 dólares, para perjuicio de la escritora. La novela tiene todo lo que le gusta al director y trata de un tema que recorre en muchos de sus films: la transferencia de culpabilidad.
En un primer momento, Hitchcock escribió una primera adaptación con Whitfield Cook, el guionista de "Pánico en la Escena". De hecho, se trataba de un simple aprovechamiento de los mecanismos dramáticos del libro, un trabajo previo a la escritura del guión. Pero el resultado consternó al pequeño mundo del cine. "La gente pensaba que mi primer tiro era a la vez tan chato y tan próximo a los hechos que no encontraba en la película la menor calidad -comentará Hitchcock-. En realidad toda la película estaba allí, visualmente". Lo cierto es que no menos de ocho guionistas rehusaron las propuestas de HItchcock, entre ellos Dashiell Hammet. El noveno aceptó. Se llamaba Raymond Chandler y, si bien no era todavía el mito en el cual después se transformaría, ya había publicado "El Sueño Eterno" y había colaborado en varios guiones, entre ellos "Pacto de Sangre" (1944) juntamente con Billy Wilder.
En esa época la Warner invertía 2.500 dólares por semana en Chandler. ¡Sólamente en él! Pero el novelista había obtenido un lindo privilegio: la posibilidad de trabajar en su casa. Podemos imaginar la irritación de Hitchcock, poco acostumbrado a este tipo de caprichos por parte de un guionista. Además, ambos nunca estarán bien conectados. Como novelista, Chandler, prefería trabajar solo. Nunca dejó de burlarse de esas "horribles sesiones de charlas que parecen tener un lugar obligatorio pero sin embargo penoso en la industria del cine". Con Hitchcock, al que le gustaba mucho intervenir en la redacción de sus guiones, tendrá lo suyo. "Hitchcock -escribe Chandler a su editor, McDermid- tenía siempre pequeñas sugerencias o pequeñas ideas que paralizaban la iniciativa de un autor. Uno está en la posición de un luchador que no logra nunca conservar el equilibrio porque su adversario no deja de empujarlo".
Si bien tenía prohibido trabajar cerca del cineasta, Chandler podrá, sin embargo, traspasar sus costumbres. Su testimonio acerca de la manera en la cual Hitchcock construía sus films resulta interesante: "Dirige la película en su cabeza antes de saber cuál será realmente su historia. Y uno se encuentra justificando más los planos que él tiene ganas de hacer que la construcción del guión (...) Tiene un sentido muy vivo del espectáculo, del ambiente y del decorado, pero mucho menos del 'fondo'. Creo que es por eso que muchas de sus películas rompen con la lógica y se van por las nubes de Úbeda". Mucho más grave para Chandler es que Hitchcock no se interesa por la psicología de sus héroes. "Su sentido de los personajes es más bien primitivo: el joven amable, la muchacha de buena sociedad, la vieja entrometida, el espía, el personaje cómico que distiende, y así con todos". Muy rápidamente, las relaciones entre ambos hombres se degradan. Un día Chandler le escribe en una carta que finalmente no echa al correo: "Si usted quiere una historia rosa, ¿por qué se tomó el trabajo de venir a buscarme? ¡Cuánto dinero desperdiciado!". Otro día Chandler espera en el umbral de la puerta a que Hitchcock salga de su limusina. "Mire a ese gran bastardo que simula tener dificultad para salir", lanza el novelista a su secretaria. "Pero podría oírlo..." le contesta ella. "¿Y qué?", concluyó Chandler.
"Nuestra colaboración no fue muy feliz -dirá Hitchcock a Francois Truffaut-. En un momento tuve que detener el trabajo con él. A veces, cuando intentábamos elaborar una escena, le proponía una idea. En lugar de estudiarla, me hacía notar de manera muy descontenta: 'Si usted puede llegar solo, ¿para qué me necesita?'" Hictchcock sacará una lección de su colaboración con Chandler: "Nunca trabajé bien con un escritor especializado, como yo, en el thriller, en el misterio o en el suspenso".
Insatisfecho con Chandler, Hitchcock contratará a Czenzi Ormonde, una asistente de Ben Hetch, su cómplice de "Notorius", para escribir la versión final, muy diferente del trabajo de Chandler. "Hitchcock logró suprimir todo lo que había de mí allí dentro", dirá más tarde el novelista. Pero esta versión no satisfará nunca al director. En sus entrevistas con Francois Truffaut lamentará, por ejemplo: "la imperfección del guión". Antes de agregar "Si el diálogo hubiera sido quizá mejor, hubiéramos tenido una caracterización más fuerte de los personajes (...) El gran problema en este tipo de películas es que los personajes principales tienden a volverse simplemente figuras".
Otro aspecto del film que molestará hasta el estreno a Hitchcock es el reparto. Si había contratado a Farley Granger, con quien había filmado "La Soga", no había sido por ganas, sino porque no había conseguido a William Holden. "Lo quería porque es más fuerte -explica acá-. Ahora bien, en una historia como esta, cuanto más fuerte es el hombre, más fuerte es la situación". Es evidente que con un actor tan sensual como el intérprete de "Sunset Boulevard", la relación homosexual entre ambos héroes hubiera sido más que evidente. Sin embargo, el entendimiento con Farley Granger  será cada vez más cordial. "Tenía la costumbre de lanzarle críticas, pero contrariamente a lo que él decía, tenía gran confianza en los actores". Para el otro papel principal masculino contrató a Robert Walker, que estaba en ese momento bajo contrato con la MGM. Esa será su anteúltima aparición en la pantalla, morirá durante la filmación de "My Son John", y Leo McCarey, el director, estará obligado a sacar algunos planos de "Extraños en el Tren" para efectuar algunos "raccords" indispensables.
El papel de Ann Morton será interpretado por Ruth Roman: "Era una estrella de la Warner y yo estaba obligado a tomarla porque no tenía a ningún otro actor de la compañía en la película". Resultado: Hitchcock será a menudo muy desagradable con ella. En cuanto al personaje de Miriam Haines le tocó a... Patricia Hitchcock, la propia hija del director, que quería por entonces ser actriz. ¡Patricia se enteró por medio de su agente que su padre pretendía contratarla! El director la convocó y le hizo unas pruebas antes de contratarla definitivamente. En el set, sus relaciones fueron estrictamente profesionales. "Me trataba como a cualquiera", comentará ésta a una periodista que había ido para hacerle una entrevista durante el rodaje. Ella será además la víctima de una de esas bromas que a Hitchcock le gustaba hacer a sus actrices: en el momento de la filmación de la secuencia del parque de diversiones, Patricia había querido subir a la "vuelta al mundo". Cuando su asiento llegó a la cima, su padre hizo apagar los motores.
De hecho, de lo que Hitchcock está más orgulloso en "Extraños en el Tren" es de su puesta en escena. El director tenía todo dispuesto en su cabeza aún antes del rodaje. Cuando Granger descubre a Hitchcock perezosamente sentado en su sillón en el segundo día de filmación le pregunta: "¿No se siente bien hoy?" Respuesta del director: "Sí, simplemente me aburro". Sorpresa del actor: "¿Cómo? ¿Cuándo no hace una semana de haber comenzado?" Y el director suelta: "Sí, pero en realidad para mí es una repetición tediosa. Yo ya hice el film". Tal como lo comentará Farley Granger, "todo lo que le quedaba por hacer era hacer mover a los actores".
¡Pero qué importa el método empleado! Los primeros planos, sucesión de travellings en los pies y en las vías, son deslumbrantes: "La cámara roza las vías porque no podía elevarme -justificará el director-. No debía haberlo hecho hasta que los pies de Farley Granger y Rober Walker se chocaran en el compartimento, la señal del comienzo de su relación". La escena del asesinato también es original: la cámara filma la estrangulación en el reflejo de un par de anteojos que caerán al suelo unos momentos antes. Pero la secuencia más impresionante es sin duda la escena de la pelea en el carrusel que se acelera, cuyo montaje fue en extremo complicado. "La dificultad principal (...) eran las transparencias -revelará Hitchcock- había que inclinarlas de forma diferente según cada toma". Para esta secuencia, Hitchcock contrató a un doble especial. En una de las pocas veces en su carrera que recurre a semejante artificio, ya que sintió pavor durante el rodaje: "Lo que dirigí allí me hace transpirar todavía hoy -confesará-. El doble -el hombrecito que se arrastra bajo el set del carrusel acelerado. realmente arriesgó su vida. Si el tipo hubiera levantado la cabeza cinco centímetros más, habría muerto y nunca me lo hubiese perdonado".
Consciente de la apuesta comercial que representaba "Extraños en el Tren", Hitchcock estuvo presente en varias "avant-premiers" en varios estados para apoyar el film. Su hija participó también en la promoción de la película: para los periodistas era un buen "ángulo" para hablar de Hitchcock. Si bien el film fue recibido fríamente en ciertos estados conservadores, donde las ligas de moral se sublevaban contra el aspecto homosexual de las relaciones entre los dos protagonistas masculinos, conoció en el conjunto de los Estados Unidos un verdadero éxito. A tal punto que será adaptado  dos veces para la radio. En resumen, Hitchcock había cumplido su misión, volver a encontrarse en la cima del "hit parade".
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



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