A esta altura de los acontecimientos cinematográficos mundiales, podemos decir que Woody Allen es un clásico: todo lo que haga, bien o menos bien, será acogido por sus admiradores como un objeto de culto. Y los clásicos no se discuten.
Y eso es lo que pasa con "Celebrity", una película superficial sobre el superficial mundo de la fama. Trabajar sin ahondar en los acontecimientos, ser superficial porque el tema también lo es. Y no debería ser así. Recordemos la lúcida mirada de Federico Fellini en su "Ginger y Fred", asistiendo al frágil poco profundo mundo del espectáculo, pero viviseccionando a sus criaturas con preciso bisturí de cirujano. Acá eso falta. Y no es porque los personajes no sean tridimensionales, sino se deba al carácter episódico que imprima a su película: el hilo conductor de los personajes es Lee Simon (Kenneth Branagh) y su ex esposa Robin (Judy Davis) y, a lo largo del film, va apareciendo una galería de personajes que luego no retornan ni se repiten, como si se pudiera contar/cortar en pedacitos. Si bien hay episodios más o menos cómicos -la prostituta que se atraganta con la banana al querer enseñar sexo oral a Robin, la orgía con Di Caprio y Lee y su chica en la misma cama-, la película no pasa por ser cómica, sino por patética en el buen sentido de esa palabra. A veces es fácil perderse, ya que hay tantas caras y diálogos(hay 242 personajes que tienen alguna frase de diálogo), en esta película coral, que Woody hizo a la manera de "Ginger y Fred". Pero hacerla de esta forma no quiere decir copiarla, ya que aparecen todas las obsesiones del autor: la futilidad de la fama, la brevedad de la vida, los matrimonios y sus separaciones, la infidelidad, la inutilidad del arte frente a la muerte y el mundo femenino.
La fotografía en blanco y negro -con sus grises- parece indicarnos que no todo es blanco o negro, sino que hay que saber observar también los grises, aunque él, no responda aquí a ninguna razón temática del autor, sino simplemente a la estética que a él le parece que debe recuperar de las películas del pasado. Igualmente la fotografía brillante, impacta, emociona, con todos sus personajes que no saben muy bien a dónde van ni qué hacer con sus vidas y con su fama, no por nada la película se abre y se cierra con un pedido de auxilio: "HELP", que aparece escrito en el cielo por un avión al compás de la patética música de la 5° Sinfonía de Beethoven ("El destino llama a su puerta") que ya no es aquí el "Help" de Los Beatles. También aquí está la presencia del diván y su obsesión por el judaísmo, aunque estos no sean temas predominantes, prefiere dejarlos a un costado. Las mujeres de Woody nunca estuvieron tan hermosas ni tan llamativamente fotografiadas: las largas y hermosas piernas de Charlize Theron en el desfile de modas, el hermoso rostro de Winona Ryder, la frescura de Judy Davis, cambiando a mitad de la película el registro a que nos tiene acostumbrados, de su histeria y nerviosismo a la calma y la sabiduría. La soberbia actuación del alter ego de Woody, el británico Kenneth Branagh, así como la de cada uno de los extras de este infinito reparto, es, como nos tiene acostumbrados Allen, inmejorable. Párrafo aparte lo merecen el ajustado vestuario y el colorido de la gama de los grises que tan bien fotografía el ya desaparecido fotógrafo de Bergman, Sven Nykvist.
Una obra seria y cómica a la vez, que saca a relucir los trapitos al sol de toda una fauna muy singular, que, tanto ilustres como desconocidos -aparece en un momento un joven Donald Trump-- no quieren perder sus 5 minutos de fama. Pero, se pregunta Allen aquí: "¿Qué es una celebridad? ¿Una estrella de cine que cobra fortunas? ¿un carismático actor que destroza hoteles estando drogado y con una prostituta? ¿una modelo que lo único que hace es mostrarse sobre una pasarela rodeada de miles de "paparazzi"? ¿De qué vale el esfuerzo, artístico, intelectual o científico que trabajan anónimos sin un minuto de reconocimiento?" Y cuando se llega a la fama, hay que saber mantenerla, y eso es mucho esfuerzo, casi más de lo que implicó llegar. Lástima que son preguntas que se quedan en el camino, sin respuesta. La única visible es que en el mundo de las marquesinas y de la fama, seguirá brillando mientras en la Tierra exista alguien dispuesto a comprarlo y a pagar su precio.
Los films de Allen establecen con el espectador una recíproca actitud de confianza y conforman un sólido cuerpo autoral (¿Acaso el cine de Woody Allen es el último que aún puede fundamentar la teoría de autor?) frente a la agresión y el cinismo de otros directores y otras películas. En definitiva, después de cada reencuentro con el personaje, volvemos a girar un cheque al portador hacia el año siguiente, en que Allen retornará con su ego habitual, su visión del mundo y sus temas de siempre, que ya conocemos en detalle.
"Celebrity" es una película extraña. Como primera cuestión a señalar hay que decir que Woody no actúa en el film, aspecto que no sería importante en otro caso pero que, de acuerdo con la complicidad que el director busca establecer aquí con el espectador, la ausencia de su figura enjuta y problemática es un punto en contra del film. Su alter ego en "Celebrity" es Kenneth Branagh, encarnando a Lee Simon, un periodista farandulero con aspiraciones de escritor. La composición del actor y director inglés es loable pero impersonal, ya que cada uno de sus tics, la forma en que imposta la voz y la totalidad de su batería gestual pertenecen a Woody Allen. Se nota al respecto, el esfuerzo de Branagh por cumplir las rigurosas indicaciones del realizador, pero por momentos su actuación no pasa de ser un calco de Allen como intérprete. En ese sentido, "Celebrity" es una película rara y también contradictoria: da la impresión de que el director se preocupó más de invadir la fuerte personalidad de Branagh (desde ya una proeza) que por contar una historia original.
Hay pocos universos tan reconocibles como el que nos muestra "Celebrity". Sin embargo, Allen parece no poder ir más allá de aquello que sabemos de antemano sobre un mundo artificial, que disfruta de sus 15 minutos de gloria. La estrella de cine sin ninguna virtud en la interpretación, la modelo come-hombres, el astro que destruye la habitación del hotel, la joven actriz de teatro under y las fiestas y ágapes del negocio literario son presentados desde el guión de manera superficial, anecdótica, episódica y bastante desganado.
El mejor Woody Allen, el que nos provoca simpatía, es aquel que se refiere a sí mismo, a su status social y al mundillo del que forma parte. Es decir, el Allen que habla de sus propias miserias, de sus amores, de su soledad, de sus gustos personales, del paso del tiempo. En los últimos años, sin embargo, el director amplió su mirada con el propósito de dar su opinión sobre otros mundos y otros personajes.
Opinión que no deja de ser interesante.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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