jueves, 16 de abril de 2020

Mi crítica de "Medianoche en París" (Cine-Woody Allen-2010)

La película de Woody Allen del 2010, rodada íntegramente en la capital francesa y con capital del mismo origen, es una aguda reflexión sobre el popular refrán que sentencia que "todo tiempo pasado fue mejor". El film comienza con imágenes de París, que la centran como verdadera capital turística y centro del mundo intelectual de Europa, con los melodiosos sones de "Si tu vois ma mere", interpretados por Sidney Bechet y constituye desde ese mismo momento a París como un personaje más (central) de la película. Recordemos que Woody Allen tiene una debilidad muy especial por París, ya que es el lugar por excelencia donde sus películas son recibidas con verdadero entusiasmo, más incluso que en su país natal, y en donde recaudan lo que no lo hacen en Estados Unidos. Culmina este documental de cinco minutos sobre una París lluviosa, con un estanque lleno de plantas y lotos, reproduciendo uno de los óleos más famosos de Monet.
Nos encontramos inmediatamente con el protagonista del film, Gil Pender (Owen Wilson, única película en la que actuó bien) y su prometida Inés. Están en viaje de placer por París junto a los padres de ella, quienes lo hicieron por negocios. Allí nos enteramos que Gil está escribiendo una novela con la que pretende pasar a la inmortalidad, y abandonar su trabajo bien remunerado como guionista en Hollywood, trabajo que su futura esposa desea que conserve. Pero él se siente con espíritu de escritor y no el de un simple esclavo de la industria del cine. Allí se encontrarán con dos amigos comunes, Paul y Carol, éste es un tipo pedante que cree saberlo todo sobre casi todo (desde historia europea, historia del arte hasta degustación de vinos) y hace que Gil lo odie desde el primer momento. Obviamente su prometida tiene más puntos en contacto con Paul que con él mismo, y es su fanática admiradora. Allí aparece como guía turística en un breve cameo Carla Bruni, esposa del por entonces presidente francés Nicolás Sarkozy, aunque Woody será generoso y le ofrecerá más de un parlamento en su film. Los cuatro amigos recorren Versalles y el Louvre, en donde Paul se destaca como catedrático de la Sorbona que es, dando sus clases magistrales ante los atónitos oídos de Gil. Pero quiere la suerte, o el destino, o ambas cosas, que Gil vuelva tarde una noche al hotel y se vea trasladado por un coche misterioso (justo cuando dan las campanadas de medianoche) a la París de los años 20, plena época del surrealismo en todas las artes. Al principio no logra entenderlo, ni puede reconocer su gracia, pero enseguida entra en contacto con gente de la talla de Scott Fitzgerald y su esposa Zenda, de Cole Porter, Jean Cocteau, Josephine Baker y termine siendo íntimo de Hemingway. Cada noche a las doce se reproducirá el milagro, y así entramos a un género que siempre ha manejado Woody con destreza, el del realismo mágico. Lo inusual se vuelve común, y la vida gris de Pender adquiere nuevos bríos y despierta sus ansias por compartir un mundo al que admiró desde siempre como joven escritor. Allí están sus maestros: Hemingway, Gertrude Stein, Picasso, Dalí, Buñuel, todos como escapados por arte de magia de un cuento, presentes en carne y hueso. Y Picasso trae además una compañía, la bella Adriana, de quien Gil se enamora perdidamente. Le parece estar viviendo un sueño: pasar sus noches en la mejor época de la historia, según él. Partimos de la base de que el presente siempre es insatisfactorio, de que la añoranza por lo pasado puede conformarnos de manera total. ¿Pero qué sucedería si ese pasado se vuelve presente? Tal como le pasa a Adriana, una habitante de los años 20 que quiere en realidad vivir en tiempos de la Belle Epoque. Siempre ese presente tendrá gusto a poco y añoraremos vivir en una época más remota. Pero Gil vive sus días con verdadera pasión entre tanto artista surrealista, y hasta logra hacer que Gertrude Stein lea su novela y le dé su opinión sobre ella. Y resulta ser que lo que Pender escribe es oro en polvo.
Pero a la vez, en su mundo de vigilia, Gil y su futura esposa no paran de discutir sobre la influencia nefasta de Paul, así como la del padre de ella quien es un republicano consuetudinario y no se traga a su futuro yerno. Así, casi por casualidad, Gil llegará a una tienda de antigüedades donde venden discos de Cole Porter y enseguida traba relación con la vendedora. Es una joven atractiva, parisina, quien también reconoce la importancia de las voces del pasado. Se volverán a encontrar hacia el final. Entre las cosas que a Gil le enloquecen está caminar bajo la lluvia en París, cosa que a Inés le parece insensato. Por fin, al final de la película, cuando Inés lo haya engañado con Paul y el futuro matrimonio se disuelva y Gil opte por quedarse a vivir en París, encontrará la horma de su zapato en Gabriela, la expendedora de la tienda, a quién tampoco le molesta mojarse con la lluvia parisina. Pero sabemos que desde la época de su romance con Soon-Yi, Woody optó por no poner engaños matrimoniales en sus films, y acá la ruptura llegará sin que Gil haya logrado intimar con su otro amor, Adriana, quien permanecerá en el rincón de lo idealizado, ya que se quedará a vivir en la Belle Epoque, junto a Toulouse Lautrec, Degass, la ópera y el can can. 
Sabemos por Freud que en en los sueños podemos distinguir dos aspectos: el contenido manifiesto y el latente, y que es este último el que le da verdadero significado al sueño. Acá podemos reconocer el contenido manifiesto como lo que ocurre en la vigilia de Gil, y el latente es lo que se activa a la noche, después de las doce campanadas, y comienza a vivir su vida "verdadera". Allí es un hombre libre, pleno, se lo reconoce como autor y Hemingway, al leer su manuscrito advierte que su prometida lo está engañando, algo que para Gil había pasado inadvertido. Son las ventajas del inconsciente, que siempre nos revela las verdades de la vida. Pero aún cuando Gil asume que los años 20 son la mejor época en la que se puede vivir, también tiene un sueño que le revela la verdad. Sueña que se enferma y no tiene antibióticos, o que su dentista no tiene novocaína, y allí reconoce el verdadero valor del presente: los avances científicos, puede que el arte se haya desarrollado con más verosimilitud en el pasado pero no puede vivir sin la tecnología del 2010. Así es cuando en un ataque de pánico de Zelda Fitzgerald le da un Valium y le dice que eso la calmará, que es la pastilla del futuro. Aún así puede hacer su aporte a la cultura del siglo XX, cuando se encuentra con Buñuel le dice que ha tenido una idea para un film: un grupo de aristócratas se quedan encerrados en una fiesta y no pueden salir de la mansión y allí surgen sus instintos animales (origen de lo que sería "El Ángel Exterminador", una de las obras supinas de Luis Buñuel). Claro, el español se vuelve enteramente racional, contrariando al surrealismo, y no entiende por qué la gente no puede salir de la casa, es algo a lo que realmente no le encuentra sentido.
Además en este film contó Woody con la presencia de tres premios Oscar en el reparto: Kathy Bates (Gertrude Stein), Oscar por "Misery", Adrien Brody (Dalí), Oscar por "El Pianista" y Marion Cotillard (Adriana), Oscar por "La vie en rose". Como dato anecdótico, la música que escucha Gil cada medianoche cuando se acerca el coche que ha de llevarlo al pasado es un auténtico valsecito criollo salido del Río de la Plata. Así transita esta maravillosa película que supo ganar el Oscar al Mejor Guión Original, entre risas y seriedad (que nunca lo es tanto), y con la magia de la ciudad luz que ilumina todo el film.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).



No hay comentarios:

Publicar un comentario