El año pasado, el TGSM presentó dos obras del dramaturgo sudafricano Ronald Hardwood (mundialmente conocido por su obra "El Vestidor") sobre el tema del nazismo y como algunos artistas o intelectuales, en este caso músicos, se vieron comprometidos de una u otra forma con el régimen y la ideología imperante. La duración del espectáculo es casi maratónica, ya que llega a las 3 hs. pero vale la pena verlo. Yo me lo perdí en su momento, pero pude recuperarlas ahora por la modalidad de "Teatro desde casa", que muchos teatros están implementando, entre ellos el San Martín, el Cervantes, Timbre 4, El Extranjero, el Colón y se acaba de sumar el complejo La Plaza, además de la cantidad de musicales que puedo ver por distintas plataformas. Así que hay para todos los gustos.
Pareciera ser que el arte y la política no debieran cruzarse, pero en momentos en que todo el mundo está inmerso en una manera de vivir y de pensar agobiante, es inútil tratar de desprenderlos. Acá se toma el caso del compositor alemán Richard Strauss y de su libretista, el judío Steafan Zweig (en "Colaboración") y por otra parte el del director orquestal Wilhelm Furtwängler (en "Tomar partido"). La música es, al parecer, la más abstracta de las artes, ya que se ejerce sin un soporte físico, la música no existe ni en el espacio ni en el tiempo, es inasible, no se puede tocar, y parece ser que su mundo creativo es el más etéreo. El filosofo Ortega y Gasset opinaba que tanto la ciencia, como la filosofía o las artes, al tratar de temas abstractos depende de cabezas"libres", en cambio la política, que maneja temas concretos, precisa cabezas "sólidas". Y al parecer estos dos mundos no se corresponden. Pero en el desarrollo de las piezas teatrales que hoy nos competen vemos que esto no es tan así.
Por su lado, Strauss opinaba que él era un artista, que no precisaba de la política para ejercer su arte y que podía vivir sin ella. Pero veremos cómo las circunstancias lo vieron obligado a meterse en el fango. Strauss (Osmar Núñez) -es de lamentar que el registro de las obras se hizo en un plano general y con cámara fija, loo que impidió ver las caras de los actores y sus gestos y sentimientos- se conoce con el eminente escritor Stefan Zweig (Boy Olmi) y enseguida se produce la conexión entre ellos. Uno le ofrece un tema, y el otro responde con acierto, de esa conjunción, va a nacer la ópera "La mujer silenciosa", ópera que Strauss venía necesitando pues a su edad ya no se lo consideraba un compositor de primera línea y estaba bastante alejado de la producción operística. Sin embargo, estamos en plena década del 20 y el nazismo ya viene asomando y se escuchan los discursos de Hitler por la radio, idea a la que Strauss parece adscribir en el principio, cree que ese oficial alemán va a sacarlos del pozo en el que se encuentran metidos. Zweig, por el contrario ya empieza a temer por su integridad física e intenta declinar de la colaboración con el compositor. Pero éste lo convence que sin él es imposible y que esa asociación sólo puede llevarlos al éxito. Strauss es visitado insistentemente por Hinkel (Sebastián Holz) el representante de Goebbels y le hace ver que su colaboración con un judío no está bien vista por el régimen y que intente apartarse, pero la amistad entre los dos hombres es férrea, y el músico responde con la negativa al oficial alemán. Strauss está casado con Pauline (Lucila Gandolfo) y Zweig vive con su secretaria Lotte Altman (Romina Pinto), luego de haber dejado a su esposa. Y el huevo de la serpiente ya se ve venir. Lotte es asediada en la calle por dos muchachos con uniforme quienes la golpean y la tratan de "puta judía". Zweig sabe que lo mejor es irse lejos, y luego de pasar por Londres acabará en Brasil. Al estreno de la ópera Zweig no asiste pues se le ha avisado que Hitler y Goebbels estarán presentes (después de haberle dado el visto bueno al libreto), y Hinkel se encarga que el nombre del libretista desaparezca de todos los carteles de promoción y del programa, a lo que Strauss responde con vehemencia que se subsane esa dificultad. La ópera es un éxito, pero querrá el sino que nunca más sea representada en Alemania hasta el final de la guerra. Strauss deberá doblar el cogote, es nombrado presidente de la Cámara de Música, gesto que acepta a regañadientes, y debe afiliarse al partido para evitar que a su nuera, a saber, judía, la envíen a un campo de exterminio, lo que no consigue hacer con la familia de ésta. Zweig, en Brasil, en 1943, decide suicidarse porque no tolera más el camino que ha tomado el mundo.
Al final de la guerra, Strauss, ya declinante, es llevado a declarar ante el Tribunal de desnazificación y se lo acusa de haber colaborado con el partido, aunque las pruebas en su contra son más bien débiles. Como puede, asume su defensa...
Otro caso paradigmático, aunque no se trate en la obra, fue la colaboración con los nazis del Heidegger, el filósofo alemán, a quien se le dejaba el campo libre para desarrollar sus teorías mientras no interfiriera con el gobierno, y era mantenido por éste. Así es que hoy tenemos una de las mentes filosóficas más brillantes del siglo, aún a costa de su propia dignidad como ser humano.
La segunda obra transcurre en Alemania una vez finalizada la guerra, y estamos ante un oficial aliado, el Mayor Steve Arnold (Boy Olmi), quién debe decidir quien o quienes colaboraron con el partido durante la época de la contienda. Y así llega hasta él un oficial que lo va a secundar, David Willis (Sebastián Holz) y una dactilógrafa cuyo padre fue un héroe de la resistencia, Emmi Straube (Romina Pinto). Ante ellos comparece Helmut Rode (Néstor Sánchez) un segundo violín de la Filarmónica de Berlín en tiempos en que era dirigida por Wilhelm Furtwängler, el Maestro de la batuta. Rode se hace ver como un antinazi de primera hora, que siempre apoyó la causa judía e incluso ayudó a muchos de ellos, defiende a su Maestro a capa y espada, a quien, según Arnold, era un colaborador nacional socialista consuetudinario. Rode no puede dar crédito a lo que se dice de su tutor e incluso cuenta algunas anécdotas que lo pintan como un defensor de los derechos humanos. Se presenta luego ante ellos una mujer, Tamara Sacks (Lucila Gandolfo), segura de que Furtwängler ayudó a su marido Walter a escapar a París, de donde fue reclutado para un campo de concentración y fue ejecutado finalmente. Pero le está infinitamente agradecida a ese hombre que vio en la sala de espera.
Finalmente se hace pasar a Wilhelm Furtwängler (Osmar Núñex) al que se irá enredando en su propio discurso hasta lograr que declare que fue un colaboracionista y afecto a Hitler. Por supuesto que esto no es tan sencillo, lleva su tiempo y sus corroboraciones de material encontrado en la caja fuerte de Hinkel, pero el olfato de Arnold puede más que el entramado de falsedades que esgrime el músico. Finalmente este acepta su culpa, pero se redime diciendo que su arte es algo superior a cualquier confrontación por el poder, que la ejecución de una sinfonía puede llevar a su público más lejos que cualquier campo de exterminio, que él vivió para el arte y sólo para eso, que trató que su arte fuera siempre el impulsor de las ideas de libertad que pugnaban por salir en sus compatriotas. Finalmente será exento de toda pena pues Arnold, alguien que no entendía de música alguna y que era más bien un típico yanquee bruto y analfabeto artístico, se ve convencido por el discurso del director de orquesta.
¿Es imposible separar una cosa de la otra, cuando se hizo la vista gorda ante los peores crímenes que cometió la humanidad? Tal vez, la obra plantea la polémica y deja abierta la discusión, ¿no se ha alabado -hasta el día de hoy- a Herbert von Karajan, otro director que adscribió abiertamente al nazismo pues su música lo redime todo? ¿Y qué decir de la eximia batuta de Furtwängler, que arrancó las notas más bellas de la música universal de sus partituras para llevarlas al alma humana? ¿Puede considerárselo un monstruo? Habrá opiniones divididas, pero la pieza no deja sentada ninguna verdad absoluta, sino que abre el tapete para la discusión. Dos piezas necesarias, valientes, lúcidas como pocas y de una actualidad necesaria para evaluar el rumbo del arte y su "complicidad"con lo siniestro.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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