viernes, 24 de abril de 2020

Mi crítica de "CEPO (Centro Experimental Para Oscuros)" (Teatro)


No eran muy grandes mis expectativas ante esta nueva propuesta de Teatrix, sobre todo por los auspicios de "un viaje hasta lo más profundo del ser" "Un tiempo de introspección sobre todo en estos momentos que nos toca vivir", y yo pensaba que la introspección a la que nos  vemos sometidos en este tiempo de cuarentena y de pandemia no tiene parangón con ningún otro en la historia humana, imposible de resumir en tan sólo 50 minutos de espectáculo, aunque sea un unipersonal. Y no me equivoqué. Porque "CEPO (Centro Experimental Para Oscuros)" es un fraude, un experimento fallido de lo que pretende ser una experiencia límite sobre el encuentro consigo mismo de una persona. En este caso es el actor Ángel Hernández, con libreto de Diego Corán Oria y música de Jorge Soldera, y letras de ambos. Sí, porque además es un musical. Como si esto fuera poco canta. No importa que Ángel se vea sometido a un experimento ideado en Resistencia, Chaco en el año 1955, diez años después de terminada la Segunda Guerra Mundial (como si la referencia "necesaria" nos sirviese para algo) en donde deba pasar por "todos los sentimientos humanos" (¡epa, se les fue la mano con el auspicio!), ni que se mueva hiperquinéticamente de un lado para el otro, ni que se tire al piso y cambie de posturas de un momento para el otro.
Hay un ejercicio de teatro ideado por Stanislavski que se utiliza en el primer año de la carrera que se llama el "si mágico" y consiste en plantearnos con el potencial "si" yo pasara por tal o cual situación y tratar de vivirla intensamente a conciencia, para, con un golpe de palmas, pasar a otra de igual intensidad. Así, sin mediar tiempo y  unas diez o quince veces. "Si yo me encontrara con el amor de mi vida". "Si yo viniera del entierro de mi abuela". "Si yo llegar a casa y viera que me han robado lo más querido". "Si yo desaprobara en un examen". Estos son sólo ejemplos de cómo se puede jugar este ejercicio. Bueno, primer año de teatro es lo que hace Ángel Hernández sobre el escenario durante 50 minutos. Ni más ni menos. Trata de hacernos creer que maneja con naturalidad gran cantidad de registros de recuerdos y de vivencias cuando en realidad está jugando a "representar", algo que hacen todos los actores del mundo con mayor o menor solvencia. Y encima sin el menor sentido del humor. O peor, con un humor estúpido que no tiene nada que ver con el humor, y que está a cargo de un locutor que vende slogans de variados productos.
Así nos enteramos que el primer recuerdo de su padre fue que jugaba a extender una bandera roja junto a él o que éste estuvo preso por ladrón y fue muerto asesinado en la cárcel. O que su madre era una honesta trabajadora que se deslomaba laborando de "sol a sol". Todo asistido por una maestra de ceremonias en off, una absurda psicopedagoga llamada Elsa con voz de hombre en falsete que trata de hacernos creer que va a revelarnos las "profundas verdades de la existencia". Así llega el recuerdo de su abuela Nely, la "Titu", que tuvo la desgracia de irse a morir justo el día del cumpleaños de Angelito (buen momento para hacer como que llora y enternecer al público). No podía faltar el momento sensiblero del espectáculo. Pero todo es tan repentino, tan falso, tan surrealsita en el peor sentido del término, que no empieza ni termina por conmover un ápice. Hay una zamba, un rap, un rock y algunas baladas como para matizar el espectáculo, pero ninguno se destaca en musicalidad ni en musi ni en calidad ni es un hallazgo. Si hay algo para destacar de la performance de Ángel Hernández es su trabajo corporal, digno en algunos momentos, así como una voz agradable y entonada para cantar. Pero no destila la menor empatía y lo que estamos esperando todos es que de una vez por todas se termine este experimento. Llega al absurdo de meterse un balde en la cabeza a modo de casco para evocar recuerdos "importantes".
Y llega el veredicto: se lo toma por loco, y él define la locura como una forma de "no ver la realidad ni conectar con ella". (Yo en alguna de mis obras afirmo que la locura es un estado de lucidez supino, que nos permite ver la realidad con total crudeza, de percibir la soledad con toda la terrible dimensión que esta tiene y de ver las cosas con una profundidad que los sanos no pueden ni siquiera imaginar. No sé si esta idea esté equivocada o no, pero así es como la percibo yo y algunos locos famosos como Edgar Allan Poe). Y el colmo del lugar común, le dicen que se va a curar cuando "se logre conectar con su esencia". A lo que éste pregunta (en otro lugar común) "¿Por qué yo?" "¿Y por qué no?", le responde la lúcida voz de la psicóloga social.
En resumen, ahorrense un mal trago y eviten esta obra, que hace poner los pelos de punta. El público es reducido como aún el aplauso final, se ve que a nadie lo convenció mucho. Pero si igual quieren pasar por la experiencia CEPO acá les dejo el link para que puedan verla. No me digan que no les avisé.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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