Decidirme a comentar una nueva película de Woody Allen, por la época de su estreno, constituía siempre un nuevo desafío. Sobre todo llegando a esa altura, en donde sus producciones rondaban las 30 -ya ha alcanzado el número de 50-, todas ellas diferentes, con distintos resultados y enfoques, así como con distinta suerte.
Cuando uno veía el nuevo material del hombrecito creía estar ante la obra de un genio, aunque esto ya no nos pase más en la actualidad, habida cuenta que realiza ya a nivel de una por año, ocupándose del guión, la dirección, y, en este caso, la actuación. Woody nos puede hacer reflexionar con sus comedias serias, padecer en sus dramas o reírnos a mandíbula batiente en sus comedias. Lo que es seguro, es que este director iluminado siempre nos dejará conformes. En algunas ocasiones, como aquí, se une con otro guionista -Marshall Brickman, quien lo acompañó en "Annie Hall", "Manhattan" y otras- y toma un director de fotografía de prestigio -Carlo Di Palma, quien ha trabajado a las órdenes de Antonioni-, y lo haga adelantarse al "Dogma 95" impuesto por el danés Lars von Trier sobre todo por el uso de una cámara en mano, móvil, que no deja ni un minuto de expresar un ritmo nervioso a la imagen, ya transitado en la anterior "Maridos y Esposas". Es decir, Woody ya sabe perfectamente qué es lo que quiere. En obras posteriores reemplazará a sus propios fotógrafos según el color que quiera darle a cada film.
Ya alejado de las influencias de Bergman o Fellini, sabe que ya se ha sentado a la "mesa de los adultos" y que es capaz de volver a la comedia delirante sin sonrojarse por ello. Ya conoce perfectamente el mecanismo de la risa y sabe también que por medio de ella se pueden decir las verdades más contundentes, aún más que con la seriedad o el drama.
Estamos aquí ante una de las películas argumentalmente más intrascendentes de Woody, no por ello menos cómica. Es tal vez, la más graciosa de esta etapa intermedia, es un pasatiempo y un respiro, un puente entre sus dos películas "serias" y en cierta medida autobiográficas, como lo fue "Maridos y Esposas" (1992) y, en menor grado, "Disparos sobre Broadway" (1994). Tiene la diversión y la alegría de sus primeros films. Pero ya han pasado veinte años y ha aprendido mucho de dirección, de técnica y de puesta en escena. Aquí cada plano tiene su razón de ser, y apuntala de buen modo el parlamento. Es una película de diálogos (brillantes) más que de imagen, aunque, por momentos, tanta palabrería suene pesada. Ya no son los tiempos de "Bananas" o de "El Dormilón", porque Woody ha envejecido y evolucionado.
Parece increíble que la película, tal vez la más divertida de Allen, llegara en ese, su más negro momento, en medio de las acusaciones de la Farrow y su separación, sus juicios por abuso de menores, la negativa a ver a sus propios hijos y su apasionado romance con Soon-Yi. Es por eso que él declara que quería hacer algo suave, sólo para divertirse -y divertir a su público-. Hasta aquel a quien no le guste el cine de Woody Allen, no podrá evitar retirarse del cine con una sonrisa en los labios. Hay que tener una gran capacidad para poder escribir, actuar y dirigir esta película tan disparatada en un momento tan tempestuoso de su vida personal.
La historia viene de lejos. Este iba a ser el argumento que él y Marshall Brickman se habían planteado para "Annie Hall", un policial divertido, con algunos pantallazos de la vida de la Keaton. Por suerte pudieron apartarse de ello en su momento -no hubieran ganado los cuatro Oscars principales- y hacer de esa idea dos películas diametralmente opuestas, y una obra maestra entre esas dos.
El papel pensado para Mia Farrow en esta que nos ocupa, fue reemplazado ahora por Diane Keaton, y realmente constituye una venganza declarada contra Mia, ya que nadie más que Diane podría haber dotado a ese papel con tanta energía divertida, de tanto humor y tanto sentido del gag. No por ello las demás actuaciones sean flojas, al contrario, son fenómenas, pero la Keaton se lleva todos los laureles y se demuestra como la gran comediante que es, además de ser la justa actriz de papeles dramáticos.
Aquí el gag visual ha dejado su puesto para la forma verbal, el diálogo rápido y la contestación exacta. El guión está plagado de chistes y la mayoría de ellos son de alta calidad (y cantidad). Además la película está llena de homenajes, entre ellos a "La ventana indiscreta", "El silencio de los inocentes" y "El tercer hombre". Aquí, en nuestro país se intentó hacer un mamarracho basándose en esta película, que se llamó "Extraños en la noche", con Diego Torres y Julieta Zylberberg que no pasa de ser una copia burda y un plagio abiertamente ostensible.
Dicen que a Woody no le gusta filmar con días soleados, y esto queda demostrado acá, ya que todas las escenas al aire libre, son bajo un cielo plomizo o lluvioso, y ningún momento con sol, lo que presta una atmósfera especial al film todo. Esa atmósfera que, desde lo visual maneja Allen como nadie, apoyado en la excelente fotografía de Carlo Di Palma, un iluminador europeo que le da ese clima a la película, diferenciándola de sus hermanas norteamericanas.
Nunca Woody se había mostrado tan temeroso, tan desgarbado ni patético como aquí, llegando el momento de confundir persona con personaje, aunque sepamos que eso no es verdadero. Woody compone al "schlemiel" de sus primeras películas, pero ha pasado mucha agua bajo el puente, aquí ya no es rechazado por las mujeres ni perseguido por una teta gigante, sino que se presenta como un hombre establecido, de buena posición y hasta codiciado por Marcia (Anjélica Huston), una escritora a quien él rechaza por su amor incondicional a su mujer, Carol (Diane Keaton). Y estamos también ante un film distinto a todos los demás, ya que no hay infidelidades de pareja, ni encuentros sexuales ocasionales, es más, todos los posibles han sido rechazados -la situación de Carol y Ted (Alan Alda) aislados en el hotel europeo, en que ambos, a pesar de sentir atracción el uno por el otro, se mantuvieron en regla de fidelidad a sus respectivos cónyuges- y la confianza en el otro es respetada como gran tesoro.
Repetimos, sin llegar a estar entre los "tratados" de mayor profundidad de Woody, no podemos considerar menor a este film que destila humor tanto como inteligencia por sus cuatro costados (del fotograma), que está hecho con tanta fluidez y que muestra a un Woody en constante evolución, aunque no sea más que para divertirnos en unos cortos 108 minutos.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
No hay comentarios:
Publicar un comentario