Es de destacar la labor del Teatro General San Matín (y de muchos otros) que se esfuerzan por presentar títulos atractivos de su programación en la modalidad de "Teatro en casa" para paliar la abulia generada por la cuarentena. En este caso la cita era el sábado, para asistir a una obra del prestigioso cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder, uno de los artistas más trascendentes de todo lo que va del arte cinematográfico y quien ha revolucionado el cine alemán presentando una cantidad y calidad de títulos que en mucho exceden su corta existencia. Es ya proverbial el hecho de que reunía a sus actores (casi siempre los mismos) y filmaban a toda velocidad y en un lapso muy corto de días títulos que iban a ser claves dentro de la filmografía mundial, tal vez porque sabía que su final estaba cerca.
Y una de las obras de teatro que escribió fue esta "Amargas Lágrimas de Petra von Kant", que en nuestra escena hiciera popular la talentosa y querida Alicia Aller. La versión, ahora está protagonizada por Muriel Santa Ana como Petra y bajo la dirección también valiosa de Leonor Manso. Para esta puesta se ha jerarquizado el lugar de una cama que ocupa el centro del escenario, con accesorios a los costados pero de menor impacto dramático. Las seis mujeres que integran el elenco están vestidas de rojo (menos Marlene, la asistente de Petra, el único personaje que no habla en toda la obra), símbolo del color de las pasiones desatadas y violentas, por qué no trágicas, como todo lo que es desmesurado y sin medida. Están envueltas en una gran "pecera", un dispositivo escénico rodeado de vidrio, que se interpone incluso entre las actrices y el público, tal vez para dotar la obra de ese distanciamiento necesario que tanto proclamara Brecht. Los protagonistas son todos femeninos, estamos en un mundo de mujeres, tal vez porque es lo que el alma atormentada de Fasssbinder supo comprender mejor: el mundo femenino y sus secretos (de alcoba). Pero el amor que narra esta historia, un amor desgarrador y traumático, a pesar que se da entre dos mujeres, podría darse perfectamente en un marco heterosexual, en donde se dibuja la situación del amo y del esclavo, un ser atomizado por otro y llevado su deseo por los caminos que ese otro decide.
Petra von Kant (Santa Ana) es diseñadora de alta costura, sus modelos son muy cotizados y si bien está pasando por un período de decaimiento, lo que la obliga a quedarse en la cama, sin embargo sus servicios son reclamados por todo el jet set del mundo mundial. Tiene una asistente, Marlene, (Miriam Odorico, aquella fantástica integrante de "La omisión de la Familia Coleman"), una muda presencia que sólo está dispuesta a obedecer y a dejarse degradar por su ama, quien la somete a un verdadero servilismo, hasta que, al finalizar la obra, la redima, se sienten de igual a igual a charlar y proclame levantarle el sueldo, pero a costa de que le cuente su vida. Esto espanta a Marlene quien sospecha ser la próxima presa erótica de Petra y recoge su valija y se va por donde entró hace tantos años, dejándola sola. Petra estuvo casada con Frank, pero se divorció de él, siendo ella quien se lo solicitara, porque llegó un momento en que ya no podía depender de él: ganaba mucho más, era felizmente independiente y no toleraba el sometimiento sexual al que él la exponía. Tuvo otro marido anterior, Pierre, quien murió como vivió, en un accidente automovilístico, fruto de ese amor tuvo a Gabrielle (Victoria Gil Gaertner), de unos 15 años, quien vive pupila en un colegio y visita esporádicamente a su madre
También hay una amiga de Petra, Sidonie (Dolores Ocampo), quien se reúne con ella para celebrar su amistad y presentarle a una nueva discípula, una chica que viene de provincias y quiere aprender y trabajar: Karin Thimm (la siempre sugestiva y sensual Belén Blanco). Al principio Petra la toma con cierta frialdad, se da cuenta que es una buena para nada pero que puede ser muy vistosa como manequin. Le hace concesiones: le dará el estudio necesario, le pagará por adelantado, la dejará vivir en su casa ya que está en una pensión que casi no puede pagar... a cambio de su amor incondicional. Sí, porque Petra, que ya viene bastante cascoteada, se enamora rápida y perdidamente de Karin y cree que ella también lo está. Claro, el primer acto termina con este amor a prueba de balas que se jurarán las dos (algo que para el comportamiento homosexual de Fassbinder se le acomodaba muy bien), un amor lésbico que sin embargo se ve a las claras no podía tener futuro. Porque Karin comienza a utilizarla para ascender. Y asciende rápido. Pronto su foto empieza a aparecer en los diarios y se convierte en una manequin reclamada. Pero así como subió, muerde la mano de quien le dio de comer, es una chica caprichosa, obstinada, cansada del amor entre mujeres quien se va con cuanto hombre se le cruza. Y Petra sólo tiene ojos y vida para ella, se lo da todo, su vida entera la pone en manos de su amante, algo que los "amores fou" hacen muy a menudo. Todo el mundo gira alrededor de Karin Thimm, y como es de esperar, llevará a la autodestrucción a la inocente Petra. El juego del gato y el ratón se ha dado vuelta, la cazadora se torna un juguete en manos de su presa y es manipulada hasta el cansancio. Hasta que Karin recibe un llamado de Freddy, su ex marido, con quien corre (vuela, en realidad) a encontrarse en Madrid, abandonando a Petra. Y con ella se abandonan también todas las esperanzas de amar y ser amada. La vida será, desde ese momento, el infierno en la tierra para la diseñadora. Empieza a beber sin control, se pasa más de media obra borracha y llorando su amor perdido, espera cada llamado con una servidumbre tal que la hace arrastrarse de la cama, en donde pasa sus días, hasta el teléfono blanco recién salido de una película de Hollywood. Cuando recibe a Gabrielle se burla de que esta le cuente que está enamorada, como si ella, con su corta edad no pudiese sentir el valor de lo que es el amor. Trata a su madre de "puta arrastrada" por no haber trabajado en su vida, dependiendo, primero de su marido y luego de ella. Valerie von Kant (Marita Ballesteros) lo soporta todo heroicamente porque sabe que su hija no está en sus cabales, aún a costas de haberse enterado que esta está enamorada de otra mujer, y que ahí abrevan sus penas. Sidonie también es basureada y vilipendiada en los delirios alcohólicos de Petra.
La exigua sala Cunil Cabanellas del San Martín, con su pecera donde viven encerrados los personajes se ha transformado en el terrario exacto donde estas ratas de laboratorio son expuestas bajo la lupa de la mirada del público para que sean, no juzgadas, sino comprendidas, acariciadas, perdonadas. Porque todo se reduce a una palabra: AMOR. El amor desmesurado que Petra nunca sintió ni nadie sintió por ella, ahora puesto en manos de una advenediza que la transforma en su juego. Karin luce vestiditos cortos, muy provocativos, pero le dan asco las caricias de su mentora. Y ella se alimenta de esas caricias, ahí ha encontrado su razón de ser. "No se puede estar refregándose todo el día", le espeta Karin, "¿Cómo que no se puede, si no hay nada más hermoso?" es la respuesta de la desquiciada Petra. En tan sólo 80 minutos asistimos a la caída, caída y más caída de un ícono de la moda. ¿Quién dijo que se toca fondo? Siempre hay un fondo más bajo al que se puede acceder. Y de esto Fassbinder sabía mucho porque lo sufrió con sus amantes en su propia vida y murió de una muerte no natural que se le aproximaba por los cuatro costados.
Una gran obra, para grandes actrices y una gran dirección. Todo brilla en esta puesta, las actuaciones, el vestuario, la acotada escenografía, la música adecuada y una mano lúcida y tierna en la dirección. Es una lástima que haya sido grabada con cámara fija en plano general, lo que impidió ver los gestos mínimos y los sentimientos desplegados en este gran micromundo que es el escenario del teatro.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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