Seguimos preparando el seminario que no sé si voy a poder llevar a cabo por la pandemia y su cuarentena, desde agosto...
No cabe duda, Woody Allen es uno de esos nombres imprescindibles en el cine de nuestro tiempo. Y eso lo acaba de confirmar en su último film, titulado "Todos Dicen te Quiero" (1996). Y no es que se trate de una obra de gran argumento como "La Rosa Púrpura de El Cairo" (1984), con el ingenio y la brillantez de "Zelig" (1982), con la gracia de "Amor y Muerte. La Última Noche de Boris Grushenko" (1975) o con la intensidad de los personajes de "Crímenes y Pecados" (1989), sino que es un film lleno de cualidades en la medida en que es consecuente su planteamiento, esto es, un musical desenfadado que habla de la felicidad y del amor.
Definitivamente, esta es su película más optimista, por no decir más ingenua. Porque en ella nos encontramos, ya lejanamente, los ecos de los personajes y situaciones que eran habituales en films anteriores. No está ese ambiente atormentado, víctimas y perdedores, generalmente encarados por el propio Allen. Tampoco vemos el infierno de las pasiones y de las relaciones de pareja, ni la burla intensiva a la sociedad moderna, y menos todavía las pequeñas y grandes tragedias que esta mente brillante, neurótica y alarmante iba sembrando por el camino que debían recorrer sus personajes de celuloide. Sí, hay un poco de todo esto, pero sólo un poco, y sin la agudeza ni la profundidad de antes. Es probable que esta suerte de cambio, que también puede ser una variable o un simple paréntesis en su obra, tenga una explicación en sus 61 años de edad, porque aunque no lo parezca ni quiera admitirlo, esa cifra ya supone pensar las cosas como vejez, agotamiento (no físico), diferente percepción del mundo, o sencillamente que ya no tiene nada que decir, como le ha pasado a tantos otros artistas tan prolíficos como este. Esto es sólo especulación pero está dentro de las posibilidades. Ya vimos, que hoy a los 84 años nada de esto se ha confirmado, ya que sigue torturándonos con su visión pesimista del mundo y con la lucidez de siempre en sus relatos cinematográficos.
En esta película, este inventor de neurosis, con lo que nos sorprende es con su forma, más que con su fondo. Y es que "Todos Dicen te Quiero" es nada más ni nada menos que un musical, casi al viejo estilo de los musicales de la Warner, y digo casi porque no resulta tan artificial, extravagante y a veces surreal como aquellos de Vincente Minelli o Stanley Donen, con sus coreografías espectaculares y coloridas, y sus decorados grandilocuentes y postizos, todo un universo que tenía sentido dentro de la lógica que planteaba el género musical (que tanto amamos, sin embargo). Por eso no sería correcto definir esta película de Allen como un musical a la vieja usanza, pues las canciones y las coreografías se presentan en ella de manera más natural en el desarrollo de la trama. Y el muy obseso Woody nos había dado un adelanto musical en su descomplicada "Poderosa Afrodita", cuando puso a cantar y a bailar a aquel insolente coro griego. Porque para esta película cantar, no como profesionales, sino como una extensión de su actuación en determinadas escenas.
Igualmente, a pesar de que esta época, y por suerte en estas latitudes ya estemos muy acostumbrados al género musical en el teatro, el film de arte neoyorquino no cansa ni molesta con sus canciones o números de baile, cosa que sí ocurre, en las últimas e insustanciales películas de la Disney. Todo su excelente reparto, desde Tim Roth y Alan Alda, pasando por Julia Roberts y Goldie Hawn, hasta el mismo Woody cantan y bailan en medio de sus actuaciones, y lo hacen con una perfecta imperfección que es lo que, en definitiva, le confieren a esta película, el carácter de homenaje a ese género que hizo historia hace ya décadas pero que por suerte, siempre nos da alguna sorpresa.
"Todos Dicen te Quiero" carece de un argumento sólido y convencional, se trata más bien de una suerte de circunstancias que están en torno a un núcleo familiar de clase alta: una madre acaudalada que no sabe qué hacer con su tiempo y su dinero, un padre que tiene problemas ideológicos con su hijo, una fallida historia de amor, una joven pareja a punto de casarse y tres adolescentes que están en plena búsqueda y aprendizaje. Todo está contado en el tono y clave que a Woody le gusta, esto es, la comedia verbosa e inteligente, alimentada por una serie de historias paralelas que se entrelazan por medio de esta gran familia como su hilo conductor.
Esta es una película llena de homenajes, todos con la misma importancia y singularidad, que integran una pieza coral y emotiva, con la felicidad como denominador común, tanto para ellos como para la película misma. Una película que habla del amor, de buenos recuerdos, de fraternidad y hasta de desamor, pero sin muchos traumatismos. Y aunque no esté exenta de actividades neuróticas o de elementos que desequilibran la paz del hogar, estos no son muy grandes, y a la postre tienen fácil solución. Por todo esto, tal vez esta no sea la mejor película de Woody Allen, pero sin duda es una obra que, aunque ingenua e inofensiva, está llena de virtudes.
Esta película dejó conformes a todos quienes la vieron, tanto amantes como detractores de Woody. ¿Y por qué es tan buena? Porque es un film que da felicidad. Son tan hermosas sus escenas y tan buenos sus chistes y sus líneas de diálogo que a veces nos olvidamos que es un film de Woody Allen.
Woody tuvo primero que reinventar el género, porque tenía actores profesionales que no eran especialistas en canto ni en baile, por lo que tomó un puñado de canciones viejas, las aggiornó y las puso en boca de estos actores, en un contexto contemporáneo. El resultado es ampliamente positivo. Todos resultaron excelentes cantando o bailando y creó escenas o cómicas o estéticamente hermosas como el baile junto al Sena de Steffi (Goldie Hawn) y Joe (Woody), en donde él la hace volar, al igual forma que los clásicos musicales producían una reacción en su público.
Contando nuevamente con Carlo Di Palma como director de fotografía, quien sabe explotar las distintas tonalidades de los paisajes externos, dándole brillo al otoño en el Central Park, la nieve azul en París o los tulipanes en Nueva York en primavera.
Al igual que en otras películas de Woody, la comida está asociada al sexo y a la muerte, cuando Holden (Edward Norton) le obsequia el anillo de compromiso dentro de un helado a su novia Skylar (Drew Barrymore), ella se lo traga. Vuelve a ponerle un anillo entre los caramelos y ella vuelve a tragarlo. Igualmente, hay varias fiestas en donde se come y se bebe, uniendo el amor a la comida.
Woody, como siempre se guarda el último lugar en aparecer, en medio de esa interminable presentación de personajes. Y aparece en París, ya remarcando que es un lugar que no es el Estados Unidos de costumbre. Woody filmará no sólo en Nueva York sino en París y Venecia, siendo la primera salida oficial que hace de su adorada Manhattan, esta vez impulsado por su nueva esposa, Soon-Yi, a vencer las fobias y recorrer mundo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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