Cada vez más lejos de terminar esta cuarentena y cada vez más remota me parece la posibilidad de poder dictar mi seminario a partir de agosto, así que estoy abandonando la idea. De todos modos, no dejaré de publicar mis críticas de las películas de Woody que me faltan analizar, así que ahí vamos...
Si no existiese "Annie Hall", ni "Manhattan", ni "Hannah y sus Hermanas", ni "Otra Mujer" ni "Todos Dicen te Quiero", podríamos decir que "Zelig" es la mejor película de Woody Allen. Sucede que este prolífico actor-autor-director ha dado tantas obras maestras que se nos confunden los calificativos (hecho que ahora ya no es tan frecuente en su filmografía).
"Zelig" parece una obra de cámara, pero sin embargo es una obra mayor. Técnicamente, es la mejor de Woody por lejos, ya que ha debido reconstruir la década del 20 impecablemente, hacer montaje fotográfico y de material fílmico de la época -se ha podido ver a Zelig (Woody Allen) junto con Hitler, con el Papa Pío XI en el Vaticano, con Eugene O'Neil o con Jack Dempsey- y se ha debido envejecer el soporte fílmico a fuerza de pisotearlo, mojarlo, realizarle cortes o empalmes y cuanta técnica hubiese a mano. La grabación del sonido debió ser deficiente -como lo que pervive de aquella época- editado en discos de pasta, gramófonos o grabaciones de fílmicos caseros. El resultado de todo esto es un material que bien podría haber sido grabado en las décadas del 20 y del 30, que puede engañar a más de un espectador desprevenido.
La acción transcurre entre documentales, fotos fijas, filmaciones caseras, titulares de periódicos, noticieros cinematográficos, lo cual da ese aire de documentales actuales (en inglés, el narrador es el mismo de la BBC de Londres). Además las múltiples transformaciones de Zelig son un prodigio de maquillaje, el vestuario y los efectos especiales.
Temáticamente, todo lo anterior está bien sostenido. ¿Quién no se ha sentido Leonard Zelig en algún momento de su vida?, llegando a mentir para no quedar excluido o para no sentirse solo. Eso es lo que motiva a Zelig a producir sus asombrosas transformaciones: el miedo a perder el amor de los otros y redimirse, finalmente, por el amor de una mujer que cree en él. Todos los sucesos de su vida están muy bien pensados y encajan perfectamente en su descripción psicológica y sociológica. Desde la descripción de sus padres que lo denigraban y le pegaban, poniéndose siempre del lado de los antisemitas, hasta la hermana alcohólica y ladrona que luego lo exhibirá como fenómeno de circo y de un hermano del que no se sabe mucho.
En los sucesivos cambios se ha casado con varias mujeres -recuérdese que la falta de amor era su problema-, ha tenido hijos, pero ha seguido mintiendo. Lo cual hace más desgarradora la frase final que dice: que lo que más lamentaba de morirse es que había empezado a leer "Moby Dick" -fuente de todos sus males- y quería saber cómo terminaba.
Zelig no es más que un ser humano que ha llevado al extremo una actitud básicamente del reino de los seres vivos, el miedo a no ser amado y aceptado. Y Woody sabe de esto porque es artista. Y los artistas son llevados de la gloria a la fama, hasta el rechazo más radical de un momento para otro -años más tarde lo vivirá con el escándalo de su hijastra Dylan Farrow, que aún le trae dolores de cabeza-. De la noche a la mañana puedes convertirte en una estrella o en un delincuente. Zelig es un "freak" y Woody también lo es porque es uno de los pocos directores geniales que quedan en el mundo y la inteligencia, como la belleza, la sensibilidad, el talento, como el altruismo o la bondad convierten a sus poseedores en marginales en un mundo en donde la mediocridad es moneda corriente y siempre propicia a lo más bajo. El artista conoce bien lo que es la soledad del éxito: "el éxito es también una responsabilidad", dirá en "Sombras y Niebla", y este "Zelig" viene a ser una biografía desesperada de su creador.
Pero sin duda, quien se lleva las palmas es Gordon Willis, el director de fotografía, que ha hecho un verdadero milagro, y también su montajista, Susan E. Morse demuestra que su aporte es fundamental.
Y a pesar de todo, "Zelig" es una obra maestra para disfrutar, para pensar y para reír sin parar. Porque lleva la firma de alguien que se revela cada vez más como humorista y humanista -como decía el viejo Chesterton-: el Sr. Woody Allen.
Debe haber estado en un momento fantástico de su vida Woody Allen cuando filmó "Zelig". Uno se siente con derecho a suponerlo, después de haber visto hasta ese momento sólamente once de las once películas que había dirigido. A esta altura, más que lícito resulta obligatorio recordarle a Woody que la falta de traiciones en su carrera artística ha sido, además de un rasgo de esplendor, un buen motivo de acercamiento a su personalidad. Atribuciones, en fin, que nos tomamos sus compañeros de neurosis. O Mia Farrow había aceptado en esos tiempos a hacerlo (con él) más (o menos) veces por día, o su analista le bajó a seis sus siete sesiones semanales, o de pronto Manhattan se dejó explicar, una tarde cualquiera. Lo que haya sido. Lo cierto es que Woody Allen fue genial cuando filmó "Zelig", su mejor película. El título alude a Leonard Zelig, un hombre que se hizo mundialmente famoso en la década del 20. Su particularidad -tomar el aspecto y la personalidad de aquellos con quienes se relacionaba- lo transformaba en una feroz atracción. Todos sacaron ventajas del "fenómeno Zelig": desde las ligas morales ("linchemos al judío", instigaba una vieja por radio) hasta los chiquitos, cuyos juguetes tenían impreso el rostro del célebre hombre-camaleón. "Científicos, artistas, mequetrefes, políticos, comerciantes y desconocidos ciudadanos se atormentaron por desentrañar caso tan... expresionista". Zelig era un gordo ante un gordo, negro ante un negro, indio ante un indio, chino ante un chino, cómo podía ser que existiera un ser tan raro... Lo que no podía ver el mundo era que Zelig, como el mundo entero, era nada más que un hombre que no quería estar solo.
Brillante, enloquecido, tierno, humorístico, Woody Allen también ejecutó la proeza de inventarlo a este Leonard Zelig. Así lo hizo creer de verdad. Con esto no quiero decir que Leonard Zelig sea en nombre de alguien que jamás existió. En merecido homenaje a Woody señalo que más bien lo contrario, que es una pena no haber conocido antes a Leonard Zelig, un hombre que tanto ha hecho, hace y hará para que la humanidad se siempre lo inevitable: un zeliguerío total.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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