viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "(+)Canchero" (Teatro)

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Sigo viendo obras por Teatrix, obras que me perdí en su momento u otras que no me interesaron. Esta es una de esas. Es ni más ni menos que un espectáculo de stand up que se dio en el Paseo La Plaza. ¿Por qué lo que antes se llamaba monólogos ahora se extranjerizó como stand up? Ni noticia. Lo que es cierto es que uno de los modismos que impusieron en la década del 70/80 los tres grandes monologuistas argentinos/uruguayos: Enrique Pinti, Antonio Gasalla y Carlos Perciavale fue el uso inclaudicable de la mala palabra, la grosería gratuita (o no), pero sí la de la escatología permanente. Y esta no es una excepción. En los cuatro monólogos, con cuatro monologuistas brillantes se utiliza. Ellos son Diego Scott, Pablo Fábregas, Malena Guinzburg (la hija del recordado y querido Jorge) y Fernando Sanjiao.
Es cierto que el principal material del humor es la desgracia propia (multiplicada en la ajena, de los propios espectadores), es una forma catártica de asumir con humor que algo en nuestra vida funciona mal. De poder entenderlo para digerirlo y asimilarlo. Yo pienso que no hay mayor inteligencia que la de saber reírse de uno mismo. Y cuando el lamento, la desgracia, el andar mal con la vida o por la vida se hace con humor, ahí despunta la inteligencia. De ahí que ninguno de estos cuatro brillantes comediantes necesitan de la grosería para decir lo suyo, pero bueno, echan mano a ella.
El primero (y a cierto modo el que oficia de bastonero) es Diego Scott, quien hablará de muchos temas: el sexo, la ecología, la conciencia social, la discriminación, todo con la muletilla del "boludo", tan de moda entre nuestros chicos, tal vez para acercarse a ellos o para parecer más pendejo (todos rondan entre los 30 y los 40) y tan molesta para el oído bien educado del argentino exquisito (sic. Bioy Casares). Pero su monólogo es valioso y juega, como los demás a meter un chiste cada 30 segundos.
Le sigue Malena, acomplejada por su baja estatura, sus grandes pechos y su adicción a la comida y su gordura. No se priva de hablar de sexo y comida, casi como si fueran sinónimos. Le sigue  Fernando Sanjiao hablando sobre todo de los "placeres" de la convivencia y de su martirio con su esposa, para terminar con Pablo Fábregas y su meditación sobre lo que nos cuesta ser felices, con la concurrencia a un trabajo que no nos gusta y sobre la inutilidad de la mayoría de los trabajos.
Hasta se animan a un cuadro de teatro negro, también se animan al baile con música de rock, jazz o como en el final con un rap que explica el por qué del nombre del espectáculo.
Es un buen conjunto el que constituyen estos cuatro grandes del buen humor. Y vuelvo a agradecerle a Teatrix que me hizo ahorrar la plata de la entrada para ver este espectáculo, que sí puedo recomendar que lo vean (sin duda la más graciosa es Malena Guinzburg, con una gracia innata tal vez heredada de su padre y riéndose de sus padeceres), no se van a arrepentir y van a pasar una hora y media a pura carcajada. Es muy inteligente el humor que ellos hacen y hay mucha tela para cortar sobre los tópicos que tocan.

El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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