El domingo fui a ver "Madres e Hijos", la multipremiada obra de Terence McNally (autor también de "Amor! Valor! Compasión!", de la sin argumento "Master Class" y del libro del musical "El Beso de la Mujer Araña"), homosexual asumido por su temática y porque en el 2003 se casó con otro señor. La obra en sí me resultó bastante decepcionante cuanto más la pienso, no así sus actuaciones que son soberbias. Selva Aleman es una señora de la actuación y tiene más que merecido su ACE de Oro (más que por esta obra por su trayectoria toda) y Sergio Surraco y Nicolás Francella (hay que ver los tonos y gestos que heredó de su padre) están muy bien como esa pareja gay casados legalmente, y su hijo, el joven Manuel Cumelén Marcer (en esta ocasión, ya que alterna su rol con otros dos chicos más) está descollante.
Pero vamos por parte. Lo que falla de la obra es su estructura dramática, casi no tiene un derrotero fijo por donde transitar, son más estampas de lo que puede llegar a ser una conversación que un argumento sólido por sí. El tema es una madre, Katherine Gerard (Selva) cuyo hijo único ha muerto de SIDA por ser gay y viene a visitar a quien fuera su pareja, Cal Porter (¿Cole Porter?) (Surraco) por quien siente un profundo odio y a quien encuentra con una nueva pareja, Will (Francella) y un "hijo de ambos", Bad. Todo transcurre como una conversación entre gente civilizada que no siente el menor afecto el uno por el otro y de ahí no pasa. Casi no hay acción en la obra salvo los movimientos básicos, hay ausencia de acciones físicas (Stanislavsky denotaba estas acciones como los movimientos necesarios -por más insignificantes que fueran- para denotar un estado psíquico o anímico en particular) más allá de los abrazos y mimos de la pareja (los cuales me molestaron bastante) y juegos con el chico. Repito, no hay una estructura dramática sólida sino retazos de conversación unidos a los que se les nota los hilos. Sólo hay un mínimo suspenso (¿ahora qué le dirá? ¿cómo va a reaccionar? ¿qué le va a responder?) pero nada más. La obra anda a los saltos y no convence. En sólo diez minutos se pasa de un sentimiento de gran bronca y deseos de venganza por parte de Katherine a un abrazo redentor con su "enemigo". No sabemos cuál es la venganza que viene buscando la madre, contra quién, contra qué, ni esa brusca toma de conciencia de que una pareja gay es lo mejor que le pudo pasar a su hijo. El recuerdo más probable que tiene Katherine es de cuando su marido estuvo internado y su hijo lloraba y ella le dijo "vos no llorás por tu padre, llorás por lo que sos vos". Eso le quedó clavado en el corazón como algo que nunca tuviera que haber dicho y allí viene la gran catarsis y llanto (debo aclarar que los dos personajes principales se pasan toda la obra lagrimeando y con un pañuelo en la mano). Hay muchos momentos emotivos en la pieza, no vamos a desmerecer, pero que por tratarse de un matrimonio gay a mí no me llegaron tanto como si se hubiese tratado de uno heterosexual. (Perdón si ofendo a alguien). Así nos enteramos que no fue Cal el que contagió de SIDA a André, sino todo lo contrario ya que él era promiscuo y puso en riesgo la propia vida de Cal. Este sintió enormemente la muerte de su compañero (así como la multitud de amigos que tenía y que lo despidieron en el Central Park con discursos humorísticos y una suelta de globos), casi tanto como la madre, y recién después de muchos años volvió a formar pareja, ahora con Will, con quien pudo cumplir el sueño que no pudo con André, el de casarse legalmente (bárbaro para el momento político-civil que estamos viviendo en la Argentina). Tienen un hijo de los dos, al que concibieron con el semen de Will y óvulos prestados y un vientre también prestado de una amiga lesbiana que lo acogió durante los nueve meses. El chico es la mar de despierto y muy inteligente, y vive con toda naturalidad el hecho de tener un "papo" (a Will, el que parece ser el "hombre" de la relación) y un "papi" (a Cal).
De las actuaciones debemos decir que fueron excelentes ya que es muy difícil sostener un texto así y pasan del enojo al llanto, de la risa a la desesperación de Selva Aleman, a un no excesivo catálogo de amaneramientos por parte de Surraco y una actuación más distendida, casi canchera y más graciosa de Francella Jr. El chico, como dije antes está muy suelto y se mueve con la espontaneidad y el desparpajo que le falta a los encorsetados mayores.
La obra se deja ver, pese a los desaciertos que le marqué, ahora va a hacer temporada de verano en el mismo teatro, así que quien se la perdió y la quiera ver, ahí está. La recomiendo tibiamente.
Gracias por leerme hasta acá nuevamente.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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