Anoche fuimos con mis amigas teatreras a ver una de las últimas funciones de esta difícil puesta de una obra ya emblemática dentro de los campos del teatro y la psicología y psiquiatría del mundo. Hubo una versión anterior con Miguel Ángel Solá en el papel Alan y Duilio Marzio en el del psiquiatra que mi mamá fue a ver acompañada de sus pacientes y que recuerda como una gran puesta. En cine se hizo otra con Richard Burton en el rol del psiquiatra y un jovencísimo Anthony Hopkins (según la portentosa memoria de mi amiga Amalia) en el de Alan. Pero acá estamos ante un arriesgado Peter Lanzani en Alan y Rafael Ferro en Dysart. Los trabajos de composición son buenos, pero podemos decir que el de Lanzani es memorable. Y todo dentro de un ámbito donde no se lucen las actuaciones. Hasta la mitad de la obra parece como un texto aprendido de memoria y soltado sin emoción ni convicción alguna. Cuando la pieza va tomando calor empiezan a aparecer esos chispazos de emoción que le dan el valor agregado a la obra.
Podemos decir que es una pieza de Peter Shaffer, conocido también por su inolvidable "Amadeus", que se trata de lo que Hitchcock denominó en el cine como un "whodunit", es decir una obra cuyo misterio está en el final, en saber quién es el asesino (pone como ejemplo las novelas de Agatha Christie), pero que no tienen gran suspenso en su desarrollo. Aquí si bien sabemos quién es el criminal, la intriga está en saber "¿por qué lo hizo?", que también se revela al final y le quita todo elemento de "suspense" a la trama. (No se asusten, no les voy a revelar el final). El caso aquí, en una apretada síntesis es que al Dr. Dysart se le encarga el tratamiento de un nuevo paciente, el joven Alan, joven que apuñaló con un punzón a cinco caballos de una cuadra, cegándolos. Al principio la relación es tirante (quisiera decirle a Sorín, que acá debuta como director teatral, que no debe confundir la oligofrenia con la psicosis, ya que presenta rasgos muy marcados de la primera cuando en realidad se trata de la segunda) y Alan sólo canta jingles de televisión ante las preguntas del médico. Pero luego, por entrevistas con los padres nos enteramos que la madre es una fanática católica que le ha impuesto los paradigmas de esa fe, que Alan ha reemplazado la figura de un Cristo crucificado y lacerado por la foto de un caballo hermoso (su bienquerido "Equus") a los pies de la cama, y que luego, por entrevistas realizadas a Alan, éste toma a los caballos por dioses y a Equus por su dios personal, con quien quisiera amalgamarse y fundirse en una sola persona (connotación de un acto sexual). Ama a esos caballos que le pagan por cepillarlos en la caballeriza donde él trabaja y los monta de noche, cuando nadie lo ve. Tanto es así que cuando se enamora de Jill, la muchacha que también ronda las caballerizas y ella lo lleva al lugar donde están los caballos para hacerse el amor, él, al verse observado por sus dioses, a los que venera, se vuelve impotente y no puede consumar el acto sexual. Revelar el final sería estropear la crítica, por eso los dejo con esto.
El gran logro de Carlos Sorín (¿quién no ha visto sus películas maravillosas?: "La película del Rey", "La era del Ñandú", "Eternas Sonrisas de New Jersey", "Historias Mínimas", "El Perro", "La Ventana" y "Días de Pesca") es la creación de climas teatrales, puede pasar de una atmósfera mansa a otra enloquecida y en son de aquelarre de un momento a otro, y desmontarlas de igual manera. El diseño de los caballos es muy inteligente (se trata de cinco hombres), lucen una cabeza de caballo esculpida (aunque es muy difícil distinguirles los ojos) y llevan en los pies una creación de verdaderos "cascos" metálicos que producen el sonido de los cascos auténticos al cabalgar. La desventaja es que éstos pueden opacar por momentos la voz de Ferro que de por sí no es muy potente. La escenografía se trata de una plataforma cuadrada giratoria que va moviéndose como lo haría una cámara de cine (pienso que ese fue el efecto buscado) aunque por momentos el manejo de los ángulos del artificio hace que un personaje tape a otro en escenas de vital importancia. Es muy interesante también la incorporación de los actores sentados entre el público e interviniendo sólo en sus partes.
Mucho se habló del desnudo de Lanzani, pero desde estas páginas quiero destacar que no es tan escandaloso como se preveía, dura apenas unos diez minutos y no deja ver sus partes íntimas, aunque sí su cola depiladita... La chica en cuestión, Jill (meritorio trabajo de la bella Josefina Pieres) también se desnuda aunque queda con una tanguita... pero no es para tanto chicos, ¡¡¡estamos acostumbrados a ver cosas peores por TV!!! Los demás personajes suenan un poco forzados (Sorín es famoso por trabajar con actores-no-actores y filmarlos en sus hábitats personales, pero acá le falló la intuición) y hay momentos de verdad en el padre, la enfermera y la juez (todas breves intervenciones, la obra es de Lanzani y Ferro).
El saldo sin embargo, es positivo, a mí la obra me pareció potente, vibrante, fuerte, comprometida y la recomiendo aunque mañana termina (tal vez pase a alguna sala céntrica después de acá) aunque "El Galpón de Guevara" es el ámbito adecuado para montar una obra de tal envergadura, aunque esté fuera del circuito céntrico y se haga un poco complicado llegar (es el off del off). Un valioso emprendimiento montar esta obra en estos tiempos del teatro "gracioso", una obra que nos deja reflexionando sobre un montón de temas,, entre ellos la función de la psiquiatría, el poder de las pasiones, la figura de nuestros dioses personales y la legitimidad del amor hacia cualquier ser.
Gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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