En mi exilio involuntario en estas vacaciones en la Cap me dedidí a ir a ver esta obra en su 14° año consecutivo de una vez por todas. Yo francamente odiaba a Linda Peretz por su "Flaca Escopeta" y por estar siempre haciéndose la nena pavota así que fui con todas mis precauciones. Pero yo había leído el libro en el que se basa, el original de Viviana Gómez Thorpe y es un libro exquisito, pleno de humor y de muy buen gusto así que me arremangué y fui.
La primera sorpresa es que Viviana (tal el nombre ficticio de Linda Peretz en la obra) es una actriz adulta. Habla, se maneja y suena muy crecidita y sin esos mohines para chicos. La obra empieza como un monólogo (es un unipersonal) acerca de sus desaveniencias conyugales. Pero cuando Linda decide romper la cuarta pared, ese distanciamiento que caracterizaba a las obras de Brecht, y se acerca a hablar con el público de persona a persona, preguntando nombres y estado civil e improvisando chistes sobre la marcha, empieza la fiesta. Casi toda la obra es un gran contacto con "su" público, matizado por el libreto aprendido y dicho una y mil veces. Ahí empiezan todos los lugares comunes ("Están agarraditos, ustedes no deben estar casados", "25 años de casados, ¿cómo duraron tanto tiempo?") pero aparece también la espontaneidad del público y de la actriz ("sólo me dice dos palabras, a la mañana: prendelo y a la noche: apagalo -el televisor-"; "sólo me dice dos palabras, a la mañana: callate y a la noche: callate"). Una actriz que puede "tener atravesado en la garganta" a uno de sus espectadores porque ama más a su camioneta que a su esposa; una actriz tan natural que se presenta con pañuelitos descartables sonándose la nariz a cada rato porque el aire acondicionado la tiene resfriada. Y se acuerda de los nombres de todos, y puede tomarles el pelo con altura y buen gusto -no se mete con el público para burlarse o insultar como hacen algunos "cómicos". Y hasta me hizo gancho a mí con una chica mayor de 35 ya que preguntó si había algún candidato para ella en la sala y yo como un poseso agité mi mano, me preguntó el nombre y le dijo a ella "agarralo porque después de los 35 encontrar un hombre dispuesto es más difícil que ver pasar al cometa Halley". Por supuesto la cosa quedó en la broma y no se concretó nada (¡caracho!). Pero el gran momento de vergüenza de la noche aparece cuando ella pregunta a los hombres de la sala si saben lo que es el autoerotismo, a lo que todos contestan "paso". Por lo que yo sé, el autoerotismo es alcanzar la satisfacción sexual por sí mismo. Pero no, no era eso, ella separa las palabras auto-erotismo, y define así esa pasión casi sexual que tienen los hombres por su auto, aún por sobre su esposa. Y se vienen las anécdotas del auto. Así como las hay también del casamiento, de la fiesta de bodas, del fútbol, de la tarjeta de crédito, de las fiestas a las que son invitados, de la fascinación de los hombres por las chicas mucho menores que nosotros, y por último, el festejo de los 27 años de casados con dos choripanes que les ofrecieron sus hijos y sendos gorritos atados a sus cabezas. El espectáculo, debo confesar, funciona mejor para las mujeres que para los hombres, ya que está contado desde el punto de vista femenino y se hace complicidad con las mujeres, pero igualmente es apreciable para todo público y sin golpes bajos.
Debo difundir la cadena solidaria que nos entregó para hacerla pública y saber si sus maridos las están engañando. Es un decálogo:
1) Si su marido de buenas a primeras contrata un entrenador personal y hace aerobics tres veces por semana;
2) si se la pasa todo el día haciéndose enjuagues bucales hasta acerse adicto dependiente de Colgate;
3) si cambió el peluquero que lo atendía desde los 15 años;
4) si de pronto empieza a elegir su ajuar como si fuera una novia y se viste con pantalones ajustados;
5) si de repente todas sus reuniones de negocios empiezan después de las 10 de la noche y abrió una sucursal en Bosnia;
6) si aparece con el pelo mojado y/o con una marquita en el cuello;
7) si empieza a tomarse tres horas para almorzar y cuando vuelve, lo hace con los calzoncillos al revés;
8) si se queda dos horas en el baño mandando y recibiendo mensajes de texto;
9) si se queda chateando hasta cualquier hora y no te dice con quien;
10) si de repente una mañana aparece con un tatuaje en el hombro.
Si todo esto se cumple, queridas amigas, pueden empezar a sospechar.
Después de una hora y media de ameno espectáculo llega el corolario. Ya no está con su esposo. Una larga enfermedad se lo ha llevado.
Se trata de la ninfo-atracción. La dejó por una chica de 27 años. Y termina diciendo lo que le decía la nonna: "El matrimonio es una institución. Pero ¿quién quiere vivir en una institución?" Luego de agradecernos personalmente y uno por uno ¡acordándose los nombres de todos! da por terminada la función y agradece todas las cosas que compartió en su matrimonio y llega a la conclusión de que eso es el amor...
La dirección de Manuel González Gil como siempre es impecable y la música de Martín Bianchedi es muy funcional al relato. Por fin me fui nuevamente pipón del teatro y habiéndome reconciliado con otra buena, nautral, espontánea y auténticamente graciosa actriz que es Linda Peretz.
Gracias a los que llegaron hasta acá, y les recomiendo muy fervorosamente que lean "No seré feliz... pero tengo marido", el libro de Viviana Gómez Thorpe, y si es posible que se den una vueltita por el Multiteatro para ver esta deliciosa obra (eso sí, siéntense bien adelante para tener la posibilidad de charlar con Linda) Ah, termina el domingo póximo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario