jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "Sacco y Vanzeti" (Teatro)

Anoche fuimos el grupo de egresados del Nacional 18 a ver a nuestro compañero y amigo Fabián Vena (invitados por él, claro está) a ver esta prodigiosa obra. La reunión finalizó con una cena en un restaurante en alegre camaradería y recuerdos de años mejores. Nos sirvió para comprobar que a casi 30 años de egresados la vida no nos trató tan mal como debería, ya que todos estamos todavía en pie (algunos con sus sobrepesos, calvicies, presbicias, etc, pero en pie). Los comensales fuimos 10, muchos con sus parejas , menos un servidor (y algún que otros servidor más), más el invitado de honor, en la cabecera, maese Fabián.
Pero vamos a la obra. Lo primero que me sorprendió es la bisagra que hace Fabián con este trabajo. Acá lo veo por fin maduro, ha entrado al mundo de la adultez por la puerta grande. Hasta ahora siempre hacía trabajos de joven o de adulto pero desde otro lugar. Ahora, con una presencia física mayor, con un trabajo de voz importante y con un saber estar sobre el escenario, se lo ve "grande". Si bien sigue teniendo algunos problemas con el lenguaje (el cocoliche que habla no es del todo italiano, confunde algunas c con ch o con k, algún güe con gue, pero en fin, es lo menos creíble de su personaje), por momentos se le va el acento italiano trocándolo por un porteño neutro, pero es difícil sostener un personaje de dos horas en un idioma que no es el propio. A Walter Quiróz, en cambio su italiano le surge fluidamente. Es muy valioso el contrapunto que le hace Quiróz, también, y son meritorios los trabajos de Horacio Roca (el abogado defensor Thompson) y el de Jorge D'Elía (con sus 80 años, en el Juez Thayer). Los otros son complemento. Así como la música en vivo, que sirve para subrayar determinados pasajes, pero que si hubiese estado grabada daba igual ya que no es de gran lucimiento.
Otro dato importante es la escenografía. Flanqueado el escenario por sendos andamios permite que los personajes se desplacen por gran cantidad de espacio y alturas durante todo el tiempo. Pero lo que más sorprende es que la escenografía central es casi la misma durante toda la obra: los estrados donde se lleva a cabo el juicio. Y es allí que se desenvuelve toda la trama, en una casi quietud de los personajes durante la mayor parte del metraje sin aburrir ni cansar, debido a un suspenso y unos parlamentos potentes, de esos que hacen que la obra se transforme en un clásico. Y por qué digo que es un clásico. Porque con el correr de las representaciones (lleva más de un año y medio en cartel) ha ido adquiriendo diversas interpretaciones. Hoy era imposible no relacionarla con el caso Nisman y el improcedente accionar de la justicia. De un país donde la justicia no existe y la impunidad de los culpables es moneda corriente. Donde las víctimas se terminan transformando en victimarios. De eso habla la obra y de mucho más. Tengo mis grandes faltas sobre el alcance del anarquismo, pero tengo entendido que no es ninguna postura política deseable, un estado donde impere la anarquía (como su nombre lo indica) no conduce a ningún buen puerto. Ahora, en la obra se lo reivindica como un estado pacífico, que está en contra de la violencia y del uso de armas, que quiere la igualdad para todos los ciudadanos y termina la pieza gritando ellos dos "Viva el anarquismo". Recordemos que sucede en los años 20, donde Estados Unidos estaba muy presionada por toda la influencia foránea (después vendría su período de la guerra fría), igual período para nuestro país, en que con la irrupción de las corrientes inmigratorias también prendió el anarquismo por estos lares (recordemos "La Patagonia Rebelde"). Pero en fin, ya sabemos a qué atenernos dado que la obra la firma Mauricio Kartum (se pronuncia Jártum) y sus ideales políticos: "dado que mis obras son superiores a las de otros autores argentinos porque YO MILITÉ..." (en Montoneros), muletilla muy utilizada por el ultra kirschnerista Kartum. Pero buhé, es lo que hay.
La trama por ahí me aburrió un poco por conocida (me pasó lo mismo con "El Hombre de la Mancha") la historia de dos inmigrantes italianos en Estados Unidos en los años 20 que son acusados de un asalto con muerte (y que sabemos que son inocentes) condenados por varios años de prisión a terminar en la silla eléctrica, para no doblegarse, la primera potencia del mundo ante ideas anarquistas, aunque supieran que estaban condenando a morir a dos inocentes. (El verdadero culpable aparece y es un adicto a las drogas que se autoacusa para salvarlos). La obra está construida sobre cartas y grabaciones de la época de los mismos actores del drama, y se convierte así en un verdadero fresco documental, ficcionalizado para tener la potencia adecuada. Pero más allá de toda ideología, se transforma en un verdadero canto a la libertad de expresión y de deseos de justicia, allí dónde todo puede ser corrompido y adulterado (¿les suena?).
Y como dije antes un salto a la madurez de mi amigo personal y a quien hice entrar al amor por el teatro allá por los años 83. Lástima que termina hoy (hay prevista una posible gira poro España), sino les podría decir que fueran a verla. Un espectáculo de alta calidad.
Gracias nuevamente por leerme hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente). 

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