jueves, 5 de mayo de 2016

Mi crítica de "Mis Tardes con Margueritte" (Cine)

Las películas más sencillas, más simples, más despojadas, suelen ser, casi siempre, las más emotivas y sentimentales. Acá nos encontramos con un ejemplo de eso. Una película en apariencia pequeña, modesta en sus pretensiones puede despertar tanta simpatía como emoción. Y es que está liderada por dos grandes, la simpática ancianita Giséle Casadesur y el gran (y grande, y grandote) e infatigable Gérard Depardieu. Tal vez Depardieu sea uno de los mejores actores del mundo. Quién puede olvidar su enorme "Dantón", de Vajda, o su Olmo de "Novecento" de Bertolucci en la que competía en primeras líneas con grandes de la talla de Robert De Niro (ajustadísimo en su personaje) o Donald Sutherland (en el mejor papel de su vida, el aterrador, gran hijo de puta, así con todas las letras, Attila, el camisanegra) o en películas más pequeñas, hasta insignificantes, que él revitalizó con su sola presencia, como su Óbelix (gran caricatura de sí mismo) de "Ásterix", el "marido de Andie MacDowell en la "Green Card" ("Matrimonio por conveniencia") de Peter Weir, hasta ese insoportable y contagiosamente risueño Quentin de "Ruby y Quentin ¡Te dije que te calles!" de ese maestro de la comedia que es Francis Veber ("La Jaula de las Locas"). Por eso, hablar de Depardieu es todo un símbolo de Francia y del mundo entero.
Acá el gigantón compone a Germain Chazes, el "tonto del pueblo", un hombre cincuentón de pocas luces, del que todos se burlan y lo estafan hasta que un día su vida cambia, cuando, en el banco de una plaza conoce a Margueritte, una anciana de 95 años que como él tiene contado el número de palomas que hay allí y que se la pasa leyendo. La charla comienza y después de las presentaciones le lee un fragmento de "La Peste", de Albert Camus (no confundir con los cineastas Marcel y Mario Camus). A él, que es casi un iletrado (por culpa de la ogra de su madre que nunca lo estimuló, ni de su maestro de escuela o de sus compañeritos que siempre se burlaron de él), le cuesta interpretar los párrafos, pero así, poco a poco, y a lo largo de veinte días, Margueritte le hace un "resumen" leído de tan encumbrado libro. Ella parece conocer todo lo que se ha escrito, vive en una residencia para ancianos  llamada "Los Lemos", en dónde tiene su "casa", financiado por sus magros ahorros y la ayuda de un sobrino. Así va introduciendo a Germain en el mundo de las letras y va abriendo su espíritu y expandiendo sus horizontes. Hasta puede darse dique en el bar que frecuenta, de dejarlos extasiados con alguna palabra difícil. A Germain no le falta amor, está enamorado y correspondido por una muchacha hermosa, Annette (gran parecido con Ornella Mutti en su esplendor), con quien aprovecha para leer los libros que Margueritte le regala y quien le propondrá tener un hijo; ni le falta trabajo, ya que tiene una huerta cultivada por él mismo y vende las frutas y hortalizas en el mercado del pueblo, y un trabajo como obrero de la construcción y algunos más.
Un día Margueritte le regala un diccionario usado por ella, pero al no encontrar palabras que él entiende por mal escritas o nombres propios (llega al de él, el que confunde con "germano"), se desentiende del voluminoso libro y se lo devuelve en una tarde en que ella lo invita a tomar el té en su residencia. Allí nos enteramos que la mujer es una ex científica que hasta viajó por África enviada por la OMS. Y que se está quedando ciega. Ya pronto no podrá volver a leer y le pide a él que sea sus ojos. Germain le confecciona con sus manos un hermoso bastón blanco, pero no puede salir de su encierro con las palabras escritas, a las que no puede unir en una oración porque no les encuentra sentido. Con el tiempo irá mejorando.
Entretanto muere su madre, una mujer despreciativa e impulsiva, que supo ser una belleza en su juventud y por eso quedó embarazada de Germain, con un soldado que pasaba por el pueblo. Mujer de armas tomar cuando alguno de sus amantes se propasaba con ella o su hijo. Y así, asfixiada por el tabaco, entre las borracheras, la locura y la prepotencia, muere un día. Pero el notario le dice a Germain que esa casa suya que era alquilada, la fue pagando con sus ahorros para comprarla y dejársela en herencia a él. Igualmente le entrega una caja que guardaba la madre con todas sus pertenencias de niño, hasta un trozo de su cordón umbilical. El último acto de amor lo hizo después de muerta. No es cierto que los cisnes sólo canten antes de morir, algunos lo hacen después.
Para esos momentos, su novia queda embarazada, y presa de la alegría va a la residencia a contárselo a Margueritte, pero ella ya no está más allí. Su sobrino no pudo pagar más la renta y la han trasladado. Hasta Bélgica se va para encontrar al dichoso sobrino y le da la dirección de un asilo público en dónde vive ahora la exquisita mujer. Hacinados los ancianos y en pésimas condiciones de salud e higiene, es lo que le basta a Germain para "secuestrarla" y subirla a la camioneta para llevarla a vivir consigo y su novia.
Allí termina esta hermosa fábula de amor a cualquier edad, de aprendizaje y de ansias de superación ante las más duras adversidades, como es el retraso mental. Ahora Germain sabe que se puede. Que con un buen estímulo y una sonrisa y una mano llena de amor es posible asomarse a los abismos del conocimiento. Sólo acotaré que la película es del 2010 y está dirigida por J. Beker, que para quienes piensen que es Josephine Beker, les digo que no, que es Jean Beker, un artesano de 82 años que hiciera otra maravilla como "Conversaciones con mi Jardinero". El director no es muy prolífico pero con este par de títulos tiene más que bien ganado un sitio en la historia del cine (ha filmado una veintena de películas desde 1960).
Para los amantes del séptimo arte les recomiendo esta joyita cuyo verdadero nombre es "La tete en friche" y que pueden bajar de Emule o del Torrent y disfrutar en su PC como lo hice yo ya que, lógicamente, no está más en los cines porteños. Una película que pasó sin pena ni gloria por nuestra desatendida cartelera pero que conviene recobrar y atesorar porque tiene más de un valor, no sólo en cuanto a la dirección, guión y actuaciones sino éticos y morales que conviene resguardar.
Puro placer.
Gracias nuevamente por leerme hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

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