Vengo conmovido y emocionado del teatro, de ver mi primer estreno del año. Vi una obra formidable, estupendamente escrita y mucho mejor interpretada: "El Padre", la obra que Pepe Soriano está haciendo a sus juveniles y activos 87 años. Y digo conmovido porque la obra me acercó a las lágrimas y a una angustia máxima, ya que trata sobre la demencia senil, más que el Alzehimer, sobre la locura en más álgido y terminal extremo. Y todos los que tenemos padres mayores que ya han pasado por esa línea divisoria o una madre que se acerca velozmente a ella, o haberlo padecido ya con los abuelos, somos los más sensibles a recoger esta estocada. Ojo, acá no hay golpes bajos, está hecha desde la mayor altura y firmeza. El autor es un joven francés de 36 años, talentosísimo, Florian Zeller, que ya cuenta con cinco novelas (premiadas) en su haber y ocho obras de teatro. "El Padre" es del 2012.
Y la obra que empieza como una comedia acerca de los olvidos de un padre mayor, Andrés, y su relación con su hija Ana, va transformándose en angustiante a medida que transcurren los minutos porque nos damos cuenta que el autor nos ha instalado dentro de la cabeza de ese hombre maduro y no nos permite advertir cuándo falla. Porque los discursos que le da Ana, a quien su padre quiere mucho y ella a él, son ambiguos. Primero le dice que tiene una relación con un hombre y debe instalarse en Londres para seguirlo a él (la obra transcurre en París), minutos más tarde le promete que ella nunca se moverá de París y que lo tendrá bajo su cuidado, para luego volver a lo anterior. Andrés empieza a notar que algo no anda bien. Y cuando por fin lo conoce a Pedro, con quien Ana dice haberse casado hace 10 años, ese Pedro se le presentará con dos caras y cuerpos diferentes, interpretado por dos actores distintos (exactos Fabián Arenillas y Gabo Correa), la misma Ana aparece interpretada por dos actrices distintas. Todo es dual y confuso en el recuerdo y el presente de ese hombre, que no sabemos si fue ingeniero o bailarín de tap o trabajó en un circo, según sus propios relatos. Pero Andrés es también un seductor, como se lo hace ver a Laura, la enfermera que Ana contrató para que lo cuide desde las 8 de la mañana hasta las 6 de la tarde, es un hábil contador de historias y un mitómano perfecto (producto de su propia enfermedad). La relación con su yerno es más tirante, desde no reconocerlo cuando éste entra a su casa, que ahora en su mente está viviendo en casa de su hija, por lo tanto de su yerno, quien no le aguanta pulgas. Será Pedro el que influya sobre Ana para terminar internándolo en una "residencia", porque siente que el padre le consume todo el tiempo, que no encuentra su lugar y que no tienen la chance de viajar. De hecho terminará llevándose a Ana a Londres y dejando al pobre viejo internado. Ahora sí, cuando se interna, desaparece el último contacto con el mundo exterior que le quedaba y se replegará en sí mismo pidiendo que lo visite su mamá. Así termina la obra, con Andrés llorando y reclamando a su madre. Otro dato que cuenta es el de la escenografía. En cada corte de la acción (nuevos desenchufes del geronte) van desapareciendo muebles, empieza por desaparecer su biblioteca, luego un sillón, la mesa a donde se sientan a comer y por último queda el escenario despojado, tan sólo con la cama sanatorial dispuesta para Andrés. Andrés tuvo otra hija, Elisa, la preferida de él, quien murió en un accidente. Por supuesto esto permanece borrado de la memoria del hombre, quien la reclama constantemente. La desconexión con la realidad es alarmante y preocupa, porque puede acecharnos a cada uno de nosotros a la vuelta de la próxima esquina, y por eso angustia. Además el sufrimiento que padece Andrés, quien está consciente de que las realidades fluctúan, es tangible, y está perfectamente hecho carne por Soriano.
Decir que Pepe Soriano es uno de los últimos grandes actores que hay en la actualidad es una verdad de Perogrullo, pero decir que este trabajo está sin duda entre los mejores de su carrera (tal vez porque la locura lo supo ganar a él en su momento y pasó un largo tiempo internado en el Borda, así como María Rosa Gallo lo sufrió en el Moyano) es decir que esta obra es de visión obligatoria para todos los amantes del teatro. Y porque al fin y al cabo todos tenemos olvidos, y quién no ha pasado por alguna situación en que su mente lo inquietara. Y porque Pepe anuncia que este va a ser su último trabajo en el teatro. Esperemos que no, que sólo sea un coqueteo con la Parca, porque en verdad necesitamos de este grande que supo meterse en la piel de los más disímiles personajes. Carola Reyna como esa Ana con la angustia y el dolor a flor de piel a cada instante también es otro puntal alto para la obra, y la convierte en una actriz irreemplazable, que nos ha dado papeles tan diferentes como el de la histérica de "Todos Felices" o el de la esposa sorprendida en "Lluvia de Plata", por nombrar dos de los últimos. Y de la dirección de Veronese, qué decir... que el director ha sabido medir el dolor de ese hombre, su sufrimiento y nos lo ha hecho padecer a todos, que no es poca cosa.
Nadie saldrá igual que como entró después de ver esta obra, ténganlo por seguro. No puedo más que rendirme ante ella y recomendarla fervorosamente.
Y gracias por su lectura atenta.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).
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