Ayer, día del Niño, me regalé una vuelta de terapia: fui al teatro La Comedia a ver "La Señora Klein", con tres actrices estupendas: María Leal, Fabiana García Lago y Laura López Moyano. Yo ya había visto una puesta anterior hace como 20 años con Mabel Manzzotti y Rita Terranova, con más humor y menos tremenda que esta. La composición que hace María Leal de Melanie Klein es casi demencial, histriónica, madre manipuladora y terrible, autoritaria, matriarcal. La acción se desarrolla en Londres en 1934 en la casa de la psicoanalista en el momento de enterarse de la muerte de su hijo -que después sabremos que fue suicidio- en Budapest, su ciudad de origen. A raíz de este episodio llegan a su casa su hija Melita Schmideberg (García Lago) y Paula Heimann (López Moyano), su futura discípula y paciente. Son tres muejres, tres psicoanalistas, tres judías exiliadas. Con sutil humor negro, los reclamos afectivos, culpas y reproches propios de los vínculos se mezclarán con observaciones clínicas y diagnósticos de terapeuta. La obra se disfruta más, por supuesto, si uno está metido en el mundo "psi" del que se habla. Por ejemplo Klein ordena poner las cartas normales en el cajón del medio (el del "Yo"), los impuestos y cosas a pagar en el de arriba (el del "Super Yo") y las afectivas en el de abajo (el del "Ello"). Para Melanie Klein todo es digno de interpretación, no queda cosa dicha o sugerida que no caiga bajo el peso del análisis. Esto termina por agobiar la relación con su hija, quien le reprocha haber sido una madre perversa, maldita, a quien puede odiar (su hermano, por no poder odiarla, se suicidó como un mensaje de resentimiento hacia ella), Melita, por suerte es más sana, tiene en su poder el odio.
Aunque no fue doctora graduada en la universidad, como Freud o Lacan comparte con ellos el privilegio de integrar la "sagrada trilogía" del psicoanálisis. Y en una ciudad tan analizada como Buenos Aires no podía faltar la obra dedicada a Melanie, ya pasó por las tablas "La última sesión de Freud" y se mantiene en cartel "El doctor Lacan". La señora Klein, sin jinetas académicas, se ganó su lugar embistiendo con furia para darle curso a su deseo: no pudo estudiar para médica psiquiatra y por eso buscó en el psicoanálisis, más receptivo para con los legos.
Como dice el periodista, psicoanalista y creador de "El doctor Lacan", Pablo Zunino en el programa de mano: "tiempos pioneros, de avanzar a tientas, de explorar territorios, de buscar enclaves. En la práctica del psicoanálisis y en la vida: La Señora Klein, rodó desde Viena, donde nació en 1882, hasta Londres, donde murió en 1960, pasando por Budapest y Berlín. En el camino atravesó dos Guerras Mundiales, huyó de distintas olas de antisemitismo, sufrió de numerosas pérdidas familiares desde temprana infancia y cambió al menos tres veces de idioma y dos veces de analista. Y además era mujer en un mundo profesional con primacía de hombres. Así las cosas, sólo un carácter salvaje podía lograr el trazado de un surco propio. Sus desarrollos aportaron mucho: en el estudio de los duelos, en la equiparación del juego en los niños con la asociación libre en los adultos, en el trabajo en grupos; y partió de la clínica con niños para extenderse luego a la de adultos". Fue la primera en dedicarse al psicoanálisis con niños, y no dudó en analizar a sus dos hijos como material de estudio (los usó de conejitos de Indias, lo que es reprobable en todo tratamiento analítico) al grado de provocar en ellos una neurosis difícil de superar. Es la creadora también de la teoría del pecho bueno y el pecho malo, el bueno es aquel que satisface al niño cuando depende de la teta para su alimentación, el malo es el que le niega el placer y la comida. De allí que ella puede considerarse una madre buena y mala a la vez, su función no era la de "calmar" a sus hijos -como a sus pacientes- sino en convertirse en pantalla en blanco para que ellos puedan realizar la transferencia en ella (depositar en ella todo lo que de figura materna o paterna les viniera en mente).
María Leal construye una mujer severa, cortante, sarcástica, interesada sólo en lo propio, gritona, mandona y todo lo monstruosa que se pueda imaginar como madre y como empleadora de esa secretaria que recién llega a la casa. Fabiana García Lago ve a su Melita como una neurótica alcohólica, resentida, fuerte en carácter también, quien ha logrado recibirse de médica (es la "Dra. Schmideberg") y fuerte competidora de su madre, a quien no logró trascender a pesar de todo su esfuerzo colocado en el arte de la interpretación. Y López Moyano es la Dra. Heimann, recientemente recibida que construye su clientela desde el barrio bajo de Londres -único que su situación económica le permite residir- y trata de ser la mediadora entre los encontronazos de madre e hija.
La sra. Klein no consigue soñar desde hace tiempo -así comienza la obra- y eso la tiene a muy mal traer, ya que sabemos que el sueño es la vía regia de acceso al inconsciente. Ella soñaba en colores, vivos, intensos, pero desde un tiempo no sueña más. Desde que ha gastado sus lágrimas y vio que de nada le sirvieron. Sólo volverá a soñar cuando lo haga en un banco de la estación con una madre sosteniendo en sus brazos a su hijo muerto. La escena la conmueve a tal punto que sobre el final de la obra logra llorar y gritar con toda su desgarradora potencia por su propio hijo de 27 años suicidado.
La dirección de Eva Halac es dura, difícil y concreta, logra plasmar muy bien los tres caracteres y dar un marco de la situación completo. Y poner en escena a la señora Klein, esa madre abusadora que no se arrepiente de nada, que no abre la puerta cuando está atendiendo un paciente por más que se la tiren abajo, y que tampoco es capaz de abrir el sobre que contiene la carta de su hija la cual le revela el destino de su otro hijo.
La obra es potente, no da un segundo de tregua ni de respiro, es apenas una hora y media pero que pasa como si hubiéramos asistido a una sesión de 50 minutos rigurosos. Les aconsejo no perdérsela porque vale la pena. Y véanla porque son las últimas funciones. Y no sabemos cuánto habrá que esperar para que se repita sobre escena otro milagro como este.
Gracias por leerme hasta el final. Un abrazo. Pablo.
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