viernes, 6 de mayo de 2016

Mi crítica de "La Omisión de la Familia Coleman" (Teatro)

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El domingo, con pleno frío y viento invernal me refugié en el teatro para ver "La omisión de la Familia Coleman". Les digo que iba con un poco de desconfianza al tratarse de una obra que venía del off (ahora está en plena sala Pablo Picasso de "La Plaza"), con un grupo de actores desconocidos, que si bien llevaba 10 años en cartel me inspiraba a la duda (no sé qué trauma tendré yo con el teatro off, tendré que revisarlo en terapia). Lo primero que me sorprende, desde el programa de mano, es enterarme que es una obra que recorrió 22 países, desde giras por Argentina, pasando por Chile, Bolivia, Brasil y Uruguay y toda Latinoamérica hasta llegar a España, Francia, Italia, Alemania, Irlanda y sitios como Serbia, Bosnia Herzegovina hasta llegar a la milenaria China (y no Zorrilla precisamente). Eso sí, con su correspondiente subtitulado y hablada en castellano como corresponde. ¡Qué lo parió! digo, la obra debe ser buena enserio... La garantía es que está escrita y dirigida por Claudio Tolcachir, el célebre dueño de "Timbre 4", su casa, un PH en el que daba esta función de teatro y otras más y desde donde se expandió todo este grupo (y que había que tocar el timbre N° 4 para acceder). Yo la verdad, en mi ignorancia, conocía a Tolcachir sólo por la excelente dirección de la también excelente (y extensa e intensa) "Agosto" y por "Todos eran mis hijos".
Me encontré con un escenario atiborrado de cosas, utilería de más, que parecía puesta por Eugenio Zanetti, pero que resulta absolutamente necesaria y funcional a la obra. La escena empieza sin más, sin música, ni previo aviso, ya tenemos a los actores en el escenario interactuando. Nos damos cuenta enseguida que se trata de una familia disfuncional, pero MUY DISFUNCIONAL. Se me dirá que no existen las Familias Ingalls, que todos tenemos una familia un poquito disfuncional, pero créanme que esta bordea lo imposible. Y así son los diálogos, violentos, rápidos, encimados, muy pero muy graciosos, con una mezcla de humor negro e inocencia que coquetea con el absurdo, pero sin caer en él. La familia está compuesta por una abuela (la más cuerda, que como es lógico terminará muriendo), una madre soltera algo inmadura y muy infantil, dos hijos varones, Marito (no sabemos si es retrasado mental o simplemente un hijo de puta) y Damián (alcohólico y ladronzuelo) y dos hijas mujeres: Gaby (quien ha sufrido por amor y no se anima a enfrentarlo nuevamente, obsesionada por doblar ropa para poner una feria americana en la casa) y Verónica, la más normal, la que pudo salir de la casa porque su padre se la llevó con él y logró formar una familia con marido, dos hijos y amantes ocasionales, y la que sostiene monetariamente la casa de la familia Coleman. Lo esencial es que nadie parece salir de esa casa donde impera el desorden, el caos (no sólo funcional sino emocional), la mugre y las deficiencias (la heladera está vacía, les cortan el gas por falta de pago, las canillas se rompen). Memé, la madre, demasiado joven, que bien podría pasar por hermana de sus hijos, duerme en la misma cama con Marito (para hacerse compañía) y hace rato que le está pidiendo a Verónica que la saque de allí, que le preste un cuarto en su casa. Marito hace más de un año que no se baña y cuando lo hace se niega a quitarse la ropa ni a entregarla para lavar. Marito miente, llama a los hijos de Verónica "enanos hidrocefálicos" y se enfrenta a puñetazos con su hermano. Verónica es acompañada permanentemente por un remisero/amigo, Hernán, que parece ser su amante pero que a la vez se muestra enamorado por Gaby, quien se cierra sobre sí misma para no darle/se expectativas de un nuevo romance. La abuela a su vez se tira lances con el remisero. Pero todo eclosiona cuando la abuela se queda "dura" (literalmente) y tienen que internarla ("Abuela, si te morís que no te saquen los órganos que los voy a necesitar yo", le dice francamente Marito). Allí se enfrentan con el mundo exterior en la persona del médico (presunto amante también de Verónica, una chica de mundo...) y se revelan varias inconductas de la familia...
Como les dije la obra está plagada de un humor negro y delirante que hace que uno se ría todo el tiempo aunque lo que estemos viendo sea monstruoso y deforme. Lo que no veo claro es el tema de la leucemia de Marito a último momento. Me suena a golpe bajo. ¿Para qué está puesto? ¿Para saber cuáles serán las consecuencias de la futura vida de la familia? La verdad que no lo sé. No le encuentro el justificativo.
Pero sería una pena terminar esta crítica sin nombrar a los asombrosos intérpretes que le ponen el cuerpo a estos personajes y que les sacan todo el jugo posible, sus mínimos gestos están justificados y enriquecen la obra, y miren que esto es simultáneo y todo el tiempo, están ensamblados de tal forma que conforman un todo gozoso del que hacen partícipe al espectador. Ellos son: Araceli Dvoskin (Abuela), Miriam Dodorico (Memé),Inda Lavalle (Verónica), Fernando Sala (Marito), Tamara Kiper (Gaby), Diego Faturos (Damián), Gonzalo Ruíz (Hernán) y Jorge Castaño (Médico). Les auguro que después de este trabajo en calle Corrientes se puedan ir instalando en el sistema laboral y logren hacerse conocidos porque de verdad que se lo  merecen.
Otro detalle. La obra está hecha a pulmón, casi sin música (salvo Violeta Rivas cantando "Qué suerte, esta noche voy a verte" sobre el final), sin efectos sonoros, ni especiales, ni lumínicos, sin gente que mueva el decorado, todo a la vista, en definitiva, una puesta como podríamos hacer nosotros, y con una altísima calidad, que como repito se desprende de la inteligencia y el buen humor de la pieza. Para ir y aprender.
Vayan a verla, no se la pierdan porque todavía va a estar en cartel un tiempo más y es de visión obligatoria para todo estudiante o amante del teatro.
Gracias por leerme. Pablo (el Conde de Teberito)

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