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Ayer salí rejuvenecido, renovado del teatro de ver un buen García Lorca con un elenco maravilloso y una dirección aún más sustancial. Yo hace tiempo que no leo "La Casa de Bernarda Alba" pero estoy seguro que acá metió la mano Muscari como autor, el texto no debe ser el original (del que tengo vagos recuerdos) ya que acá, en toda la primera parte apuesta a un humor muy sano y tanto verbal como visual. La obra comienza con la música que Michael Nyman escribió para la película de Peter Greenaway "El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante" (1987) y la surca durante toda la obra con otras melodías que Nyman escribió para Greenaway. Todas músicas obsesivas, repetitivas, siniestras, masturbatorias y profundamente inquietantes. El comienzo ya es genial. La escenografía es sólo una mesa larga y siete sillas y una especie de enredadera que recorre toda la pared y el techo. Un capítulo especial merece la iluminación, sobre todo en los tramos finales, que le da ese carácter de alucinación, de locura, de desesperación máxima.
Me hubiese gustado mucho ver la obra con Normita Pons, pero esta Bernarda de María Rosa Fugazot está sublime, roza la perfección, una actriz que por suerte emprendió caminos más saludables que su paso por la peluquería de Sofovich (insoportable). Debe haber una mano conductora muy segura y muy firme para sostener este elenco de nueve mujeres sin que se baje ninguna ni se peleen (salvo el honradísimo caso de la Pons), firme la mano de ese otro hombre/mujer que es el polifacético José María Muscarí. Yo había desconfiado hasta ahora de Muscari por esa forma de máquina de hacer chorizos que es su producción: una detrás de otra y sin solución de continuidad. Me parecía que eso iba en contra de la calidad. Pues estaba equivocado.
Los colores del vestuario son todos negros (dado que estamos de luto por la muerte del padre) y blancos a la hora de los camisones. Pero ese negro significa más que el luto, es el luto por la muerte de ellas como mujeres, por el encierro, por la represión, por la locura. Todas son flacas, escuálidas, sin pechos, esperpénticas (en el sentido de los esperpentos de Valle Inclán), están amargadas, pero deseosas de vivir la libertad y la sexualidad (temas predominantes en la obra) y lo tienen que hacer a escondidas, burlando la represión. Bernarda es la madre, una mujer despiadada, tiránica, que no permite a sus hijas que se acerquen a ningún hombre, ni que hablen sin permiso, ni que suspiren ni que lloren (acá la obra se toca con otro ícono, la pieza "No hay que llorar", de Roberto Cossa). Usa su bastón más que para apoyarse (ya que no tiene ningún defecto físico) que como arma, como emblema, más de una vez lo empuñará contra sus hijas. Pero una de ellas se va a casar, Angustias, la "vieja", ya que tiene 39 años y es la mayor (exclente Florencia Raggi), hija de otro padre. Está muy enamorada de su Pepe Romano, quien la visita todas las noches por la ventana, y el que figura ser un hombre muy rico, por eso es consentido por Bernarda. Pero en esa soledad desesperante, todas las hermanas desean a ese Pepe Romano para sí, incluso Adela, la más joven (una fresca Florencia Torrente, hija de Araceli González), quien no solo es la enamorada secreta de Romano sino que se revuelca con él en los pajares del establo. Pero existe también otra hermana, la bizca y asmática (y fea) Martirio, que compone a la perfección la bellísima Valentina Bassi, que también desea a Romano y se esconde su retrato entre las sábanas. Las hermanas son cinco, se le suma a ellas la marimacho compuesta por Martina Gusmán y la más anodina de todas, la de Leonor Blanco. Se le suma a ellas la presencia de la criada y empleada de la casa, que sirve de chismosa y que tutea a Bernarda, Poncia (otro trabajo espléndido de Andrea Bonelli), la sirvienta amante del finado marido de Bernarda (Mimí Ardú) y la abuela loca, enamorada de los hombres y eternamente vestida de novia, quien pone su cuota de humor cada vez que aparece (una exacta Adriana Aizemberg).
Como decíamos arriba, en la primera parte el tono es de farsa, apunta al humor (dentro del drama, por supuesto), de las contestaciones avispadas de las chicas, de su expectativa por conocer hombres, de sus insinuadas experiencias con la sexualidad, de su ambición por salir de la tutela de esa madre cínica, autoritaria y represora, fatal, que es Bernarda. Por supuesto que en todos lados se nota las pinceladas poéticas de un García Lorca que no pierde actualidad ni sensibilidad. Pero la segunda parte se tiñe de sangre y muerte, el drama deja paso a la tragedia, cuando Bernarda descubre que su Adela mantiene romance con Romano, quitándole posibilidades a Angustias y sale, arma en mano dispuesta a acribillar al enamorado. Pero contar acá el desenlace sería desleal, así que por favor, vean esta obra magnífica que se está dando por segunda temporada en la Casa del Teatro (Teatro Regina) y que está por terminar su paso por la cartelera. No se la pierdan porque el elenco es sólido, el texto no tiene desperdicios, con una dirección de lujo y se van a reir y se van a conmover con la vida (sí, con la vida, porque las criaturas de Lorca siguen viviendo en el teatro una vez que baja el telón) de estas personas, que son mucho más que personajes.
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Gracias nuevamente por leerme.
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