El sábado, pese al frío salí al teatro. Elegí "Red", la obra que está protagonizando Julio Chávez. Que Chávez es un actor enorme no caben dudas, ya lo ha mostrado en obras tales como "El vestidor", "Ella en mi cabeza", "Yo soy mi propia mujer" o el musical "Sweeny Todd". Pero que acá hace una de sus mejores labores también es indudable. Compone un personaje enorme, desaforado, egocéntrico, talentoso, inmisericorde, despótico pero a la vez de una gran sensibilidad y fragilidad y miedo ante esa muerte que se le viene encima. Pero a pesar de todo esto eligió una composición minimalista, sutil, plena de pequeñas acciones, con un texto que vomita a mil por hora pero que también lo hace vibrar hasta las fibras más íntimas. Acá Chávez es el pintor de origen judío Mark Rothko (Chávez también es pintor y judío -Hirsch es su verdadero apellido y recién ahora lo da a conocer en su exposición de pintura, uniendo los dos Julios, Julio Hirsch Chávez firma sus cuadros ahora), es sin duda el más representativos de los artistas de la corriente denominada "expresionismo abstracto", al que encontramos en un momento sublime de su vida: acaba de hacérsele el mayor encargo en la historia del arte moderno, una serie de murales para el afamado restaurante "The four Seasons" en el flamante edificio Seagram de New York. Una invitación al artista más comprometido en términos ideológicos y sociales de su época a ocupar con sus obras el centro de escena del mayor símbolo del capitalismo. En los siguientes dos años que le requiere el proyecto, Rothko trabajará en forma intensa en su atelier con Ken (Gerardo Otero), su joven empleado. Pero en cuanto Ken sume coraje y comience a enfrentarlo con la contradicción del encargo que lo ocupa, Rothko comprenderá que el que creía ser su mayor logro profesional, es en verdad el comienzo de su declinación como artista y el símbolo de la cercanía de la muerte.
Pero por qué digo que el trabajo de Chávez es tan especial. Es un judío al que casi no se le nota el acento, evitando caer el los clichés, tratando de disimular el acento judío como así su renguera (casi no se le nota que cojea de la pierna derecha). En eso me hace acordar a las declaraciones de otro grande, Martin Landau cuando ganó su Oscar consagratorio en 1994 como Bela Lugosi en el film de Tim Burton "Ed Wood". Allí explicaba Landau que su sistema para componer al actor chupasangre había sido la misma técnica del borracho que disimula su borrachera y trata de caminar derecho: él allí tenía que interpretar a un actor de origen húngaro que trataba de disimular su acento húngaro. Bueno, la interpretación le valió el Oscar. Y aquí Chávez sigue la misma lógica, tratar de disimular lo que es.
Los temas de que trata la obra son tantos que sería imposible analizarlos en este breve espacio, pero se habla de la relación padre-hijo o mentor-discípulo, o psicoanalista-paciente; se asiste todo el tiempo a una clase de historia del arte y de la pintura, se menciona a Van Gogh, Picasso, Matisse, Goya, Wharhol, Miguel Angel, y finalmente Pollock, quiera su amigo en la vida personal y que terminara "suicidándose" en un accidente de tránsito conduciendo a toda velocidad por la ruta. Se lo trata de egocéntrico, bohemio, alcohólico e innovador, pero se obvia decir que en su base era esquizofrénico (de ahí los cuadros incomprensibles -para mí- que pintaba). Rothko le dice a Ken: "hasta que no sientas un gramo del dolor y el sufrimiento que sintieron Van Gogh o Matisse no estás capacitado para entender su obra", se lo dice insultándolo, gritándoselo, con bronca contenida. Él que sabe que no sufre por ser artista, sino que se es artista porque se sufre. Se habla de la comercialización y la vulgarización del arte como forma de expresión: de lo que significa un cuadro de una sopa Campbell o una botella de Coca-Cola. Se habla de romper los esquemas con lo anterior, de innovar en el arte, de ser capaz de crear algo nuevo. Se habla del miedo que tiene Rothko de que sus obras sean insoportables para el público, del miedo a que ellas lo devoren. Y finalmente de la pasión por el rojo, el color que guió toda su producción, que al final sería tragado por el negro (que simbolizaba nada más y nada menos que la muerte). Hay muchos temas más, y bien vale ver la obra como disparador para posteriores debates.
La obra es corta, dura exacta hora y cuarto, pero tal es la velocidad con que se escupen los textos, tal la intensidad de la acción (dividida en 5 cuadros -paradójicamente-) que parece una obra de dos horas. Al final, la profunda soledad, incomprensión y desprotección de Rothko nos hace brotar las lágrimas y salimos todos de ver esta obra modificados, profundamente tocados porque se trata de una pieza intensa, "fuerte", en el mejor sentido de la palabra.
Baste decir que Gerardo Otero, como ese Ken, quién participó también de "La omisión de la familia Coleman" de Tolcachir, "Agosto" y "Buena Gente" (en estas dos últimas lo ví) es un actor que hace una bisagra en su carrera con este trabajo y al que conviene prestarle atención de ahora en más.
Bueno, por favor les pido, amantes o no de la pintura, no se pierdan esta obra de John Logan que se está exhibiendo en el teatro La Plaza porque es una joyita. Vale realmente la pena. Y gracias nuevamente por leerme hasta el final.
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