sábado, 19 de febrero de 2022

Mi crítica de "Me duele una mujer" (Teatro)

 Vimos esta obra del prolífico y talentoso Manuel González Gil, acá en su doble función de autor y director. Si bien conoció épocas de más oficio ("Los Mosqueteros", "El Diario de Adán y Eva"), la pieza se deja ver con una sonrisa casi permanente en la cara, no llega nunca a la carcajada, la obra es más reflexiva que humorística, dejando siempre los gags para las intervenciones de Carlos Portaluppi quien sabe sacar provecho de su juego de capocómico. Los otros protagónicos están encarnados en Nicolás Cabré (Miguel Sánchez) y Mercedes Funes (Paula). Miguel es un profesor de filosofía, quien, como inventara el genio de Hitchcock, se ve defendido por su profesión: la filosofía va a estar siempre instalada en su discurso y hasta en sus mecanismos de defensa. Es muy fácil oírlo hablar con toda naturalidad de los presocráticos, del mito de la caverna de Platón, de Borges y El Aleph, de la locura de Niestzche, utilizar el "yo creo", la cicuta de Sócrates y los empiristas, cosas que para los que manyamos algo del tema sabemos que son los palotes de la filosofía. Y sucede que a este hombre que vive prisionero de una melancolía patológica (ayudado por la cara y ojos de perro apaleado de Cabré), Paula lo ha abandonado recientemente. Y es así que Miguel ve a Paula encarnada en cada mujer con la que se cruza, desde una boletera de cine hasta una trabajadora sexual (admirable labor de Mercedes Funes, quien se pone en la piel de cada papel con una mirada diferente, además de la cínica psicóloga-irreconocible- y de una modelo italiana). Y digo especialmente esto porque, si bien es ya conocido que los actores podemos vivir miles de vidas, Mercedes las vive todas en un solo espectáculo.

Miguel está siempre en compañía de su "otro yo", o si se quiere, de su inconsciente (Portaluppi), quien no siempre le dice lo que quiere escuchar, pero que lo lleva por el mejor camino. Algo parecido ocurre con la apática psicóloga, más interesada en sus aranceles que en llevar a buen puerto la sesión, siempre enmarcada por el sempiterno cuadro de Freud. Hasta las mismas sesiones Sánchez se presenta acompañado por su "mejor amigo". Y es en las mismas donde encuentra esa pared infranqueable en la persona de la licenciada. Pero cuando Miguel se deja invadir por la melancolía o el romanticismo por el amor perdido -algo de lo que sabían mucho los "románticos" de la literatura o de la música- es cuando nos encontramos con la poesía más afinada. Y cuando más nos alejamos del humor, que era el propósito de esta obra.
La belleza y el magnetismo de la Funes son cualidades indispensables para el éxito de la pieza, para poder compartir las mil y una sensaciones que produce en ese Miguel atormentado por la pérdida, además de demostrar que es una actriz todoterreno. A mí, Cabré nunca me gustó para la comedia, y por suerte acá le tocaron las partes más serias de la obra. Lo que valoro es haberse aprendido esas largas parrafadas filosóficas o metafísicas que larga sin vacilar. Y lo más gracioso de todo, el que salva la plata, es Portaluppi, un maestro en el arte de hacer reír.
En fin, una obra que se postula como comedia, pero a la que le faltan muchas materias. Sí podría pasar como una comedia romántica. Pero se deja ver y es llevadera. Para mí, un 6.
Y gracias por seguir leyéndome y espero sus devoluciones.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 2 de febrero de 2022

Mi crítica de "Hoy como ayer. Susana Rinaldi"

https://www.teatrix.com/ver/hoy-como-ayer


 Lo que hace grande a la Tana es su forma de interpretar, de hacer que cada canción sea única, distinta de las demás, una joyita para atesorar; su perfecta dicción, su modo de valorar cada palabra, de darle su plurisignificación. Sumado a uno de los oficios menos transitados de Rinaldi: el de actriz, le dan la jerarquía para colmar de matices este espectáculo.  Además cuenta con la dirección musical y arreglos del Maestro Juan Carlos Cuacci. También la acompaña en guitarra, de una orquesta formada por piano, contrabajo, bandoneón, batería, saxo y flautas. El show es el mismo que presentara 23 años antes en el ya desaparecido teatro Odeón, donde ahora se luce una playa de estacionamiento...

El espectáculo se abre con una memorable versión de "El viejo varieté" en donde la astuta Susana sabe jugar y balancear el peso justo de cada palabra. Después de acudir a unos versos de la autora, despliega la magia caribeña de "Para los demás" y arremete luego con la entrañable y sentida "Serenata para la tierra de uno". Ya a esta altura podemos hablar del lenguaje universal de María Elena Walsh, porque allí donde se oiga su poesía, resuena de una manera muy particular y personal en cada oyente, admirándola siempre. Con aires de zamba y convirtiendo sus manos en ágiles pañuelos, la Rinaldi va a recorrer junto a la guitarra "Si se muere la zamba", hermosa y pequeña pieza de María Elena. La cantante se transforma en actriz para encarnar a una viejecita pueblerina y centenaria que dice sus refranes mientras se encarga de barrer el escenario, para desgranar luego, con aires de milonga y con la escoba a manera de guitarra, las profundas verdades martinfierrescas de "Sapo Fierro". Todo un deleite para el oído y el ojo (y el buen gusto).
Con la alegría infantil de que nos narren un cuento, Susana se calza anteojos y papel en mano nos va a contar, con todo su histrionismo y su buen decir, "El árbol de los sombreros", para rematarlo después con la alegre y pegadiza "El brujito de Bulubú", tan reconocida como aplaudida por el público adulto. Tal vez la canción menos popular de María Elena viene después: "Sin señal de adiós". Y será lo más festejado de todo el espectáculo la pícara "Contáselo a Magoya", otra interpretación sublime.
Después el tono cambia, se torna tanguero y dramático para encarar la soberbia "El 45", una actuación que hace brotar las lágrimas. El talante ahora se vuelve ácido para ejecutar la que tal vez sea su versión definitiva, de "Los ejecutivos". Cada vez que la canta, revela Susana, se la dedica de todo corazón al dueño de aquella playa de estacionamiento... Es un pedido de la cantante, casi un ruego, que cada persona que quiera tenderle su mano se acerque al escenario. Y así vemos un interminable desfile de gente emocionada hasta las lágrimas mientras ella canta la impagable "Dame la mano y vamos ya".
Enseguida viene un interludio sólamente musical a cargo de la orquesta, mientras la anfitriona realiza un cambio de vestuario: "El 45/Postal de guerra/Oración a la Justicia". Va a volver Susana con su versión de "Como la cigarra". Y después de leer un texto doliente sobre la situación del país llega "Juglar de España". Otro momento de reflexión, ahora acerca de la Justicia, que nos vendría muy bien para estos tiempos judiciales y la intérprete desgrana la impresionante "Oración a la Justicia". Ya sobre el final, el espectáculo culmina como empezó, con la segunda parte de "El viejo varieté", aquella de "rebajen luz de escena/ aquí hay alma en pena..." Todo tiene su final, incluso un show tan maravilloso como este.
Lo que nos hace sentir que María Elena y María Herminia siguen tan vigentes y vivas como nunca. Y Susana, vivísima. Un trío que supo llevar a cabo un programa tan emblemático de nuestra TV como lo fue "La cigarra", en la primavera alfonsinista. 
Para ver y rever más de una vez. Acá se los dejo para que lo disfruten.
Espero vuestras devoluciones y gracias por seguir leyéndome.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).