miércoles, 27 de septiembre de 2017

Mi crítica de "A Roma, con Amor" (Cine-Woody Allen-2012)

Acabo de ver por segunda vez esta película de Woody Allen del años 2012 filmada en y dedicada a Roma, sus habituales intervenciones y homenajes a los países que visitó y que lo han propulsado. Y resulta que me pareció esta segunda visión mejor que la primera. Tuvo críticas muy adversas pero no es tan mala como parece y tiene pequeñas joyitas. Si bien el humor no es parejo en toda la película (se reserva los mejores chistes para su personaje) el clima de ironía fina la recorre de cabo a rabo. Hay algunas cosas que sorprende, como el hecho de dedicarse a mostrar los lugares turísticos de Roma como ya lo había hecho con Londres ("Match Point"), Barcelona ("Vicky Cristina Barcelona") o París ("Medianoche en París", de todas la mejor, por lejos). Pero acá se concentra en fotografiar lugares  como Piazza Venecia, la Fontana di Trevi, el Trastevere, el Vaticano, el Coliseo, los Baños Romanos y Piazza Spagna. La fotografía no podría haber sido más acertada y corresponde a su iluminador habitual desde hace unos años, el iraní Darius Khondji quien resalta los lugares turísticos y le da una especial aura de fábula a todo lo que se narra. El idioma que se habla en la película cabalga entre el inglés y el italiano.
Es una especie de collage con distintas viñetas intercaladas cobre distintos temas y actores. Por un lado tenemos la historia de Jerry (Woody) y Phyllis (Judy Davis), su esposa, que visitan en Roma a sus futuros consuegros, Giancarlo (Fabio Armiliato), propietario de una funeraria y cantante bajo la ducha de las mejores arias de ópera y su esposa, Mariangela (Rosa di Brigida), mientras que los novios son, su hija Hayley (Allison Pill) y Michelangelo (Flavio Parenti). Jerry es un regiseur de ópera jubilado quien nota en su consuegro una espléndida voz mientras se ducha y se propone lanzarlo a la fama. El hijo de éste, que es comunista, se opone a esa utilización mercantil de los dones de su padre, y cuando por fin acude a una audición, comprueba que éste no sabe cantar. Sólo es bueno bajo la ducha. Entonces Jerry, que, según su esposa se adelantó a su época al hacer una puesta de "Rigoletto" con todos los cantantes vestidos de ratones blancos y una de "Tosca" con todos metidos en cabinas de teléfono, propone que actúe cantando en una ducha en el escenario. Así montan una función de "I Pagliacci" que será memorable para el cantante pero desastrosa para el regista quien recibirá las peores críticas. Será la única actuación de Giancarlo, quien prefiere volver a su vida apacible de funebrero.
La cuota de realismo mágico, tan común en las películas de Woody está dada por la pareja de Jack (Jesse Eisenberg) y Sally (Greta Gerwig), quien recibe en su casa a la norteamericana Mónica (Ellen Page), "fascinante para los hombres y repleta de sensualidad y sexualidad", según palabras de su amiga Sally. Por supuesto que Jack terminará enamorándose de ella y ésta lo corresponderá, aunque sintiéndose culpable frente a su amiga. Aquí el realismo mágico está dado por la figura del mentor de Jack, John Foye (Alec Baldwin, cada vez más dado a la comedia), un arquitecto exitoso a quien sólo Jack verá cuando le dé consejos sobre la relación que está por comenzar y sus terribles presagios, manifestándose corporalmente en la escena pero siendo percibido sólo por Jack.
La tercera historia en cuestión es la de Leopoldo Pisanello (Roberto Benigni), un tipo común y normal, empleado, que de la noche a la mañana pasa a ser centro de la fama y de la adulación periodística y de todos cuanto se pongan por delante. Esto no es más que un apéndice de "Celebrity" (1998) y responde a la máxima que le dice su chofer: "¿Acaso todos los famosos merecen serlo?". Pisanello se ve asediado por el periodismo, para el cual todas sus declaraciones son como decretos papales pero recibe los favores de un mejor puesto y los beneficios de todas las mujeres que él desee. La verdad es que no lo dejan ni a sol ni a sombra y se siente acosado, pero, cuando un buen día se acabe su buena racha y la fama le corresponda a otro desconocido y el mundo se olvide de él, caerá en la más profunda desesperación y acaso en la locura ante la falta del reconocimiento público.
La historia más floja, tal vez, sea la de Antonio (Alessandro Tiberi) y Milli (Alessandra Mastronardi), pareja de jóvenes recién casados que llegan desde la provincia a instalarse en un hotel de Roma y tienen previsto una visita de los parientes de él para unos momentos más tarde. Aún así, Milli insiste con ir a la peluquería y se pierde en la gran ciudad, llegando hasta donde se rueda un film con Pía Frascari (breve intervención de la siempre bella Ornella Mutti) y el actor Luca Salta (Antonio Albanese), actor del cual Milli está eternamente enamorada, aunque su pelada y su panza lo despojen de ser un verdadero sex-symbol. Él la engatusará hasta llevarla al cuarto de un hotel, en dónde la ingenua Milli decide acostarse con él, lo cuál se verá interrumpido por la presencia de un ladrón que los robará y terminará haciendo el amor con ella. Entre tanto Antonio ha recibido el "regalo" de una apuesta perdida por un desconocido equivocado y la presencia de  Anna (Penélope Cruz), una prostituta fina con la cual se presenta ante su atildada familia como su esposa y ella, en despampanante vestido corto y tacos los acompañe a una entrevista en el Vaticano y con lo más granado de la sociedad romana bienpensante. Finalmente, el matrimonio incipiente volverá a unirse.
Las actuaciones, como en toda película de Woody son por demás perfectas, compitiendo cabeza a cabeza unos con otros para ver quién se lleva los laureles. Una cosa que es de extrañar es que aquí, el viejo maestro, ha abandonado el plano-secuencia, reemplazándolo por el viejo recurso norteamericano del plano-contraplano (si bien en la visita de Milli a la ciudad realiza un plano secuencia de 360°), no sabemos si por cansancio o por alguna imposición de su productor italiano. La música es casi toda italiana y de ópera (se extraña el viejo y querido jazz de los 50, aunque en el encuentro en el hotel de Milli con Luca, se oiga algo) y comienza y finaliza con el célebre tema "Volaré". Las alusiones intelectuales corren esta vez por boca de Phyllis, psiquiatra ("sos el único hombre que no tiene Ello, Super-Yo y Yo, sino tres Ellos) y de Jerry ("Si lo ves a Freud decile que me devuelva la plata") y por las constantes referencias intelectualoides de Mónica (Kierkegaard, Rilke, "La Señorita Julia", Ezra Pound, T.S. Elliot, y muchos más). 
Como dijimos, es un film que se degusta más en su segunda visión que en una primera, en la que se está impaciente poro conocer el argumento, disfrutando más de los chistes, la belleza del paisaje, las actuaciones y la excelente fotografía. Lo cierto es que, como en toda película de episodios, el nivel sea desparejo, brillando algunos sobre los otros y no conservando el mismo ritmo en todo el metraje. Pero se puede ver, la recomiendo, porque siempre un mal Woody Allen es superior a cualquier otro mediocre conocido o desconocido.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 26 de septiembre de 2017

Mi crítica de "El Padre" (Teatro-Strindberg)


Ahora Teatrix nos presenta "El Padre", obra cumbre del gran dramaturgo sueco August Strindberg (1849-1912), al mismo tiempo de su escenificación en la cartelera porteña. Strindberg, como mente original y brillante, supo medir el pulso de esa pobre criatura humana, tan despojada y desvalida, palpar sus miserias, dichas y sinsabores, crueldades y dulzuras, bajezas y grandezas, en fin todo el cauce de lo que pertenece a la humanidad en su conjunto e individualmente. No por nada Strindberg (junto con el noruego Henrik Ibsen) eran los dos autores favoritos del teatrista Ingmar Bergman, otro conocedor del alma humana en su esencia. Bergman se formó en el teatro, mucho antes y a la par que en el cine, y se regocijaba con sus puestas de Strindberg. Pero esta nueva puesta en escena fue dirigida y adaptada por Marcelo Velázquez, quien eligió una escenografía despojada para contar esta cruda historia, tan solo una serie de practicables que sirven tanto de pasillo de entrada y salida de los actores como de escritorio en donde guarda sus materiales el Capitán Adolfo, el padre del título.
Con un elenco parejo se desarrolla este relato, en donde sobresalen Edgardo Moreira como ese atribulado, despótico y loco Adolfo, Marcela Ferradás, como Laura, su mujer, la joven y bella Denise Gómez Rivero, como Bertha, la hija de ambos, y muy especialmente Ana María Castel, con todo su bagaje de teatro y kilometraje recorrido en las tablas, en el rol de Margarita, la ama de llaves de la casa y nodriza de Adolfo.
Es una historia en donde los límites de la razón se desdibujan, tal vez por las malas artes de Laura, quien no ofrece ningún asidero posible en su carácter de compañera de Adolfo, poniendo en duda a la vez la paternidad de su hija y declarándolo insano ante el médico recién llegado. Adolfo hace lo suyo. Es ante todo un gran misógeno, se perpetúa como "pater familiae" y única razón posible de existir de todas las mujeres que lo rodean, odiándolas a la vez por el simple hecho de haber nacido hembras. Asimismo expresa su confusión mental en constante llanto ("¿quién dice que los hombres no lloran?") y perturbación, llegando a exabruptos totales y, en el colmo de la alienación, a blandir una pistola contra su amada hija, y disparándole (sin balas, porque la buena de Margarita se las ha sacado). Todos luchan por ponerle un chaleco de fuerza y enviarlo al manicomio, pero ninguno se atreve a ponérselo. El plan es que él siga manteniendo a la familia con su sueldo, una vez aislado y poder vivir en paz sin someterse al yugo esclavizante de ese padre que lucha por imponer su voluntad. Aunque su voluntad es también cuestión de entredichos: él quiere mandar a Bertha a estudiar a la ciudad, hospedándose en casa de amigos, lo cual es el plan opuesto al de su madre...
Y aquí entramos a otro de los nudos gordianos de la obra: la lucha de poderes. ¿Quién es más fuerte, la esposa o el esposo, aunque para ello deban emplear como botín de guerra a su propia hija? ¿Es poderosa Laura al escamotearle todas las cartas dirigidas a los libreros para que le traigan su material de estudio a su marido? El poder que detenta él, ¿no pende de un hilo como lo hace su salud mental? ¿Puede residir el poder en manos de un loco? Estas son sólo algunas de las preguntas que nos propone esta inquietante pieza. El antiguo médico ha sido despedido, y se ha contratado al Dr. Ostermark (Enrique Dumont) para que declare a Adolfo fuera de sus cabales. Lo primero que esgrime su esposa es que se la pasa viendo material sacado de meteoritos en su microscopio para dictaminar si hay vida en otros rincones del universo. Pero Adolfo se corrige con el médico, no los mira en un microscopio sino en un espectroscopio, con lo cual da chances sobre su posible salud mental. El límite de la salud/locura es muy endeble, parece querer decirnos Strindberg, y lleva esto hasta las últimas consecuencias, hasta hacerlo volver un niño apoyado en el regazo de su madre (o nodriza, ya que es Margarita quien cumple esta función).
Otro tema importante es el del ateísmo frente a las distintas formas de religión que se profesan en la casa: Margarita, por ejemplo, es bautista, y enseña a Bertha el poder de la oración. Cantan juntas cánticos celestiales con voz de ángeles y se solazan juntas hablando de la vida ultraterrena. Hay también un pastor luterano metido en todo esto: es el hermano de Laura (Luis Gasloli) quien apoya a su hermana en declarar enajenado a su cuñado, con quien se lleva muy bien, dicho sea de paso. Cada uno comprende al otro su postura ante los estadios de la fe y se respetan, pero Adolfo no puede tolerar los vestigios místicos en sus mujeres.
La música en escena, por el magnífico piano y manos de Alejandro Weber, da un realce inigualable a la obra, poniendo sus acordes en los momentos más culminantes de la obra. El vestuario de época es también adecuado y muy cuidado. Adolfo se especializa en estudiar los minerales, no conforme con su profesión de capitán del ejército, y sobre todo, los llegados desde mundos muy lejanos. ¿Querrá decirnos esto que Adolfo vive en otro mundo, muy alejado de este? Es probable. Pero en sus ratos de cordura, esa lucidez suena muy convincente y muy científico. Advierto, no busquen comicidad en esta obra, si bien es calma y descontracturada, porque no la hay. Es un drama hecho y derecho, al que tanto actores como director y colaboradores todos, saben sacarle provecho.
Y no se olviden que clickeando el "Ver Obra" pueden acceder a la obra completa, tal como la envía Teatrix.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 21 de septiembre de 2017

Mi crítica de "Palombella Rossa" (Cine-1989)

Hoy tenemos de invitado a un amigo de la casa: Nanni Moretti. O Michele Apicella, que es lo mismo, por ser este el seudónimo que utilizó en gran cantidad de films. Este es de 1989 y es uno de los primeros de su carrera o uno de los que más marcó a su público, antes de "Caro Diario", "Aprile", "La Stanza del figlio" o "Habemus Papam", por pensar en los últimos. El que nos ocupa hoy, sin embargo marca un hito en su carrera porque rompe estilísticamente con todos sus procesores: es el más surrealista de todos sus films. Acá rompe con la barrera de la realidad durante todo el metraje, y se asemeja más  una pesadilla -humorística, eso sí- que a un film "fácil". Si bien nunca negó su afiliación al Partido Comunista Italiano, nunca se mostró tan preocupado por su militancia como en esta ocasión. Y lo hace de forma sensible pero también con humor, es como si en ciertos momentos se lo tomara en solfa o muy livianamente, para después adquirir tonos dramáticos. Es un tema que lo preocupó durante larga parte de su filmografía, y que aquí parece abrirse como un girasol.
El film empieza con Apicella caminando tranquilamente por una calle y de repente frena un micro al que lo obligan a subir y lo incorporan a un juego deportivo que no logra desentrañar cuál es. Se trata de un campeonato de waterpolo al que se encaminan principalmente adolescentes y jóvenes, -él con sus 35 años es el más viejo del equipo-. Y Michele Apicella se tirará al agua, pero no como regreso al útero materno (lo deja bien en claro) sino como retroceso a su niñez, en dónde fue obligado a tirarse a la piscina, aún contra su voluntad, y de entrenarse en el selecto deporte del waterpolo cargando los bolsos de los demás jugadores mayores.
El entrenador, un hombre bajito con dientes desparejos y cara de perdedor (bien a la usanza felliniana, a la que recurre no sólo una sino varias veces en la película) está atormentado por dar los datos técnicos del partido a sus jugadores, aunque nadie le presta atención salvo Michele. Llegados al estadio, un lugar desértico rodeado de cardos, cáctus y plantas espinosas, pero con un gran manantial de agua en la pileta, se cambian en los vestuarios y salen al encuentro de sus rivales. Estos son todos hombres adultos, musculosos y muy bien entrenados, con la cohesión de equipo que falta en el propio. Aquí Michele Apicella comenzará su largo camino de pesadilla, asediado por gran cantidad de personajes de su pasado que se interponen entre él y el deporte: unos "camaradas" comunistas que le ofrecen tortas y dulces compulsivamente por su compromiso partidario, una periodista que usa mal las palabras ("¡¡¡El lenguaje es importante!!!", le grita él como loco y la abofetea: "quien escribe mal, piensa mal y vive mal", le sentencia, no sin razón), su esposa, su hija con quien lo une una especie de amor-odio, un seminarista católico que le dice que él es su ídolo porque tiene una creencia en el partido tanto como él en la fe, el dueño del bar, que no para de ver en la televisión "Dr. Zhivago", el film de David Lean, y muchos más. Le recuerdan su compromiso con "lo que dijo el martes en la TV", de lo que él no tiene memoria, aunque un flashback nos lo informe.
El juego de waterpolo se convierte en una excusa para nombrar al comunismo: es un equipo de camaradas donde cada uno tiene su rol asignado, todos tienen la misma creencia en el triunfo y en la unidad, "el gol es un silencio, y un silencio es un gol", le espeta el teólogo católico que también lo interpela, todos van detrás de un mismo objetivo, la pelota como fuerza motora e impulsora de su salvación, etc.
Constantemente se ofusca e increpa o empuja o huye de sus "visitantes". Sabemos que esto es parte de un sueño y no de la realidad, pero la simbolización cinematográfica es tan auténtica que nos hace entrar la duda. Vive preso de la furia, y mientras juega al waterpolo repite sus slogans comunistas con vehemencia. Así lo llevará el final de la película a desbarrancarse con su auto, en el que viaja con Valentina, su hija, para luego salir ilesos los dos y ver cómo se eleva un sol de cartón en el horizonte.
Nanni Moretti nunca estuvo tan desbordado como en este film, se nota que su ideología no estaba pasando por un buen momento en Italia precisamente, y quiere convencernos de eso. Alterna imágenes sacadas de otro film anterior o de un documental, cuando él "militaba" y ofrecía su verdad a todo el que quisiera escucharla y departía con sus camaradas. Podemos ver al Moretti veinteañero y de pelo largo, bigotes y barba, que luchaba en pos de un mundo mejor y de la salvación de la humanidad.
No importa si ganan el partido o no, como tampoco importa si ganaron en las urnas, lo importante es competir, jugar, parece estar diciéndonos Moretti, lo que verdaderamente importa es el espíritu que se ponga en hacer las cosas, ya se trate de un deporte y un campeonato o de su ideología personal. Por suerte está todo tamizado por un muy buen sentido del humor y de la fina ironía, que tan bien maneja Nanni y que nos ha cautivado en films posteriores. Un film clásico difícil de conseguir pero que yo tengo el gusto de tener en mi filmoteca. Los que pueden, véanlo.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 16 de septiembre de 2017

Mi crítica de "Las Señoritas de Rochefort" (Cine-1967)

Jacques Demy venía de un éxito colosal con un musical francés sin precedentes: "Los Paraguas de Cherburgo" (1964) y se apoyó en ese suceso para montar otra experiencia musical con "Las Señoritas de Rochefort" tres años después y con la presencia estelar de Catherine Deneuve nuevamente, casi como una continuación de la anterior. Y la idea no pudo ser más estimulante. Todo en esta película esta compuesto para gratificar al espíritu inocente de quien mira un musical: desde la música pegadiza de Michel Legrand de nuevo, pasando por unas rítmicas letras del propio Demy, sumado a unos bailes exultantes, y una historia romanticona que no proponía grandes dilemas morales, daba como resultado una obra apta para todo público con ganas de pasar un rato de felicidad y distensión. Debo decir que las dos horas del metraje se pasan volando y es tan efervescente y evanescente la trama que no pesa en lo más mínimo. Vi este film provocado por las declaraciones del grupo de trabajo de "La La Land" a quien se le encomendó ver esta película como motivo de inspiración y preparación para el propio trabajo. Acá estamos también ante actores que no son cantantes ni bailarines profesionales, sino simplemente actores que se toman muy enserio su trabajo. Se les nota la falta de preparación en algunas escenas de baile un tanto desparejas pero el resto resulta impecable. El elenco incluye a grandes talentos de la cinematografía gala como Jacques Perrin, Michel Piccoli o Danielle Darriaux, que, muy jóvenes, se le atreven al canto. Y además se suma la figura inconmensurable del gran Gene Kelly, que aporta su experiencia de cantante y bailarín para darle realce al relato.
Todo gira en torno a cuatro días, desde el viernes a la mañana hasta el lunes a la misma hora, tiempo en que tarda en llegar al pueblito de Rochefort la feria de variedades y en levantar campamento. En el medio se entrecruzan historias de romance y hasta un asesinato, que no dejan de sorprender por su coherencia (aunque sabemos que el amor no es para nada coherente, precisamente eso es lo que atrae). Todo en Rochefort aspira a una ascepsia total, todo es pulcro, bello, limpio, ordenado; sus casas, negocios, calles, lo que hace pensar más en una puesta cinematográfica que en un pueblo de verdad. La ficción impera en este film y la falsedad su guía. Todo parece armado para impresionar al ojo inocente, un delicado equilibrio recorre el relato. Desde las clases de danza que imparten las hermanas Garnier, Delfina (Deneuve) y Solange (Francoise Dorleac), quien además es música y compositora de un concierto de música sinfónica, hasta la cafetería que administra la madre de las chicas, Mme Yvonne (Danielle Darrieux). Todo empieza cuando los patrocinadores de la feria de variedades, dos muchachos jóvenes y atractivos impulsados por el éxito, se hacen presentes en el pueblo, visitando la confitería y conociendo a las dos chicas, hasta involucrarlas en la actuación como cantantes en la muestra debido a que sus dos cantantes oficiales han desertado tras sendos marineros. Luego intentarán llevarlas a París, diciéndoles que están enamorados de ellas, lo cual no resulta muy creíble. Sólo Delfina los acompañará. Porque un "europeo" desconocido se ha cruzado en el camino de Solange, el compositor y ejecutante Andy Miller (Gene Kelly), quien la ayuda a recoger unas cosas en la calle y quedando profundamente enamorados el uno del otro para no volverse a encontrar sino en el final del film (bailando el "allegro" del concierto para piano de Solange, manera en que mejor sabe expresar el enamoramiento Gene Kelly,, de manera sublime). También hay un soldado que está cumpliendo su servicio militar allí, que es pintor y ha captado la esencia de Delfina en un óleo, profundamente enamorado de ella y, que sin poder concretar ese amor porque no se conocen, deberán esperar hasta el último fotograma, en donde el camión que lleva a Delfina y la troupe a París, lo levante en el camino para acercarlo a esa ciudad y por fin se encuentren.
Hay otra historia de amor potente, la que vivieron hace tiempo Mme Yvonne junto con Simon Dame (Michel Piccoli), un parisino que al no poder casarse con ella debido a su absurdo apellido (si ella se casaba sería madame de Dame) fue abandonado por la mujer diciéndole que se iba a instalar a México con otro hombre que había conocido. Ahora Simon Dame tiene una casa de instrumentos y partituras musicales en pleno Rochefort, aunque esto no lo sabe Yvonne. Cuando se entera por una de sus hijas, quien conoce al hombre, sale corriendo a reencontrarse con su antiguo amor ya que ninguno de los dos se ha casado.
Todo esto, que parece un culebrón mexicano, es pasible de tragar porque está engalanado de constante música y canciones, que, si bien no constituyen la cumbre de la filosofía, resuenan por su brillo y sus rimas inspiradas y por el desafío que constituyó para los actores lanzarse al ruedo de cantar con sus propias voces. Debemos decir que esta versión que yo vi, esta perfectamente conservada y restaurada por la directora Agnés Varda, quien realiza un verdadero trabajo de conservación del patrimonio fílmico histórico. Las actuaciones son acordes al canto y todos quedan bien parados, hasta la anorgásmica Catherine Deneuve, muy jovencita acá, cuando todavía prometía. El resultado es un film encantador y totalmente disfrutable. Véanlo porque vale la pena.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 14 de septiembre de 2017

Mi crítica de "Bilac ve Estrellas" (Teatro-Brasileño)


Desde ahora, el equipo de Teatrix incorporó una asociación con la plataforma teatral de Brasil "Cennarium", desde donde podemos recibir obras teatrales de ese país habladas en portugués y subtituladas, sumándolo a los ya consabidos estrenos de Broadway. Este es el caso de "Bilac ve estrellas", comedia musical con la dirección de Joao Fonseca, la autoría de Heloisa Seixas y Julia Romeu y la música y letras de Nei Lopes. Es en realidad una obra musical de cámara, con la apoyatura musical del clásico trío jazzístico (piano, batería y contrabajo) y el escenario no tiene la amplitud de los que nos tienen acostumbrados los musicales de acá. Como pieza artística genera mucha expectativas, más de las que cumple: no puede esperarse de ella la hondura filosófica de las letras de Pepito Cibrián Campoy ni la majestuosidad musical de un Andrew Lloyd Webber ni de los autores de "Los Miserables". Ni siquiera alcanza a la musicalidad de "Hello, Dolly!" o "La Novicia Rebelde". Pero lo que sí tiene es un gran sabor carioca y de batucada brasileña, intercalada con algunos números que recuerdan a la música típica de Francia. Sí, porque es un musical brasileño que mira a Francia como símbolo de la Belle Epoque en que se desarrolla y tiene allí sus sustento primigenio.
Vamos por partes. Olavo Bilac es un encumbrado poeta, alrededor de quien gira mucha gente, entre ellos, el Padre Maximiliano. A la vez Bilac gira, como si fuera la relación Luna-Tierra-Sol, a la vera de José do Patrocinio, un inventor que ha ideado un aparato para volar, más concretamente un globo aéreo o Zeppeling. Esta es la trama base de la obra, si bien Bilac es importante y produce risas con su extraña bizquera el argumento se desarrolla en torno al misterioso aparato volador. La obra peca de bastante ingenuidad tanto en su argumento como en sus letras, que si bien tiene algunas subidas de tono no alcanzan para ruborizar a una monja. Las mujeres deliran por un poeta tan apasionado y sensual (en su escritura) como Bilac, no en su aspecto físico, que tiende a la caricatura, con sus ojos entrecruzados, su bigotito años 20 y su rigidez de cuerpo. Por eso se siente impresionado cuando una sofisticada portuguesa llamada Eduarda Bandeira se muestra atraída por él. Hasta el punto de meterse en su cama y desnudarse frente a tan ascético caballero. Pero esta mujer es una espía, que colabora con el Padre Maximiliano (también poeta y enemigo acérrimo de BIlac, a quien llega a retar a duelo), que quieren hacerse con los planos del globo volador y vendérselos a los hermanos Wright, quienes sueñan con construir su primer avión.
Como obra coral hay muchos otros personajes que aparecen y desaparecen, interpretados por la misma docena de actores (los nombres de los actores es imposible relacionarlos con los de los papeles que les tocan en suerte), pero hay uno por demás expresivo y cargado de comicidad (debido en gran parte más a la actuación que a la letra), es el de Mme. Lambiché, una gitana adivinadora del futuro y lectora de cartas y manos que se mete al público en el bolsillo cuando canta o simplemente se desplaza por la escena. Una gran actuación de una gordita desconocida por estos lares. Otro de gran magnetismo es el barbado Padre Maximiliano, que con su sarcasmo y doble cara (él interpreta que la castidad depende del alma y no de lo que el cuerpo haga, ya que es el fiel amante de Eduarda Bandeira), llegando a los extremos de herir con su florete en el duelo a primera sangre a Bilac. Y el tercer personaje importante es el moreno José do Patrocinio, que con su cuerpazo de negro fortachón se impone ante el público.
Por lo demás Bilac está muy bien tratado por el actor que lo sostiene, hace juegos increíbles con esos ojos y hace de su delgadez un emblema quijotesco. Si bien está dotado para la versificación y la poesía seductora, como hombre, resulta un verdadero pusilánime.
Pero volvamos al tema de los planos del aerostato. Los mercenarios tienden una trampa a do Patrocinio para alejarlo del hangar donde tiene su aparato volador, para llegarse hasta allí y cargarse con los planos. Pero los amigos no caen en la trampa y tanto Bilac como do Patrocinio se aparecen esa noche en el lugar. Con un bastonazo duermen a Bilac e incendian el hangar con la aeronave dentro y al otro lo secuestran para que les diga donde esconde los planos. Pero éste se niega a hablar, hasta que lo amenazan con torturar a su esposa. Ahí el revela el lugar secreto: la confitería en dónde se reúne la bohemia de esos tiempos. Pero Bilac y la policía llegan antes y le tienden una trampa a los mafiosos. Al día siguiente de que son apresados llega a Brasil Santos Dumont, un experto en aviación, a quién, al ver destruído su aparato deciden venderle los planos para los Hnos. Wright. Todos bailan contentos y festivos, aduciendo que el primer aparato volador será de origen brasileño.
Las canciones son alegres y pegadizas, con un ritmo bien portugués y hay mucho movimiento constante en la escena, con una mínima escenografía que resulta muy funcional a la hora de los bailes. Este fue otro hallazgo de Teatrix, que vino a ensanchar el horizonte teatral de los amigos del proscenio.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 11 de septiembre de 2017

Mi crítica de "El Cuarenta y Uno" (Cine-1956)

Estamos ante una película soviética de mucho éxito en su momento. No podemos decir que ha envejecido mal, pero sí que hoy resulta un tanto pueril el argumento. Digamos que es de 1956 y ha sido dirigida por Grigori Chujrai y que cuenta con dos protagónicos  excluyentes: Marushka y el Teniente. Sería bueno analizarla para entender que la famosa "grieta" no es algo que hayamos inventado nosotros, sino que, como dice Pinti, hay grieta desde Abel y Caín.
Estamos en los primeros tiempos de la revolución rusa, se nos informa al principio, aunque las ropas serán más acordes al año 56 que corría y parece ser que ya ha acabado la Segunda Guerra Mundial, por lo que se dice. La película fluctúa entre el pretendido "realismo" soviético y un "idealismo" soviético sin detenerse en ninguna. Como realización es de muy baja calidad, alterna fotografía en color con otra en blanco y negro, aunque pienso que más que por simbolismo poético, por insuficiencia de recursos por parte del Estado. Son casi ridículas sus tomas del mar golpeando en blanco y negro para pasar a un mar en colores en idéntica situación. Los actores son de lo peor, aunque suben un poco la puntería cuando empieza la etapa del romance, ya pasada la mitad del metraje, aunque nuestros actores, para esa época, tampoco eran una maravilla, sin embargo el cine soviético siempre se ha destacado por la calidad de sus intérpretes, acá deja mucho que desear. Y la iluminación es lo peor de la película, ennegreciendo escenas en las que deberían haberse visto los rostros y sumiendo todo en la más completa oscuridad, aunque la copia que vi era bastante buena.
Bueno, la historia es la siguiente. Tenemos dos ejércitos, el Ejército Rojo, el de los bolcheviques y la contrarrevolución que podemos suponer entre los defensores del zar, el pueblo ilustrado. Al principio de la película tenemos un empobrecido brazo del Ejército Rojo que vaga por el desierto, buscando llegar al mar de Aral y posteriormente a Kazalinsk. Está liderado por el Comisario y el brazo armado infalible lo constituye Marushka, una brava bolchevique que "donde pone el ojo, pone la bala", sólo falla en el muerto número cuarenta y uno (de allí el nombre del film), que resulta seguir con vida. Se enfrentan a un desarmado ejército contrarrevolucionario y les incautan los camellos, dejándolos librados a su suerte en el desierto. Sólo toman a un prisionero, el Teniente, quien lleva cosido en su ropa un mensaje que debe ser entregado a su máxima autoridad y que éste se niega a develar. Lo pasa a custodiar con rigor Marushka, y el Teniente parece siempre fresquito e incansable delante de tanta lucha contra los elementos naturales como tiene el Ejército Rojo. Van pereciendo sus integrantes rumbo a su destino y cuando son acogidos por una aldea de mongoles, sólo quedan once con vida. Allí son socorridos en agua y alimento, que les venía escaseando, mientras Marushka "rigorea" al Teniente con toda su brutalidad. Después del gran recibimiento en la aldea, siguen su camino y por fin llegan al ansiado Mar de Aral, en dónde recuperan fuerzas y vitalidad. Allí -y cuando ya parecía estancada la película-, en un giro de guión se encarga a Marushka junto a dos soldados más que trasladen al Teniente por mar, en un botecito de morondanga, ante el Consejo de Estado para que sea juzgado. Estos se embarcan y cuál podía ser su destino sino naufragar la pareja -habiendo perdido a los otros dos en una gran tormenta- en una isla desierta.
Por suerte encuentran una vivienda enseguida y tienen fuego, agua y alimento a su disposición (no me pregunten de dónde sale). Pero deben pasar por una prueba más. Tienen la ropa empapada y para no enfermarse deben desnudarse y poner la ropa a secar. Y allí quedan ellos, como Adán y Eva pero sin hojas de parra, secándose al fuego (claro, sin mirarse). Pero la tensión va creciendo y ella le lee unos versos que ha compuesto, para lo cual, le dice él, le hace falta estudio y cultivarse. Ella ansía ir a una escuela que le enseñe cosas así. Él la llama "Viernes", en referencia al indígena de "Robinson Crusoe" y como ella no conoce la historia, le pide que se la narre. Al fin pueden más sus ojos celestes como el mar que el patrioterismo de ella y por fin... ¡se besan! y ya pasan al lecho... Se juran su amor y viven en plena felicidad por varios días, amándose y viviendo de la naturaleza y del amor, sin necesitar de nada más. A todo esto han encontrado la construcción de unos pescadores en donde guarecerse y juegan y se ríen como dos chicos enamorados en el mar. Por cierto, son los dos hermosos, no vamos a estropear la historia poniendo gente fea, por muy comunistas que seamos.
Pero todo va bien hasta que él decide que cuando salgan de allí se irán a vivir juntos, a su cómoda casa (¿quedaba alguna en la Unión Soviética a comienzos de la Revolución?) y con sus libros como compañía. Ella en cambio, piensa seguir siendo soldado de la causa (perdón, casi digo "la Cámpora") y luchando por el futuro del pueblo. Allí se pelean a muerte y se juran odio eterno. Al fin vuelven a reconciliarse cuando ella se da cuenta de que no puede vivir sin la mirada de esos ojos celestes que le han partido el corazón. Pero en eso advierten un velero en el mar y disparan tiros al aire para que los vaya a buscar. Pero cuando se acercan él ve que son los de su bando y ella reacciona de la peor de las maneras posibles, destruyendo todo cuanto amaba.
Con ese trágico final termina "El Cuarenta y uno" y comprendemos que la grieta siempre sembró de sangra a los pueblos, y que toda revolución se hizo a fuerza de sangre y fuego, enlutando a una mitad de la población y enalteciendo a la otra. ¿Será una utopía pensar que algún día los hombres puedan convivir en paz? Yo, por mi parte pienso que sí, que queda dentro del terreno de la ciencia ficción, y que la humanidad nunca podrá congeniar con la otra mitad del ser humano, porque está en la esencia misma del sujeto, querer lo que no puede alcanzar, y tener que luchar para eso. Por eso no recomiendo fervientemente esta película, por su baja calidad técnica y actoral y por un argumento que puede haber impactado mucho en su época pero que hoy por hoy ya está remanido... ¿superado...?
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 1 de septiembre de 2017

Mi crítica de "Pura Ficción" (Teatro)




Nuevamente le debo un agradecimiento a Teatrix por haber desempolvado este material (la obra debe tener unos 10 años de representada) y acercárnoslo a la pantalla de mi computadora. Se trata de "Pura ficción" una obra escrita, interpretada y dirigida por Oscar Martínez, acá junto a la compañía de Claudia Fontán. Que Martínez es un gran dramaturgo lo sabemos desde la exitosa "Ella en mi cabeza", que interpretara Julio Chávez (después Grandinetti), Juan Leyrado y Natalia Lobo, y la menos exitosa "Días contados", por Cecilia Roth y Claudia Lapacó. Que es ágil en la dirección tampoco es novedad (baste recordar "Todos Felices" y sus tres versiones), pero nunca había corrido el riesgo de dirigirse a sí mismo. Acá lo hace y sale victorioso. Como actor, Oscar Martínez es muy histriónico, grandilocuente, de gestos amplios y recargados, tremendamente expansivo y expresivo, verborrágico (todo lo cuál sirve muy bien para la comedia) y Claudia Fontán es una actriz de talento y sumamente simpática y una fiera cuando le toca defender su parte. Debemos decirlo de una vez: se trata de una comedia y es buenísima.
Martínez  desnuda la condición humana, con sus contradicciones, su egolatría, su soberbia, su pensarse único en el mundo pero también tiene una mirada piadosa hacia el amor, el matrimonio y los hijos. No así hacia su ex pareja, a la que desea ver muerta. Oscar sostiene que el amor es una ficción, no porque sea una mentira, todo lo contrario, como buena ficción debe tender hacia lo verdadero, como el teatro, que nos invita a suspender momentáneamente nuestra incredulidad ante lo que pase encima del escenario, y, sobre todo, porque se alimenta de ilusiones. Pareciera que sin la ilusión es imposible vivir. Por eso postula que la vida es también una ficción. Y el que no la acepta, se suicida.
La excusa para largar tantos pensamientos es la de una pareja de actores y director y maestro de actores: Damián Salas y su esposa Claudia Marini, que se reúnen en el amplio estudio de él para ensayar una obra que se llama justamente "Pura ficción". Parece ser que entre el personaje que interpreta Damián y su propio ser hay grandes similitudes, este personaje también es vanidoso, egocéntrico y soberbio, sólo que va hacia el fracaso, es, en esencia un pobre tipo, como lo define su actor. El ensayo no comienza hasta el final de la obra, porque un ángel malvado mete la cola entre esta pareja. Antes de empezar la representación Claudia va al baño de mujeres, y ahí descubre un grafitti de una tal Carola que dice que se está acostando con su profesor, y dos inscripciones más que también dicen haber pasado por la cama de tan insigne formador. Lo que primero estalla es la ira desmedida, y el asombro por parte de él, que dice no estar involucrado en el hecho. Aquí comienza un diálogo feroz por parte de ella y las disculpas por la de él, quien dice que no sabe nada de eso, que si bien Carola Salerno es su alumna nunca se acostaría con una de ellas. En medio de la discusión lo llama su ex, con quien rehúsa hablar y su hija Valeria a quien no atiende. Valeria hablará después con Claudia y le dirá que necesita dinero para irse con su novio a vivir a Usuahia, sólo que la niña tiene 17 años. Su padre la ama pero también la aborrece porque dice que es el vivo retrato de su madre. Pasada la obra, y varios litros de tinta, se volverá más conciliador y aceptará el diálogo con su hija entre él y Sonia (su ex). Junto a Claudia, tiene otro hijo, Lautaro, quien lo ve como un dios. Pasados los insultos por parte de Claudia él le recuerda que también ella supo inflamarlo de celos cuando se rumereó en los programas de chimentos que tenía una aventura con un compañero con el que trabajaba en una serie, que siempre fueron infundados pues ella nunca accedió a sus requerimientos amorosos.
Larga andanada de palabras merece también su relación con Sonia, de quien no comprende cómo pudo en algún momento sentirse enamorado y piensan si lo de ellos no terminará de igual manera. Un amigo sabio e irónico le aconsejaba: "tenés que mirar muy bien con quién te vas a casar, porque es la persona de la que luego te separarás y pensá en qué clase de ex esposa se convertirá". Damián no deja nunca el cinismo de lado, ni tampoco la adoración por Claudia, quien en el fragor de su defensa se ha olvidado de las pintadas. Todo los lleva a discutir, su modo de relacionarse entre ellos, con los hijos, los padres, las alumnas, los compañeros de trabajo, en fin, todo lo que constituye la vida de un individuo.
Y decimos que Oscar Martínez es sabio, porque tanto como autor como en el rol de director, ha sabido cuestionar casi todo, abarca mucho más de lo que parece en su hora y media de obra, y además ha sabido pintar con piedad a sus personajes. Es un autor que no sólo se guarda para él los momentos cómicos, sino que le regala varias perlitas a ella para que se luzca. Debe ser uno de los pocos autores, junto con Woody Allen, Neil Simon y Nora Ephron que le da tanto valor al universo femenino tanto como al masculino. Y Claudia Fontán lo sabe aprovechar muy bien y es muy graciosa. La dupla, por lo tanto, funciona de maravillas. Termina la obra ensayando su pronto estreno y él tocando al piano el clásico "Tenías que ser Tú" con ella bailando al compás de la melodía.
Los diálogos son jugosos y contados con mucho sentido del humor, pero también de la observación de la realidad y de una comprensión inmensa hacia sus pobrecitos, pequeñitos, discapacitados seres humanos... Una obra para ver más de una vez y disfrutar con el humor inteligente de un grande de la escena. Oscar Martínez nos hace muy bien.
Y gracias por haberme leído nuevamente hasta acá. Recuerden que cliqueando en el "Ver obra" pueden acceder a la obra completa.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).