viernes, 25 de octubre de 2019

Mi crítica de "El Diccionario" (Teatro)


En este nuevo acierto de Teatrix, nos vemos deslumbrados por la obra de Manuel Calzada Pérez, con la extraordinaria interpretación de Marta Lubos como esa María Moliner Ruíz, la mujer que emprende la titánica tarea de construir un Diccionario del Idioma Español, confrontando con el de la Real Academia de la Lengua, debido a la inexactitud de éste en algunos de sus conceptos. La acompañan Roberto Mosca como su marido, el catédrático Fernando Ramón Ferrando y Pablo Flores Maini como su médico neurólogo. Es para mí muy difícil hablar de este tema ya que aborda una problemática como la de la arterioesclerosis (así denominada en los años 70, en los que transcurre la acción, si bien se retrotrae al 66 y al 39), pero hoy llamada abiertamente Alzheimer. Y es porque mi madre se encuentra transitando la primera etapa de dicha enfermedad que se me complican las cosas y se me hace un nudo en la garganta ante tan explícita exposición. Trataré de ser, igualmente, lo más claro y objetivo que pueda. 
María Moliner es una Lic. en Filosofía que se encuentra enfrascada en dar forma a un colosal diccionario de usos y costumbres del idioma español, pero está perdiendo la memoria de algunas palabras. Hecho crucial y terrible para alguien que ha dedicado su vida a la explicitación del lenguaje el pasar por el tamiz del olvido este mismo instrumento de comunicación. Porque su afán es el de exponer a través de la palabra y lograr la comprensión por parte de la gente. Porque como ella explica bien en un momento "quien domina la terminología detenta el poder" El lenguaje nos hace libres, nos da la capacidad de pensar, de entender, de volar. Es por eso también que durante la época terrible de la Guerra Civil y de Franco fue censurada y obligada a replegarse. Ella y su marido además adscribieron siempre a la República, se los tildó de "rojos" y de subversivos y hasta se les impuso interrogatorio y tortura para delatar compañeros. Todo eso es revivido por María cuando el médico la somete a un inocente interrogatorio para comprobar sus facultades mentales, atada al cablerío de los sistemas de análisis, ella confunde las preguntas del galeno con las del dictador, tendientes a la delación y a la autoinculpación por el sólo hecho de manejarse en el mundo de las palabras. Sabemos que la cultura siempre ha inquietado a los tiranos de turno, y la época franquista no es la excepción. Por supuesto que los pronósticos del médico no son en absoluto tranquilizadores: en una primera etapa van del olvido de palabras, nombres y hechos hasta desarrollarse en una etapa posterior a la pérdida del control total del cuerpo y vivir postrada y prácticamente como un vegetal. Esto angustia en demasía a María, quien no le comunica a su marido que está viendo al médico, mientras aquel va perdiendo la visión hasta quedar totalmente ciego. Es una metáfora del no ver, el mundo de tinieblas en el que se están colocando ambos, un mundo oscuro que no tiene vuelta atrás y que desemboca en la incomunicación total, algo incomprensible para quienes se han desarrollado en el mundo de las ideas, desde esa constructora del lenguaje hasta ese marido, catedrático de física nuclear dedicada a la comprensión de la mente.
Nos hallamos en un sistema de ideas y es a través de ellas que se maneja Oscar Braney Finn para dirigir su obra. La acción transcurre en tres espacios bien diferenciados, a la izquierda el consultorio del médico, a la derecha la casa del matrimonio, donde María se dedica a su trabajo y -como no- al zurcido de medias rotas. El medio está reservado para un espacio de transición el cual no deja de tener su valor. Al principio, al narrarle María Moliner al médico su ocupación actual, que ya le ha consumido 15 años de su vida, éste la cataloga como un deliro léxico-patológico que llama de "Don Quijote" para transformarse en una obsesión compulsiva con delirios de trastorno psicótico. Cuando le pregunta a qué se dedicó toda su vida ella contesta "librera", justamente porque se ha olvidado el término: "bibliotecaria". Y en 1939 es obligada por el alto cargo oficial a callar durante tres años y guardarse de trabajar. Es por eso que, ante la visita de Franco a Valencia ella opta por salir al balcón junto a su marido para saludar al Genralísimo, como así a quemar libros "prohibidos", aún contra su voluntad, tratándose de lo que más ama. Incluso ha enseñado a sus hijos una nueva forma de lenguaje, desde ahora el cura será el "sacerdote" y todo lo prohibido se reemplazará por lo políticamente correcto. 
Pero a partir de que le llegue un ejemplar del diccionario al médico, dedicado por su paciente, éste cambiará el diagnóstico adjudicado, rompiendo las hojas del protocolo, y pasando a admirar verdaderamente a aquella valiosa mujer que dedicara 15 años de su vida a dar exacta dimensión a la palabra (por ejemplo se cambia la definición de "matrimonio" dado por la Real Academia, ya que lo estigmatiza como "unión duradera de por vida", a lo que Moliner se replantea que por qué debe ser de "por vida"). Cuando su marido pierde la vista (en tiempos de Franco ha perdido el cargo, por lo cual odió siempre a ese dictador), ella le confiesa tener problemas de memoria y estar visitando al médico, por lo que ésta le dice "yo seré tus ojos", "y yo seré tu memoria", le acota él. "No, porque querrás acordarte sólo de lo que te conviene", le dice ella; "bueno, una memoria selectiva", acota su marido.
Lo cierto es que quien se maneja en un mundo de símbolos, al padecer de Alzheimer, son estos los primeros que se pierden, siendo lo último la música, la cadencia de las canciones de la infancia, le dice el médico. La obra se desarrolla en un ir y venir de tiempos, no es cronológica, y por eso asistimos después a sucesos que ocurrieron antes y en principio a los más nuevos. María ofrece su discurso postrero a la Real Academia, cuando ya su enfermedad ha tomado cariz de gravedad y debe retirarse de su cargo, en una alocución, que, si bien no deja de ser brillante, deja ver los deterioros que su estado ha ejercido sobre ella. La vemos en última instancia cuando ya el marido ha muerto y María, víctima del párkinson además, deja caer sus fichas al suelo y se pierde recostada sobre sus piernas y cantando una canción de cuna. En ese momento llega el médico a hacerle una visita -quizá la última- y ve en cuan desastroso estado se halla. Le hace algunas preguntas a las que ella ya no atina a contestar. El logo final nos indica que María Moliner murió en 1981, a los 80 años de edad, aislada por completo del mundo y en una entrega de total abandono. 
El público aplaude emocionado y fervoroso ante tamaño desafío para Marta Lubos, una mujer de edad que se ha cargado a cuestas tan difícil interpretación y que la ha resuelto de manera brillante y emotiva, lo que fue coronado por un premio ACE y un María Guerrero a su actuación. La verdad es que es una performance como no se ha visto en el teatro alternativo hace años y que deja a todo el mundo conmovido. Excelente obra y son también muy buenas las actuaciones de Mosca y de Flores Maini. Para no dejar pasar. Y no olviden que pueden verla haciendo click en "Ver obra".
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 14 de octubre de 2019

Mi crítica de "Entre Ella y Yo" (Teatro)

En primer lugar debo decir que asistí a una velada de teatro sinigual, con un texto magnífico y un par de actores que se sacan chispas (excelentes los dos). Me estoy refiriendo a "Entre Ella y Yo", obra de Pablo Mir y dirección acertadísima de Diego Reinhold, con la dupla Sebastián Presta-Soledad García. Junto con "Petroleo" hice un combo buenísimo este fin de semana. La obra no da para disquisiciones metafísicas ni filosóficas, es simple pero muy efectiva en su comicidad. Se trata de la simple historia de una pareja enfrentados a hacerse un test de embarazo y ver si están esperando un hijo o no. Se manifiestan todos los miedos, las dudas y contradicciones típicas de esta situación, hábilmente orquestadas por un texto que no da respiro. Como es bien sabido, Valeria debe hacer pis en la tira reactiva de embarazo y esperar cinco minutos para ver la reacción. Serán los cinco minutos más largos de sus vidas, ya que entre minuto y minuto se presentan a la mente de ella y Diego, su pareja, todo tipo de pensamientos y fantasías alucinatorias que desfilan corporizadas ante nuestros ojos. Son cuatro las ensoñaciones, cada una perteneciente al minuto que pasa, y hay una profusión de cambio de vestuario entre una y otra, así como de actitud escénica de ambos actores, muy bien resueltas por parte de una dirección ágil y siempre atenta al detalle y al comentario mordaz.
Lo primero que se establece (ya que de entrada nos instalamos en el foco del conflicto) es si Valeria sabe correctamente hacerse el test, lo cual manifiesta muchas dudas por parte de Diego, así como de temores hacia la paternidad y su reproche por no haberse cuidado en su momento, sin lo cual no deberían estar transitando por semejante situación. Él es escritor, que lucha para poner en práctica sus cuentos mediante una computadora portátil, mientras que Valeria es chef y no quiere resignar su carrera a la maternidad. Las dudas sobre si tenerlo o no van a ir y venir según de terribles sean las pesadillas que sufren el uno y la otra, la conclusión es que no están preparados para ser padres ("cualquiera puede ser padre, cualquier pelotudo puede tener un hijo", se dicen alternativamente en sus momentos de aceptación).
Entre minuto y minuto se le aparece a Diego la opción de cuidar a su bebé, que llora sin cesar y al que coloca frente a la computadora para ver una película pornográfica, ante la sorpresa atónita de Valeria, que regresa, muy sexy, de atender sus asuntos. Por supuesto que vendrá el reproche y la descalificación por ser un padre degenerado que expone a su hijo ante tamaña porquería y decide irse de su lado llevándose al pequeño Pedrito, de tan sólo tres meses. Por supuesto que todo eso no ha sido más que un mal sueño, en seguida se vuelve a la realidad al contar otro minuto. Es entonces cuando le toca el turno a Valeria, quien dice y se queja de no ser una buena madre porque quiere silencio en su casa, frente al bebé que no para de llorar, Olaf, en este caso. No quiere pasar por un embarazo en donde se le caigan los pechos, se le abulte el vientre y necesite hierro para que no se le caigan los dientes. Además está le horrible situación de la foto playera en biquini y Diego besándole la panza, cosa que siempre odió en las embarazadas. Aparece Diego, completamente vestido con un osito y llevando en un moisés a Olaf, ante lo cual ella exclama lo feo que salió su hijo, con el pelo crecido, una cabeza desproporcionada y un rostro espantoso. "Ya sé que vos no sos ninguna belleza, pero creí que tu hijo iba a ser mejor. Se parece a tu madre". Le dice a un padre completamente baboso por su pequeña criatura. 
Entre minuto y minuto, Diego hace partícipe al público, haciénonos aplaudir a aquellos que son padres y por otro lado a quienes no lo somos. Afortunadamente el grupo de no-padres somos mayoría, lo que lo reconforta y dice "cuánta gente inteligente", porque dicen que ser padre te cambia la vida... ¡tener una moto también te cambia la vida... yo no tengo afinidad con los chicos que veo por la calle, salvo que la madre esté buena... ahí sí les hablo, que lindo el gordo, qué tiempo tiene, cómo se llama, cuánto pesa... en fin, boludeces... nunca pude tener nada que no se me muriera, sólo crié una planta, de marihuana, le sacaba fotos, la subía a facebook, todos me decían "es igualita a vos, qué grande que está, cómo crece", y al mes se me secó... Estas son algunas de las reflexiones que Diego se hace, sumado a que Valeria le diga que tuvieron un gatito y lo supieron cuidar bien, salvo que se les murió, porque saltó al balcón de un vecino en un octavo piso. Todo sería cuestión de poner una alambrina en el balcón. -Y no sé- confiesa Diego. "¿Vos que preferís, poner una almbrina o que tu hijo se te mate por saltar del balcón?" "Me hacés cada pregunta más difícil", contesta sueltamente él.
Así las cosas, vamos al tercer momento de ensueño diurno de él. Sucede que está muy cansado de no tener vida sexual con su esposa en los últimos seis meses, desde que naciera Fiona (ahora es una nena). Su mujer se mete en la cama cansada, dependiendo de cada movimiento o suspiro de su hijita. Diego, muy sexy con sus calzones floreados y caliente como una pava la insta a tener sexo. Ella se entrega, siempre pendiente de su hija. Lo hacen de varias maneras, sin satisfacerse con ninguna, hasta que ella le pide que le chupe los pechos. A eso Diego se niega rotundamente porque sale leche de ellos, "estamos a diez centímetros de la pedofilia", le arguye. Pero ella insiste, hasta que él acepta. Cuando él empieza a succionar, Fiona se despierta y Valeria sale disparada, él desesperado le propone todo tipo de cosas y posiciones pero su esposa no transa.
Estamos ahora viviendo la adolescencia de Fiona, sus 18 años, cuando ella vuelve tarde una noche a la casa, nuevamente interpretada por la eficaz Soledad García. Su padre se despierta angustiado porque ella no vuelve, y en ese momento llega, ensordecida por sus walkman. Cuando logra extraerle alguna palabra, todas son respuestas monosilábicas de una adolescente embrutecida, "tipo, osea, todo ok.". Diego le pregunta si no le hizo nada a su auto, a lo que ella le responde que le hizo un bollito. Justamente porque estaban manejando con su grupo de amigos todos fumados y uno de ellos le estaba "chupando las tetas" cuando lo chocó. A lo que pasa a revelarle que está embarazada, no sabe bien de quién ya que estaba en una fiesta negra con varios a la vez. "Está entre cuatro", le responde muy avispada, a lo que el padre explota de furia. "No importa, ya nos vamos a ir mi Antoine y yo a casa de alguien que nos quiera bien", le dice. "Antoine le pusiste al bebé? Y no sabés de quién es... ¿pensás tenerlo?" "Obvio -responde ella- cualquier pelotudo puede ser padre". Ahí se acaba el sueño de Diego.
Ahora asistimos al de Valeria, en dónde se muestra cansada y con ruleros, de forrar cuadernos para Dieguito, cuando entra Diego, de peluquín y bigotes, con traje y corbata y le anuncia que se va a ir de la casa porque tiene otra mujer, con la que puede hacer cosas que con ella no, como por ejemplo, hablar. Es muy gracioso cuando se le despega el bigote a Presa y debe continuar con su texto, haciendo alusiones al mal pegamento del adminículo. Después que se va, se le aparece a Valeria el fantasma de su propia madre, una hippie que muriera cuando ella tenía 15 años, esta vez en el cuerpo de Sebastián Presa. Mantienen un agitado y enternecedor diálogo, para dar fin a los ensueños.
Finalmente ha llegado el momento de la verdad, y plenos de amor, los dos se zambullen en el baño para ver el resultado del test, que como es lógico, no voy a revelar acá. Una excelente comedia para disfrutar de ella quienes sean padres como los que no. Lleva ya su quinta temporada de éxito a sala llena. Los actores están formidables y se lo pasa muy bien. La recomiendo enfáticamente.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 13 de octubre de 2019

Mi crítica de "Petróleo" (Teatro)

Un paraje agreste. Frío de bajo cero. Provincia de Neuquén. Un pozo de extracción de petróleo. Cuatro hombres aguerridos trabajando en el pozo...
Este es el punto de partida de una obra inusual. Divertida, potente, desacostumbrada, movilizadora. Sobre todo podo porque son cuatro chicas las que se ponen en la piel de esos hombres, y lo hacen a la perfección, creando personajes masculinos que rompen cualquier arquetipo de hombre. Son "machos", pero que dejarán aflorar sin embargo sus partes femeninas durante el transcurso de la pieza. De eso habla esta obra. De una situación de encierro, límite, en un paisaje desolado y abandonado de la mano de Dios, en donde se encuentran cuatro hombres rudos y toscos, separados de sus familias y en un ámbito propicio para los desbordes. La bisexualidad que todos llevamos dentro es el leiv motiv de la pieza -si bien hay muchos más-, pero se impone como marca de fábrica de estas maravillosas "Piel de Lava", tal el nombre artístico que se ha dado este cuarteto de jóvenes y talentosas actrices, cuyos nombres son, por riguroso orden alfabético:  Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes. La obra les pertenece en autoría y dirección, junto a Laura Fernández, y se nota un trabajo minucioso de composición de escritura y ni que hablar del entrenamiento físico y vocal para definir a estos cuatro hombres embrutecidos por el trabajo petrolero.
El grupo se formó en el 2003 y desde entonces han presentado cinco espectáculos los cuales les pertenecen en escritura conjunta y dirección: "Colores verdaderos" (2003), "Neblina" (2005), "Tren" (2010), "Museo" (2014) y este "Petróleo" de 2018. Lo presentaron por vez primera en el teatro Sarmiento y recién este año pueden acceder a la avenida Corrientes, con muchísimo éxito (bien merecido). Durante las casi dos horas de espectáculo asistimos a charlas entre los cuatro trabajadores del petróleo, chicanas entre ellos, machismos no disimulados, peleas abiertas y, paso final, un travesitsmo que da paso a la ambigüedad sexual en la que están ocultos los cuatro personajes (no olvidemos que son compuestos por mujeres). Los nombres de ellos cuatro son: el "Carli" (el líder natural del grupo, excelentemente delineado y trabajado por... no sé cual de las cuatro actrices ya que en el programa de mano no se transcribe la relación actriz-personaje), Formosa, Montoya y el nuevo, Paladino o "Paya". Este último va a ir escalando la posición de líder mientras transcurre la acción, y a través de írselo "robando" paulatinamente y sutilmente a Carli. "Paya" es mirado con recelo en la primer escena por el resto de sus compañeros al exhibir un tapado de piel con el cual cubrirse lo cual le da cierto aire ambiguo. Pero él arguye que es para su esposa, que se lo compró en Chile y que ella es albañil, apodada "la reina del fratacho". Así como todos van presentando a sus novias, Montoya es sospechado de mentir que tiene una ya que nunca se le conoció relación con mujer alguna. A pesar que este diga que su novia se llama Ayelén y que la tiene en foto en el celular para quien la quiera ver. Carli hace ostentación de machismo y con una voz masculina bien trabajada por la actriz que lo compone y un sonido de resoplar la nariz ya que tiene "una narina" obstruida. Todo no pasa, en el ámbito del dormitorio, de una cargada constante a los menos masculinos y un dejo de simpatía por Formosa, quien tiene el pelo encanecido por un susto que tuvo de chico y tener un soplo al corazón, que lo hace menos activo que los demás.
Ya en la cocina vemos que es Carli quien cocina para los demás, mofándose de que "estos chiquitos" sólo saben lavar los platos. Paladino hace alardes de buen cocinero y sale a la luz el tema de que a Carli le gusta orinar de sentado, una manía que, según él se refiere a que no le gusta hacerlo contra la pared porque no ve lo que tiene detrás. Todo no pasa de las constantes chicanas que se mandan unos a otros. Existe el fantasma del directivo joven, que viene habitualmente a dar órdenes y se va, dejándolos solos a merced del trabajo y las inclemencias del frío, y que según ellos, es un "borrego" que no va a durar mucho en el puesto. Pero después de cenar, se enfrentan en una pulseada Carli y Paladino... hasta que son interrumpidos por un brusco corte de luz. El generador ha fallado, y hay que salir en la noche helada a repararlo. Es finalmente Paladino quien se encarga de ello. Cuando se quedan los otros tres solos en el interior del trailer que sirve de cocina sale a la luz, paradójicamente en plena oscuridad, el tema traído por Formosa de que existe una presencia fantasmal que recorre los yacimientos, y que mientras estuvo trabajando en otro de ellos, pasó lo mismo con el corte de luz y mientra sus compañeros salían al exterior, él vio aparecerse al espectro del "ruso", "el anarquista" muerto que acabó con la vida de sus amigos y le lanzó una fría y aterradora mirada a él, lo que lo escandalizó. Su piel era blanca como la nieve y no había dudas de que estaba muerto. Todo esto lo dice en la oscuridad total, alumbrándose con los celulares. De pronto vuelve la luz, y Paladino entra victorioso, ganándole unos porotos al "macho alfa" de Carli. Prosigue la pulseada y Paladino logra imponerse sobre Carli, quien la ha apostado el 10 % del sueldo, representado en la bendita tarjeta Fallabela que tiene repleta de puntos. Las conversaciones ambiguas no dan tregua, así como el humor, que es un humor que es una comicidad bien construida, inteligente y que va a reparar en los pequeños detalles, gestos e inflexiones (bien por el trabajo de dirección). Formosa hace notar su soplo al corazón y se disculpa por no haber salido al frío del exterior. Pero vuelve a fallar la luz. Y así como están los cuatro, acaban saliendo a ver el generador.
Paladino es el que "sabe" todo, y les recita que ese generador no va a durar mucho tiempo más ya que es viejo y está anquilosado. Carli trata de argumentar sobre cómo arreglarlo pero el socio ya le ha captado su capacidad de dirigir, y se impone como el nuevo líder a seguir. Como la correa se ha roto, el "Paya" Paladino, extrae un corpiño de entre sus ropas y le saca un elástico con el cual reemplazar la correa. El generador funciona durante un momento pero se vuelve a cortar. Y aquí se instala el verdadero conflicto de la obra, apareciendo casi al final: deben optar por sacar el generador de la bomba de extracción e implementarlo para darse luz y calor en el interior o permanecer bajo cero toda la noche. Y se realiza la asamblea. Lo que tiene que decidirse por votación. Allí vemos el tironeo entre dos fuerzas opuestas que constituye en núcleo de toda progresión dramática, el "conflicto" teatral. A todo esto, Montoya, que ha sido por siempre el más cuestionado en su masculinidad, aparece en pleno desierto helado, vistiendo un vestido sin mangas y con lentejuelas, con el que se dispone a producir el quiebre. Aclara que es afeminado y que no tiene novia, y se va para adentro. Antes cantan los cuatro, por primera vez en verdadera confirmación de amistad un rock siguiendo la "respiración" del pozo el cual les brinda el ritmo de la música. Y se viene la votación. Para Carli prima el trabajo, la responsabilidad y el próximo retiro, así que es contrario a apartar el generador de sus funciones habituales. Pero todos los demás asumen que lo necesitan para pasar la noche, así que ganan la votación.
Una vez instalado, en el interior del trailer reina el calor de hogar. Y mientras Montoya aún no se ha quitado el vestido y se unta con cremas para la piel y se pinta la boca, Formosa exhibe unas piernas femeninas y Paladino está sentado con las piernas abiertas en posición de danza. La ambigüedad se ha convertido en el eje por el cual van a pasar sus vidas a partir de ahora. Incluso Carli se ve tentado a ponerse tacos altos, con los cuales se siente muy cómodo. Cuando Paladino se da vuelta (se ha soltado el pelo largo de mujer), se le ve, por debajo de sus medibachas, un traste abultado de mujer. Todo se ha convertido en el reino de la bisexualidad, ya no sabemos quien es hombre y quien no. Todo está sobre el borde de lo anormal, sino supiéramos que los cuatro varones están interpretados por cuatro chicas. Incluso Carli, deposita su "miembro" de goma arriba de la mesa...
Una excelente performance de maestría actoral es la que muestran las chicas de Piel de Lava durante estas casi dos horas, en donde no han dejado de hablar con voces graves o cascadas y tener movimientos masculinos. Un gran placer que podemos disfrutar sólo a fuerza de talento y sin golpes bajos por parte de este grupo inteligente, y sobre todo sensible, de cuatro actrices que demuestran que la calidad no está alejada del buen gusto y del trabajo del verdadero actor. Un placer.
Y gracias poro leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 7 de octubre de 2019

Mi crítica de "Happyland" (Teatro-Musical)

Estamos frente a una farsa, con mucho de ironía y de humor arrebatado, pero acaso, ¿no es una ironía también que una mujer como Isabelita Perón fuese presidente de los argentinos? Y un trago amargo de aceptar, sobre todo por su connivencia con "el Brujo" y el destino de tantos jóvenes del país. Pero estamos en el hogar del desconcierto y todo puede suceder. En esta especie de "Alicia en el País de las Maravillas" de Lewis Carrol, donde la lógica no tiene pies ni cabeza, es lógico que una bailarina de cabaret, una copera, se haya puesto la banda presidencial de uno de los países más maravillosos del planeta. En esta variación de lo esperpéntico, al modo de los retratados por Valle Inclán, todo es desmesurado y apoteótico, desde el peinado de una Isabelita siempre con su cabellera hirsuta hasta esa secretaria compuesta por un hombre que termina incorporada al espíritu de Evita, hasta el hecho de ver a un cardenal travestido realizado por una mujer. Las dos Isabel confluyen en el mismo espacio: la joven (interpretada por una hipnótica y bellísima Josefina Scaglione, en su esplendor) hasta la veterana y desposeída de su cargo, expurgando sus penas en El Mesidor (compuesta por la exacta Alejandra Radano). Aquí la presencia del General se define por su ausencia, es el otro, siempre oculto, siempre invocado en el discurso pero eternamente desde las sombras (o desde el olvido), por eso es que, ya muerto, Isabelita trata de reconstruirlo en sus sesiones de espiritismo, lo que lleva a una presencia del espíritu de Perón tan ficticia como graciosa. O esa jovencita que trabaja como agente secreto para los Estados Unidos, que se va a ver deslumbrada por el enamorado ex presidente de los argentinos en su exilio en Panamá, después de que la Revolución Libertadora lo haya destronado, tampoco aparece en escena para conquistarla. Sólo vemos al maestro de ceremonias de ese cabaret panameño llamado "Happy Land" (Carlos Casella), como Joe Herald, con quien Isabelita joven realiza sus números musicales (los únicos del espectáculo) permitiendo el lucimiento de Josefina y Casella, exhibiendo ella una voz prodigiosa y un talento para el canto y el baile, ya sea desde una chaya, un bolero, una rumba o un charleston. Su postura en puntas con zapatillas de ballet es deslumbrante, como todos sus movimientos de gata que embelesan y, justo es reconocerlo, me ha dejado más enamorado que nunca de ella. Es una actriz suprema para el musical. Casella también despliega su embrujo, pero en esta ocasión se ve opacado por su hermosísima compañera. 
El trabajo de la Radano es otro punto fuerte de esta obra dirigida por el obsesionado por el peronismo Alfredo Arias, con libro de Gonzalo Demaría. Radano juega a la sátira descarnada, ya sea en su postura como en su trabajo de la voz, todo tendiente a evocar el fantasma de esa primera presidente mujer de los argentinos, va en excelencia con su trabajo actoral, todo, su forma de leer, pausada y obnubilada por su falta de formación, como la apariencia de esa mujer "tonta", "bruta" que tuvo el coraje de cargar con la banda presidencial sin movérsele un músculo de la cara. Otro puntal de actuación descuella en Marcos Montes, un actor puesto en la piel de un personaje femenino, Lucrecia, esa gobernanta rígida que tuvo por misión "cuidar" y controlar a la ex presidente en su reclusión en Neuquén, tal vez elegido de esta forma debido a la ambigüedad sexual que manifiesta su personaje. La sutileza en su creación es de orden mayor, suprema. Otro gran efecto es el de María Merlino, como esa Charito, acompañante y sirvienta de Isabelita en su estadía en El Mesidor, una andaluza con todas las letras de su españolidad, más astuta que su "señora" y con más agallas, llegada hasta el punto de transtornar a una Lucrecia que quiere llevarla a la cama y no tiembla al momento de echar fuera de la residencia a Isabelita y dejarla a manos del guardia de la puerta (un compeñero peronista) y quedarse con Charito en su habitación. El Arzobispo, creado por Adriana Pegueroles, también está cargado de ambigüedades sexuales y depravación y es el encargado de "exorcizar" a una Isabel espiritista que de tanto conectarse con el mundo del más allá, ha resucitado a Evita, en el cuerpo de Lucrecia, quien viene a reprocharle toda su locura y estupidez, si bien no será recordada con el mármol como ella ni venerada por sus millones de "grasitas", aunque no haya llegado al grado de presidente, sí lo fue de esposa de Perón.
De la mano de estos excelentes actores transcurre un espectáculo plagado de juegos contradictorios, espejismos, cambios de roles y de sexos (así es rapada Isabelita, reduciéndola a la apariencia de "muchachito" cuando luce el uniforme militar), y plena de un humor ácido que no concede la tregua y del que hay que conocer, por supuesto, las referencias históricas. Todo comienza en el "Happy Land", donde una copera egresada de la Escuela Superior de Danzas, sin haber concluido su bachillerato, conoce al ex presidente de Argentina, ya de capa caída y alejado de los discursos del "por uno de los nuestros que caigan caerán cinco de ellos" o de "al enemigo, ¡ni justicia!", o de "vamos a tener que salir con alambre de fardo", por obra y gracia de la Revolución Libertadora que lo sacó del mando. Allí lo seduce sin duda por el particular encanto que desplegaba o porque a Perón simplemente, le gustaban las prostitutas. De ahí pasamos sin solución de continuidad y en el mismo espacio escénico despojado al exilio en El Mesidor, un retiro involuntario de María Estela Martínez de Perón, de cuando debió huir en helicóptero de la Casa de Gobierno, expulsada por la junta militar que vino a "reparar" con más sangre lo que ya había derramado mucha. Y en Neuquén es donde se desarrolla casi toda la acción de este despliegue de talentos. Allí se ve Isabelita confrontada con su ama de llaves que no le permite asomarse al exterior ni entrar a la residencia a sus dos mascotas, que mueren fusiladas por los gendarmes, y sólo admite la presencia de su asistente personal, en este caso, Charito. Allí también es donde Isabel convoca, espiritismo mediante, a su compañero, el General, para que le conteste con golpes por sí o por no si está del otro lado de la comunicación astral. Es muy jocoso el episodio donde ella le pregunta cuantos ministros nombró y Perón no deja de dar golpes hasta llegar al número de 38.
La carcajada y el humor desfachatado están a la orden del día en esta tragicomedia argentina de desencuentros políticos y presidenciales. Como cuando Isabel le reprocha al Arzobispo que tuvieron más muertos ellos según las Sagradas Escrituras que en su gobierno, dado el gran número de ceros que aumentaron con el diluvio universal y se supone con las guerras proclamadas en el nombre de Dios. Ellos sólo tuvieron al "hermano Daniel", nombre con lo cual llamaban al "Brujo" López Rega en confianza. También son desmedidas las arengas políticas que Isabel recitaba desde el balcón de la Casa Rosada a su masa de seguidores, que Radano no deja de gritar a voz en cuello y con voz de pito que taladra los oídos. En definitiva, un gran espectáculo de la mano de ese otro grande que es Alfredo Arias y que viene a engalanar la amplia Sala Casacuberta del teatro General San Martín. Para no perdérsela.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 5 de octubre de 2019

Mi crítica de "Rotos de Amor" (Teatro)


Es loable la labor de Teatrix estrenando obras de autores nacionales con elencos vernáculos para vehículizar el teatro escrito en nuestra lengua, pero con "Rotos de Amor" no agrega nada a su archivo. Es una comedia que pretende mucho más de lo que expone, las intenciones son buena, las actuaciones impecables, pero no alcanza. La comedia no hace reír (pecado fundamental de cualquier cosa que se llame comedia) y llega a provocar aburrimiento y somnolencia. Los actores son expresionistas al máximo, dando lo mejor de sí y llegando a extremos de resultar desconocidos, como el caso de Osvaldo Laport o de Gustavo Garzón, más común resulta Víctor Laplace y un desperdicio en su papel nos parece el gran Pepe Soriano, que a sus casi 90 años (los cumplió este mes) le toque en suerte un papel de "Mudo", que se expresa durante la mayor parte de la obra por medio de sonidos guturales, para recuperar la voz poco antes de finalizar. Son, en su totalidad, visitadores médicos que se reúnen para contarse sus penas de amor y ayudarse entre todos a sobrellevarlas. La visión es pesimista, parece más una obra escrita por Dolina y su visión romántica del amor y no por Rafael Bruza, un autor del cual no tengo referencias. Quiere decirnos esta obra que más vale penar por un amor, sintiendo la desgracia en el corazón, que vivir una existencia dichosa y sin problemas, que vale la pena penar.
Rodríguez (Laport) es el primero en exponer su caso. Se acaba de separar de su mujer Helena, quien lo dejó por su profesor de tango y vive en el resto de la casa, dejándole a él la piecita del fondo. Tiene una perra bravía llamada Dalilah con quien jugará al equívoco de palabras llamando indiferentemente "perra" al animal y a su esposa. Todos los amigos van en su ayuda tratando de consolarlo y de hacerle más apacible la existencia. Berlanguita (Garzón) es el segundo en cuestión, representa a un hombre enamorado de un ideal, una mujer a la que ve pasar y construir su vida con esposo e hijos desde hace ocho años, llevándole flores y sin atreverse a cruzar la calle para hablarle y contarle su pasión. Él prefiere vivir con la esperanza de un amor posible que verlo concretado, siempre esperando... Parece el relato que hacía Alfredo (Philippe Noiret) a Totó en "Cinema Paradiso", aquel del joven enamorado que se declaraba a una muchacha de posición y que esta le pedía que la esperase parado debajo de su balcón durante cien noches, y que al día número cien, si cumplía su promesa sin fallar, ella sería suya. El muchacho la espera fielmente días y noches debajo del balcón soportando las inclemencias del tiempo o el sol radiante. Sufre, pero acepta con estoicismo todo lo que le sucede... y a la noche número noventa y nueve, levanta su silla y se va. Él comprendió que esperar a una joven de tan mal corazón no valía la pena, si bien quería cumplir con el sacrificio impuesto. Moraleja. Berlanguita soporta todo de Diana, que se case, que tenga hijos, pero no soportaría conocerla y que tuviese voz de pito o los dientes manchados. Es por eso que cuando él le regala las flores y ella se alegra porque el día anterior su marido la ha dejado e invita a su enamorado a pasar a tomar un café, éste la rechaza porque entiende que su misión en el dolor se ha terminado, y la cambia por una nueva ilusión, de nombre Raquel.
El caso de Artemio no deja de ser parecido al de sus compañeros. Víctor Laplace encarna este personaje y lo hace de forma más naturalista. Valeria, su amor, le pide que abandone el lecho nupcial por ser roncador. Y allí se distancia ella, presa de su insomnio, a lo que él trata de acercársele mediante flores, un poema de Rubén Darío o el bolero "Perdón", cantado con gracia por sus tres compañeros. Pero todo es inútil. Y el prefiere vivir en esa pesadilla de no tener dónde caerse muerto que subsistir en la dicha del amor normal. "Tres veces en cuatro años vio Alonso Quijano a Aldonza Lorenzo -narra Dolina en su "Balada del amor imposible"- pero ello le valió para vivir por ella y en ella. Sin esperar recompensa". Más patético es el caso de Alberto, el "Mudo" (Pepe Soriano) quien es traducido por Berlanguita, su exégeta. Hace quince años que murió su esposa Elisa, a quien ha llegado el momento de cremarla. Y él llora sin consuelo por los diez años de amor que vivió a su lado y sólo piensa en morir para estar junto a ella. Un capítulo de humor negro en que los tres compañeros deben rendir su homenaje a las cenizas de la difunta.
Rodríguez, que es el sindicalista de los visitadores médicos, propone un cambio de imagen con la alternativa de teñirse el pelo... Luego de elegir color, proceden a la experiencia y se muestran los cuatro con blondas pelucas al viento y creen haber curado sus males de amor con eso. Pero no, el azar los reúne en un balcón de un edificio alto del cual se están por arrojar al vacío. No pueden consolarse a vivir una vida sin pasión. Ya sabemos que es el deseo lo que mueve la vida de los hombres (genérico, hombres y mujeres) y lo que da sentido a la existencia, porque le proporciona el envión para seguir tirando de esta cuerda que es la vida, de seguir luchando para supervivir. Y sin deseo nadie quiere vivir. La mejor opción es el vacío (y no precisamente el corte de carne). Aunque canten "Rubias de New York" ante sus nuevos peinados.
"He cometido el peor de los pecados/ no fui feliz", escribiría el gran Borges, y es lo que buscan estos cuatro sujetos cuando van en busca de la droga que les haga olvidar el mal de amores que sufren y acabar de una vez por todas con su padecimiento. Y lo prueban. Pero los resultados son disímiles: a Berlanguita se le revela como una tristeza, un vacío, haber perdido el sentido de todo; a Rodríguez con cambios en su estado anímico que lo obligan a reírse sin control o llorar desmedidamente, al Mudo en ver corporizarse a su mujer, y en Artemio, previo ataque al corazón, en la felicidad total, una alegría completa de ver que sus penas de amor se han trocado por una visión optimista de la vida, por ver que existen miles de mujeres por conquistar, cielos, ríos, aire que respirar. Claro, esto no es bien visto por quienes todavía están padeciendo y lo rechazan, hasta que el Mudo habla... y le pide que se quede, con todas las letras. Pero en Artemio el brote de alegría le produce un efecto inverso, empezará a envidiar a sus amigos porque todavía tienen el corazón ocupado por la ilusión, la esperanza o la fe, y él no puede sufrir ya. 
Con una cuota de esperanza termina esta obra, que, como dije antes tiene muy poco del verdadero humor -es increíble cómo la gente sigue eligiendo las malas palabras o la franca grosería para reír a carcajadas y estallar en aplausos- y se torna en pesadillesca en sus tramos finales. El público agradece y aplaude de pie a estos cuatro actores que pusieron lo mejor de sí durante una hora y cuarto y los han conducido por caminos que no esperaban frecuentar, aquel de la recompensa en la tristeza. Una pieza dirigida por Andrés Bazzalo que, sin embargo tiene buenas intenciones y esto es lo que tengo que rescatar de la puesta. Puesta minimalista si las hay, sólo con cuatro sillas y algún que otro aditamento, pero a escenario vacío. Buena para pasar el rato (si no se duermen). Y recuerden que pueden verla haciendo click aquí arriba.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).