sábado, 29 de febrero de 2020

Mi crítica de "Entre Navajas y Secretos" (Cine)

La película es fenómena, y tiene todos los contenidos de un estupendo whodunit, ese estilo de novela de suspenso que popularizara Agatha Christie, en donde toda la intriga se concentra en saber quién es el asesino, algo que el viejo Hitchcock odiaba como forma de formular un film, porque decía que todo el suspenso se concentraba en el último momento. Acá no es así, y el suspenso y la intriga bordean todo el relato, una narración que es asimismo una revisión del género dentro de sí misma, y que además se autoparodia. Sí, porque acá el humor va de la mano con el misterio. Tenemos el personaje principal, el de Marta Cabrera (Ana de Armas) que tiende a vomitar cuando miente, por lo tanto cada falta que comete está puntuada por una expulsión alocada, siendo el personaje que arma todo el entramado de sospecha y crimen. Desde el comienzo ya sabemos que estamos ante una vuelta de tuerca del género de suspenso, por un guión muy elaborado que no da puntada sin hilo y que expone todas las miserias de los personajes sin fisuras, guión del director Rian Johnson, muy justamente nominado al Oscar como mejor guión original. Hay también, como corresponde un suspicaz detective, Benoit Blanc, interpretado con eficacia por Daniel Craig, que no suele equivocarse en sus deducciones aunque en este caso necesite de la confesión de la principal sospechosa para armar todo su castillo de naipes. Hay, por supuesto un muerto, el patriarca Harlan Thromby (el gran nonagenario Christopher Plummer), que en este caso se ha suicidado... pero por causas que no son  las naturales.
Hay también un elenco de lujo que cuenta con primeras figuras que se toman el pelo a sí mismas, como los ya mencionados o Jamie Lee Curtis, Don Johnson, Chris Evans, Michael Shannon o Toni Colette que juegan a sí mismas y que se nota que lo pasaron bárbaro durante el rodaje. En fin, todo un basamento muy sólido para que el resultado sea de primer nivel. Y por supuesto, una historia retorcida, con miles de sospechosos, todos con sus buenos motivos para asesinar y una verdad que no resulta ser tan verdad cuando se empiezan a descubrir las cartas. Por supuesto que el detective puede fallar, y allí donde no consigue juntar las piezas está la historia verídica que cuenta Marta Cabrera, la enfermera y dama de compañía (y amiga) del octogenario Thromby, que viene a rellenar huecos en la narración. Y un guión que se muerde la cola sobre la autoreflexión sobre este tipo de historias, las de los whodunit o historias de sospechosos que tan bien cultivara la inglesa Ágatha.
Acá la acción se juega en la actualidad, en la gran finca y mansión de Thormby en Estados Unidos, en donde se reúnen todos sus hijos y nueras para festejarle su cumpleaños número 85 (incluyendo a la madre, una viejecita enmudecida de indefinible edad). El guión requiere que cada uno de ellos tenga algo que ocultar y una discusión llevada a cabo con el veterano, siempre escuchada por oídos indiscretos. Claro que, al final de la fiesta, el anciano muere en la noche, aparentemente suicidado con un corte en la garganta y sin motivo ninguno. Inmediatamente se despliega una pesquisa policial, respaldada por el gran detective Benoit Blanc, que ha sido contratado por una mano misteriosa para que eche luz sobre los posibles motivos para el asesinato. Y así van quedando al descubierto miserias, deslices, coartadas y traspiés de cada uno de los integrantes de la familia: los hijos Richard y Walt (Johnson y Shannon) en compañía de sus esposas, en el primer caso Linda (Lee Curtis) y la viuda del tercer hijo, Joni (Colette) así como sus propios hijos, Ranson (Evans), Jacob y Meg. Blanc debe utilizar su cerebro e intuición para descubrir lo escondido detrás de cada discurso del entrevistado en cuestión, hasta que lo hace con Marta, aquella bella adolescente extranjera (se dice de ella que es ecuatoriana, o paraguaya, o uruguaya, sin que sepamos el verdadero origen), la compañía de Thromby que era sin duda quien más lo quería, quien lo apreciaba de verdad más allá del dinero y quien estuvo a su lado hasta el momento de su muerte, o poco antes.
Y quien vomita ante cada mentira que dice... Es por eso que Benoit se une a ella y la toma como baremo de sus opiniones, ya que suele saber todos los secretos sobre los habitantes de esa casa y por supuesto,  no puede mentir. Pero justamente ella es la responsable de la muerte de su querido protector. En la noche fatal, después de jugar una partida de su juego favorito fue a administrarle sus medicinas por vía intravenosa, cuando por fin se decidió a darle su juguete preferido, una dosis de morfina, a la que el viejo era adicto, y se da cuenta que se ha equivocado de frasco y la dio una dosis letal de la droga adictiva, confundiéndola con las recetadas. Se da cuenta que le quedan minutos de vida antes de que agonice, y se lo cuenta. Entonces él trama todo un plan para que la vean salir antes de que muera, y volver a entrar para disfrazarse de él y que lo vean con "vida" mucho después de la hora que se supone que estaba muerto. Y se suicida con un tajo en la garganta con uno de sus puñales.
Marta cumple todo a la perfección, entre lágrimas y mucha culpa porque sabe que fue ella quien arrastró a su señor al suicidio. Pero deja huellas inconfundibles, huellas que luego serán rastreadas por Blanc. Pero, lógicamente, calla toda su información.. no sin vomitar a escondidas. Lo que ella ignora, es que, al día siguiente, cuando se reúna toda la familia para el funeral y se apresten a leer el testamento, haya una redacción de último momento hecha por el patriarca... la que le legará toda su fortuna, casa y derechos sobre sus libros de misterio (qué él escribía) a... Marta Cabrera. Esto desatará una feroz ira de toda su parentela que prácticamente terminan casi linchándola a la mejor manera de una comedia italiana de Scola, Age y Scarpelli. Sacará a relucir lo peor de cada uno, y la nobleza de espíritu del ángel benefactor de Marta, una asesina involuntaria. Ella se debate entre aceptar o no su destino de nueva rica, con un gran peso de culpa sobre sus espaldas. Pero cuando Ransom la "salve" del linchamiento subiéndola a su auto y huyendo con ella, empezará la venganza de él para con su familia, un hijo que siempre vivió amparado por sus padres y a quien su propio abuelo había desheredado en vida. Con la complicidad de Marta, la hará contar todo su secreto y la ayudará para cobrar su fortuna y sacar una rodaja de su parte. Pero la vida de Marta no es apacible. No bien llegada a su casa encuentra a todo el periodismo en su puerta que asedian a madre y hermana adjudicándoles el papel de nuevas ricas... y las amenazas escritas empiezan a llegar, como así las de los miembros de la familia de Thromby. Su vida se convierte en una pesadilla, además de ser perseguida sin cesar por Blanc, y allí es cuando ella decide contárselo todo.
Y a partir de ese hecho es que el detective empieza a acomodar todas las piezas para demostrar que no todo es como parece ser. Una gran labor de ingenio y de espíritu investigativo al servicio del espectador y una gran dosis de sarcasmo acompañada de inventiva. Todas las neuronas de la platea deben ponerse en marcha contra reloj para llegar a la verdad junto a Benoit Blanc y a la des/afortunada Marta. Una gran labor interpretativa de cada uno de los actores que, como en las producciones de Ágatha Christie y en esta, sacan a relucir lo mejor de su paleta actoral. Sin obviar por favor a esa gran revelación que es la joven Ana de Armas como Marta Cabrera, una laboro que corta la respiración. Un buen disfrute para el paladar detectivesco que todos llevamos encima y una oportunidad para proporcionar una revisión del género una vez más.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 16 de febrero de 2020

Mi crítica de "Loop-Amor Sinfín" (Teatro)


Y Teatrix no para de estrenar. Nos tiene bien acostumbrados (salvo algunos pequeños traspiés) y la propuesta que nos ofrece ahora es de la máxima calidad. Se trata de una obra moderna, que habla justamente de eso, de la modernidad, y está enfocada de una forma novedosa y actual. Estamos en tiempos del whats app y todos los códigos se manejan ahora como se manejan los dichosos (y molestos) telefonitos celulares. Es por eso que muchas partes de esta obra se reducen a eso: frases cortas del modelo de los mensajes y en su formato. Pero podríamos encarar esta obra como una pieza del absurdo, ya no a la manera de Ionesco sino de otra más actual, que tiene que ver con los códigos de la civilidad del hoy. Los intérpretes son dos: Lucía (Marta Mediavilla, hija de Patricia Sosa y de Oscar Mediavilla, réplica exacta de la madre, con lo cual toda expectativa de erotización se va a al tacho) y Esteban (Martín Goldber). Juntos forman una dupla arrolladora, en cuanto a talento, verborragia y carisma. Son una pareja joven, que atraviesa todos los conflictos típicos de la edad, y saben reírse de ellos (y de Ellos). Son también eximios bailarines, ya que gran parte de la obra está bailada al son de distintos ritmos (es desopilante la forma de encarar las diversas formas de la relación sexual al son de música country) y (tengo miedo de caer en el chiste fácil) se podría decir que la pareja ya está para el "Bailando tinelliano". La coreografía de la pieza merece un párrafo aparte porque es sobresaliente, no sólo en las escenas de bailes sino en los movimientos propios de actos cotidianos que se expresan con ritmos o inflexiones bien marcadas.
La excelente dirección corre por cuenta de Flor Yadid y sabe captar muy bien el cotidiano de un mundo neurotizado por dietas, plantas armonizantes, confusiones maritales y enamoramientos fáciles pero duraderos. Sí, porque la pareja que forman Lucía y Esteban parece destinada a durar sin solución de continuidad, aunque el principio comience con una falsa ruptura. Después iremos marcha atrás en el tiempo hasta llegar al mismo momento en que se conocieron, en un boliche bailando (no podía ser de otra forma) y con la diferente óptica de cada uno de ellos.
La ruptura del inicio da cuenta de la división de bienes, qué se llevará cada uno y qué le dejará al otro. Ya desde entonces empieza a aflorar un humor muy particular, el mismo que los acompañará durante toda la obra, porque esta es ante todo, una obra de humor. Son capaces de pelearse por ver quién se queda con la minúscula plantita de aloé vera, que tantos beneficios para la salud de los naturistas trae. Porque ellos son naturistas (o veganos, se podría decir ahora) obsesionados por no comer carne, y con la sospecha de cada uno de que el otro está consumiéndola, ya que está muy nervioso, y el comer carne, dicen ellos, ataca principalmente el sistema nervioso. Después de discutir sobre plantas medicinales, semillas orgánicas, aceites sanadores y dietas a base de jengibre y chía, comienza el escarceo amoroso: se dan cuenta que todavía se atraen sexualmente y eso pone fin a la separación. Nos retrotraemos ahora a un pasado cercano, cuando ella visitó a su ginecóloga preocupada por sus desavenencias sexuales, y todo se reduce a incentivar la imaginación (y el Eros) con disfraces, látigos, sopapas absorbentes y múltiples juguetes. Se entregan a la pasión. Lo que viene seguido por una noche en que ninguno de los dos podrá conciliar el sueño. Sobre todo porque él, se olvidó del cumpleaños de su madre. Y es hijo judío, y sabe que todo lo que haga para salvar la situación convertirá a la madre en una víctima segura. Así resuelven visitarla juntos, para presentarle él a su novia y decirle que ya están conviviendo. A lo que se sucede una catarata de chistes sobre madres judías y su relación con su nuera, de quien investiga si no es judía acaso. Y ella acusa haber tenido una abuela materna judía, y como la descendencia se trasmite por sangre materna, técnicamente ella también es judía. Zanjada esta situación viene una réplica de su hijo porque la madre dice estudiar cine... En realidad se juntan con amigas para ir a ver una película y luego le pagan a un coordinador para que medie sobre el debate lógico. La afinidad entre madre y nuera se entabla muy rápidamente, aunque, como es lógico, no vemos en escena a la progenitora de aquel muchacho inseguro, balbuceante, tímido y... ¡judío!
Ambos intérpretes resultan muy graciosos, aunque las palmas se las lleva Mediavilla, quien, aparte de ser muy expresiva tiene el don de la comicidad y sabe reírse de sí misma y de sus circunstancias, es indudablemente una gran show-woman. La comedia tiene un humor inteligente, y blanco, basado en reírse de las propias desgracias y falencias, los que los convierte en blancos seguros de sus propias ironías. Es realmente muy reídera y positiva, y además, como dije antes tiene el plus de la danza, lo cual los chicos saben hacer muy bien. Es una propuesta seductora, tanto en el ritmo como en su argumento (es una pena que los créditos no digan quien es el autor), como en las jugosas interpretaciones, ni que hablar de una más que aceitada dirección.
Todo puede ser motivo de discusión para esta pareja que se está formando (aunque en un momento acusen dos años de convivencia), pero el amor puede por sobre todas sus discusiones y asegura un buen tiempo más de continuidad entre estos dos seres tan semejantes que optaron por una dieta saludable y dejar atrás la ingesta de todo tipo de alimentos animales. El "amor sinfín" del título, más que significar una eterna cinta de moebius radica en que la comprensión y el afecto, unido a la sinceridad, preanuncian un gran futuro para esa dupla de seres que se encontraron como de casualidad en un baile. Y nosotros desde nuestra butaca, acompañamos todos los padecimientos o alegrías de ambos, con una curiosidad a prueba de aburrimiento por saber cómo se desarrolla la historia.
Desde ya, un más que saludable rato en compañía de esta pareja, que nos trae una bocanada de aire limpio a nuestras relaciones. Recomiendo verla. Y como es mi costumbre, acá se las paso, pueden acceder a ella haciendo un click en el "Ver obra" de arriba. ¡Qué la disfruten!
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 14 de febrero de 2020

Mi crítica de "Judy" (Cine)

La Sinfonía N° 1 de Gustav Mahler, "Titán", desde mi reproductor de CD, viene en mi ayuda para escribir esta crónica. Mientras disfruto de sus acordes trato de hilvanar mis sensaciones de la película recientemente estrenada. Convengamos, para empezar, que "Judy" no es una gran película, es más de lo mismo, sólo que cuenta con una actuación memorable de Renée Zelweger como Judy Garland, lo que le hizo valer el Oscar como Mejor Actriz. La mímesis que logra con la otrora gran actriz y estrella de la canción es un trabajo minucioso y casi perfecto, que la ubica entre las tantas (y tantas) imitaciones de personajes famosos que nos hacen creer en la "gran actuación" de sus intérpretes cuando es nada más que una copia de algo ya preexistente. Pero, bueno, no vamos a criticarla, el trabajo que se toma de copiar a la Garland es impresionante (comenzando con una utilización de sus hombros, como Renée misma aclaró), aunque esté plagada de mohínes que son auténticos de la Zelweger y que vemos película tras película. Claro, acá tiene el plus de que además canta, imitando la voz de la superestrella, algo que no es nuevo pues ya lo había hecho y con bastante éxito en la premiada "Chicago". Las películas de "ascenso y caída" ya son un género más en Hollywood (incluso la Garland filmó una versión de "Nace una estrella", junto a James Mason), pero en esta podríamos pensar más vale que se trata de "caída y más caída", ya que desde el inicio vemos a Judy en sus peores momentos. Pensar que fue una mujer tan bella y talentosa, con esa voz increíble, que lo perdió todo por dejarse arrastrar por el alcohol y las drogas; una vez más vemos como Holllywood es esa máquina de crear y triturar ídolos.
Hay una gran semejanza entre esta vida de biopic y otra como fue la de Edith Piaf (también llevada al cine hace algunos años, con más fortuna que ésta): ambas murieron jóvenes, después de una carrera brillante en la canción, lograron la fama internacional y el reconocimiento, la riqueza, ambas destruidas por la droga, ambas casadas a fin de sus vidas con un hombre mucho más joven que ellas, que en el caso de Piaf fue un amor verdadero que se suicidó cuando terminó de pagar las deudas que ella había dejado; en el de Garland, un inepto que sólo le trajo más problemas. Pero ambas conocieron el amor joven al final de sus existencias. Todavía recuerdo aquel video que grabara Judy junto a Barbra Streissand y a su hija Liza Minelli cantando juntas una canción, y que yo tenía grabado en VHS y que perdí, pero si lo buscan podrán encontrarlo en youtube. Porque Judy compartió su esplendor con el surgimiento del talento de su hija, fruto de su casamiento con Vincente Minelli, quien la llevara de la mano a tantos sucesos cinematográficos. Este film está basado libremente en la obra teatral "Al final del arcoiris", de Peter Quilter, el cual yo vi hace unos años en la cartelera porteña magníficamente interpretado por una delgadísima Karina K, acompañada por Antonio Grimau. De la obra de teatro queda poco y nada ya que esta es una versión muy, muy libre. De todas formas, parece inexplicable que aquella Dorothy, la niña que nos enamoró a todos en "El Mago de Oz" cantando con vos prístina "Sobre el arcoiris", muriera a los 47 años, en plena juventud, arrastrada por el infierno de los tranquilizantes y la cocaína. Ya de niña, cuando filmaba a las órdenes de Louis B. Mayer, se la obligaba a tomar una pastilla como alimento, en lugar de probar una hamburguesa o un trozo de su torta de cumpleaños, los cuales le estaban vedados para conservar su silueta... y ya de grande las pastillas siguieron siendo sus fieles compañeras. Aunque, a pesar de consumirlas, no pudiera conciliar el sueño ni una noche, como queda bien descrito en la película.
El film comienza cuando ella va deambulando con sus hijos menores, Joey y Lorna (Liza ya había crecido), fruto de su matrimonio con Sid (Rufus Sewell), luego de ser echada de su hotel por no pagar su estadía. Termina llevándolos a casa de su padre, donde se quedarán mientras ella emprenda su gira "triunfal" por Londres, y permanecerán con el padre mucho tiempo después de quererlo ella. Todavía en Los Ángeles, conoce a Mickey Deans (Finn Wittrick), un joven, mucho más joven que ella, a quien cautivará. Y será recíproco, cuando éste aparezca a visitarla en Londres continuará su romance y no dudará en pedirle que se case con ella. Pero falta mucho todavía. En la capital inglesa será tratada como una reina al llegar al hotel y se le dispensará la mejor suite. Allí es recibida  por Rosalyn (Jessie Buckley), quien será su representante/anfitriona/consejera/enfermera en el tiempo que lleve en la ciudad inglesa. Es la encargada de sacarla de las borracheras antes de empezar un show, de vestirla, maquillarla, darle ánimos y empujarla al escenario para que haga su rutina. Claro que la encargada de estropearlo todo será la propia Judy, sobre todo cuando insulte a un espectador que le increpe por su retraso al subir a escena, será respondida por un público que le arroje cosas a la cara debiendo interrumpir su show.
En Londres es contratada por Bernard Defont (el gran Michael Gambon), como tabla de salvación cuando en Estados Unidos ya nadie da un centavo por ella. Y esta responderá a la gracia, encerrándose en el baño a beber hasta emborracharse como una cuba, a faltar a sus citas,  a llegar tarde, a decepcionar a quienes pagan una velada para ver a la diosa en su declinación. 
Sólo una pareja de homosexuales la esperará después de un concierto para decirle cuánto la aman, y ella, viéndose sola y abandonada sin público que la reclame, los invitará a cenar con ella. Recorren toda la ciudad buscando un restaurante abierto pero no lo hallan, terminando en casa de ambos, donde apenas saben cocinar y estropean la comida, debiendo tomar ella la sartén por el mango y salvando ese omelette que no supo llegar a término. Allí, mientras uno de ellos se queda dormido en el sillón (ni para sus fans más especiales resulta un acontecimiento tener a Judy Garland de visita en su casa), el otro la acompaña al piano y se deshace en lágrimas por no haber podido verla nunca junto a su amor por haber estado en prisión por gay. Luego será el tiempo del romance de ella con Mickey, recién llegado a Londres, con quien por una vez en la vida se siente a verdadero gusto. Él le promete negocios e inversiones que luego resultarán un fracaso porque ella misma es su peor enemiga: con sus constantes desplantes a su público, ya nadie quiere invertir en ella. De todos modos asistimos a algunos de sus shows en la capital londinense, en dónde cantará canciones como "Por mi cuenta", "The Trotley song", "Por una vez en la vida" o "Voy a amarte", cantadas todas con la solvencia de una Renée Zelweger cantante tan brillante como buena actriz (su discurso de ganadora del Oscar fue un poco ñoño). Lo que no se puede reprochar a Judy Garland era que tenía solvencia escénica, de pasar de una borrachera o de estar dormida por somníferos, hacía un despliegue de maestría en el escenario que sólo los grandes pueden tenerla. Y cantaba muy bien, aún en sus últimos momentos (morirá seis meses después de su gira por Londres). Pero es en uno de esos shows cuando tenga el desplante hacia los espectadores y provoque el rechazo generalizado. Aún así, una vez cancelado el contrato, visitará por última vez el show para ver a la orquesta desde fuera, pero se anima a salir a escena (después de todo el escenario era su hogar) y entonará su canto del cisme: "Over the rainbow", a media voz, con genuina emoción, quebrándosele el aliento al cantar y no pudiendo terminar su canción. La pareja de homosexuales, que estaban en el concierto, tomarán la voz cantante y empezarán a corear ese himno, al que se le unirán todos los demás espectadores, creando un ambiente de ensueño para su despedida de la ciudad que la cobijó. Y así termina esta película, que como dije, pudo haber dado más, no llega al aburrimiento, pero eso salvado por la hipnótica interpretación de la  Zelweger, que como vimos en sus películas anteriores, logra sacar a flote cualquier bodrio (vean sino "El diario de Bridget Jones" y después me cuentan). Se deja ver...
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 10 de febrero de 2020

Mi crítica de "La Odisea de los Giles" (Cine)

Vi esta excelente película nacional justo el día antes de la entrega de los Oscars, para cuya competencia la enviamos en representación del país pero no quedó entre las seleccionadas. Y me parece justo que así sea ya que no le veo méritos suficientes como para ganar el Oscar (claro que si lo hubiese obtenido el cantar hubiera sido otro), me parece una digna película para el consumo interno, pero es muy poco lo que públicos extranjeros puedan apreciar de esa crisis del 2001 que nos tocó padecer. La película está basada en el libro de Eduardo Sacheri "La Noche de la Usina" (que todavía no leí, así que no puedo entrar en desgloses), pero el autor colaboró en la construcción del guión junto con el director de la película, el siempre eficaz Sebastián Borensztein, así que pienso que el traslado a la pantalla habrá sido fiel al espíritu de la novela. La película podría inscribirse en el género de "aventuras", o "suspenso", sin faltarle los componentes dramáticos que delinean la crisis del 2001 y su efecto en la gente de a pie, pero me parecen pocos méritos para entrar en una competencia como la del Oscar, que premia las miradas sociales o de comportamientos por sobre las anécdotas.
Estamos en el pueblo de Alsina, en plano año de 2001, el matrimonio integrado por Fermín (Ricardo Darín) y Lidia Perlassi (Verónica Llinás),(él, un viejo jugador de fútbol con más de una jugada gloriosa en su haber) junto con un viejo anarquista que se dedica a reparar gomas de autos, Antonio Fontana (Luis Brandoni) deciden reciclar una vieja fábrica en modo de cooperativa, comprándola con los ahorros de todos los pueblerinos destacados y dando trabajo a una cincuentena de gente. Hablan con el hijo de De Luca, el antiguo dueño de la fábrica, ya muerto, y convienen un precio: 300.000 U$s, lo cual a Fermín le parece un poco inalcanzable, pero gracias a sus glorias en el fútbol consigue un descuento de 50.000 U$s. Con Fontana se ponen a recaudar el dinero y a explicarle a los inversores qué cosa es una cooperativa, ya que muchos no son instruidos. Allí vemos a un viejo peronista, Rolo Belaúnde (Daniel Aráoz), quien discute siempre con Fontana sobre la doctrina de Perón y los muchachos y Bakunin por la contrapartida; a los hermanos Gómez, tan pobres de luces como cándidos e inocentes; al "loco" Medina (Carlos Belloso), un tipo apodado así por sus características de "border" (excelente trabajo de Belloso, siempre jugando en el límite); y por fin, Carmen Largio (Rita Cortese), principal accionista, ya que es la "rica" del pueblo, quien colabora con 100.000 U$s a cambio de que pongan a trabajar en el proyecto a su hijo a ver si se encarrila. Así las cosas, logran juntar la cifra de 158.653 U$s, lo cual va a parar a una caja de seguridad. Pero en el banco, Perlassi está por obtener un crédito y el director le hace transferir todo el dinero a una cuenta, para acelerar el trámite, que de otra forma no saldrá. Fermín toma prestado el dinero de los accionistas y lo coloca en su cuenta. Al día siguiente el ministro Cavallo declara el tristemente célebre "corralito". ¿Para qué vamos a entrar en explicaciones que son de público conocimiento?, como también se las ahorra la película.
Lo cierto en que, volviendo de uno de los tantos infructuosos reclamos bancarios, Perlassi y su mujer derrapan en la ruta, quedando él muy malherido y muriendo ella. A partir de allí comienza el infierno (y redención) de Fermín Perlassi. Casi un año le lleva recuperarse de sus males y de la muerte de su mujer, suerte que aun está su hijo, Rodrigo ("Chino" Darín) que le da fuerzas para seguir. La cosa empieza a pintar cuando Fontana y Belaúnde llegan con la noticia de que Manzi (Andrés Parra), uno de los banqueros que provocaron que pusieran todo el dinero en la cuenta sabiendo lo que se venía, ha encerrado una bóveda bajo tierra en donde creen que guarda toda la plata que les sacó a los ahorristas, no sólo a ellos sino a montones de perjudicados más. Y allí comenzará la parte de "aventura" del film: tratar de dar con ese dinero y robárselo al ladrón, que como sabemos, conlleva cien años de perdón.
Lo primero que tratan de hacer es dar con el paradero. Afortunadamente tienen datos fidedignos sobre el lugar del entierro de la plata y está en un campo propiedad de Manzi, a quien pintan como un psicópata algo desmedido. Aquí habría una divergencia entre mi mirada y la del autor y director. ¿Por qué un tipo que cometió semejante desfalco a la credulidad pública tiene que ser un psicópata de rasgos patológicos, como los de ir armado y temblar ante cada posible descubrimiento del dinero? ¿No puede ser uno de tantos banqueros "normales" que se vio envuelto en esa incertidumbre? Bueno, pero así lo ha decidido el autor de la novela y el director del film, quién acentuó la característica enfermiza de este hombre hasta cualidades inverosímiles. El reconocimiento del terreno lo hacen entre todos, y allí comienza el debate sobre el plan a tomar. Rodrigo Perlassi se infiltra en el despacho de Manzi como un representate del vivero que viene a cuidar de sus plantas, trabando pronto relación con Florencia, secretaria de Manzi y damnificada también por el "corralito" quien pronto acapara el corazón del inocente Rodrigo. Pero allí está él para rescatar cualquier dato que pueda servirle a la cofradía de "giles". Por el encargado de instalar la alarma se enteran que lo más sencillo de hacer es provocar que Manzi desconecte la batería de la alarma. Pero ¿cómo hacerlo? Mediante una cantidad de datos técnicos en los que no ahondaré en esta crítica, pero, la solución está en "enloquecer" a Manzi hasta que desconecte la batería por él mismo. Para esto intervienen en la bajada de la tensión que afecta ese instrumento y la manipulan a su gusto, conectándola y desconectándola constantemente, lo que provoca en el estafador una psicosis en su relación con la batería que lo hace desactivarla.
Ya está todo listo para el gran ataque. Y así todos los involucrados se dividen las tareas y esperan una noche tormentosa para actuar. Fontana se encarga de las topadoras que otrora manejo como encargado de la vialidad del municipio. Belaúnde y el "loco" en hacer explotar la fuente de energía que le provee de electricidad a... todos los pueblos del derredor, ya que se les va la mano, los Gómez en la logística, y Fermín... parece no querer participar porque ve desbarrancarse el proyecto. Pero la decisión de su hijo de actuar lo saca del ensimismamiento y pondrá manos a la obra. Toda la acción sorprende a Manzi en un casamiento (que también se ha quedado sin luz) y se entrega a una carrera desenfrenada por defender su plata. Todo está manejado con mucho brío y tensión en esos últimos minutos de película, Borensztein tiene la mano segura a la hora de dar sorpresa e inquietud al espectador. El grupo de actores se entrega con verdadero placer a esta lucha por recuperar lo que le han robado, y de paso, su dignidad como ciudadanos de un país devastado. La reivindicación social tiene su justo premio. Todos saldrán beneficiados, menos Manzi que ve incendiarse su preciada bóveda y su dinero desaparecido.
Darín vuelve a mostrar una vez más su calidad de actor que insiste en parodiarse a sí mismo, aunque esta vez más ajustado a un guión que no le permite sus "ocurrencias". Brandoni demuestra que puede encarar cualquier papel y que todos le ajustan como un guante, y todo el elenco se presta con solvencia a jugar esta gran aventura en pos de su reivindicación como "giles" honestos, trabajadores, laburantes incansables y creyentes en las leyes de un país que a veces parece de mentira. Gran película para recrear parte de nuestra historia y donde por una vez ganan los "buenos". Gran merecedora del Goya a "Mejor Película Extranjera" y que brilló entre lo mejor de la producción nacional del año pasado.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 3 de febrero de 2020

Mi crítica de "Trío en Mi Bemol" (Teatro)


Tengo la profunda alegría de haber visto por Teatrix este texto del director cinematográfico Eric Rohmer titulado "Trío en Mi Bemol", haciendo referencia a la pieza compuesta por Mozart, con dos actores jóvenes sorprendentes como son Francisco González Gil y Delfina Valente. Y digo sorprendentes porque se mueven con tal facilidad dentro de un lenguaje cifrado en complicidades, en una amistad que proviene del amor que no fue, en un amor solapado que alumbra cada uno de sus actos y sus encuentros, que no puede más que asombrar. Una profunda tristeza recorre todo el entramado para él (sí, porque los personajes carecen de nombres, son Él y Ella), resabio de un amor que se quebró bruscamente por parte de ella y que en él dejó profundas raíces y ve como esa pasión ya no puede volver a ser. Debe conformarse con ser su mejor amigo, confidente, sostén, apoyo en las buenas y en las malas y piedra basal con que comparar cada nueva relación. Y ella logra despegar y hacer su vida nuevamente con otros jóvenes (son muy jóvenes los dos, apenas veintipico de años), primero con Paco, un amor que no trasciende ni dura, un completo desastre, y más tarde con Lucas, editor musical de rock, todo lo contrario a nuestro protagonista que es compositor y ejecutante de música clásica. Es por eso que de entrada Lucas (un ser con nombre propio, todo lo contrario de el anónimo "él") se va a convertir en el enemigo número uno para el muchacho. Lucas es pedante, superficial, mujeriego, seductor, inteligente y logra conquistarla a Ella, quien al poco tiempo de conocerlo se va a vivir con él. Serán muchos los sapos que deba tragarse el empático y neurótico protagonista, porque a cada paso que avanza la relación de su ex novia con Lucas la ve alejarse un poco más de él. Y ella, al ser la confidente y amiga, no duda en contarle todo. Debemos admirar la pureza de lenguaje, claridad de las expresiones, buena dicción de ambos y la belleza de ellos dos, que, como todos los personajes rohmerianos, suelen alumbrar sus relatos. Son presencias luminosas, cada cual para el otro, haciéndole más diáfano el camino a recorrer porque saben que allí un ser lo alumbrará, con su inteligencia, su sensibilidad, su ternura, su brazo amigo, su calidez de sentimientos y su buena predisposición. Hay una alegría natural en ella, mientras que en el rostro de él se dibuja la sonrisa triste de quien se sabe haber quedado fuera del juego muy tempranamente.
Pero lo que los separó fue justamente el carácter maniático de él y las ganas de independencia de ella, además de una discordancia entre la música que cada uno elegía escuchar, ella afecta al rock y él a los clásicos. Pero hay una melodía que los une, que pueden expresar de forma física en el cuerpo, que les provoca una gran alegría, y es -después de muchos intentos de recordarla, fallidos, hasta que ella logra silbarla- el trío en mi bemol de Mozart, una melodía que le provocara la primera gran alegría musical a él y que la deslumbrara a ella cada vez que la oía en su casa, la casa compartida. Y es por eso que el frustrado galán le compra el CD para el cumpleaños a ella, una fiesta a la que no asiste, pero que le manda el regalo por un amigo en común, disimulado bajo la apariencia de un pañuelo para el cuello. Él esperará infructuosamente durante toda la obra que ella le agradezca el obsequio y le diga cuánto le gustó, cumplido que no llegará nunca pues el disco se extravió por circunstancias que no vamos a explicar acá.
Y será esperando esa confirmación que él deje transcurrir el tiempo angustiosamente sintiéndose rechazado por ella. Hay mucho amor entre los dos, lo que los lleva a los abrazos y besos compartidos, que, sin llegar a ser nunca de carácter erótico o pasional, son de una infinita ternura y compromiso afectivo por parte de ambos. Llega un momento, sí, en que estén a punto de besarse, pero ella rehusará esa circunstancia. Y con el cariño llegan las revelaciones, las salidas juntos, como cuando ella le pide que la lleve a un concierto de piano para acercarse a la música que le gusta a él, en su afán por compartir y compartirse mejor. Otra de las salidas la realizan al teatro a ver "Cuentos de invierno" y "Sueño de una noche de verano", las obras shakespeareanas, con quien puede compartirlas porque al menos conoce los gustos de él y no los de su pareja Lucas, un ser enigmático y cerrado en sí mismo. Los gustos de nuestro héroe son pocos pero definidos: Mozart, Bach, Beethoven, Rimbaud, Dovstoievski, el nombrado Shakespeare. Tal vez compartan más de lo que se imaginaban cuando estaban juntos... Y llegan también revelaciones en el plano emocional, como cuando ella le dice que ama poner sus manos entre las suyas o cuando él le acaricia el pelo, porque encuentra ternura en él, ternura que nunca encontró ni encontrará en Lucas a quien sin embargo ama. Aunque sepa que ese amor a la corta o a la larga se acabará, porque su novio no es el ser confiable que necesita. A todo esto a Él, no se le conocen amores, parece que continúa casto y virgen esperándola a Ella, para ese reencuentro que tal vez jamás se vuelva a producir. Porque el amor es como un rayo, no cae nunca en el mismo lugar dos veces, y fulmina y deslumbra igual que un rayo, eso es lo que nos deja entrever Rohmer en su bellísimo texto.
El amor y la ternura no pueden encontrarse en la misma persona, es lo que postula la chica, como tampoco se dio la pasión con Lucas, parece ser que las relaciones humanas son más misteriosas que diáfanas, más frágiles que duraderas y más variables que una pluma al viento, diría Verdi. Un año es lo que duró la unión de él con ella, y un año es lo que va durando la de ella con Lucas. Pero de repente todo se desmorona. Ella pega un portazo y se va, luego de una violenta discusión en la que se dicen de todo. ¿Y adónde va ella a a buscar refugio sino a los brazos de él? Y aparece justamente con el disco que nunca llegó a sus manos y que compró especialmente para regalarle a su amigo. Al ponerlo se produce la gran revelación y con ella, la confesión de partes de que esa era la acción que él estaba esperando de ella. Afortunadamente el final nos trae un gran respiro para todos con el apasionado beso entre ambos y la posibilidad de un nuevo comienzo.
Una obra magistral, con toda la sensibilidad y la verborragia del gran Eric Rohmer, llevada a buen puerto por una pareja actoral de primera y con la atenta dirección de Ana Lascano, un trabajo cuidado y elaborado en las mínimas miradas y gestos, en la ternura y el amor a borbotones que nos deja con ganas de más, quedamos encandilados con ese futuro que no vemos pero que podemos intuir... ¿qué pasará entre ellos dos? ¿Cómo se dará la relación? ¿Cuántas alegrías y frustraciones compartirán? ¿Cuánto tiempo durarán? ¿Será para toda la vida? Dudas, sólo incertidumbres que nos planteamos por la eficacia de una trama que supo llevarnos de la mano hasta sus últimas consecuencias. Es un gran placer ver este "Trío en Mi Bemol". Además, Francisco González Gil es un buen músico que ejecuta sobre un órgano piezas clásicas.
Y pueden ver la obra haciendo click en el link de "Ver Obra". Que la disfruten.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

domingo, 2 de febrero de 2020

Mi crítica de "Si la Cosa Funciona" (Teatro)

El viernes me di otro empacho de buen teatro. Vi esta comedia de Woody Allen estupendamente actuada y dirigida por un talento para estas lides como es don Manuel González Gil. Las comedias de Woody Allen sobresalen de la media por ser puramente intelectuales, lejanas al chiste fácil, burdo, sucio o a la chabacanería, tan de moda en el teatro actual de vacaciones. Siempre se va a encontrar una idea brillante, una reflexión inteligente, una revelación sorprendente en la obra del creador neoyorquino. Y así, "Si la Cosa Funciona", adaptación de su película del 2009, no decepciona, porque regala momentos de plena felicidad y de un humor inteligente. Si bien se tarda un rato en entrar en la comedia (el público de la función a la que asistí era bastante reacio a la risa), en la mitad de la función la gente estalla en carcajadas. Hay chistes extrapolados de otras películas: "El amor es como el tiburón, avanza, avanza, avanza, y si retrocede se muere. Nosotros somos dos tiburones muertos" ("Annie Hall", 1977); "Las dos palabras más hermosas que te pueden decir no son 'te amo' sino 'es benigno'" ("Deconstruyendo a Harry", 1997); "No tengo miedo a la muerte, sólo que no quiero estar allí cuando eso me pase" ("El Dormilón", 1973), González Gil parece conocer a fondo la filmografía y servirse de lo mejor para sazonar su puesta. Lo que hace un poco de ruido es la moraleja final, sabemos que Woody huye de las moralinas y la conclusión de que "sólo nos salva el amor y debemos atesorar los buenos momentos compartidos, y bla bla bla", parecen extrañas a la obra de este gran creador nacido en el Bronx.
El recurso de romper la cuarta pared y hablar frontalmente al y con el público no es nuevo, y en esta obra aparece varias veces, todas en boca del personaje central, el encarnado por Luis Luque, Boris Chelnikoff, un físico de coeficiente intelectual altísimo, un verdadero genio, que estuvo nominado para el Nobel y no lo ganó y que después de discutir y separarse de su mujer Jessica (Laura Novoa) intenta suicidarse tirándose de un tercer piso. Claro, no lo logra y queda rengo de por vida. Boris es un personaje muy particular, de esa fauna que suele poblar los relatos de Allen, un misántropo (que son los que no van a misa), un pesimista, pero más que pesimista, directamente un nihilista, un desencantado del mundo, de la gente y del amor, hipocondríaco y neurótico. Vive solo, encerrado en su ratonera de una ciudad que suponemos  New York, pero que gracias a la adaptación vernácula podría ser Buenos Aires, aunque las proyecciones de edificios y rascacielos lo desmientan. Enseña ajedrez para unos muchachos descerebrados con lo que apenas puede pagarse el sustento diario. Hasta que un día golpea a su puerta una chica, casi adolescente, provinciana, con un acento muy marcado del interior, Melissa Celeste Dubois (Luisa Drozdek, excelente) quien le pide algo de comer y pasar una noche en su casa ya que viene famélica y sin dormir viajando desde un pueblo perdido en el mapa a trabajar a la gran ciudad. Boris rehuye a cualquier tipo de contacto, pero la insistencia de la chica lo convence de prestarle el sofá para que duerma. Son los dos polos más opuestos que pueden existir, pero ya sabemos que el amor no decide sobre el intelecto, y poco a poco la niña se va enamorando de su tutor, quien le enseña cosas nuevas, le abre esa cabeza obtusa provinciana de la que sólo cree en Dios y en rezar y en decir frases hechas. Ella no entiende de ironías, ni de la teoría de la física cuántica pero sabe contenerlo en sus ataques de pánico y puede darle una mano amiga y amorosa cuando él se enfrenta a la desesperación porque el universo se hunde. Boris le explica muy sencillamente que: "el amor no es la solución de nada, el amor no llena los vacíos existenciales, el amor no deja meditar tranquilo, el amor no lo puede todo, etc.", pero ella le confiesa al poco tiempo de conocerlo que está enamorada de él. Y claro, "si la cosa funciona", no hay nada que objetar. La chica es un bombonazo, tiene un cuerpo de deliro y es hermosa, y poco a poco va entendiendo que los muchachos de su edad son unos tarados y que no pueden mantener una conversación decente, por lo cual su única alternativa es aferrarse a ese hombre viejo, feo y rengo que le abrió las puertas de su casa cuando lo necesitaba. Y se enamora perdidamente. Y después de un año de convivencia, él acepta que no está tan mal eso de enamorarse, que sus ataques de pánico han disminuido y que por fin encontró de alguien que lo cuide por las noches, Y comparten el amor por las películas viejas...
Hasta que llega Mariela, la madre de Melissa buscándola desesperada (Carolina Papaleo), otra pajuerana que llega rezando y con su acento pueblerino a asomarse a la gran ciudad. Y se enfrenta a ese hombre que su hija ha elegido como marido. Por supuesto que el enfrentamiento será a capa y espada, pero pronto empezará a salir y a vincularse con hombres de la urbe, que saben valorar su talento como fotógrafa. Ha dejado atrás a un marido que la engañaba con su mejor amiga, y un pueblo en el que se desarrolló como madre y esposa, viendo vedados todos sus afanes de otra cosa que no fuera dedicarse a su hija, a inscribirla en concursos de belleza y en llevarla a rezar a la iglesia. Y esta mujer atormentada por haber sido engañada por su marido pronto consigue no sólo un hombre, sino dos... con los que pasará a convivir bajo el mismo techo y lecho. Y a exponer sus fotografías en el Museo de Arte Moderno. Pero llega insistiéndole a su hija que conozca otros jóvenes, por ejemplo ese chico que conoció en el avión, que es actor y a quien le mostró una foto de ella y le cayó bien y quiere conocerla. Por supuesto que Melissa se niega porque está a gusto con su marido... pero sabemos como son los bichitos de la infidelidad en las obras de Woody... germinan.
Pronto llega el padre de Melissa, a buscarla, (ese gran actor que es Roly Serrano, todo cambia cuando ingresa él a la obra) y reniega de haber engañado a su madre con Mónica Brandauer, su mejor amiga. Encuentra a su esposa que no quiere saber nada con él, la ciudad la ha cambiado para no volver a ser la que era, ahora es una artista de la fotografía y vive con dos hombres a la vez. Hasta que el padre, ese hombre maduro, gran cristiano y rezador, se da cuenta que lo suyo no es la heterosexualidad... sino todo lo contrario. Y Boris le aconseja que vaya a lugares de encuentro para relacionarse con otros hombres. Así, cada uno feliz, concreta sus fantasías y sus deseos más ocultos, todos patrocinados por ese genio de la física que es Chelnikoff y quien está pasando por el mejor momento de su vida. Hasta que Melissa decide conocer a ese chico que le presentará su mamá... y todo cambie para mal. Las cosas se desbaratan, Melissa deja a Boris y él lo toma con filosofía... tirándose nuevamente por el balcón. Con tan mala suerte que tampoco se mata, y va a caer sobre una mujer a la que parte todos sus huesos y a quien debe cuidar en su recuperación (nuevamente Laura Novoa). Y sucederá lo imprevisto. Que se enamoren. Y todo termine felizmente para los cinco, brindando la noche de Año Nuevo, habiendo comenzado todos una vida nueva y más acorde con lo que cada uno es.
Por supuesto que hay mucho humor en toda la obra, casi toda está teñida de carcajadas y de ese fino manto de comprensión que tienen los humoristas que son verdaderos artistas, tal el caso de Woody Allen. Las actuaciones son todas excelentes, si bien el farfulleo de Luis Luque, quien tiene una pésima dicción haga difícil de comprender buena parte del texto. Casi todo el peso de la acción cae en Luque y en Drozdek quienes realizan un verdadero trabajo de composición (ella se lleva las palmas en esa provinciana de buen corazón). Los demás sirven de coro para los protagonistas y se han conservado, con buen tino, los personajes esenciales de la película en esta adaptación. La escenografía, si bien pobre, es funcional a un texto que debe sobresalir por sobre la acción. Todo está puesto en su lugar para que el espectador pase casi dos horas de la más completa felicidad que es lo que provocan las buenas ideas teatrales. Es una óptima decisión a la hora de elegir un espectáculo para este verano y ojalá se mantenga un buen tiempo en cartel.
Y gracias por leerme nuevamente hasta aquí.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).