jueves, 26 de julio de 2018

Mi crítica de "El Lado 'B' del Amor" (Teatro)

Anoche, en medio de la tormenta de lluvia y frío fuimos a ver la obra del Lic. Gabriel Rolón basada en el propio libro de su autoría. Es una obra potente, impactante, de esas que te pegan el trompazo en la cara y te dejan sangrando, pero, como buen analista, también nos deja mucho para rumiar proposiciones psicoanalíticas. En la obra trabajan cuatro actores: el mismo Rolón, haciendo de él, su hija, la divina Malena Rolón (excelente y comprometida actriz a quien siempre le tocan los trabajos "de bravura"), Alejo García Pintos (en el rol de psicoanalista, devaluado a mi gusto) y la polémica  Cynthia Wila en el rol de la periodista. Y digo polémica porque su actuación suscitó desacuerdos entre mi amiga Amalia y yo. Para ella era un desastre, no merecía el apelativo de "actriz", sobreactuaba, mala dicción, en fin, todos los horrores del planeta. Para mí, en cambio, estaba perfecta en esa concepción de periodista aniñada y tirifila, bastante tonta y con pocas luces, estableciendo un aura romántica que envuelve a su entrevistado (Rolón) y lo seduce finalmente. No nos pusimos de acuerdo. Pero eso es parte de la magia del teatro también, que uno ve y proyecta cosas sobre los actores/personajes, que no son las mismas para todos. Zanjada la discusión, vamos a la obra.
Rolón está sentado allí, al borde de la escena y nos habla con esa familiaridad y dulzura de psicoanalista comprensivo que nos lo hace cercano, íntimo, como si nos hablara a cada uno de nosotros. Y nos explica el por qué de "el lado 'B' del amor". Nos recuerda que existían los discos simples, que tenían un lado A y otro B, en el lado A venía la canción conocida por todos, la que se escuchaba en la radio, la que sonaba en todos lados, y en el lado B, la canción de relleno, aquella que nadie conocía, que casi nunca escuchábamos, de la que no se hablaba. En el amor sucede algo por el estilo. Hay un lado A que es el marketinero, el que vende, que el amor es algo divino, que es encontrar la media naranja, que procede de un flechazo, que todo son rosas y pajaritos. Pero el lado B es aquel que lastima: los amores enfermos o enfermizos, los celosos, los hirientes, los lacerantes. Aquel del chico que dio 113 puñaladas a su novia o el más reciente de Nahir que mató a su novio de dos disparos porque la iba a dejar. Es el amor del que no permite que el otro se desarrolle, que estudie, que tenga amigos, porque lo queremos acaparar todo para uno mismo. El amor sano es el que permite tener planes juntos, proyectos, construir, ir para adelante, el que básicamente siente respeto por el otro. El amor enfermo es el de los golpes, los insultos, la descalificación constante. Y nos cuenta el mito griego de Prometeo, aquel que robara el fuego a los dioses para entregarlo a los hombres, y en venganza recibió de regalo una bella mujer, Pandora, que venía adosada con una caja que contenía todos los males del planeta. La caja es abierta y escapan todos los demonios: el hambre, las plagas, la guerra, la destrucción... pero Prometeo acierta a cerrar la caja antes de que escape el último de los males: la esperanza. Por eso que el psicoanálisis nos dice que la esperanza en realidad es un mal, porque aquel que espera se ilusiona, y no hay nada más falso que una ilusión. El que espera retomar un amor ya terminado se está engañando a sí mismo -dice Rolón- porque no hay nada peor que vivir esperando aquello que nunca se podrá recuperar. El que le dice a su enamorada "no me esperes más porque nunca voy a volver", le está haciendo un bien, porque le está poniendo el límite que impone la realidad. Habla también del amor incondicional. No está bueno que el amor sea incondicional, porque eso supone que no hay que poner condiciones, y de ahí se deriva que se pueda tolerar la infidelidad, el maltrato, la mentira, la violencia. Las condiciones son necesarias en cualquier proceso humano porque marcan un derrotero a seguir.
Y allí empieza la obra. Y siguiendo con los griegos, en la pieza asistimos a la visión de estas dos mujeres que son representantes de otras tantas concepciones de belleza: lo apolíneo y lo dionisíaco. Cynthia Wila, la primera en aparecer, la periodista es flaca y alta (casi anoréxica, diría yo), fiel representante de lo apolíneo, mientras que Malena, más rellenita, pero con unas formas preciosas y carnavalescas es propia de lo dionisíaco, que debe su nombre al dios Dionisios, o Baco, dios del vino y de las fiestas paganas, de lo terrenal y lo carnal. La periodista sin nombre, viene en plan de seducir a Rolón, conquistada por la mente del analista y su prestigio (en realidad viene con otras intenciones que no revelaré acá) y es aniñada, simple, tonta hasta lo exasperante. Le habla al psicoanalista de un caso de una amiga que la tocó de cerca. Y allí entra a jugar Luciana y su dolor, con su terapeuta (también sin nombre, Alejo García Pintos), una chica golpeada por su novio porque "se lo merece, porque ella es mala, es una mierda". El terapeuta trata de correrla de ese lugar en que se ha instalado diciéndole que ella no es nada de eso y preguntándole por qué cree que lo es. Ella le contesta que es porque abandonó a su madre cuando estaba enferma para irse a vivir con su novio, Nacho, amén de prepararle la comida antes y a la vuelta de su trabajo y de observar que todo estuviera bien. Claro, ella tenía dos hermanos que ya se habían casado y "no habían abandonado a la madre porque ellos tenían su hogar", ella sólo se había ido a vivir con su novio. En el momento en que la está por desbordar la angustia por su relato, el terapeuta decide terminar la sesión, para que la angustia quede flotante y la haga repensar todo lo hablado. Rolón acota que siempre son los mandatos infantiles dados por los padres como "vos no vas a poder", "vos no servís para nada", "sos un inútil", los que se afianzan en el inconsciente y hacen que el sujeto termine re-viviéndolos en su etapa adulta. Eso debe ser lo que llevó a Luciana a instalarse en ese lugar de dolor. Que merezca ser golpeada y tratada como una basura, un ser sin decisión propia.
Luego nos enteramos que Luciana comparte madre pero no padre con sus hermanos, ya que su mamá abandonó a su papá por tres meses para irse a vivir con otro hombre, y que fruto de esa relación nació Luciana, a su vuelta fue perdonada por su marido aunque nunca tomó a la niña por su propia hija. Y cuenta de la última golpiza de Nacho. Ellos tenían prácticas sexuales con un tercero (por deseos de él), siempre un desconocido, pero esa vez resultó ser un amigo de su novio y ella rechazó la relación. Allí él le pegó violentamente, para luego arrepentirse y decirle que no lo iba a hacer más y ponerse a llorar, con lo que Luciana terminó consolándolo a él. Es la lógica típica de los golpeadores, instalar la culpa en el otro, decir que "lo impulsaron" a hacerlo, y luego arrepentirse y jurar que nunca más, con lo que inspiran piedad, en este caso por la infancia tan desdichada que había tenido. El psicoanalista interviene y le dice que tiene que tomar una decisión, debe correrse de ese lugar y si es preciso abandonar la escena. Y le dice que él está ahí para ayudarla a ir a la policía a hacer la denuncia, lo cual Luciana acepta. Bueno, la historia de Luciana termina bien, conoce luego a otro muchacho del que se enamora y se casan y ella espera un hijo de él. Pero las acotaciones de Rolón, el entrecruzamiento de las parejas, sabiamente coreografiado y el tomar el uno el discurso del otro mientras habla cada cual, nos hacen ver que esa Luciana desdichada es la propia periodista. Le está contando a un nuevo terapeuta su historia de dolor en primera persona.
Siempre oímos noticias de mujeres golpeadas y abusadas, pero acá, gracias a la sabia interpretación de Malena Rolón (la más jugada del cuarteto) nos la hace ver en carne viva, nos hace sentir el dolor profundo de esa mujer humillada y devastada que llora y consume kilos de Carilina, y gracias a la dirección siempre astuta de Carlos NIeto, quien consigue de sus personajes todo lo que se pide de ellos. El final deja un triste e irónico recuerdo que deja mal parado al propio Rolón, pero no debo decir nada sobre eso.
Resumen, que la pasamos bárbaro, la obra está muy bien montada, con escenarios paralelos divididos por un gigantesco mapamundi que se abre y se cierra para dar paso a la pareja de terapeuta-paciente, y la periodista consigue su fin que es seducir a su entrevistado y acostarse con él. Lo demás, descúbranlo por sí mismos, hay mucha terminología psicoanalítica al acceso de todos, hay mucha emoción y mucho dolor. Como dije antes, no es una obra fácil de digerir, pero por la magia del relato y de sus intérpretes hacen que la hora tres cuartos que dura, se nos pase volando.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

sábado, 21 de julio de 2018

Mi crítica de "El Violinista en el Tejado" (Teatro-Musical)

El jueves, entre la lluvia y el frío (19 de julio, vísperas del Día del Amigo) me mudé por un rato al pueblito de Anatevka, pequeño pueblo de la Rusia Zarista, de origen meramente judío. Allí vive un tal Tevye (RaúlLavié, magnífico), un tipo raro, esposo constante y padre de cuatro bellas chicas en edad casadera. Él nos explica que allí viven todos como metáfora de ese violinista loco que toca en el tejado, haciendo de sus vidas lo más parecido a la música y haciendo constante equilibrio para no venirse abajo. Pero Tevye está muy bien acompañado. Tiene a su esposa Goldie (Julia Calvo, excelente), un poco mandona y con un gritito en do agudo que perfora los tímpanos. También tiene a sus cuatro graciosas y hermosas hijas: Tzeitel (Sabrina Garciarena), Hodel (la hermosa y talentosa Florencia Otero, que si no estuviera casada, sería mi esposa), Java (la también agraciada Manuela del Campo, la chica de "Casi Normales") y Shandel (Andrea Lovera). Hay pretendientes para las mozas: en primer lugar está el carnicero del pueblo Lazar Wolf, quien quiere en esposa a Tzeitel (Omar Calicchio, como siempre, garantía de calidad), pero a su vez se la disputa el "pobre sastre" Motel (Dan Breitman), quien espera en silencio su máquina de coser para poder hacer sus trabajos más rápido y perfectos. Para Hodel, de pensamientos liberales, no hay nada mejor que su profesor temporario y joven revolucionario Perchik (Patricio Arellano); Fyedka (Germán Tripel, esposo de la Otero) es un joven cosaco dependiente del mismísimo Zar, y por lo tanto enemigo de la comunidad, quien pretende a Java, y con sus libros logrará conquistarla. Hay también una vieja casamentera que va y viene con chismes y entrelazando parejas, Yente (Adriana Aizenberg, la abuela loca de "La casa de Bernarda Alba" o la madre de Hendler en "El abrazo partido", para los que no la ubiquen), hay un rabino que no da pie con bola (el desperdiciado como correcto cantante Miguel Habud), un alguacil ineficiente (Diego Bros) y una esposa muerta que viene a dar consejos Fruma Sarah (Andrea Lovera) y una abuela Tzeitel que también sale de la tumba en sueños de Tevye (Eluney Zalazar). Como ven, el seleccionado es de primera, mejor que la Selección Nacional, y con ellos se juega un más que exitoso partido artístico.
Sucede que Tevye es amante de la tradición, que imperó en su pueblo hebreo durante siglos, y que es precisamente lo que logró conservarlos unidos. Pero la conducta de sus hijas (mentes abiertas y revolucionarias, cada una a su manera), vendrán a desterrarlo de ese sitial sagrado. La primera es la mayorcita, Tzeitel, quien le pide que no la haga casar con el gordo y viejo carnicero (aunque su padre ya ha cerrado trato y dado su palabra) pues ama al sastre Motel. Finalmente,  Tevye se hace a la idea de que la opinión de la mujer vale tanto como la del hombre y que los tiempos están cambiando, que les da su bendición y deja que se casen, para lo cual se organiza una gran boda, a la que asistimos, y que termina siendo devastada por los cosacos. Pero en la fiesta sucede algo extraño: Perchik pide bailar con Hodel, y ella acepta, lo cual significa otra ruptura para la tradición que bien cantara el pueblo al inicio de la obra. Todos miran arrobados como muchacho y niña bailan de la mano. Entonces Tevye, para no ser menos, se pone a bailar con su esposa y todo se subvierte en una fiesta que parece guiada por manos maléficas: todos bailan con las muchachas del pueblo.
Pero el maestro Perchik, venido de otro lugar de la Rusia extensa, de pronto es llamado por sus camaradas a cumplir su más sagrada misión: debe ir a liberar a los pueblos sometidos y malogrados por el Zar, y para eso debe partir ya mismo. Entonces le pide compromiso a la bella Hodel con promesa de casamiento y de que la mandará a buscar no bien se establezca en su destino. Le piden la aceptación al padre, quien se las niega, pero ante la evidencia de que ya están comprometidos y que piensan casarse con o sin su consentimiento, no tiene más que romper su voto de tradición. Ya se va adaptando a las nuevas mentes femeninas. Perchik parte y pronto nos enteramos que está preso en Siberia (no parte sin antes haberse casado con Hodel), su esposa parte hacia allá para hacerle "el aguante", no sin disgusto de ese padre viejo que ve como el mundo le está pasando por arriba. Pero falta el tiro de gracia. La pequeña Java se ha enamorado del cosaco  Fyedka y piensa casarse con él. Van a ver al padre, pero ahora sí este es inflexible, no puede permitir que su hija se case con un enemigo. Le dice que si lo hace, ella estará muerta para él. Y sí lo hace. Y Tevye la declara hija muerta. Deben huir lejos de la casa del padre pero siempre conservando ese amor filial que persiste en ella. Después de todo, Fyedka no es tan mala persona. La que queda a salvo (por ahora), es su hija menor.
Hay mucho de la historia y tradiciones judías en esta obra valiosa, el shabatt, los casamientos, los nacimientos, el respeto a los muertos, el brindar por la vida (L'Chaiim), muchas palabras y expresiones en yddish se pronuncian y se visualizan a lo largo de la obra. Yo había visto por Teatrix la versión anterior de Pepe Soriano y no me había convencido del todo, me pareció que le faltaban canciones, que los chistes eran demasiado tontos, en fin, que le faltaba actualidad, y eso que Pepe está entre mis favoritos actores argentinos. Pero esta versión logró superarla con creces: el espíritu y la potencia que le otorga ese Lavié ochentoso que sin embargo tiene polenta para regalar, el mandato de hombría, de poder masculino, de autoridad que sabe transmitir Lavié con sólo ponerse recio, lo explica todo, un poder del que carecía Soriano, un actor más "tierno" si se quiere. Lavié es un vendaval en ese Tevye y hace de la canción emblema "Si yo fuera rico" un himno dentro de la obra. Tevye tiene que tirar de su carro lechero ya que su caballo perdió una herradura de su pata y el herrero nunca atina a ponérsela, y se la pasa tirando de su carrito toda la pieza.
Pero no todo es diversión en la obra. Sobre el final, cuando llega la noticia de que deben abandonar el pueblo en tres días, todo se vuelve drama y desesperación, las familias se desunen, las amistades se tuercen, los parentescos se alejan, se produce la verdadera diáspora judía, uno a cada rincón del mundo, Tevye son su esposa y la hija que le queda virgen se van a la casa del tío Abraham en Estados Unidos, la casamentera toma mejor rumbo, va para Jerusalem. Todas las hijas están en una parte diferente del mundo, se rompe la familia y con ella, terminan de deshacerse las tradiciones que cantaban felices al comienzo (que sin embargo el pueblo judío supo mantener encendidas a través del tiempo, tal vez fue eso lo que les permitió tal cohesión en todos los países que habitan). No se van sin antes averiguar Tevye si su mujer lo ama en verdad. Ella al principio no sabe qué contestar, ya que se casaron sin conocerse, "el amor vendrá con los años", les dijeron los padres. Pero resueltamente resulta que sí lo ama, después de 25 años juntos, cuatro hijas y cocinarle y lavarle todos los días deben ser un signo de amor, reflexiona ella. Él le declara que también la ama.
La diestra dirección, coreografía, traducción y adaptación de Gustavo Zajac, hacen de esta versión de "El violinista en el tejado" una obra maravillosa, con fuerza expresiva propia, un elenco sobresaliente, canciones para el recuerdo y un actor protagónico de lujo, que bien vale la pena ver. Apúrense porque falta poco, creo que la semana que viene baja de cartel. Esta es mi recomendación para el fin de semana.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

lunes, 16 de julio de 2018

Mi crítica de "Ver y No Ver" (Teatro)

En primer lugar podemos decir que "Ver y No Ver" es una obra mágica, de esas que nos transforman, que uno se la pasa rumiando muchos días y que en esencia es una pieza bella, calma, apasionada, pero también cruel y despiadada. Se basa en el caso real de Any Sweeny, una mujer que quedó ciega a los diez meses de edad, hasta los cincuenta y tres años, en que fue operada, su relación con su marido Martín y con su cirujano, el Dr Wasserman. Digamos que está bellamente interpretada por tres actores de excepción, de esos que acarician el alma, con una impecable Graciela Dufau como Any, Arturo Bonín en Martín y Nelson Rueda como el cirujano. La obra es de Brian Friel, el llamado "Chejov irlandés", un dramaturgo que murió en el 2015 y de quien pudimos ver (dentro de su inmensa producción, casi toda desconocida para nosotros) una puesta de  "Danza de verano" (1990) en el San Martín y que se hiciera la versión cinematográfica en 1998 protagonizada por Meryl Streep y Michael Gambon. El diseño de videograph de la obra corresponde a otro talento, el premio Oscar argentino Eugenio Zanetti, y produce sensaciones de ensueño y nos permite espiar por momentos lo que debe ser el mundo de la ceguera.
La obra se presenta con tres sillas únicamente como escenografía, y van a corresponder a otros tantos personajes, quienes desgranarán por turno, tres monólogos que se irán alternando y que constituyen la base de la puesta. Sólo en acotados momentos hay diálogo entre ellos, sino todo el resto se conforma en soliloquios. Sí, tres monólogos de personas que, cada cual a su modo, están o han estado ciegas; no es Any la propietaria exclusiva de esa deficiencia. A Any su padre le enseñó desde chica a reconocer el mundo por medio de sus demás sentidos, las flores, los lugares del parque o los momentos del día. Por eso el mundo de las tinieblas no fue una limitación para que Any pudiera desarrollar una vida plena, gran nadadora, era capaz de disfrutar y experimentar lo "orgásmico" de una buena zambullida, haciendo la plancha en el mar o pasándose horas braceando y pataleando. Pudo conseguir un trabajo como masajista (oficio el cual depende casi por completo del tacto, por sobre los demás sentidos), tener amigos, disfrutar de la música (el "Himno al Amor" era el preferido de su padre y por lo tanto también de ella) y hasta conseguir un marido, a los cincuenta y un años. Su relación con su padre fue rica y productiva, pero con su madre era más bien distante ya que ella era una enferma psiquiátrica que se la pasaba entrando y saliendo de neuropsiquiátricos para sus "enfermedades de los nervios", como las llamaba Any. Su madre le reprochaba a su marido que nunca hubiese querido enviar a la niña a una escuela para ciegos, con lo cual su potencial aumentaría. No sabemos por qué no lo hizo, tal vez por tacañeria, tal vez porque se sentía muy solo y necesitaba compañía, prefirió mantener a su hija siempre a su lado.
Pero decimos que los tres están ciegos o lo estuvieron. A ver. Martín Sweeny era un hombre aficionado a las causas perdidas, que él confundía con las "grandes causas", así se embarcaba tanto en el cuidado de las ballenas o la cría de cabras iraníes, por una falsa concepción de que daban el mejor queso, como de terminar abandonando a su mujer para irse a trabajar a Surinam o Guyana Holandesa, con el único propósito de perseguir otra utopía. La utopía fue lo que le hizo acercarse a esa mujer ciega y enamorarla, y proponerle casamiento casi de inmediato, para conquistar otro de los misterios de la existencia, la lucha contra la ceguera. Así pasó años de su vida coleccionando en una carpeta artículos periodísticos y de divulgación científica donde explicaban que una operación podía devolverle la visión a su esposa. Y se presentó con ellos ante el consultorio del Dr. Wasserman, una eminencia en su campo. O por lo menos lo había sido. Hasta que un día su mujer se fue con un colega suyo, convencida de que el amor entre ellos se había terminado. Desde ese día el médico entró en una oscuridad que le duró siete largos años, hasta que se presentó en su vida la oportunidad de devolverle la visión a Any Sweeny. Como por milagro salió de ese túnel, pero él confiesa que durante siete años vivió en la más completa ceguera, abandonándose física y mentalmente a su destino.
El oftalmólogo le dice a Any lo que cree una gran verdad (y que es el eje temático que cruza la obra): que "ver es comprender". Any se plantea, no sin justicia, si no se puede "ver y no comprender" o "no ver y comprender", que es como ella vive su mundo. Any es plena en su mundo de topo, no necesita nada más, por eso cuando su marido le propone la operación ella se lo replantea: ¿quiere en verdad salir de su mundo de placenta y placidez? ¿podrá reconocer a sus amigos cuando los vea, podrá reconocer las flores, las frutas o los zapatos? Hay una palabra que pronuncia el médico: "engrama" que resuena en Martín. Él la utiliza como la posibilidad de reconocer una persona o un objeto no bien se lo ve, claro, Martín utilizaba ese término para sus cabras, pero igual lo impacta oírlo de boca del oftalmólogo. Y lo cierto es que él también tiene sus dudas sobre el resultado de la operación. En diez siglos sólo veinte personas que habían estado ciegas toda su vida habían recuperado la vista, y él sería quien se la devolviera a la persona n° 21. Sería todo un logro para su carrera y su vida académica, que en un pequeño pueblito de provincia se produjese tal milagro científico. Claro, la idea no deja de entusiasmarlo e inflamarle el ego, pero lo hace "en pos de la ciencia" y porque quería firmemente que Any Sweeny volviese a ver.
Se lleva a cabo la operación, no sin antes preguntar Any a una enfermera dónde estaba el baño, porque quería realizar su último paseo sola en su mundo apacible de las tinieblas. Una vez finalizada la intervención le quitan las vendas a la paciente con toda la ilusión del mundo, pero lo que ella ve son sombras, manchas (siempre había distinguido una diferencia entre la oscuridad y la claridad), además de tener más presente de dónde venía la luz. Todos se emocionan y se congratulan del milagro. Sólo Any no está conforme. Tiene que empezar un largo aprendizaje para hacer coincidir su "engrama" de reconocimiento con la verdadera apropiación de las imágenes. Prueba con las flores, con frutas, con personas, pero la mitad acierta y la mitad adivina. Se empieza a desenvolver de un modo más autónomo, ya anda por la calle sola y sin bastón, aunque nunca sabremos con exactitud si Any llegó a "ver". Igualmente sigue sin comprender lo que ve, ella comprendía dentro de su mundo de oscuridad, no estaba preparada fisiológica ni psicológicamente para enfrentarse al mundo de lo visible. Tal vez fue eso lo que no pudo soportar. Pronto empezó a sufrir alteraciones en la visión, porque "quería" volver a ser ciega, empezó a quedarse como ausente, perdida, sentada sin moverse hasta adecuarse a un mundo para videntes-no-videntes. Y tal vez fue eso lo que la llevó a un desequilibrio psicótico que la introdujo en el mundo de su madre, "la enferma de los nervios". Any, simplemente no soportaba confrontar su visión de la belleza a oscuras con esta otra belleza que no alcanzaba a "comprender". Pero el médico cae en su propia trampa. Cuando lo deja su mujer, él dice que "ver no es comprender". ¿Cuál es el límite tan delicado entre visión y comprensión? ¿No somos nosotros mismos más ciegos que los no videntes cuando pasamos de largo por las cosas sin verlas ni comprenderlas? ¿Cómo se explica este mecanismo tan complejo y delicado? Esto es lo que plantea la pieza con gran maestría por el autor, el sabio director Hugo Urquijo que nos sabe introducir en ese mundo de las sensaciones a través de la palabra y de las imágenes que todo el tiempo acompañan la acción, proyectadas sobre los tres paneles que sirven a la escenografía, y la sensibilidad de tres actores que parecen hechos para estos personajes (Graciela Dufau trabaja casi todo el tiempo con los ojos cerrados, sólo en los momentos de "lucidez" abre sus preciosos ojos celestes). Podemos decir que la representación fue empañada en el saludo final, cuando Graciela exhibió un pañuelo verde, en consistente alusión a la despenalización del aborto, que, si bien yo comparto, no me parece el sitio adecuado para hacer un gesto político (como cuando en su oportunidad le critiqué a Osmar Núñez y a Gerardo Romano que hiciesen la "V" peronista), los gestos políticos o partidarios son para expresar fuera del ámbito del teatro. Una lástima. Lo demás, impecable. Altamente recomendada, dentro de lo mejor que vi en el año.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

jueves, 12 de julio de 2018

Mi crítica de "Aráoz y la Verdad" (Teatro)


Venimos flojos en los estrenos de Teatrix de este mes... a "Amado Mío" se le suma "Aráoz y la Verdad", obra que a mí me pareció muy floja. Y no es que no esté bien construida dramáticamente ni que carezca de hondura. Tal vez sea un raye mío, tal vez la vi en un mal día, estaría cansado, deprimido o me dolería algo. El caso que la verdad que busca (y encuentra) Aráoz no me interesó, francamente. Tal vez porque la obra esté relacionada con el fútbol, y a mí todo lo que sea deporte me rechaza (como dijera Woody: "Yo, en materia de deportes, prefiero atrofiarme") lo cierto es que hay dos grandes narradores de todo lo que tenga que ver con el fútbol en nuestro país; uno fue el querido "Negro" Fontanarrosa y otro es Eduardo Sacheri, autor de esta pieza. Nadie como ellos para buscarle el lado más cálido, más humano, más entrañable a ese deporte rancio que hicieron escuela con sus cuentos y sus relatos.
Y esta pieza, dirigida con mano diestra por Gabriela Izcovich cuenta con la interpretación de dos grandes: Luis Brandoni (Lépori) y Diego Peretti (Ezequiel Aráoz), a los que se le suma en un momento David di Nápoli (Belahunde, el guardabarreras de la estación de trenes). Y está bien actuada, bien contada, le busca el costado entrañable al fútbol, pero no logró despertar mi interés. Resulta que una noche llega a la estación de O'Connor, pueblo perdido en el mapa bonaerense, Aráoz, quien tiene una breve charla con el guardia y le informa que es ingeniero hidráulico y que viene al pueblo a estudiar sus terrenos con la idea de hacer una represa que abarcará un territorio tan grande como la provincia de Tucumán. Esto pone a la defensiva al buen hombre de los trenes porque le supone quedarse sin trabajo ya que los ramales desaparecerán bajo el agua... Le indica cómo llegar a la estación de servicio de Fermín Perlasi, un ex jugador de Deportivo Wilde, oriundo del pueblo, ahora manejada por un tal Lépori. Llega hasta allí buscando a Perlasi y descubre su mentira: no se trata de ningún ingeniero hidráulico sino de un periodista de la revista "El Gráfico" que está buscando al antiguo jugador para hacerle un reportaje. Lépori le dice que Perlasi no está porque partió rumbo al norte por una semana con excusa de negocios, pero que cuando se comunique le va a avisar que él lo anduvo buscando. Aráoz decide tomar un cuarto en la hostería de la estación de servicio en espera de Perlasi, y mientras tanto va entrando en confianza con el encargado, que se dice , no amigo, sino conocido de Perlasi.
Le da una cena y una cama, en la que Aráoz no consigue dormir, tal vez por lo estrecha de ésta o por el recuerdo de su mujer Leticia, muerta hace siete meses. Como las capas de una cebolla ambos hombres van abriendo sus confidencias, y Aráoz le cuenta la triste defunción a Lépori y éste se apena de verdad. Lépori le va contando la historia del pueblo, de cómo el verdadero nombre de O'Connor era Colonia Hermandad, fundada por una partida de anarquistas en el siglo XIX hasta que vino un irlandés quien residió por corto tiempo en el pueblo pero que dejó su huella: el nuevo nombre. De como trabajaba todo el pueblo en una acopiadora de granos hasta que fue reemplazada por una fábrica de antenas, en donde el mismo Lépori trabajó. Cómo fueron pasando los gobiernos hasta que con Menem la fábrica quebró porque se empezaron a importar antenas del exterior y todo el pueblo quedó a la deriva. Araóz le relata sus años de la niñez y su relación con su padre, que más que una situación paternal fue una especie de tiranía, un hombre furibundo y golpeador, que sólo le hacía querer ser hijo de su tío Quique. Aráoz le cuenta de su admiración por Perlasi que creció de niño, haciendo del astro del fútbol su estrella favorita y de cómo recibió su póster del ídolo a manos del tío Quique, el cual más tarde sería arrancado de su pieza y tirado a la basura poro su padre, un monstruo infrahumano. La conversación que se entabla entre los dos hombres es de tono fraterno y examina la amistad entre hombres, amistad que también se ve reflejada en la que tuvo Perlasi con el "tanque" Villar, aquel del equipo contrario que los mandara al descenso en el '71 por un gol que Perlasi no pudo, no supo o no quiso evitar. Se corrieron rumores de que el gol hubiese estado arreglado y que Perlasi hubiera recibido una buena plata por dejárselo hacer. Es más, hubo quien vio a Perlasi en el estacionamiento, hablando muy amistosamente con el "tanque" Villar después del partido.
Y eso es lo que desvela a Aráoz, viene a derrumbar un ídolo, quiere preguntarle toda la verdad sobre esa jugada que constituyó su alejamiento para siempre del fútbol. Y aquí Aráoz descubre "su" verdad: tampoco es periodista deportivo, sino un simple fan que quiere acercarse a su estrella y desenmascararlo. Lépori se sorprende ante esta revelación y decide contarle toda la verdad. Verdad que jamás debe conocer nadie más que él. Y no vamos a contar acá cuál es la tan ansiada verdad que busca Aráoz, para no arruinarle el final de quienes quieran verla cliqueando acá el "Ver obra".
Entre mañanas de pesca en las que no pica un sólo pez y entre asados frustrados por una lluvia repentina, va creciendo la amistad y la intimidad de estos dos hombres sobrios, que, sin alardes tienen cada cuál para contar parte de una verdad que van construyendo de a dos. Lo importante de la obra no es la revelación final sino el vínculo que se entabla entre estos dos hombres, que, cada uno con su carácter, van armando a lo largo de la obra. Sacheri conoce los mecanismos de la tristeza pero también del humor, ya que la pieza esta llena de momentos brillantes, casi siempre descolgados de alguna puteada que tan bien le caben en la boca a ese capo que es Brandoni, y alguna que otra reflexión aguda por parte del psiquiatra Peretti. Si no fuese por el humor y por la actuación de estos dos grandes, la obra no sobreviviría. Pero lo hace, aunque a mí no me haya tocado ninguna fibra (ni la óptica).
Es una obra aceptable, se deja ver y está bien restaurada por el equipo de Teatrix, ya que lleva varios años fuera de la cartelera porteña. Más no les puedo decir.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

miércoles, 11 de julio de 2018

Mi crítica de "Lo que nos Une" (Teatro)

En mi expedición dominguera de ver dos obras de teatro el mismo día, fui a ver, además de "Dos más Dos", "Lo que nos une", una pieza dramática "importante" de David Lindsay-Abaire que lo llevó a ganar el premio Pulitzer. También, entre sus numerosos trabajos escribió el libro y las letras de "Shrek. El musical", ya comentado en estas páginas y que fue una gran decepción. Esta obra también lo es. Y el premio Pulitzer, a estas alturas no es para mí, garantía alguna de calidad. Vayamos por partes. Para mí, una obra dramática siempre es inferior en su eficacia respecto a una buena comedia, porque para escribir un drama, baste poner que un chico de 4 años se ha muerto en un accidente (como es el caso presente) y con eso solo desatamos todos los Carilinas de la sala. Pero hacer reír es una labor más complicada. Hay que recurrir al verdadero ingenio, a una veta especial que no todos poseen, hay que degustar las palabras y los sentidos, y explotar eso que a la gente le provoca una carcajada legítima. Para mí, obras dramáticas bien construidas hay muchas menos, si bien podemos salvar, por ejemplo, todo Shakespeare, obras de la talla de "¿Quién le teme a Virginia Woolf?, o "La muerte de un viajante", con todo Arthur Miller con él, o Tenneessee Williams. Esas son obras bien escritas, donde cada elemento ocupa el lugar que debe ocupar y no simples melodramas (para colmo sin el "melos") como el que nos ocupa.
La producción se ha esmerado mucho ya que construyó una escenografía gigante de toda la casa, que ocupa todo el escenario de El Nacional y contó con un director inteligente, sensible y valioso como Carlos Rivas y un elenco integrado por Gabriela Toscano, Germán Palacios y Soledad Silveyra, secundados por Maida Andrenacci (acá no les alcanzó el presupuesto para contratar otro "nombre", ya que tiene una labor también larga e importante dentro de la obra) y al veinteañero hijo de Suar, Tomás Kirzner, debutante en teatro y en casi todo lo que es la actuación (se dirá... "porque es el hijo de Suar". En parte sí, pero se las arregla bastante bien como joven actor).
La obra gira en torno de una familia, Julia (Toscano) y Fede (Palacios) que han perdido a su hijo de cuatro años en un accidente de auto mientras el niño corría detrás de su perro Rocco, atropellado por un joven, Tadeus (Kirzner), sin tener en verdad este la culpa. La familia se completa con la hermana de Julia, Vicky (Andrenacci) y la madre de ambas, Perla (creo que ese es el nombre pero no me crean mucho, ya que se dice una sola vez en la obra y puedo haberlo confundido, papel a cargo de Silveyra). Soledad Silveyra viene a poner la nota cómica en la obra, actuando en plan Clarita (la viejita que compone Núñez Cortés, de Les Luthiers), por su modo de hablar y sus movimientos, y por estar siempre en el lugar en que no tiene que estar y decir las cosas más incorrectas. Gabriela Toscano es muy buena actriz (así como lo es de antipática, lo sé por una vez que fui a saludarla), pero acá compone a una madre avinagrada a quien no se le escapa una sonrisa en la casi hora y media de actuación. Sí mucho llanto (¡¡¡señoras, preparen los Carilina que llegó la Toscano!!!) y mucho remordimiento y cara de bragueta. Es valioso dentro del planteo de la obra la rebelión que ella hace en contra de Dios y las constantes maneras de querer borrar todo rastro de Danny (el hijo muerto) dentro de su vida. Lo primero se manifiesta por su negativa a seguir concurriendo a los grupos de autoayuda de la iglesia, padres que han pasado por la misma experiencia y que, fervientes católicos, se la pasan diciendo: "Dios lo quiso así", "el Señor sabe por qué lo hace". Esto la subleva a ella y decide no seguir flagelándose con esos crédulos que aceptan todo, ella en cambio afirma radicalmente: "Dios no existe. Y si existe es un hijo de puta, un sádico". Actitud en la que la acompaño, y algo parecido decía Bergman en su maravillosa "Fanny y Alexander". No es cuestión de aceptar la muerte de un hijo como algo decisivo en el "plan creador". Y en cuanto en su afición por "borrar" a su hijo, lo demuestra queriendo mudarse de casa ya que todo le recuerda a él, tirando sus juguetes y sábanas a la basura y regalando la ropa a la iglesia. Algo peor pasa con el video--cassette donde tiene grabadas las últimas vacaciones de Danny y que ella, por descuido (a esta altura de Freud, sabemos que detrás de los actos fallidos hay algo inconsciente), graba encima un programa de TV para su marido.
La aceptación de su marido Fede es un poco más amplia, tiene una vida, por decirlo así, que va más allá de la muerte de su hijo, aunque a él también lo lastiman ciertas cosas, como por ejemplo cuando se aparece Tadeus en su casa lo hecha violentamente, tal vez desmesuradamente, porque no puede ver a la cara al asesino de su hijo. Vicky, a su vez, ha quedado embarazada del novio de otra, con quien compartía algo más que una amistad, y espera un niño pronto, lo que conmueve los cimientos de Julia, quien sin embargo trata de tomarlo con naturalidad, pero cierta envidia prevalece. Julia quiere regalarle la ropita de Danny para cuando su sobrino crezca, pero Vicky, en un acto de cordura, la rechaza arguyendo que se va a sentir rara viendo a su hijo vestir la ropa de Danny. Se sabe que "el Oso", (el amante de Vicky) va a irse con ella, dejando a su antigua novia, e incluso que ya están conviviendo juntos.
Perla pone la nota trágica en la familia, compara la muerte de Danny con la de Andrés, su propio hijo y hermano de Julia y Vicky, pero esta muerte fue autoprovocada por su adicción a la cocaína. Son muertes que no pueden compararse, arguye Julia no sin cierta razón. A lo que vamos es que cargar una obra con muertes no la hace más dramática ni más potente que "Sopa de Ganso", por decir algo. No es el listado de muertos lo que da espesor dramático a una obra "seria", puede haber una obra que tenga esta condición y en la que no haya ningún muerto, baste con tocar los problemas básicos y clásicos de la existencia humana, aquellos que han movido las inteligencias, el corazón y el alma de todas las generaciones de seres sobre el planeta que se han sentado a reflexionar sobre los avatares de la vida.
Los desplazamientos en escena son constantes de todos los personajes, ya que se utiliza la escenografía en todo su potencial. Abajo tenemos la cocina lavadero en donde transcurre buena parte de la acción. El living con su televisor y sus sillones y subiendo la escalera, los dormitorios, entre los que se destaca el de Danny en donde su madre y su abuela se encargan de tirar todo y de rescatar algunas cosas. Entre ellas un cuento de Tadeus, el chico que se llevó por delante a Danny, y ahora le ha escrito una carta a su madre acompañada por un cuento de su autoría. Es un creador de ciencia -ficción y escribió algo que puede ayudar a Julia a entender su desapego a su hijo. Cierto es que una tarde invita a Tadeus a compartir con ella la merienda y se interioriza sobre la vida del muchacho, quien está muy arrepentido de su acto "criminal".
Todo termina con la aceptación de la muerte como algo "que nos une" y a lo que nunca van a poder olvidar ni evitar, pero que deben sobrellevar con dignidad y altura. Chan-chan. Todos felices y acá no ha pasado nada. Las heridas se cierran y la vida sigue. Por suerte para su madre, que sino hubiese tenido una existencia mucho peor. Así que ya saben, el que quiera ver un melodramón estilo novela de la tarde, que corra a El Nacional porque el 29 de julio termina.
He dicho.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Tebeerito (un crítico independiente).

lunes, 9 de julio de 2018

Mi crítica de "Dos más Dos" (Teatro)

Ayer domingo pre 9 de julio hice duplete en el teatro: vi "Dos más Dos" y "Lo que nos une", las dos en El Nacional, con espacio de media hora entre una y otra. Me quedó el tujes borrado les aclaro. No lo hago más. Vi en primer lugar "Dos más Dos", que se basa en la película del mismo nombre dirigida por Diego Kaplan y con guión de Juan Vera  y Daniel Cúparo, los mismos responsables de esta adaptación teatral, acá con dirección de Marcos Carnevale. En la película (que no vi, por eso no puedo hacer comparaciones) los protagonistas eran Adrián Suar, Julieta Díaz, Carla Peterson y Juan Minujín. Acá esos roles los ocupan Fernán Miras (Diego), Eleonora Wexler (Emilia), Luciano Cáceres (Richard) y Julieta Zylberberg (Betina). Lo primero que salta a la vista es que el cuarteto actoral es de primera línea y lo demuestran con toda solvencia, todos están muy bien en los papeles que les ha tocado, saltando a lo notorio la autoparodia que se hace Fernán Mirás o la desfachatez de Luciano Cáceres, o ese don para lucirse como "suelta de cascos" de la Zylberberg. La Wexler aporta frescura y comicidad. 
Acá debo hacer un "mea culpa" importante. Siempre me quejé de la grosería en el teatro o el cine y siempre abjuré del mal gusto. Acá todo eso se da... pero lo disfruté. Me reí (de algunos chistes sí, de otros no, debo admitirlo). Tal vez sea porque este tema de las parejas swingers esté conectado con mis bajos instintos, y cuando algo nos pone cachondos nos sentimos bien. Sea por la participación de dos hermosas chicas como son la Wexler y la Zylberberg... La cosa es que la pasé bien y no me incomodó para nada la obra (una obra que está hecha justamente para provocar), o será que son tantas y tan variadas las preguntas que nos plantea, que eso me hizo bien. Y si todo esto viene bajo el formato de la comedia, mejor todavía.
Todos queremos sentirnos deseados, valorados, queridos, amados, pero sobre todo saber que despertamos ese bichito de lo inquietante en la otra, que la llevaría a entregarse por completo a nosotros. ¿Qué pasa cuando en nuestra pareja falta la pimienta que despierte ese deseo y el sexo se ha vuelto rutinario y aburrido? Eso es lo que les pasa a Diego y Emilia, prestigioso médico cardiólogo él (en sociedad con su colega Richard) y profesora de literatura ella, con un hijo adolescente, Bruno, que por suerte siempre está en otro lugar. Sí, la sexualidad se ha convertido en algo adocenado para esta pareja cuarentona y allí llegan para socorrerlos sus amigos Richard y Betina, dos experimentados swingers que les proponen acostarse con ellos. Al principio esto les cae muy mal a Diego y Emilia, pero el diablo ya metió la cola, y a Emilia, el bichito de la curiosidad empieza a picarle. Siempre han tenido fantasías ocultas, como casi todos, y es tiempo de explorarlas. Empieza por ir con su amiga a una casa de lencería muy sofisticada donde ella se compra un body cuasi transparente con el cual intenta excitar a su marido, y para él ha comprado... un gracioso porta-pene con forma de gallito, lo cual no le hace ninguna gracia. ¿Pero hasta dónde pueden seguir reprimidas las fantasías una vez que se ha abierto el canal de la expresión? Emilia intenta hacer que su esposo se suelte y se acueste con su mejor amiga y su esposa con el de él. Al principio a Diego esto le parece inaceptable, a pesar de las constantes insinuaciones de Betina él sigue mirando con recelo cada vez que Richard se acerca a Emilia.
Pero siempre conviene tener bien claras las reglas del juego: no es más que eso, un juego en donde está incriminado el sexo y la diversión y el placer, pero no el corazón. Nada tiene que salirse de madre pues el resultado puede ser fatal. Y eso es lo que va a pasar en estas parejas de los todavía no iniciados swingers. Todo empieza con una fiesta a la que son invitados y Diego es llevado a la rastra por su mujer, quien sí tiene ganas de participar. Todo va bien en la fiesta hasta que se convierte en una orgía y mientras una rubia voluptuosa se le propone a Diego, quien la rechaza, debe ver cómo su mujer es abordada en la piscina por varios desconocidos. Ahí él interviene y sacándola en andas, como un trofeo, se la lleva del lugar, metiéndose en la pileta con la ropa puesta. Pero cómo involucrarse con un tercero cuando los celos son tan importantes. ¿Es lícito serle infiel a la pareja aunque ésta lo desea y no se trata más que de un juego -perverso, eso sí-, el dejarse compartir con otros? ¿Nunca hemos sentido en nuestras relaciones el aburrimiento y el deseo de infidelidad? Y ahora que todo está permitido por ambas partes consensuado, ¿no sería legal jugarlo? Estas son algunas de las inquietudes de la que nos habla esta obra que puede parecer muy superficial en una primera visión pero cala hondo en lo que a relaciones de pareja se refiere.
Ahora vendrá la prueba más difícil para Diego. Ver como su mujer se acuesta con Richard y él hacerlo con Betina, quien por otra parte, se muere de ganas de estar con él. Llega el día tan esperado y sucede la revolución. Pasa que a Diego le gusta, se libera, se saca todas las trabas de encima y por una vez en la vida se siente feliz. Y Emilia también comparte ese sentimiento en su relación con Richard. Y se excitan viendo a su pareja gozar con el otro, y esto refuerza su propio vínculo, ahora pueden gozar más del sexo Diego con Emilia. Se convierten en unos auténticos sementales. Lo que pasa es que la adicción por Betina y Richard va in crescendo, y cada vez se vuelve más necesario estar con ellos. Las orgías que se forman no tienen nombre y ya todo es un "viva la pepa". Hasta que sucede lo imprevisto. Emilia empieza a estar rara, reticente con Diego. Y Richard con Betina. Betina llega desesperada a casa de Emilia y tira la bomba: "Richard me engaña, tiene a otra". ¿No es eso a lo que jugaban siempre? Claro, pero sin involucrar a los sentimientos. Richard y Betina tenían sexo entre sí como salvajes y lo disfrutaban de veras. Porque se amaban por sobre todo. Pero de tanto caminar por la cornisa alguien se cayó. Y cayó en los brazos de una hembra al parecer más tentadora que ella.
Sí, Emilia y Richard se han enamorado y eso lleva a replantearse todo y al derrumbe de las dos parejas. Ya nada volverá a ser como antes. Diego la deja a Emilia y Betina a Richard, ya nadie quiere saber nada con nadie. Por supuesto que el romance entre los dos tortolitos se suspende también y cada cual hará lo imposible por volver a su antiguo amor. Por suerte todo termina bien -no se asusten, no voy a revelar el final- y las cosas se reacomodan, aunque de otra manera. Una obra adulta, que si bien pasa por el tamiz de la comedia, de una risa a otra, no por eso deja de tirarnos las verdades a la cara. La recomiendo porque el 29 de julio baja de cartel y, si bien, no es indispensable, es una opción válida dentro de la cartelera porteña. El director tiene sentido de la comedia y sabe jugarla con todo, logrando cimas muy importantes de comicidad, aunque eso sí, no exentas de groserías...
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

viernes, 6 de julio de 2018

Mi crítica de "Amado Mío" (Teatro Musical)


Esta vez no la pegó Teatrix. Se apareció con "Amado mío", la nueva propuesta de Valeria Ambrosio grabada este año en el Maipo Kabaret. Escrita y dirigida por Valeria Ambrosio. Cada vez me cuesta más entender las ideas de esta mujer, no sé, son más encerradas en sí mismas, más crípticas, más jeroglíficas. Me había pasado así con "Taquicardia", a la que no logré entrarle por ninguna parte. Pero ya descubrí el secreto: lo que plantea ella es una no-historia con la excusa de presentar canciones, esta vez del repertorio italiano de los años 60. Y para eso cuenta con un buen elenco de cantantes y bailarines (que no actores). Son ellos: Florencia Benítez, Nacho Pérez Cortés, Esteban Masturini y Emmanuel Robredo Ortiz. Pero según el informe que presenta Teatrix, esta obra trata de indagar en todas las formas de amor, con todas sus variantes... Con un elenco conformado por una mujer y tres hombres podemos sospechar de todo: dos parejas, una hétero y otra homosexual, un trío, un cuarteto de una mujer con tres hombres... Pero la realidad es muy otra. Florencia canta sola, y los hombres se cantan entre sí. Por los arrumacos, caricias, besos y franela que hay entre ellos se venera al amor homosexual como única variante. ¿Estas son todas las formas de amor que íbamos a explorar? Resulta ya medio empalagoso ver sus miradas calenturientas y sus toqueteos entre ellos, y ni hablar de cuando quedan con el torso desnudo y empiezan a admirar los cuerpos musculosos de los otros. Una verdadera chanchada, vea señora... Pero todo tiene una explicación. El coauching actoral lo hizo... Willy Lemos... ¡¡¡Así se entiende!!! Además, el quinto integrante, cuyo nombre no lo sabremos jamás porque no figura en los créditos como supongo que tampoco en el programa de mano, es el intérprete mayor de tanta testosterona, y francamente parece un pedófilo en busca de sus víctimas como se desplaza por la platea. Con un constante seseo y su cara de viejito libidinoso desgrana frases que se le ocurrieron a la Ambrosio y que necesitaría que me las explique. No. No es que sean incomprensibles. Son ridículas directamente y dan vergüenza ajena.
El texto en sí de la obra ("escrita" y dirigida por Valeria Ambrosio) es exiguo y altamente confuso. La mujer pronuncia una sentencia como "hay que inventar nuevas técnicas para preservar nuestra identidad que nos define como seres únicos e irrepetibles" (Lugar re-común). Y uno de los hombres contesta: "Hay que hacer entender que el autor no es una basura, un Don Nadie, sino que tiene existencia propia" (Ah, gracias por recordármelo). Ese es todo el texto de la obra, aunque después se dicen frases sesudas como: "¿Pedimos helado?", sin esperar respuesta.
La pieza comienza con los tres hombres hablando por sendos teléfonos y escuchando las voces que llegan del otro lado, para reconfirmar o deshacer un amor. Creemos que se trata de mujeres. Pero no. Están hablando entre ellos. Las caras de deseo que se mandan durante toda la obra los define como unos verdaderos asquerosos... Pero no hay que ser prejuicioso, la homosexualidad existe y hay que reconocerla y aceptarla como tal, aunque yo no la comparta. Pero no se puede sostener todo un espectáculo que me dice que va a indagar sobre todos los formatos del amor solamente con ese envase.
Eso sí, las canciones que cantan son bastante lindas, sino fuera que son todas en italiano, y que, de suponer que sus letras son el sustento de la trama, nos deja afuera a toda la gran comunidad que no parla la lingua de Dante Alighieri. Y hacen por lo tanto del espectáculo un cúmulo de aburrimiento y ofuscación del que salimos cuando llega la última canción, que es una tarantela. ¡Por fin algo alegre! Otra cosa que le remarco al presente adefesio es su falta total de humor (hay por ahí un atisbo de comicidad en un momento, pero es muy básico y rudimentario). Hay que decir que los cuatro intérpretes son grandes cantantes y bailarines, y eso suma en favor del espectáculo. Y que se cantan canciones como (perdonen los horrores de lenguaje pero el italiano no es lo mío): "Amado Mio"; "Lontano"; "La Veritá"; "Así, d'amore"; "Amore Bascciami"; Io Capito que ti amo"; "Como mi Prima", "Ancora"; "Vedrai, Vedrai"; "De la mia Joventud" y "Mi sono enamorato di te", entre muchas.
Este es el pretexto para montar un show de teatro, canciones sueltas que tratan de contar una historia. Ya no son los tiempos de "Mina, che cosa sei?", o "Raffa Ella", que según las críticas eran excelentes y que lanzaron al ruedo a Elena Roger. Yo recuerdo con especial cariño el espectáculo menor "Las mujeres de Fellini", sobre todo porque allí estaba mi amada Juliana Ruíz (quien participó del elenco de "Nine", la versión musical basada en "Fellini 8 y 1/2") y que hacía justicia al incomparable Nino Rota con todas las melodías que compuso para el maestro italiano del cine. Pero son otros tiempos, ahora la "mishadura" llegó al teatro y tenemos que conformarnos con propuestas más caseras.
La receta de hacer un musical basándose en el argumento de canciones pre escritas no sería mala, total de eso se trata un musical, si bien los auténticos son aquellos que vienen con letra y música originales, pero con un poco de imaginación se puede componer algo decoroso. Lo malo es que el hilo conductor sean los pequeños monólogos que desliza el actor sin nombre (el viejito libidinoso) que son de una verdadera autoría hija de la garnacha y el fernet, y que a esto se le sume el pretexto de la sexualidad inadecuada (ya lo dije, no tengo nada en contra de ellos/ellas, pero convengamos que no es la normal), refregada por la cara todo el tiempo. Como material expresivo se queda muy por el camino, como la anterior "Taquicardia" y habría que ahorrarse la plata de la entrada en virtud de obras con mayor aporte creativo. Salvo para quienes quieran oír canciones italianas bien interpretadas y de la vieja guardia, para los nostálgicos del arte itálico (que en su mayoría, en la década del 60 no dio grandes joyas, revisen sino a Umberto Eco en su libro destinado a los espectáculos de masas, quien hace una evaluación de las canciones italianas pre-canciones de autor). Italia nos ha dejado una rica producción operística que hay que recordar siempre y fue la cuna del bel canto con Monteverdi a la cabeza y dando músicos grandiosos que traspasarán épocas y gustos, así que aprovechemos de Italia lo que nos deja en materia musical y tratemos de tomarnos un té de tilo en referencia a otros formatos. La obra está a disposición de todos los que la cliqueen y la quieran aprovechar. Y por favor, no se queden con mi opinión sino que espero que saquen sus propias conclusiones.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).

martes, 3 de julio de 2018

Mi crítica de "Doble o Nada" (Teatro)

Estoy muy salidor al teatro, pero no se aflijan, que ahora que viene el frío bravo se me va a acabar. El domingo pasado fuimos a ver la gran obra de Sabina Berman "Doble o nada", que yo ya había visto por la dupla Osmar Núñez-Viviana Saccone con el nombre de "Testosterona". Acá los protagonistas son Miguel Ángel Solá y su esposa, la jovencísima Paula Cancio. No voy a entrar en comparaciones entre los dos elencos porque ambos fueron inmejorables y no podría hablar de uno en desdén del otro, así que asunto zanjado... Ver a Solá en escena es una actividad sumamente agradable, sana, imprescindible, contrafóbica, distensora y sobre todo, completamente liberadora y adictiva. Porque ver trabajar a Solá en su ámbito, que es el teatro, produce sensaciones que no se dan en cualquier actor. El trabajo de él es diáfano, soberbio, amplificador, y sobre todo se lo ve tan natural, parece que hiciera todo de taquito, aunque hay un gran esfuerzo detrás de todo ésto. Paula Cancio es una gran actriz -ha sabido encontrar en ella la pareja perfecta- y lo acompaña muy bien, también con soltura, gracia, espontaneidad. Y la dirección de Quique Quintanilla (aunque no le conozco otros trabajos) es un lujo que sólo ellos se pueden dar.
El tema de la obra es conocido para quienes frecuenten mis páginas porque ya lo había revelado en la otra obra. Pero tratemos de sintetizar. El director de un prestigioso diario, Ricardo, tiene a su mano derecha en la redacción a Micky (Micaela), una joven treinteañera muy eficiente. La historia comienza en la noche anterior al aniversario de casado de aquél, a quien su esposa espera en su casa. Pero el mal tiempo quiere que éste se quede a pasar la noche en el diario. Junto a él esta Micky, a quien le declara que tiene un cáncer posiblemente incurable y que debe dejar el mando del diario en otras manos. Y ha pensado en ella. Pero también aspira al puesto un arribista llamado Beteta. Ambos poseen curriculas impecables e ideas muy innovadoras en lo que se refiere al nuevo rumbo a tomar en el diario. La propuesta es simple. Micky obtendrá el doble de su sueldo o nada (de ahí el título), porque si no es ascendida a jefa se queda sin trabajo. Ella admira a su jefe y mentor desde siempre, desde los tiempos de la facultad, en que lo oía hablar absorta, e hizo todo lo posible para llegar a él. Y éste le ofreció trabajo enseguida en su diario. Ella hubiese dado lo que fuera por tener un amorío o un amor con él, pero parecía la gran figura inalcanzable. Ahora está viviendo una etapa lésbica con su amiga símil de Juliette Binoche veinte años más joven. Pero igual acepta el desafío de convertirse en la mandamás de ese gran periódico. Y en la esperanza de llegar al gran amorío con su jefe... Ella considera a Beteta como un enano fascista fascinado por el poder y que es capaz de cualquier cosa con tal de obtenerlo, como de colocar micrófonos en todas las áreas de la redacción para descubrir cual era el soplón del diario. Pero acá llegamos al centro de la trama. El poder parece una cosa reservada a los hombres, y ella no se siente en desventaja sino que se ve excitada por lograr alcanzarlo. Ricardo le recomienda que se frote testosterona en crema así logra obtener "dos bolas" igual que cualquier hombre. Ricardo la invita a un whisky, más tarde abre una botella de champagne, y al mojarla con él trata de secarla rozando sus partes femeninas. Hasta acá todo normal. Sólo que cuando ella se va a ir a su casa, retrocede para pasar la noche allí y acostarse con su jefe.
Hasta acá el primer acto y donde parecen no surgir grandes dificultades. Pero a la mañana siguiente él ha salido, mientras ella se queda ordenando el despacho. Vuelve cargado de noticias. Ha visto a su médico, y a Beteta. En resumen, lo que le dice el médico es que tiene sus resultados y que puede salvarse o... morir. Ricardo le cuenta de su re descubrimiento de la pasión junto a la joven y hermosa Micky y el médico le recomienda que todo lo que pueda hacerlo rejuvenecer es bueno para sus defensas. Él llega pletórico de amor a proponerle casamiento a Micky y dejar atrás a su esposa e hijos. Pero también le trae otra noticia. Que ya ha nombrado a Beteta como su sucesor en el diario, y es justo, no puede la esposa del ex director ser jefa porque se sospecharía que hubo acomodo, sería inmoral y además hay un detalle... las fotografías que Beteta les sacó con cámara oculta (muy bien dispuestas por Ricardo) teniendo sexo la noche anterior. Son 36 fotografías que hará públicas si se consigna a Micky como nueva jefa, implicándola en su ascenso. Ella monta en cólera y le dice que apoya a Beteta porque es hombre, que ella se merece la dirección del diario y que no le importa publicar las fotos si con eso puede involucrar a el bajo (en ambos sentidos) de Beteta, que lo que hizo Ricardo la noche anterior fue emborracharla y seducirla para una posterior violación, con su complicidad para obtener las fotos. Que las penas por violación son altas y que hubo abuso de género. Como ven, la obra es muy actual. Pide que lo denuncie a Beteta y que la nombre a ella ya mismo directora del periódico -ante la posibilidad de quedarse sin trabajo- y que todas sus propuestas de casamiento y sus juramentos de amor ya no le interesan: ya había conseguido lo que se proponía, acostarse con él. El deseo desapareció. El enfrentamiento entre ambos es álgido y alcanza momentos de fuerte tensión y desconcierto. Finalmente, el nombramiento de Beteta ya está redactado, ella lo corrige cambiándolo por su nombre y subiéndolo a las redes. Ricardo promete ayudarla en todo lo posible y finalmente se va, derrotado. Cuando ella llama a su asistente para notificarle la buena nueva, ésta le contesta que eso se conocía desde la tarde anterior. Fin de la obra.
Como ven, las vueltas de tuerca son muchas, así como las manipulaciones de ambos lados, pero sobre todo las de Micky por alcanzar un puesto que estaría reservado sólo para los que tuvieran testosterona en su organismo. El poder de la mujer avanza y se encarama (redundantemente) a nuevos sitios de poder. Ahora, en un ámbito más nacional, con la futura ley del aborto y la de igualdad de sueldos para ambos géneros se está achicando esta diferencia a pasos agigantados. Pero lo que plantea la obra es eso justamente, las mujeres son más astutas que los hombres y no siempre llevan las de perder en las empresas difíciles. Tan sólo un poco de autodefensa y saber poner los pies en la tierra. A ella no le importaba que se divulgaran las fotos obscenas, sino que se hiciera justicia y reclamar por lo que para ella le estaba reservado (que por otra parte estaba todo preparado para que fuera así, aunque ella no lo supiese).
Solá trabaja con todo el cuerpo, es un ejemplo de dominio físico y de relajación total, es un placer verlo en escena, no por nada ganó el ACE a mejor actor el año pasado por esta obra. Todos lo recordamos en su brillante composición para "El Diario de Adán y Eva" (mi versión favorita) con Blanca Oteyza primero y con la Cancio después. Los más memoriosos no lo olvidarán en su actuación en "Equus", y de su paso por el cine nacional hay buenos ejemplos, la última de ellas la soberbia interpretación que hizo de un anciano en "El Último Traje". Es un lujo tener actores como este, sin desmerecer en nada el trabajo de Paula Cancio que también se luce. Fue una noche de teatro mágica, de esas que pasan a la historia. La recomiendo totalmente y apúrense porque no sé cuánto tiempo más estará en cartel.
Y gracias por leerme nuevamente hasta acá.
El Conde de Teberito (un crítico independiente).